UN PUTO POEMA
Por Catalina Rincón-Bisbey*
En febrero de este año hice un viaje repentino y breve a Colombia. Como siempre que voy, pasé por una librería para conseguir libros en español para mi hija. Mientras miraba desprevenidamente los estantes, me topé con Seremos recuerdos de Elísabet Benavent. En Evanston, Illinois, y sus alrededores acceder a sus libros ha sido una travesía en parte porque la selección de libros en español de las bibliotecas es limitada; y en parte porque lo que se consigue de ella en Amazon es para Kindle. Así que verlo ahí, tan sin buscarlo y tan de la nada me generó emoción. Animada, le pregunté al librero si tenía algo más de Benavent —quería traerme los pocos que todavía no he leído— pero ese era el único que tenían en esa librería. Desinflada, seguí buscando libros para mi hija mientras pensaba en si las bogotanas leerían los libros de Benavent y en si les gustarían. Pensé en si Benavent ya sería una best-seller en mi país y en qué tipo de lectoras tendrían sus novelas allá. ¿Millennials, Gen-Z’s? ¿Viudas, casadas, divorciadas, solteras? ¿Clasemedieras progres, conservadoras? ¿Lectoras con ganas de romance, humor y finales felices? ¿Lectoras con ganas de drama, de un poco de erotismo (y de algo mucho más explícito)? ¿Lectoras dispuestas a leer reflexiones intensas y extensas sobre lo que pasa o no pasa, sobre las decisiones que se toman o se dejan de tomar, sobre la vida? ¿Lectoras con ganas de un Sex and the City en un contexto y un idioma más cercano al de ellas? Por último, me pregunté si habrá una escritora colombiana o latinoamericana que escriba chick lit tan prolífera y creativamente como lo hace Benavent.
Elísabet Benavent es una de las escritoras españolas más vendidas de su generación —millennial— y es una de las mejores calificadas por sus lectores/as en el género de la romántica (novela rosa). También es una de las más prolíficas; ha publicado veintidós libros en menos de diez años y dos de sus sagas han sido adaptadas por Netflix en una serie (Valeria, 2019) y una película (Fuimos canciones, 2020). Ella ha estado presente en las redes sociales con su @betacoqueta, en las que comparte fragmentos de lo que escribe, fotos y videos de sus viajes y sus gatos, productos femeninos que le gustan y recomienda y en donde aboga porque las personas dejen de asumir que lo que escribe es autobiográfico. Sobre este punto, en las entrevistas que Benavent ha dado ha cuestionado el hecho sexista de que a los escritores de policial no se les pregunte si sus novelas son autobiográficas mientras a las escritoras de la romántica, ella siendo víctima de esto, sí. También ha enfatizado que el propósito de su escritura es entretener a su público, el cual, como es tradicional en el género de la romántica, es mayoritariamente femenino. Los comentarios que dejan sus lectores/as en la web apuntan a resaltar lo entretenidas que son sus novelas, al gran sentido del humor de la autora y a cómo sus historias son tan interesantes que es muy fácil quedar atrapados/as en ellas y muy difícil parar de leerlas.
Llegué a la saga de En los zapatos de Valeria (En los zapatos de Valeria, Valeria en el espejo, Valeria al desnudo y Valeria en blanco y negro, 2013) por la serie que produjo Netflix. Lo que me condujo a la serie fue mi insistencia por encontrar productos culturales en español que pueda usar en mis clases y mi obsesión por ver series sobre personajes femeninos. Además, está el gustito por el romance, los dramas, los finales felices y el humor —crecí viendo telenovelas en uno de los países mecas del melodrama—. En el camino de las series hay muchísima cosa mala, alguna que otra cosa buena y mucha cosa meh! Valeria me gustó, pero la serie fue criticada por los/as lectores/as de la saga porque, básicamente, distaba mucho de lo que pasaba en los libros. Y por esto es que llegué a la saga, para ver las diferencias entre ésta y la serie y aunque las hay, cada producto tiene sus glorias. Lo que me pareció más interesante de Valeria, además de Maxi Iglesias (¿cómo no?), es que es fiel al formato que se plantea Sex and the City en cuanto al grupo de amigas en transición a algo más que puede ser el amor o la estabilidad laboral; el apoyo emocional que se brindan a modo de sororidad estando lejos de sus familias; la sofisticación de los espacios que habitan y del estilo con el que quieren expresar su identidad; la precariedad que a veces resulta de vivir en una ciudad altamente urbanizada; las experiencias amorosas radicalmente diferentes que tiene cada una; y la ligereza que brinda el humor y lo que parece será el final feliz entre Valeria y Víctor —esperemos que acá tampoco se hable de Bruno—. Es una serie hétero (pese a la historia de Nerea) con protagonistas particularmente bellas en situaciones que vivirían millennials de clase media y media alta (pese a la falta de laburo de Valeria al principio) y sin mucha diversidad racial. De haber sido una serie gringa, no habría pasado los estándares del multiculturalismo y corrección política neoliberal. Pese a esto, o tal vez por eso, también me ha gustado que no se estén presionando esas representaciones en la serie, como se ha hecho tan desastrosamente en el remake de Sex and the City. En And Just Like That… cada chica del gang de Carrie Bradshaw tiene una amiga de una minoría subrepresentada. Miranda se hace amiga de su profesora negra y encuentra une amante no binarie Latine, Carrie desarrolla una amistad muy cercana con su agente de bienes raíces india y Charlotte establece una relación de maternidad y amistad con una madre de la escuela privada a la que van sus hijas, quienes a su vez tienen un rol identitario representativo —su hija mayor es asiática y su hija menor está descubriendo su identidad masculina—. Esa voluntad de hacer la serie más woke que la original les salió mal porque no es orgánica respecto a sus personajes ni su entorno, no es genuina como sí lo son, por ejemplo, Insecure o Girls también de HBO. Lo que le rescato a la serie es que todas conflictúan a la vez que se burlan de su privilegio blanco y que al final Carrie se entrega en un beso apasionado al productor de su podcast, Franklyn, quien es seguramente el único amante latino que ha tenido en su historial.
Volviendo a Benavent, comencé a leer la primera novela de En los zapatos de Valeria y en menos de un mes ya había leído los cuatro libros de la saga. Una confesión. Cuando terminé de leer En los zapatos de Valeria, y ya tenía encargados los otros tres de la biblioteca, me sentí un poco rara, como si leer a Benavent fuera un guilty pleasure, una de estas autoras que no dejas ni en tus mejores viajes, pero que no mencionas que lees en las cenas con tus colegas literatos y si lo haces, lo haces con tu mejor ejecución de crítica exigente para resaltar las fallas de la novela. A la vez recordé que las imposiciones y prejuicios con los que te entrenan en la academia aparecen por ahí de vez en cuando como lastres a los que hay que seguirles haciendo el quite. La romántica disuena de la narrativa difícil o experimental, no encaja con el canon masculino de la literatura «universal» y no declara una posición política o ética progresista. Por esto y por ser uno de los géneros literarios más vendidos y formulaicos, es tan poco valorado por la crítica y la academia. Sabiendo esto y siendo consecuente con el hecho de que soy una recovered academic, me entregué, sin nada de pena y con muchísima gloria, a sus otras trilogías y bilogías.
Benavent ha dicho que ella escribe para entretener. Y sí, su obra es entretenidísima. Hasta donde la he leído, sus novelas son fieles a la romántica tradicional en la que en su centro hay un amor heterosexual que atraviesa obstáculos que fortalecen su deseo por estar juntos y cuyo final es siempre feliz. Sin embargo, dentro de la romántica, su obra se acerca mucho al chick lit en el que sus protagonistas no solo buscan el amor, sino también un lugar de aceptación social y personal, así como independencia económica, emocional y sexual. Sus protagonistas, lejos de ser perfectas y débiles, lidian con las decisiones que han tomado, con la aceptación de su cuerpo y de su personalidad, con luchas de poder en espacios laborales, sentimentales y fraternales, con la crisis económica que vive España, con las ventajas y desventajas de vivir en una ciudad como Madrid, con limitaciones económicas y con el deseo por lo bello (en el otro, en sí mismas). Sus libros están llenos de tensión sexual, de diálogos emocionantes (escritos para visualizarlos, como en una pantalla de televisión), de situaciones absurdas y de escenas eróticas y de sexo explícito que están justificadas en la búsqueda del amor [1]. En su obra también hay viajes a lugares remotos, en los que la protagonista se encuentra a sí misma, y que están descritos con tal detalle que es fácil visualizarlos; hay moda y estilo, bares y restaurantes súper-chic, personajes con profesiones muy hip, guapos/as, con mucho estilo y que expresan emociones y comportamientos complejos. Su obra es, como diría Benavent, «un puto poema» a mi generación. Un poema de entretenimiento, pero también de algo más.
Hay incontables razones por las que leemos ciertos libros y ciertos géneros literarios que pueden oscilar entre lo educativo, hedonista o existencial. Desde hace tiempo me ha llamado la atención el consumo de la literatura como forma de afirmar nuestra identidad pública en términos de clase, género, raza, etc., y de capital cultural. En general, todo lo que consumimos apunta a esa afirmación, pero con la literatura en particular hay algo que otros productos culturales no parecen compartir —o no en la misma medida— y es la virtud que creemos intrínseca a ésta, a la que accederíamos al leerla y que, de paso, nos haría mejores personas. Es una idea que también se reproduce con la educación y de ahí que, aunque en menos medida que en el pasado, siga causando más sorpresa o indignación que una persona con títulos universitarios cometa crímenes o se porte mal, a que una que no los tiene lo haga.
Tradicionalmente la romántica no ha sido vista como un género que pueda aportar capital cultural o que nos llene de virtud, en parte por lo formulaico del género, por la aparente superficialidad del contenido y por ser un género tan vendido. Y sobre esto hay que añadir que se desconfía del gusto y la capacidad lectora de las masas, sobre todo cuando la mayoría de éstas son mujeres, porque se tiende a pensar que eso que leen «son cosas de viejas». Lo que es interesante es que esta perspectiva no parece aplicarse, o no de la misma forma, a series o películas del mismo género, seguramente porque se piensa que los contenidos audiovisuales no son tan virtuosos ni generan virtud como se cree que hace la literatura. Es decir, si vemos series románticas no vamos a ser estigmatizados como superficiales, poco inteligentes, o «poco cultos», como sí lo somos cuando leemos novelas románticas. Lo que está de fondo es pensar que solo la literatura «seria» contiene esa virtud, mientras que la que no lo es o en la que se evidencia mucho su fórmula (aunque la novela en general está construida de fórmulas), esa virtud pasa a ser inexistente y consecuentemente nuestro mejoramiento moral como lectores de literatura.
Yo no creo que la literatura nos haga mejores ni peores seres humanos, aunque todavía perviva esa idea en la cultura. Lo que sí creo es que la literatura nos puede hacer sentir bien o mal, puede hablarnos de cosas que nos parecen relevantes, tristes, emocionantes, divertidas y más. Todo esto puede estar escrito en cualquier formato, bajo cualquier fórmula y género literario y ninguno de éstos tiene que estar aprobado por una entidad literaria para que surta un efecto significativo en nosotros. ¿Qué puede ser más universal que la risa, la tristeza, el amor y el sexo? ¿Qué puede ser más relevante para las veinteañeras, treintañeras, cuarentonas que la independencia emocional y económica, las relaciones de amistad y románticas genuinas y duraderas, la reafirmación de nuestra identidad y poder femenino? ¿Qué puede ser más motivante que entretener vuelos eternos con sus días y noches en aeropuertos infames, tardes de invierno insoportables y tediosas, noches de insomnio asfixiantes leyendo a nuestras heroínas, de todas las formas, personalidades y estilos, encontrando el amor y los mejores polvos de sus vidas en hombres tanto o más guapos que Maxi Iglesias? ¡Mujeres, a por la obra de Elísabet Benavent!
NOTA:
[1] Si llegan a la saga Mi elección, en la que la protagonista entabla un trío romántico y sexual con dos hombres que justo son mejores amigos, y si no saben mucho de dobles penetraciones, esta trilogía les va a descubrir datos interesantes que tal vez tengan que buscar en internet para ver si lo que se describe ahí es físicamente posible.
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La columna «El Cronopio del pueblo» es un espacio accesible para pensar las culturas, las artes y las sociedades desde una perspectiva migratoria, multicultural y bilingüe con una sensibilidad cronopia y una organización fama.
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*Catalina Rincón-Bisbey tiene un pregrado en Estudios Literarios de la Universidad Nacional de Colombia, una maestría en Estudios Hispanos y un doctorado en Literatura y Cultura Latinoamericanas de Tulane University. Es profesora de español, literatura y cultura en North Shore Country Day School y Northeastern Illinois University. Ha publicado en revistas culturales como Contratiempo, El Beisman y Cronopio, así como en revistas literarias como Periodico de Libros y en revistas académicas como Chasqui y Catedral Tomada.