Literatura Cronopio

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Don onofre

¿HA VISTO USTED A DON ONOFRE, EL PALABRERO?

Por María Helena Restrepo*

Tres semanas caminando por la extensa llanura, que desdibuja los límites entre Colombia y Venezuela y hace que los de aquí y los de allá siempre se consideren hermanos; pero yo vengo buscando al señor palabrero, ¿lo ha visto usted? Esta, según entiendo, es su zona favorita, aparte de la Alta Guajira, su tierra natal. Dicen los que lo conocen que le encantan los caños transparentes, los morichales, los conciertos lejanos de los monos aulladores y las garzas que vuelan al atardecer. Pero, dígame ¿lo ha visto usted?

Su segundo hogar es todo el llano y sus mejores amigos las criaturas que lo habitan, por aire, agua y tierra. Recorre a pie todos los caminos, desde Villavo hasta Puerto López, inclusive más allá de la frontera, la cual traspasa sin visados ni pasaportes, solo saludando con cariño y respeto a los «primos» que la resguardan, y donde sus habitantes lo esperan con ansiedad para que comparta con ellos sus noticias, cuentos y leyendas, que les alegran el corazón, y son la única forma de conocer lo que sucede en el resto del país. Pero, dígame ¿lo ha visto usted?

Cuando va cayendo la tarde y los jinetes, con sus cantos ancestrales, arrean el ganado a los sitios designados para pasar la noche, se encienden las fogatas donde asan las mamonas para la comida, los primeros brindis con guarapo, ese exquisito jugo de la caña, se hacen sentir y ya se escuchan los cuatros, los capachos y las arpas y con ellas las canciones que nos hablan de amores y desamores, de guerras y de paz, pero, al señor palabrero ¿lo ha visto usted? ¿Podría decirme si acostumbra venir por aquí a esta hora? Será que más fácil lo encuentro en la mañana, cuando poquito a poco se va levantando el sol en el horizonte y va tiñendo de rosa y luego de todos los tonos de amarillo la llanura, llenándola hasta donde alcanza la vista, de una luz dorada que la hace inolvidable.

Me dicen los vaqueros que mañana habrá una fiesta en Cumaral, y han invitado a todos los amigos, inclusive a los de hatos ubicados más allá de la frontera, y que lo más seguro es que si el palabrero se encuentra en la zona, querrá estar allí y compartirla con todos. También han sido invitadas las personas que desde diferentes partes del país han venido a inscribirse para recuperar las tierras que les pertenecieron a sus antepasados, y qué mejor oportunidad para compartir todas las historias traídas desde lugares tan remotos como las de Fidelina, la desplazada que viene de los Montes de María, ubicados cerca de la Costa Caribe, donde dieron muerte a su esposo y ella fue dejando por el camino pedacitos de su cuerpo que se iban desprendiendo al ser hurgada por tantos hombres, que trataban de impedir su huida. O las de Santiago, un guerrero taciturno como las gentes del sur, perseguido por unos y por otros, como bandido o como desertor y que prefirió deshacerse de sus armas por el camino y conservar para siempre su guitarra y los poemas de amor y de guerra escritos en las expectantes noches de la selva, durante tantos años invertidos en una rebeldía que ahora carece de sentido.

Esta va a ser una fiesta llanera muy especial, y en ella no sólo se escucharán los joropos, en la voz de los llaneros acompañados por sus cuatros, capachos y arpas, sino también los vallenatos que vienen desde el Caribe, en el corazón y los labios de Fidelina, con sus raspas, maracas y acordeones, como también las guabinas y torbellinos que trae Santiago desde el sur, acompañados de tiples y guitarras, además de los tambores de cuña, marimbas y maracas que acompañan a Fabrizia y los demás amigos del litoral Pacífico con sus currulaos y bundes, que dejan al descubierto nuestros ancestros africanos.

La noche y los invitados van llegando. Ya se escucha el rumor de las primeras canciones: «Luna roja que saliendo va del llano, se ve roja porque arde en los pajonales, va copiando la silueta de las palmas, ¡ay! de las palmas en los verdes morichales…» y los vasos de guarapo para calentarse el alma, van pasando de mano en mano. Se encienden las fogatas, donde asarán las mamonas y en las cocinas las mujeres preparan la carne, adobándola como lo han hecho desde siempre, con cebollas, ajos, cilantro, pimienta y perejil, para luego colocarlas en los soportes de hierro en cruz, ni muy cerca ni muy lejos del fuego, girándolos cada tres canciones, según la dirección del viento, para después de asada, disfrutarla con las papas, yucas y plátanos que se están cocinando aparte, y las ensaladas de rúcula, cebollines, tomates, mangos, piñas y naranjas. La brisa se va llenando de olores a carne asada, a convite, a solidaridad, a nuevos amigos, para incorporarlos a nuestro viaje por la vida. Me estoy dando cuenta que después de recorrer medio país, no voy a encontrar al palabrero, pero dígame ¿lo ha visto usted?

De repente alguien me pregunta: ¿para qué necesita usted al palabrero? Por años he oído mencionar a Don Onofre como una persona que tiene la capacidad de escucharlos a todos y la experiencia en la preparación de los ungüentos y brebajes que curan las heridas y limpian el alma y que deben ser suministrados por él, en persona, a todos los que de buena fe los soliciten.

Van llegando los invitados, empiezan a acomodarse y me doy cuenta que Fidelina y Santiago están muy juntos y compartiendo, entre risas y canciones, el placer de estar vivos, disfrutando de la noche, con gentes que como ellos vienen de todos lados, inclusive de los hatos más lejanos, donde se desdibujan las fronteras y todos se conocen y se duelen y sólo se clasifican por sus habilidades para arrear con sus antiguos cantos el ganado, o para puntear el arpa y zapatear el joropo, en las noches de fiesta.

Suenan las arpas, los capachos y los cuatros; los invitados se animan a bailar, pasan de mano en mano los licores provenientes de lejanos sitios, más allá del horizonte, que cada uno va sacando para compartir y todos, como sus anfitriones llaneros, que tienen el pensamiento liviano, se animan poco a poco a contarse sus historias. Cuando llega su turno, Fidelina no logra hacerlo, al parecer su gestación, de la cual no tiene cuentas, ha llegado a término y empieza a sentir algo muy grande que trata de salir de sus entrañas, produciéndole un intermitente y espantoso dolor. Las mujeres corren a auxiliarla, la llevan dentro de la casa y empiezan a apresurarse de un lado para otro trayendo sábanas y toallas limpias, además de cántaros con agua hervida. Todo se ha quedado en un silencio expectante, que es roto por un llanto con el cual se anuncia una nueva invitada a la fiesta. De nuevo comienzan los brindis y los abrazos y en medio del jolgorio, me avisan que ha llegado don Onofre, el palabrero.

No pudo haberlo hecho en mejor momento. Fidelina, ahora acompañada por su nuevo amigo, contempla con asombro la niña que las mujeres han puesto en sus brazos y le pide a todos y en especial a don Onofre que escuchen el poema de amor que Santiago le ha escrito como presente para darle la bienvenida a la pequeña Matilde.

Continúa la fiesta. De uno en uno pasan a saludar a la niña y a felicitar a la madre. Abundan los regalos, los cánticos y los buenos augurios para el futuro, don Onofre, el palabrero, se decide a contarnos una de sus historias de vida. Al fin logré conocerlo y sentarme a su lado, lejos del bullicio de la fiesta, teniendo como techo el estrellado cielo llanero, en silencio, pues para mí ya todo está dicho, y lo único que nos queda es emprender de nuevo el camino, pero esta vez con la pequeña Matilde, la más joven de los invitados a esta fiesta de la vida.

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* María Helena Restrepo ha trabajado como secretaria de ventas en una multinacional suiza de colorantes y productos químicos, igualmente como administradora de conjuntos residenciales urbanos y actualmente en la venta de uniformes deportivos. También es ama de casa, con una visión muy particular del pasado, la cual vierte en sus cuentos, a los que enriquece con la perspectiva de sus múltiples ocupaciones. Sus historias buscan mostrar distintos matices de la realidad, con el objetivo de reflexionar sobre el contraste entre lo que se quería y lo que se logra; y el pasado, como núcleo de lo que se es y lo que será.

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