V. S. NAIPAUL Y LOS REAPRENDIZAJES (Un hacerse de nuevo las preguntas)
Por Memo Ánjel*
«Metropolitano. ¿A qué se refería con eso? «
(V. S. Naipaul. El Enigma de la llegada.)
REGRESAR A LAS PREGUNTAS
Alguna vez leí en una camiseta una frase que me gustó: cuando me aprendí las respuestas, me cambiaron las preguntas. Era una de esas camisetas veraneras y no recuerdo si la llevaba puesta una muchacha o un muchacho, si era verano o estaba lloviendo. Lo importante fue el mensaje. La frase carecía de autor, pero se leía bien. Entre los orientales, es propio que se recuerde una frase, un poema, una glosa, sin que se sepa quién fue el autor. Y esta es la intención, que quede el mensaje, que la gente lo memorice y lo haga propio. Ya. Quien lo haya dicho es secundario. Cuando algo inteligente se manifiesta, ya es propiedad de todos y este es el oficio del escritor: que sean sus palabras las recordadas, no su nombre o qué hizo en la vida. Saber quién escribe (tan común entre nosotros), no implica conocer la obra. Llevar una idea nueva en la cabeza, ya es el tesoro que nos pusieron al alcance. Conocer quién la dijo, a más de ser un ejercicio erudito, se cuestiona. El mismo Jorge Luis Borges decía que al terminar de escribir algo, uno quedaba afantasmado. ¿Es mío? ¿Ya lo dijo otro? Tanto se ha escrito y leído, manifestado en símbolos y percibido, que la posibilidad de ser original es casi imposible. Pasa como con la técnica, que cuando aparece un invento este ya tiene su émulo en otra parte. Y no se han copiado los inventores, solo se dieron las circunstancias para llegar a lo mismo. Se estimularon con la misma información, coincidieron en la necesidad, se hicieron la misma pregunta. Pasó con los inicios del cine, por ejemplo, que por chovinismo cada uno (Francia, Estados Unidos), se lo apropian. Pero ya está: el cine existe y nos hemos, bien que mal, educado y emocionado en las películas. Allí aparecieron otras historias, diferentes o parecidas a las nuestras.
Por estos días, en los que hay tantas preguntas qué hacerse, estaba leyendo y tomando notas de tres libros de viajes de Vidiadhar Surajprasad Naipaul: India, Al límite de la fe y Entre los creyentes. Allí, Naipaul sale a informarse de lo que ha pasado en las culturas. ¿Siguen creyendo en sus mitos, se mantienen firmes en sus fundamentos, han sido permeadas por el mundo actual, resisten a la presencia de otros distintos, continúan siendo culturas o ya son meros sincretismos, son una recreación de los emergentes? Cualquiera podría quedarse con lo que se ha dicho en los libros de historia y que, para su negocio, siguen fomentando las empresas de turismo. Si voy a la India, allí son santones, yogas, gente que cree que se reencarna. Si viajo por el Islam, aparecen los sufíes, las grandes mezquitas, los imanes que resucitan, los camellos, etc. Estos son los lugares comunes del ideario que tenemos. Pero metiéndose allí, en lo presuntamente cultural, caminando por sus callejuelas y durmiendo en sus hoteles, conversando con la gente y mirando de soslayo, lo que se ve y se siente es otra cosa. Y al conversar con lo locales, bueno, viven de la cultura (de su pasado), pero no están en ella pues son unos parvenus. Hay que replantearse las preguntas, entonces. Hacerlas de nuevo y con palabras más modernas, comiendo en recipientes que ya no son los tradicionales y entendiendo que hay nuevas informaciones (provenientes de los cuatro puntos cardinales de la tierra) que han venido permeando el diario vivir, las creencias y los mismos rituales. Y así, el hombre o la mujer que se buscaban, ya son otros. No obedecen al arquetipo, ni siquiera a un fenotipo. Las mezclas se ven por todos lados. Son distintos y están viviendo en circunstancias diferentes. Son una transformación, una multiculturalidad, un yo con pedacitos de otros yoes (palabra con la que se confunde el diccionario y la gramática). La economía nos hace y nos deshace: somos hijos de las rutas del comercio y del desplazamiento. Y del arribismo.
SABER QUIÉN SOY
La literatura-periodística (la de los escritores viajeros) llena los vacíos de la historia, como lo hace la guemará, en el Talmud, con la Torá. Si Abraham fue visitado por tres ángeles y él los invitó a comer (lo literal), ¿qué comían esos ángeles? (lo supuesto). No comer, habría sido un asunto de descortesía… Lo que está dicho y escrito, a pesar de su amplitud, contiene a su vez muchos supuestos. Así, la tarea es saber dónde estoy y qué pasa ahí, redefiniéndome de nuevo en el estado actual, en el presente, que es lo único que existe (quizá por eso se diga que somos seres presenciales, de presente). Y si doy un paso, la condición cambia. Los rabinos han dicho: una cosa es según el sitio que ocupe, y cambiando de sitio lo que le sucede es un cambio, que la resitúa y la confronta. No hay nada exacto, entonces. Pasa como con los números, que existen en la medida en que se peguen a algo. Solos no existen ni el uno ni el dos ni el tres. Existen en calidad de un caballo, o dos gallinas o tres señoras. Bertrand Russell, el filósofo lógico inglés, trató de demostrar la existencia del número como tal y no hizo más que enredarse. Así que somos en relación y, al relacionarnos, la situación varía y hay que hacerse otras preguntas. En este punto, la inteligencia artificial tiene problemas: es una continuidad. En tanto que nosotros, somos una relatividad. Sujetos de encuentro, como diría Martin Buber. Y en el encuentro aparece la pregunta nueva y el tiempo que compartimos.
V. S. Naipaul fue un hombre de preguntas (la literatura nace de un asombro). Tenía muchas y en esta situación comenzó a moverse (se hizo periodista en Puerto España), cuestionándose (de quaestio, pregunta) sobre sí mismo, su gente (provenía de una casta de brahmanes del norte de la India, instalada en Trinidad y Tobago, en un vecindario abundante en musulmanes), los espacios de reconocimiento y su entrada a Inglaterra en calidad de colonizado. ¿Y quién es un colonizado? Alguien que trata de reconstruir su hogar en otra parte. Pero según Albert Memmi, el escritor judío franco-argelino, es un yo en situación de rebelión, pues el colonialista lo obliga a vivir bajo otros órdenes que, al no ser los suyos, lo violentan o al menos lo convierten en alguien marginal, siempre sujeto de sospecha. Franz Fanon, el pensador martiniqués, sería más radical: es un condenado de la tierra, rehecho y sin historia. Y como sabía de vudú, una especie de muerto vivo. Pero Naipaul no sigue estas corrientes. Admite que él no es en el lugar que está, que allí su cultura es un asunto casero, que debe hablar dos lenguas (la de la casa y la de la calle) y que no se mueve por entre totalidades sino por fragmentos que juegan con los tiempos. Y para unir lo uno con lo otro, hay que preguntar. Desde Los simuladores, donde estudia la esquizofrenia que genera la colonia y el caso de una revolución caribeña en la que no funcionan los sanadores, hasta ese libro inmenso que es India, en el que cuenta como esa cultura milenaria ha dejado de existir entre el humo de las chimeneas, los eternos trancones vehiculares, el comercio desmesurado y la nueva educación (o la adquirida por las comunicaciones globales), todo es mutante. El rio Ganges santificado ahora es un flujo de agua contaminada con peligro para la salud pública; los santones y los que le trabajan al turismo haciendo sonar flautas delante de serpientes (un país exótico es aquel donde los pobres hacen lo que sea por ganarse un dólar), se han vuelto caricaturas para tomarse fotos con los turistas, los viejos poetas como Rabindranath Tagore han sido reemplazados por novelas policíacas y antes que rituales, lo que hace la gente es ver televisión. Total, las cosas cambian y nosotros con ellas. Y en este cambio, saber quién soy no es fácil. A cada paso, El enigma de la llegada, esa bella novela autobiográfica donde hay que dejar lo hindú (esa era su religión), lo caribe y el exilio, para pedir permiso y ser un inglés y un convertido a Inglaterra. Y en todo esto de ir y venir, tuvo que sostenerse en algo: la pregunta no le pareció mal. Y con esas preguntas acerca del yo–aquí–ahora, realizó un trabajo de muy buena calidad, viajando por el sur de los Estados Unidos y ver la caída de las aristocracias; por las tierras de Venezuela (La pérdida de El dorado), los campos de Inglaterra y los países convertidos al Islam, que casi que han creado su propio Islam para no someterse totalmente a Alá. El converso pierde su historia, ve desmoronarse su cultura y se tiene que reinventar en una toma de fe que lo saque de lo que fue y lo ponga en lo que ahora quiere ser. Funciona con el deseo y este, en términos de Jacques Lacan, sesiona al sujeto y lo pone en estado de defensiva. Naipaul trata de no ser un converso ni un ser agrícola que asume la tecnología y ya lo de antes es un lastre, y menos alguien refugiado en el campo, cuidando flores y leyendo libros viejos, y mirando cada tanto al cielo para que la civilización no lo esté vigilando. Por eso, para no caer en el desborde de los imaginarios (querer creer lo peor) asume la pregunta, que es una condición de ser libre, y así se define en algo: alguien que va encontrando cosas.
AQUÍ Y AHORA
Vidiadhar Surajprasad Naipaul, recibió el premio Nobel de literatura en el 2001, siendo ya Caballero de la Orden del Imperio Británico, por servicios prestados a la corona (1990). Y esto pareciera raro, pues la tarea de Naipaul fue siempre reflexionar sobre el asunto del colonialismo y de cómo, perdido el pasado, restaba el presente y, ante este, hundirse en el pasado no era más que morirse (los únicos que tiene solo pasado son los muertos). Quedaba pues el hoy y el ahora, las huellas, los fragmentos conservados, las iras y los odios sin tener ya dónde situarse. Un presente que había que caminar haciéndole preguntas para escuchar lo simple o trozos de mitos. Y aquí y ahora, aferrado a la escritura, a la memoria propia y ajena, a lo que pasa y está ahí moviéndose en lo que queda, escarbando, leyó lo propicio a la confusión creada por el coloniaje. Y así, dejándonos llevar por la física (objetos en un espacio) y la química (transformándonos), creando una biología con la historia en veremos, vamos por ahí. Pero él fue por un camino: la escritura, que todo lo vuelve presente y único cuando resuelve la pregunta que se hace el escritor. Y en este punto, rehacerse tomando de aquí y de allá, como Patrick Modiano y Kazuo Ichiguro. O como las voces de Svetlana Alexiévich. Así que no es extraño que a Naipaul le hayan dado el premio en 2001, comenzando el siglo y dejando atrás lo peor. Un siglo nuevo para rehacerse, aunque todavía hierve. No sé si Naipaul, ahora muerto, esté reencarnando. Hay cosas que no se pierden: los temores, por ejemplo.
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* Memo Ánjel (José Guillermo Ánjel R.), Ph.D. en Filosofía, Comunicador social-periodista, profesor de la Universidad Pontificia Bolivariana (Medellín-Colombia) y escritor. Libros traducidos al alemán: Das meschuggene Jahr, Das Fenster zum Meer, Geschichten vom Fenstersims. En la actualidad se está traduciendo Mindeles Liebe.