Por Laura Espinal Gómez*
«No hay otra cosa que hacer»
(John Cage, 1961)
Hoy no hay héroes[1]. Quizá el mal del siglo consista en ello. Ese individuo que encarna la valentía de las batallas épicas en defensa del honor, ese que personifica la angustia de saberse incomprendido y se eleva en su emocionalidad; ese que actúa solo, vive en nuestros relatos. Todos los arquetipos de héroes desde el belicoso homérico hasta el loco enamorado modelan las fantasías de un tiempo y una forma de vida que ahora nos son extrañas. Estos individuos compartían la pretensión de ejecutar su propia obra. Hoy, en cambio, la lucidez que nos lleva a nombrar la naturaleza abismal del mundo que habitamos nos ha conducido a rendir un estéril «culto a la nada». Nadie quiere pensar su obra y parece haber desaparecido toda la energía para ejecutarla. Vale la pena dirigir una mirada crítica a ciertos discursos pseudofilosóficos que encontramos impresos en las vitrinitas de los supermercados. En estos textos suele promoverse una moral del desapego, orientada a erradicar todo sufrimiento mediante un zen decorativo de salón y un par de máximas estoicas descontextualizadas, cuya esencia es la quietud suscitada por un ayuno de proyecto.
El carácter incierto e incomprensible de la existencia humana es una realidad de hecho: reincidimos en el vértigo de contemplar esta condición. Pero es nuestra tarea —y probablemente la única— acondicionarnos a esta sensación abismal hallando vías para sostenernos. Esta formulación de la vida como un deber ineludible se encuentra presente en el centro de muchas éticas; sin embargo, conviene señalar que siempre existe la posibilidad radical de ponerle fin cuando se quiera. Ya Séneca denunciaba la inutilidad que tiene quejarse frente a la existencia cuando esta no retiene nada contra su voluntad[2], dejando ver que es nuestra tarea decidir lo que haremos de ella. Revisando este panorama, vemos cómo la conciencia de la situación del hombre en el mundo lo ha llevado a concebir una vida sin proyecto, en abierta oposición al ideal heroico. Es en este punto donde quiero destacar el potencial que tiene la música como medio para heroificar[3] al individuo frente a la conciencia de sus propias contradicciones.
En la obra de Zuleta[4] es común encontrar constantes referencias a la lógica de la tragedia y la racionalidad griega. El filósofo ve en la tragedia un medio para resolver el drama que surge cuando dos interpretaciones son irreconciliables y no puede efectuarse una síntesis dialéctica entre estas potencias opuestas. Probablemente sea atrevido afirmar que esta sea la condición natural del ordenamiento del mundo, y que la lógica como herramienta intente zanjar lo irreconciliable en él; sin embargo, este planteamiento puede resultar significativo para nuestra reflexión. Siguiendo esta línea, el héroe es quien toma conciencia de estas tensiones y se erige en un actuar que posiciona su voluntad como único mandato existencial. La conciencia de las contradicciones del entorno, el reconocimiento de la voluntad y el coraje para materializar la obra propia en el hacer son las condiciones que constituyen, de este modo, una naturaleza heroica.
Es posible establecer semejanzas entre términos cuando nos referimos al actuar de la voluntad. En este terreno, la filosofía nietzscheana tiene mucho qué aportar. Separándola de un mero instinto de conservación y dominio, el filósofo entiende la voluntad de poder como el motor interno presente en el universo, cuya naturaleza conduce a la afirmación de sí mismo en una expresión diferenciadora de la individualidad. En consecuencia, el arte con su dimensión intrínsecamente creadora es la manifestación viva del ejercicio de la voluntad de poder. Es así como el hacer, comprendido en este contexto como la expresión de una potencia voluntaria, opera como la estructura del acto heroico. Esto es, la posibilidad de transformar o traducir un asunto no resuelto en un movimiento más elevado.
Haciendo un breve recorrido por los arquetipos de héroe, destacan el homérico, en referencia al ideal de la Antigüedad Clásica, y el romántico, que se entreteje en muchas producciones artísticas decimonónicas, como los más influyentes en nuestros días. El héroe de las epopeyas homéricas está movido por un ethos del honor. En los mortales Aquiles, Héctor y Odiseo, por ejemplo, además de ver la contradicción de su tragedia, podemos destacar el sentido racional que los mueve a disponer tanto su fuerza física como su virtud en defensa de lo honorable. Aquiles se dirige conscientemente hacia una muerte gloriosa que articula su heroísmo cuando trasciende el deseo de venganza por la muerte de Patroclo y decide actuar en nombre de un ideal. Alejados temporalmente de la tragedia griega clásica, podemos observar también estos rasgos en el Hércules enloquecido senecano, pues el ideal del héroe madura hacia la propuesta de un Hércules cuyo trabajo más grande reside en ser un vir magna meditans[5]: no solo hace uso de su fuerza física sino de su conciencia reflexiva puesta en acto[6].
«¡Ah! ¡Si me hubiese cabido en suerte morir sacrificándome por ti! Con alegría, ¡con entusiasmo hubiera abandonado este mundo seguro de que mi muerte afianzaba tu reposo y la felicidad de toda tu vida!»[7] Estas son las palabras previas al disparo suicida del joven Werther, un personaje arquetípico del heroísmo romántico. Este sujeto se configura en el drama de lo real a través del ethos del enamorado–suicida[8] y es precisamente en este período donde la idea del héroe comienza a vincularse con la del artista. La contradicción de su propio drama subjetivo —el de ser derrotado en el amor— suele resolverse, entonces, mediante el acto pasional enloquecido. No es de extrañar el impacto que tuvo la filosofía nietzscheana en este contexto, pues nos instala un puente entre la Antigüedad y el Romanticismo al apuntar que, en un abismal mundo sin dioses, el deber humano es comportar un hacer en afirmación de la vida. Ninguna tradición, ni religiosa ni filosófica, ha tenido códigos éticos con estas características[9]. Derrotados u honoríficos, homéricos o goethianos, racionales o pasionales, los héroes hacen en obediencia a su voluntad.
La música como vehículo expresivo ha servido para la construcción de este ideal en el imaginario. Los relatos sobre héroes y la impresión del espíritu heroico han permeado diferentes composiciones musicales que van desde la esfera académica hasta los confines de las cantinas para despechados. El relacionamiento con estas músicas conduce no solo a que los públicos accedan a estos relatos, sino a que intenten fusionarse con los afectos que producen.
Las narrativas heroicas más frecuentes en la música romántica popular suelen aludir al arquetipo del enamorado–suicida. Las dificultades que atraviesan los protagonistas de las canciones de José José, Raphael, Jeanette y muchas otras figuras de la balada romántica, responden a un patrón: el individuo que sufre la imposibilidad de un amor absoluto, por el que está dispuesto a morir. El Triste pide «compasión y piedad» a su amada, advierte que su amor fue «escrito para la eternidad» y confiesa que es esa fuerza la única que le posibilita vivir. Todo esto se sostiene sobre la emocionalidad que produce un final en acorde mayor, introduciendo una ambigüedad expresiva que contrasta con el dramatismo de la letra. La alusión a la batalla se ejemplifica explícitamente en su canción Desesperado, pues en este similar contexto, José José encarna a un hombre derrotado, dispuesto a «aceptar lo que sea», pues ha quedado «acabado, sin ganas de vivir». A esta tesis que roza la muerte, se suma Raphael para declarar ser «aquel que por querer ya no vive» y por tener a su amada da la vida, terminando esta vez con un épico acorde en el relativo mayor. La mirada femenina también alimenta este arquetipo. En la dulce voz de Jannette, por ejemplo, se idealiza a un hombre débil como objeto de su amor. Este hombre, que imaginamos de mirada triste, luce como un vagabundo que «vive solo y necesita amor», pues su espíritu inocente suele hundirse en la tristeza apelando al delirio en materia poética. El arquetipo se completa y nos queda la pregunta: ¿quién busca realmente ser El Triste, el Desesperado? Las cantinas son testigos del llanto de hombres que viven sus gestos heroicos no realizados a través de estas narraciones y de mujeres que deliran imaginándolos protagonistas de aquellas empresas.
Esta fusión con los afectos que produce el entramado sonoro y los relatos subyacentes de muchas canciones, nos conduce a lo que M. Steinberg denomina deseo de mitologización[10]. La música clásica, o lo que asociamos a ese término, no se escapa de provocar este fenómeno. Siendo actores de dos siglos marcadamente nacionalistas, Beethoven y Chopin son buenos ejemplos de compositores que apelan al sentido heroico que tratamos. Ambos tienen obras que, ya sea por decisión propia o por la de sus editores, hacen referencia en su título al carácter heroico. Muchos nos sorprendemos al dejar caer un par de lágrimas injustificadas cuando, emocionados, casi podemos tararear la melodía de algunos compases cuyo carácter dista radicalmente de nuestra historia.
Habiendo explorado brevemente estos relatos en la música popular, corresponde abordar la esfera que impulsa esta reflexión. La ejecución, creación e incluso, la escucha contemplativa de la música, posibilita nuestra heroificación, pues esta ofrece una vía de síntesis a las relaciones no dialécticas que atraviesan el mundo que habitamos. Dicho de otro modo, la vía musical ofrece un vasto margen de posibilidades para transformar el tejido no resuelto de la contradicción humana. Actúa como el fruto de las tensiones provocadas por las potencias opuestas, transformando dicha tensión en un lenguaje sonoro que escapa de la lógica y navega en el territorio subjetivo.
En oposición a una cultura de la representación, la obra beethoveniana obedece a una retórica de la abstracción, pues su propia subjetividad se pone de manifiesto en ella. La Sinfonía N. 3, «Heroica», por ejemplo, se enmarca de forma literal en un motivo heroico —evidente con la conflictiva dedicatoria inicial a Napoleón— pero sugiere, paralelamente, una íntima afirmación de la conciencia de sí. Esta sinfonía presenta una tensión musical al contrastar los dos estallidos abiertamente grandiosos del inicio con los íntimos compases que le siguen. «El heroísmo es afirmativo» y en Beethoven se expresa como la afirmación del individuo que, consciente de su propia fragilidad, duda sobre su propio estatus heroico[11]. Cuatro décadas sucedieron para tener la Polonesa Op. 53, «Polonesa heroica» de Chopin, que en un explícito estilo nacionalista no se escapa de contener pasajes con un nivel de intimidad que resulta más afín a las condiciones de salud que el compositor estaba padeciendo por ese entonces. La contraposición irresoluble de sus aspiraciones y los límites de su cuerpo parecen tener una síntesis en esta composición y en muchas con las mismas implicaciones estilísticas. Así pues, el artista se hace héroe al trabajar por resolver las tensiones que le sugiere su propia vida, mediante la realización voluntaria de una obra que posibilite su sostenimiento existencial.
Entender al héroe como aquel individuo que ejecuta un hacer desde la voluntad en respuesta a la contradicción que lo envuelve, y ubicar la potencia expresiva que tiene un lenguaje como la música, nos permite celebrarla como vía para la transformación de nuestras angustias. Con todo lo nostálgica que puede parecer esta postura, me atrevería a sospechar de aquella que no surja como fruto de una tensión vital, como síntesis de una incomodidad original. Intuyo que la ‘buena música’ exige una postura heroica por parte de su creador o intérprete. Dicho de otro modo, la música no sería sin héroes.
Cuando perdemos la capacidad de celebrar la tragedia en todas sus dimensiones estéticas nos quedan pocas formas de atravesar sus implicaciones. Reconocer el carácter abismal de nuestro tiempo y decidir no movernos al respecto, puede provocarnos un ayuno de proyectos muy penoso. Estos son los síntomas más visibles del «culto a la nada» como nueva ética. «Nadie, en la actualidad, parece creer seriamente en la fortaleza de la conciencia artística para hacer frente al vértigo desconcienciador de nuestro tiempo»[12] y hace falta hacerlo. ¡Fiesta!
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*Laura Espinal Gómez. Es Música con énfasis en Piano Clásico de la Universidad EAFIT de Medellín como estudiante del doctor Rodrigo Vasco. Máster en Técnica y Biomecánica pianística de la mano del musicólogo Luca Chiantore en el Musikeon, España. Ha recibido premios destacados como: Joven Intérprete del Banco de la República en la categoría Solistas del año 2020 y primer puesto en la categoría Música de cámara del IV Festival-Concurso Nacional Pianissimo realizado en Medellín en el año 2018. Montajes performativos: Mis amores son líquidos y nunca he leído a Bauman (2023), Tejidos (2020), Trilogía femenina (2020), El piano pregunta (2019), Música a oscuras (2019) y Faustino Jaramillo (2019). Ha debutado como pianista de la Compañía Danza Concierto en el Teatro Mayor Julio Mario Santodomingo (2023) y en el Teatro Metropolitano José Gutiérrez Gómez (2024). Su interés por la exploración de diferentes problemáticas en la música la han llevado a interesarse por el mundo de la improvisación y la música contemporánea. Por otro lado, su afición a la literatura y la filosofía, le ha facilitado relacionar la práctica instrumental con la reflexión y la construcción de nuevas propuestas artísticas. Durante su carrera recibió también orientación de la maestra Blanca Uribe y del doctor Andrés Gómez Bravo.
[1] Considerando el uso histórico y las acepciones consolidadas del término, se optará por su forma masculina en el presente texto.
[2] Séneca, L. Anneo. Cartas a Lucilio en Habitar la virtud. (Colombia: SURA, 2023), 88-95.
[3] Se propone el neologismo «heroificar» como forma verbal del sustantivo «héroe» con el fin de expresar el proceso de afirmación activa mediante el cual un individuo se hace héroe.
[4] Zuleta, E. Arte y filosofía: Invitación a la búsqueda. (Colombia: Editorial Nomos S. A., 2022), 15-30.
[5] Séneca, L. Anneo. Tragedias I. (España: Gredos, 1979), 113-117.
[6] Se recuerda que el decimotercer trabajo de este personaje es la empresa de vivir, iniciada tras descubrirse asesino de su propia familia.
[7] Goethe, J. Wolfang. Wherter. (Colombia: Panamericana Editorial, 2002)
[8] También son mencionados los arquetipos de superhombre, sonámbulo, genio demoníaco y nómada en Argullol, R. El héroe y el único: El espíritu trágico del romanticismo. (España: Acantilado, 2008), 392-456.
[9] Ibid.
[10] Steinberg, Michael P. Escuchar a la razón: Cultura, subjetividad y la música del siglo XIX. (Argentina: Fondo de cultura económica, 2008), 115-139.
[11] Ibid.
[12] Argullol, R. El héroe y el único: El espíritu trágico del romanticismo. (España: Acantilado, 2008), 456.