YO SOY MILLER ANSELMO
Por Diego Alejandro Arias*
—¿Quién eres?
—No estoy seguro. ¿Qué quieres decir con eso?
—Quiero decir: ¿quién eres tú? ¿Qué estás haciendo aquí?
—Me trajeron aquí. Anoche, otros dos me recogieron y me trajeron aquí, a este lugar. ¿Pero qué quieres decir con eso de quién eres?
—Su nombre. ¿Tienes un nombre?
—¿Un nombre? No te entiendo. ¿Debería tener uno?
—Si eres uno de nosotros, debes tener un nombre. Solo somos dos aquí. No deberías estar aquí sin un nombre. Ambos tenemos nombres.
—¿Quiénes son ustedes?
—Bueno, nosotros somos dos. Estoy yo. Luego está el otro. El naranja que anda deprimido todo el tiempo como un pobre callejero. No te dará su nombre a menos que se lo pidas, es un rompecabezas hecho por los mejores maestros del oriente.
—¿Ustedes tienen estos tales nombres? ¿A qué se parecen?
—Hombre, estás bien perdido. Mira, los nombres no se parecen a nada. Un nombre eres tú, representa tu ser.
—Supongo que tengo uno. No sé. Los más grandes, los que me trajeron aquí, hablan otro idioma. No lo entiendo. ¿Es el otro, el naranja, es como los grandes que me trajeron aquí anoche?
—Oh no, no, de ninguna forma. No es como los más grandes. Es como nosotros, como tú, como yo.
—¿Como yo?
—¿Qué edad tienes? ¿De dónde vienes chiquitín?
—No recuerdo mucho. Recuerdo despertar en los brazos de uno más grande. Pero no los más grandes que viven aquí. Era alto y delgado con el cabello rizado y esponjado, un joven grande con un corazón de oro, pues él me ayudó en un momento de mucho miedo. Me recogió de una superficie dura y áspera, estaba fría y brillante, mojada por la lluvia que cayó anoche. Mi labio estaba sangrando. ¿Ves? ¿Puedes ver? Estoy herido. Los más grandes me trajeron aquí en una cosa calientica que cubría mi cuerpo hecho como con el pelo de una oveja. Yo estaba temblando, muerto del susto. Pero me dieron comida, una caja. Me siento mejor ahora. Los más grandes son buenas personas, por lo menos eso creo.
—Los más grandes nunca han traído otro aquí. Solo hemos sido yo y el tipo naranja.
—¿Cuál es la diferencia entre los más grandes y este otro tipo? ¿Y por qué es naranja?
—¿No sabes lo que eres?
—Sé que estoy cansado. Estoy asustado. Nunca he estado aquí antes. Lo poco que puedo recordar, antes de que el más grande, el otro más grande del cabello esponjado, me encontrara y me trajera a los más grandes con los que vives, es que estaba solo, con frío, caminando por el verde, rodeado por olores frescos y de un tejido suave. Por todos lados había ruidos fuertes de criaturas aterradoras, rápidas y espeluznantes.
—El otro, el naranja con la voz rarita, se llama Ricky. Yo soy Baby. ¿No sabes lo que eres?
—Ojalá te pudiera decir. ¿Por qué estoy aquí? Si eres como yo, entonces supongo que eso es lo que soy.
—Ven, pequeño. Tengo algo que enseñarte. Sígueme. Si tienes hambre, hay algo que creo que te gustará.
Ella me acompañó por un tramo de escaleras hasta una habitación grande llena de todo tipo de olores y objetos extraños de diferentes tamaños. Era negra con rayas blancas en el cuello y el estómago. Su nariz era negra, manchada hasta la boca y la barbilla. Era pequeña, solo un poco más grande que yo, pero era mayor, aunque no por mucho. Recuerdo que Baby estaba muy ansiosa por mostrarme esta habitación, volteándose a mirarme con sus grandes ojos amarillos y esperando mi reacción. Fui su pupilo desde ese momento.
—¿Qué es este lugar?
—Los más grandes lo llaman cocina. Ellos comen aquí o hacen su comida y la llevan a la otra habitación—, dijo y señaló con la cabeza hacia otro espacio dentro del edificio. Añadió: Y a veces comen allí juntos.
—Son muy diferentes a nosotros.
—Casi nada. Torpes, sin pelo, con un olor extraño a jamón y caldo de gallina. Pero somos muy iguales. No somos diferentes.
—Oh.
—Ven, ven, mira esto, te lo quiero mostrar.
Me llevó a un rincón de la cocina. Algunos pequeños trozos de comida se acumularon en el suelo. Un grupo de hormigas pasó caminando y nos miró. Se miraron el uno al otro cuando nos acercamos a ellos, y se apresuraron. Podía escuchar sus pequeños pies golpeando rápidamente, pisoteando el suelo. Hablaron entre ellos e hicieron una línea recta en un agujero dentro de la pared.
—Huélelas.
—¿Las hormigas?
—No, claro que no. Las galletas, la comida.
Las olí y la miré. Ella sonrió.
—Puedes comerlas. Cuando los más grandes preparan su comida, dejan caer parte de ella al suelo, y puedes simplemente acercarte y comerla.
—¿Le estás enseñando a comer como vos? ¿No ha traído ya suficientes malas mañas a esta casa? Su cara está sucia, y tiene lágrimas rodando por sus ojos, un chico sentimental, de esos que cantan y hacen muecas sofocantes. Llora, gime y gime. Estuve despierto toda la noche escuchando a este peladito lloriquear. Siempre lloriqueando. Parecía un maldito violín.
Una voz más fuerte y profunda habló desde la otra habitación. No se parecía a nada que haya escuchado antes. No pude ver quién era, pero era uno de nosotros. Hablaba nuestro idioma.
—Y así, él habla. El gigante silencioso nos honra con su sabiduría. Llegó el duque, abran camino mis plebeyos, que su eminencia llegó —dijo Baby. Ella puso los ojos en blanco y se alejó de la comida, sentándose a mi lado.
Entró en la cocina. Era el doble del tamaño de Baby, un naranjo grande con pelaje espeso y una nariz rosada. Llevaba un collar rojo con una campana azul en forma de pez alrededor de su cuello. Era el más grande que jamás había visto. Incluso los gamines criados y alimentados con ratas y pájaros no tenían el mismo peso descomunal del que se llamaba Ricky.
—Si vas a seguirla, hazte un favor y trata de no adquirir malos hábitos. Come todo lo que encuentra, directamente del suelo, queso, pan, carne, nada la satisface. La comida parece ser lo que más le motiva en la vida, su única razón por la que existe y duerme y respira y habla con los más grandes. Ella es más un perro que un gato. Cuidado con ella, amigo.
—¿Perro? —le pregunté.
Vino a mi alrededor, rodeándome, olfateándome y mirándome.
—Pero si solo eres un gatito. ¿Por qué te han traído aquí? Ya tuve suficientes problemas con este gato callejero que trajeron el año pasado. Ahora me quieren montar otro encima. No jodas.
Baby se rio.
— Oye, tú si eres malo, Ricky. No molestes al niño. No le hagas caso, pequeño. Nunca he vivido fuera. Nací en una casa y me crié aquí con los más grandes. Ricky es el que vagabundeó por las calles durante meses, o años, quién sabe con él. No dejes que te intimide, es todo pelo. Es todo humo y espejos, pero el man, al fin del día, es una buena persona.
—Veremos cuánto dura esta criatura. No le veo la gran cosa, pero es posible que me demuestre que estoy equivocado.
Ricky salió de la cocina, corrió hacia un sofá y se acostó sobre un cojín. Me miraba. Había algo en los ojos de Ricky, no era arrogancia, era algo que me daba tranquilidad. Sentía que, aunque era brusco, llegaría a ser un amigo, alguien que me iba a guiar por este mundo, este hogar que parecía ser una salvación, un albergue de amigos, de desconocidos que se convertían en familia sin importar el pasado, o, como en el caso mío, sin conocer de dónde venían.
Me comí los pequeños trozos de comida del suelo. La Baby también comió conmigo, y cuando terminamos, caminamos hacia una pequeña caja, nos metimos dentro y descansamos.
Antes de quedarme dormido, la cola de Baby se enroscó a lo largo de la mía, mi ojo derecho estaba lloroso, una pequeña gota se formó en el borde y luego rodó por mi cara. Pensé en este maravilloso lugar. Pensé en los más grandes y en quiénes eran y por qué me habían traído aquí. Pensé en lo que Baby había dicho antes. ¿Cuál era este nombre que se suponía que debía tener? El tema me preocupó mucho hasta que me quedé dormido y vi imágenes entrecortadas de otros lamiendo mi cabeza y durmiendo a mi lado, levantándome con sus dientes y dejándome caer sobre una superficie cálida, casera, de mucho amor y amistad.
* * *
El más grande, el más grande de los más grandes, se sentó en un rincón de una habitación en el segundo piso de la casa. Tenía lágrimas rodando por su mejilla. Empezó a llorar, gritando y sosteniendo su rostro entre sus manos. Los más grandes lloran diferente que nosotros. Sus caras se enrojecen, la piel, que tiene cabello en la parte superior de la cabeza, pero no alrededor de los ojos, y solo un poco que se forma alrededor de la boca de los hombres, se sonroja. Sus ojos se ponen brillantes, rosados, la piel por encima y por debajo empieza a hincharse y toma un color rojo, casi ardiente. El más grande lloraba en voz alta, sentado en la baldosa fría y hablando un idioma que, como siempre, no podía entender.
Me acerqué a él y me senté en sus piernas. Él puso su mano derecha sobre mi cabeza y frotó el pelaje debajo de mi barbilla.
Murmuró algo y luego se rio.
—¿Estás bien? —le pregunté.
Me tomó en sus brazos y me abrazó. Sentí su amor, su bondad, su afecto fraternal. Me había dado un hogar, y yo llevaba varios meses viviendo con ellos y los demás, los que son como yo, los que son gatos. Nunca había visto al más grande así. Estaba tan angustiado. Me habló y yo le hablé. Pero aprendí, y Baby y Ricky me lo habían confirmado, que solo podíamos entender la inflexión, la emoción, en nuestras voces, pero debido a nuestras diferencias, no podíamos distinguir el idioma del otro. Los más grandes tenían sus propias turbulencias, su propio mundo exterior que les acarreaba mucho disgusto e infelicidad. A menudo me preguntaba cómo este mundo exterior ocupaba tanto de su tiempo y por qué no podían simplemente quedarse con nosotros aquí en nuestra casa. Tenemos todo lo que necesitamos aquí. Tenemos comida, camas y espacios donde podemos acostarnos y disfrutar de los rayos del sol. ¿Por qué los más grandes deben irse todos los días y aventurarse en el mundo exterior? ¿No es esto suficiente? Estar aquí con nosotros, una familia unida, Baby, Ricky, yo y los más grandes. Me cuesta entenderlos, pero los amo. Podía sentir los brazos tensos del más grande. Mientras me abrazaba y yo ponía mi pata en su hombro, dejó de llorar y me levantó, nos llevó a la cama en el medio de la habitación y se acostó. Me quedé allí con él hasta que se durmió y luego me puse de pie, salté de la cama y bajé a la cocina.
—¿Está bien? —preguntó Baby.
—No estoy seguro. Él estaba muy triste. ¿La otra más grande está aquí?
—Ella está en el mundo exterior. Debería estar aquí pronto.
—Me preocupo por él.
—Yo también. Él debería estar feliz. No me gusta ver llorar a los más grandes.
—Yo tampoco.
—¿Baby?
—¿Sí?
—¿Recuerdas el mundo exterior?
—No precisamente. Vine aquí más chiquita que vos. Sé que a veces vamos al lugar con los hombres que nos pinchan con los palos de metal y nos miran los oídos y nos tocan el pecho y, bueno, ya sabes qué más, pero no estoy muy familiarizada con el mundo exterior.
—¿Y Ricky, él sabe algo?
—Ah, bueno, esa es una historia diferente. ¿Nunca le has preguntado?
—No, no lo he hecho.
—Esa es una conversación que es mejor que tengas con él. No debería hablar por él.
Entré en la sala y encontré a Ricky mirando por una ventana, atento y concentrado. Estaba directamente enfrente de la gran estructura de madera donde los más grandes comen. A Baby le gusta ir a dormir encima de la estructura hasta que la más grande y sabia le dice que se baje gritándole algo.
—¿Ricky? ¿Tienes un segundo?
—Seguro que sí. ¿Qué pasa amigo?
—Espero no estar interrumpiendo nada.
—Por supuesto que no. Vi a uno pequeño por ahí y lo estaba observando de cerca. Un gorrioncito buscando comida.
—Ricky, ¿has vivido en el mundo exterior?
—Ah, el mundo exterior. Sí, he vivido allí. Pasé un año entero de mi vida viviendo dentro de una caja de cartón en China.
—¿China?
—Es un lugar muy lejos de aquí. Más lejos de lo que te imaginas, pequeño. Bien podría estar tan lejos como dos galaxias para nosotros los gatos.
—Está bien, pero, no te entiendo, no entiendo nada Ricky.
—Ya veo, algún día aprenderás, no le des mucha mente a eso. Ahora, ¿qué es eso del mundo exterior? ¿Por qué el interés?
—El más grande está triste. Está llorando. Creo que el mundo exterior le hace daño.
—Cuando viví en China, experimenté frío, hambre, soledad. Ese mundo es feo. Te destruirá lentamente, luego te consumirá cuando ya estás flaco y desgastado. Los más grandes, un día, me llevaron a su casa, era diferente entonces, un lugar con tres cuartos, dentro de una estructura más grande muy alta en el cielo. China es diferente de este lugar, de esta parte del mundo exterior. Aprendí a vivir solo durante ese año, obviamente antes de conocer a los más grandes, pero ellos me trajeron a este nuevo hogar, me dieron lo que tenemos ahora, lo que disfrutamos. Incluso entonces, después de regresar del mundo exterior, el más grande llegaba a casa y lloraba mucho, llantos fuertes, mocosos. Bebía de las botellas de vidrio, lloraba y se quedaba dormido en un gran sofá. Yo me acercaba y lo ayudaba, le quería hablar, darle consejos, pero lamentablemente no nos entendemos. Tu ya sabes cómo es esa vaina.
Pensé en Ricky y su vida antes, allá afuera, en esa tal China, en ese mundo que me acababa de mencionar. Pensé en lo lejos que debe estar ese mundo de donde estamos. El mundo exterior que conozco está lleno de hierba, insectos y calor. Nunca he conocido el frío; esto no es parte de nuestro hogar o del mundo exterior en el que vivía antes de que me arrojara de una motocicleta un más grande malo. Pero ese incidente con ese más grande con el corazón negro y capaz de casi matarme, cuando solo tenía unos meses, en este mundo demuestra que Ricky tiene razón, que si uno más grande puede ser tan cruel como para lanzarme desde una motocicleta hacia el techo de hojalata de una casa, entonces qué despiadado y peligroso debe ser el mundo exterior para nosotros, para los gatos, y también para los más grandes con almas como nuestros más grandes, nuestros amigos.
—Pequeño, una pregunta, yige wenti xiaomao, ¿ya aprendiste tu nombre? Es una de las pocas palabras que debes entender de los más grandes. Así es como aprendí que soy Ricky.
—Si, ya conozco este nombre. Aprendí que así era como me llamaban cuando pude reconocer dos palabras que usaban para llamarme la atención.
—¿Cuál es este nombre, amiguito?
—Es Miller, Miller Anselmo.
—Un hermoso nombre. Eres un buen Miller Anselmo. Te queda bien, te representa.
* * *
Una madrugada, los más grandes nos despertaron a todos, nos juntamos en la sala familiar y ellos comenzaron a colocarnos en pequeñas estructuras que nunca habíamos usado. Ricky entró en su jaula, se acostó y cerró los ojos. Baby y yo nos miramos desde el otro lado de las cajas duras.
—¿Que está sucediendo? —pregunté.
—No tengo ni idea. Nunca los había visto hacer esto antes —Baby respondió.
—Nos mudamos —intervino Ricky.
—¿Nos mudamos a dónde? —le pregunté.
—A otra casa, supongo. La última vez que la casa se veía tan vacía y me pusieron en una caja dura fue cuando los más grandes se fueron de China para mudarse aquí, a este lugar que llaman Costa Rica. Supongo que ahora nos dirigimos a otro lugar.
—¿Costa Rica? ¿Ese es el nombre de este lugar? —preguntó Baby.
—Ustedes dos parecen vivir en las nubes. Hasta yo sabía eso. ¿Nunca hablaste con los gatos callejeros que venían a nuestras ventanas por las noches?
—No, los más grandes los corrieron cuando vine aquí. Nunca tuve la oportunidad de hablar con ellos. Fueron amables, pero nunca regresaron.
—Ah, bueno, aquí es de donde ustedes dos son, de esta tierra que llaman Costa Rica. Y ahora supongo que nos vamos a otra tierra, a otro mundo, a otro hogar.
Miré alrededor. Podía sentir mi corazón convertirse en un nudo en mi garganta. ¿Otra casa? ¿Podría ser eso posible? ¿Podrían los más grandes cambiar de casa con tanta frecuencia? Veía cómo Ricky estiraba sus patas dentro de su caja dura y cerraba los ojos. Admito que verlo a él, el más experimentado de los tres, acostarse y adaptarse a este cambio tan brusco, tan de la nada, con relativa facilidad me hizo sentir un poco más relajado acerca de lo que estaba sucediendo. Pero la brusquedad todavía me desconcertaba. Era difícil entender a los más grandes y su naturaleza tan ligera, tan dinámica para actuar, para cambiar su mundo sin considerar el caos en que metían a aquellos que los amaban. Después de dos años de vivir con los más grandes, todavía tenía problemas para entender su comportamiento. Baby, quien me decía que éramos todos iguales, aun no podía explicarme por qué ellos, los más grandes, se dejaban seducir tan fácilmente por los cambios de sus emociones y el mundo externo que los atormentaba con tanta frecuencia. Una frecuencia que parecía ser el master verdadero de sus vidas privadas, que los controlaba como un virus, como una bacteria, como algo no de nuestro mundo, pero de un plano que, aunque no podemos verlo, dicta gran parte de nuestro destino.
Nos acostamos dentro de las cajas duras hasta que el animal en movimiento en el que estábamos se detuvo fuera de una gran estructura, un lugar enorme lleno de muchos más grandes, de todos los tamaños y colores, como un lugar de reunión de los más grandes con cajas en sus manos, a sus costados, frente a ellos, detrás de ellos, por todas partes a nuestro alrededor como un océano de cajas y más grandes caminando en todas direcciones. ¿Qué era este lugar? ¿Adónde nos llevaban estos manes?
—Cuando llegues a la fila de los más grandes, verás que algunos miran dentro de nuestras cajas, no te preocupes por ninguno. Mantente cerca de nuestra familia. Después de la inspección, súbete a la caja y disfruta del viaje. Serán un par de horas extrañas —dijo Ricky.
Desde mi caja, miré a Baby y ella hizo un gesto de extrañeza.
—Pues, toca hacer lo que dice. Ya ha hecho esto antes —ella dijo.
Esperé hasta que la fila de los más grandes rodeara unas mesas de metal brillante y objetos blindados que hacían ruidos extraños, y cuando se detuvieron, estábamos de regreso en nuestras cajas. Nuestra familia esperó dentro de una habitación grande hasta que nos llevaron a un espacio que parecía el estómago de algún tipo de monstruo blanco. Los más grandes nos colocaron debajo de sus asientos, dentro de un espacio que estaba oscuro y olía a los mismos fluidos que la más sabia usaba con frecuencia para limpiar las manchas en la cocina y los baños.
Permanecimos dentro del monstruo durante horas. Mientras estaba en la caja, escuché todo tipo de ruidos escalofriantes, pitidos extraños, voces distorsionadas y el zumbido de una especie de bestia grande, tal vez el mismo monstruo. Baby se durmió y por ahí una hora después se escapó de su caja, caminando hacia la más pequeña de los más grandes y se quedó dormida encima de sus piernas. Minutos después, ya cansado de un día largo y confuso, también me quedé dormido. Mientras estaba en mi caja, mi mente consciente en otro mundo, otro universo hecho de gato y otros más grandes, nubes y tazones interminables de comida, fui testigo de una habitación de gatos cubiertos con telas blancas, rezando en algún tipo de reunión. En la entrada de un imponente salón, figuras de piedra con cuerpos de los más grandes, pero rostros de gato, sostenían objetos afilados de bronce en sus manos. Cuando miré las caras de las criaturas de piedra, se abrieron sus ojos, dando paso a unos círculos amarillos brillantes, como fuego antiguo, algún tipo de elemento supernatural, casi restregado de algún imperio ajeno, algún lugar que aún no ha sido hecho realidad por las fuerzas que controlan nuestra existencia.
Cuando el zumbido terminó y los más grandes nos sacaron a los tres de nuestros espacios debajo de las sillas, nos encontramos en otra gran estructura llena de las mismas caras y objetos que habíamos visto antes. El aire era caliente y seco. Los más grandes hablaban diferente. Se movían con largas zancadas y rápidas sucesiones de sus piernas. Eran como criaturas controladas desde lejos, sus rostros inexpresivos y vacíos, sus ojos como ciruelas con interiores huecos y blancos.
—¿Qué es este lugar? —pregunté.
—He estado aquí antes. Hace muchos años. Cuando salimos de China y vinimos a Costa Rica, nos detuvimos aquí por varios días. Por lo que puedo recordar, hace frío ahí fuera, pequeño.
—¿Es este nuestro nuevo hogar? —preguntó Baby.
Pasamos por delante de más pitidos y de los más grandes con sus ojos espantosos, hasta llegar a una especie de puerta que se abría sola. Fue en ese momento que me encontré con un viento tan frío y fuerte que me picó la nariz y estornudé dentro de mi caja.
—No estabas mintiendo. Este frío es de dar miedo —dije.
—Todavía no has visto nada. ¡Solo espera! —respondió Ricky.
Abordamos otro de los monstruos que rodó a través de pastos verdes, estructuras altas que parecían tocar las nubes y los rellenos azules del cielo, y monstruos más grandes de aproximadamente la mitad del tamaño del que nos trajo a esta tierra gris e incolora. Y, una hora o dos después, cuando el monstruo redujo la velocidad y los más grandes salieron y llevaron nuestras cajas a una estructura más pequeña con colores azul y blanco, pisos de madera y una escalera gigante que conducía a un largo pasillo, los más grandes abrieron nuestras puertas. Salimos de los palcos, con las extremidades cansadas y anhelando una buena carrera, y miramos alrededor de este gigantesco y anormal lugar.
Ricky echó a correr, y luego Baby y yo lo seguimos. Corrimos por la gran sala y entramos en una cocina impecable con estructuras brillantes y una ventana del tamaño de una pared entera, donde podíamos ver extraños pájaros y roedores afuera en un espacio abierto hecho de árboles gigantescos sin hojas, desnudos como los más grandes cuando se limpian en la madrugada. Regresamos corriendo a la sala familiar y después subimos las escaleras, explorando, gozando, seres libres en una de esas galaxias lejanas que Ricky me había mencionado.
—¡Estamos en casa! —gritó Baby.
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* Diego Alejandro Arias vive en Nueva Jersey desde 1990, pero nació en Itagüí, Colombia en 1984. Tiene una licenciatura en Literatura Inglesa e Italiana de la Universidad de Rutgers, donde realizó una doble especialización y se graduó en 2006. Trabajó en análisis político e investigación antipobreza antes de graduarse con un doctorado en derecho de la Universidad de Rutgers en 2012. Desde 2015, ha sido diplomático de los Estados Unidos para el Departamento de Estado, donde trabajó para la Casa Blanca, el Congreso y numerosos gobiernos extranjeros, incluidos China, República Dominicana y Costa Rica. Habla inglés, español, mandarín e italiano.
Ha sido publicado en los Estados Unidos y el Reino Unido. Es autor de un libro de memorias sobre su vida como inmigrante colombiano, abogado y diplomático. En 2023 regresó a Nueva Jersey como abogado de derechos civiles y escritor.
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