FANTASMAS, MITOS Y LEYENDAS EN «EL TAMAÑO DE MI ESPERANZA»
Por Santo Gabriel Vaccaro*
Traducción de Revista Cronopio
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La frase inicial de «El tamaño de mi esperanza», de Jorge Luis Borges, dice «A los criollos les quiero hablar». Parece proponer, como refiere Farias (1992, p.37), un «llamado a compartir una misión histórica trascendental». Acerca de este llamado se puede decir que postula un destinatario y una pregunta. El receptor pertenece a una categoría especial de «criollo», clase que abarca los hombres que sienten en la piel la «argentinidad», que no tienen lazos emocionales o admiración por Europa, que viven y mueren en la tierra que aman, que son valientes y que se enorgullecen de la tierra que pisan. En cuanto a la pregunta que dice: «¿Qué hemos hecho los argentinos?» (Borges, 1993, p.11), tal interrogación busca las respuestas de ese tipo especial de criollo, quien parece poseer un carácter especial que excluye a cualquier ciudadano, incluso al nacido en la propia Argentina, quien sigue el patrón dictado por la Europa del momento (lo extranjero, lo distante).
Este personaje no es una figura del campo, ni tampoco lo es de la ciudad moderna. Este tipo de «criollo» al que se refiere el texto no es específicamente el gaucho, relacionado y unido a la Pampa, sino al «compadrito» o «malevo», figura típica de los arrabales y de la periferia de Buenos Aires —patria descrita por Borges—. Este «gaucho en su versión urbana, o más bien, suburbana», esta «especie de reencarnación urbana, mezcla de criollo e inmigrante, es el verdadero gaucho» (Cruz, 2004, p.146-147). Parece que él está llamado a dar una respuesta y a erigirse en la figura que, más allá de un arquetipo literario, debe llevar sobre sus espaldas la construcción de un símbolo de «argentinidad». Por supuesto, se trata de una gran sátira de lo que puede ser el prototipo o el representante único de un país.
El «compadrito» no es un representante de un pueblo. Se trata básicamente de un tipo especial de «criollo» (entendida como sujeto autoctono, de profunda relación con su tierra) que se encuentra en las «orillas» o márgenes de la ciudad. En «El tamaño de mi esperanza», este «criollo» singular fue definido, no por su origen o por su sangre, sino por su relación con la patria (barrio o universo). Esta diferenciación tiende a aclarar que el arquetipo del «compadrito» se basa en las características extra-geográfica y nace de la postura de que el hombre marginal tiene hacia la vida.
Es interesante observar cómo el texto intenta comunicarse con el «compadrito» desde una posición diferente de la de otros escritores nostálgicos, que escriben sobre los «criollos» con los parámetros europeos, aquellos que escriben en Buenos Aires con la cabeza en el viejo continente:
A los criollos les quiero hablar: a los hombres que en esta tierra se sienten vivir y morir, no a los que creen que el sol y la luna están en Europa. Tierra de desterrados es ésta, de nostalgiosos de lo lejano y los ajeno: ellos son los gringos de veras, autorícelo o no su sangre, y con ellos no habla mi pluma. (BORGES, 1993, p.12)
El texto está dirigido a una generación que comparte un espacio que está tratando de construir, y también trata de crear un verdadero mito con esta nueva figura. Mito que no representa un país, sino que está en el texto como alguien que parece reclamar ese título. El gaucho, incluso sin el alcance universal, ya era una leyenda y ocupaba las páginas de la literatura argentina. Ahora —parece inferirse del ensayo borgeano— es el momento de un nuevo personaje, el cual puede compaginar con el universo a partir de una sólida imagen mítica en el país del que es originario.
La visión del texto parece acercarse a la patria de los argentinos y, especialmente, alrededor de la patria de los «compraditos», pero al mismo tiempo, dando un aire de universalidad a ese espacio en particular. En esta línea de pensamiento, se puede encontrar el diálogo textual permanente con otros autores, más allá de la estricta conexión con la civilización occidental.
Así, se enumeran una serie de acontecimientos históricos realizados por los argentinos a lo largo del tiempo, pero ninguno de ellos parece corresponder a un hecho que efectivamente haya sido importante o fundamental para la humanidad. Lo que hizo el grupo de personas que haya sido o sea el pueblo argentino hasta 1926, si es que realmente hicieron algo, es lo que parece preguntar el texto. Esta pregunta es seguida por un razonamiento filosófico que señala hechos que merecen ser recordados como eventos de importancia fundamental. Hay, en el ensayo, hechos que pueden estar relacionados con acciones históricas y hechos vinculados con la literatura y la escritura. La resistencia a las invasiones británicas, las guerras por la independencia, la batalla de Monte Caseros y la Santa Federación son hechos históricos. Sarmiento, Hernández, Mansilla, del Campo, Wilde, Carriego, Fernández, Güiraldes, Groussac, Lugones, Ingenieros, y Banchs son los nombres del segundo grupo.
Este reduccionismo apunta falsamente la pobreza del hacer nacional. Un español puede presumir del descubrimiento de América, dirá el texto, pero un argentino no tiene en su historia un hecho de tal dimensión que merezca ser citado. En el pasado no hay casi nada, y lo que existe es muy vago. Así es como el ensayo nos señala que no hay leyendas recorriendo las calles de Buenos Aires:
He llegado al fin de mi examen (de mi pormayorizado y rápido examen) y pienso que el lector estará de acuerdo conmigo si afirmo la esencial pobreza de nuestro hacer. No se ha engendrado en estas tierras ni un mística ni un metafísico ¡ni un sentidor ni entendedor de la vida! […] No hay leyendas en esta tierra y ni un solo fantasma camina por nuestras calles. Ese es nuestro baldón. (BORGES, 1993, p.12-13)
De esta manera Borges crea para sí un espacio en blanco que puede ser llenado con un personaje, no suficientemente explorado, que se encuentra igualmente en un territorio poco explorado: la periferia de la ciudad.
Al respecto de ese espacio, son muy explicativos los comentarios de Sarlo:
Lejos de considerarlas un límite después del cual sólo puede saltarse al mundo rural de Don Segundo Sombra, Borges se detiene precisamente allí y hace del límite un espacio literario. En «las orillas» define un territorio original, que le permite implantar su propia diferencia respecto del resto de la literatura […] Borges inscribe una literatura en el límite reconociendo allí una forma cifrada de la Argentina. Superficie indecisa entre la llanura y las primeras casas de la ciudad, «las orillas» tienen las cualidades de un lugar imaginario cuya topología urbano-criolla dibuja la clásica calle «sin vereda de enfrente». (SARLO, 1995, p. 54-55)
Sobre dicho aspecto territorial se observa que en el texto hay referencias directas especiales a las calles de Buenos Aires, y no se observan los mismos comentarios en relación con el campo (lugar que ya tiene sus propios héroes). Aquí, de nuevo y entre líneas, puede identificarse la intención de marcar la supuesta necesidad de un prototipo mítico de carácter mixto (urbano y rural), un estereotipo de los márgenes, un personaje ya probado por Carriego en su poesía, pero al que Borges intenta dar la forma de la nueva cara literaria del barrio popular. El «compadrito» borgeano se establece como un personaje duradero y reconocido en las letras del país.
Tal vez el tamaño de la esperanza borgeana radique en ese carácter suburbano. Símbolo llamado a llenar el vacío hipotético de las calles porteñas y a escribir en la historia una página esencial para responder a la pregunta central del texto. Una simple pregunta que intenta, más allá de la crítica, ver lo que se ha hecho que puede servir a los demás, a la civilización. El joven Borges parece mirar y preocuparse, en sus ensayos iniciales, por un espacio —la ciudad de Buenos Aires y su márgenes— y algunos personajes —los históricos y los que luego vendrían— que conforman una realidad, su realidad amplia, una que permite que tanto lo cosmopolita como lo propio.
Es allí, entre el «progresismo» marcado por su aspecto cosmopolita y el gauchismo, sinónimo de un regionalismo que refleja la vida solitaria del gaucho en la enorme extensión de la pampa, que el escritor trata de recuperar un recuerdo borroso y dar un poco de luz que proyecta al futuro. Este es el tamaño de la esperanza de la joven Borges. La esperanza no nace en los polos, sino en las márgenes, en los suburbios y busca nuevos espacios con nuevos ocupantes para la literatura argentina. Cuando leemos que afirma «la esencial pobreza de nuestro hacer» (Borges, 1993, p.12), entendemos una estrategia para debilitar el pasado, para facilitar un futuro, la idea de mostrar un pasado que universalmente no ha aportado nada a los ojos de la historia de la humanidad, para preparar un terreno fértil para la novedad de lo que está por venir. Si no «hay leyendas en esta tierra y ni un solo fantasma camina por nuestras calles» (Borges, 1993, p.12), ellas pueden ser creadas.
Una de las estrategias para crear una leyenda que converse con la universalidad, según Borges, parece ser el hecho de desarrollar algo verdaderamente patrio, pues crear algo propio no significa no hablar, ni mantener el diálogo o estar en contacto con el mundo:
No quiero ni progresismo ni criollismo en la acepción corriente de esas palabras. […] No cabe gran fervor en ninguno de ellos y lo siento por el criollismo. Es verdad que de enancharle la significación a esa voz —hoy suele equivaler a un mero gauchismo— sería tal vez lo más ajustado de mi empresa. Criollismo, pues, pero un criollismo que sea conversador del mundo y del yo, de Dios y de la muerte. A ver si alguien me ayuda a buscarlo. (BORGES, 1993, p.14)
En este sentido puede producirse un fantasma o una leyenda para Buenos Aires. Así pues, el arrabal y el «compadrito» pueden significar la creación de lo nuestro y, tal vez, algo que también puede ser esencial y universal. Es crear algo «criollo», pero también general, como la valentía y el honor, como la defensa de la vida por las armas y la pasión por el juego. Sólo así podría entenderse un símbolo que camina bailando, el hijo del honor y el tango, y que se acompaña de navaja y cartas de truco.
Se propone, pues, un mito para una futura esperanza, una esperanza de las márgenes regionales y simultáneamente de los universos. Es así como, estando bien hecho, el suburbio y su entorno cargados de magia pura, se pueden transformar en belleza.
Borges, haciendo hincapié en su creencia, trata de mostrar su idea del país de Buenos Aires (y alrededores) el cual tiene su historia en el mañana y la grandeza delante de sí. Así que, basándose en la creencia de la «argentinidad» instalada en las páginas de la historia aún por construir, invita «a ser dioses ya trabajar en su encarnación» (Borges, 1993, p.14).
Para crear algo universal y «criollo» que descanse en la esperanza, se debe debilitar el pasado y agrandar el futuro. Esta es la estrategia que utiliza para fortalecer un personaje y un espacio elegidos para ser contraparte de aquel que es soberano en Martín Fierro y su Pampa.
Es en este sentido, y con esta intención, que Borges sugiere que no basta con un «criollismo» vinculado a un potencial Fierro, quien no pudo salir del mero «ismo» argentino, ni con las leyendas de los grandes patriotas y gauchos heroicos, las cuales no fueron suficiente para dar vida a un referente universal. Buenos Aires, mirando hacia el futuro, posee todos los elementos necesarios para crear una gran patria «criolla» y este país se basa en la figura del «compadrito». Esta figura, como acertadamente dijo Farias (1992, p.40) citando a Borges, fue un sujeto histórico que no había sido objeto de un estudio especial y que podría ser utilizado como base de la leyenda que alcanzará la nueva identidad argentina.
Parece que la nueva esperanza literaria argentina ya no estaba vinculada a la pampa, o al gaucho. La página esencial, en apariencia, se encuentra en las márgenes de Buenos Aires y desde este nivel verdaderamente «criollo» conversa con el mundo, con uno mismo, con Dios y hasta con la muerte, en palabras de Borges. Un «criollismo urbano universal», como Camurati señala (2005, p.276), que aproxime los términos de lo local con lo cosmopolita. Un intento, muy irónico [1] y juguetón, por supuesto, de poner las futuras cartas de un país, o una potencial historia trascendental de su tierra, en las márgenes de una ciudad, a cargo de hombres silenciosos [2] dedicado a peleas con cuchillos y noches de tango.
NOTAS
[1] Una forma de concebir este movimiento borgeano es entenderlo como una respuesta irónica a otro intento de unificar el heterogéneo pueblo argentino con un estereotipo individual, el gaucho Martín Fierro, en las conferencias de Leopoldo Lugones que dieron lugar al libro El payador.
[2] En relación a otras características del «compadrito» es interesante señalar que en Borges la visión del personaje «se aleja de la que aparece, por ejemplo, en el sainete, donde se lo mostraba como pendenciero, hablador y como alguien que estaba permanentemente embarcado en la conquista de mujeres, lo que termina por llevar a un combate generalmente sangriento. El compadrito de Borges, que ha terminado imponiéndose como idea, es silencioso, comedido, alguien que elige muy bien lo que ha de decir, pues sabe que una palabra de más puede llevar a la pelea y a la muerte». (MAYER, 2006. p. 55-56)
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* Santo Gabriel Vaccaro es ensayista y escritor. Es Profesor graduado en Procuración y Derecho por la Universidad Nacional de La Plata – UNLP, Licenciado en Letras y Maestro en Literatura por la Universidade Federal de SantaCatarina -UFSC en Brasil. Es doctor en Literatura de la UFSC y profesor en la UFFS. Es miembro del grupo de estudios Trânsitos Literários de la UFFS.