Interludio Cronopio

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LA MÚSICA COMO METÁFORA SOCIOPOLÍTICA

Por Gustavo Yepes L*

Cuando hablamos de una metáfora,  significamos  un símil, una comparación, un paralelo. Es curioso que el hacer musical, en sus varias facetas, pueda ofrecer a la sociedad ideas y criterios iluminantes acerca del quehacer sociopolítico dentro de un espíritu de sana y fructífera convivencia.

La proposición central es entonces ésa. El hacer musical provee interesantes y válidos argumentos, por vía de la semejanza y la comparación, para una convivencia social armónica de una nación que en su país, sitio geográfico o hábitat haya creado un Estado dirigido por un gobierno para buscar el bien común. A veces hay que insistir en estas palabras porque, en muchas ocasiones, no están claramente distinguidas en el discurso de buena parte de los que se dedican al ejercicio del poder.

Uno puede oírlos diciendo, por ejemplo, que hay que informar al país, y entonces se puede preguntar qué sentido tiene informar al territorio, que no puede oír ni entender. Habría que informar a la nación, que es la gente, la comunidad, el pueblo; no al país.  Pero nuestros “pseudopolíticos” suelen confundir eso y, quizás, esa ignorancia es la que hace que no distingan, digamos, entre el tesoro privado y el público, haciendo de la supuesta república (cosa pública, res pública), una “res privada”. Está entonces, la nación en un territorio o país, conformada en un Estado con un gobierno que dirige ese estado.
Existen palabras claves alrededor de las cuales vamos a orbitar en este sencillo artículo en el que, desde la música, hablamos de algo que no es de nuestra especialidad aunque sí, necesariamente y en cuanto ciudadanos, de nuestro resorte. Tales palabras claves pueden ser: música, política, obra, plan, dirección, autoridad, persona, sociedad, transdisciplinariedad, bien común, diversidad, ciencia, arte, tecnología. Y también algunas que son propiamente musicales: armonía, contrapunto, orquestación, composición, aunque también se usen metafóricamente en otros contextos conceptuales.
Antes de entrar en el tema de los paralelos con los diversos subcampos del hacer musical, veamos rápidamente cuáles son esas especialidades. Se trata, en primer término, de la creación, es decir, la composición; luego, de la ejecución interpretativa o recreación, que está a cargo de los músicos que hacen las obras directamente ante el público, es decir, los directores, los cantantes y los instrumentistas. Porque el compositor crea, pero la música, para poder ser disfrutada, necesita ser recreada por alguien que toma un soporte gráfico o texto escrito, normalmente llamada partitura y la traduce a sonido efectivo, sin olvidar que el mundo contemporáneo proporciona otros medios técnicos, hoy en día, que permiten hacer y recrear música sin partir de un texto escrito sobre papel o por medios instrumentales diferentes a los puramente mecánicos, especialmente por el uso de la electrónica y la cibernética. El tercer subcampo es de la tecnología musical, que hace posible la invención, fabricación, mantenimiento y reparación de los equipos, de los instrumentos que sirven para hacer práctica musical. Y, finalmente, el de la reflexión teorizante, científica e historizante sobre la Música, vale decir, la musicología, que se alimenta, especialmente, de estudios transdisciplinarios con la Historia, la Física, la Lingüística, la Psicología,  la Filosofía, la Sociología, etc.

Viene entonces aquí un primer paralelo pues, si tomamos como objetivo de la sociedad y de la política eso del bien común, que podríamos asumir como la mejor justicia social accesible – porque la política tiene que tratar de lo posible -, nos encontramos con que esa creación de la obra musical puede traducirse políticamente: ¿Cuál sería la creación de obra para un verdadero dirigente social? Pensamos que la imaginación, el diseño y la adopción de un buen modelo para la nación conformada en Estado a la luz de las ciencias sociales y básicas y, especialmente, de las lecciones que nos depara la historia humana ¿Será la democracia la mejor partitura? Ya hablaremos de ello, pero, en todo caso, la constitución de un Estado es un plan general como el que realiza el compositor antes de abordar la elaboración de una partitura, finalizada luego hasta los mínimos detalles, tal como los legisladores lo deben lograr en un cuerpo de leyes y/o normas que guíen el comportamiento o desempeño de todos los asociados.

En cuanto se refiere a la recreación, es decir, la ejecución interpretativa, el símil con lo político social es bien claro: los gobernantes de la rama ejecutiva son los que dirigen la ejecución del plan rector social o partitura constitucional y legal, mediante una correcta interpretación o hermenéutica de ella. A veces, la ejecución está a cargo de un solista y otras, dependerá de grupos pequeños o grandes, de la misma manera como en la sociedad, que está conformada por personas naturales y sociedades pequeñas y grandes. El ideal de todo individuo debería ser una ejecución modélica, ejemplar para los demás asociados; así mismo, familias o gremios de pequeña escala deberían ser como grupos de cámara, en los que la excelencia en el desempeño, el diálogo y la colaboración en corresponsabilidad y cooperación son  finalidad central irrenunciable.

Los grandes conjuntos, como coros, bandas y orquestas son comparables con las grandes empresas, gremios, asociaciones, demarcaciones o divisiones políticas de municipios o provincias. Un gran conjunto musical actúa bajo una dirección autorizada central. Central por la necesidad de que haya una unificación alrededor de los objetivos y criterios rectores; y autorizada, es decir, con autoridad o calidad de autor, inteligencia y conocimiento, junto con convicciones éticas que sitúen al dirigente o director firmemente en la seguridad de su apego a lo que debe ser y la clara intelección de los problemas a los que se enfrenta y de las soluciones. La autoridad no debería ser simplemente conferida sin que preexista esa calidad de autor: no se confiere lo que no se tiene en potencia. Una orquesta no puede ser verdaderamente dirigida si quien está al frente no tiene los conocimientos requeridos.

Distancia grande hay entre el director con méritos y eficacia y el golpeador del aire que va detrás de la ejecución realizando un mal baile de medio cuerpo. En la orquesta hay pequeñas sociedades con jefes que actúan, a su vez, bajo la dirección central y no en contra de ella, porque no habría un resultado coherente en la prosecución del bien común en propósito general. Por ello, una empresa no puede perseguir sólo su bien propio sino el de toda la nación en medio de la cual trabaja. Los violines segundos deben tener unidad de propósitos, en cuanto a la obra, con la familia de la percusión, porque “todo reino dividido será vencido”.
Si hay una autoridad, es decir,  si el dirigente sabe, entonces los dirigidos deberían poder  lograr emprender y realizar el trabajo en equipo.

¿Por qué? Porque han sido convencidos de las bondades del objetivo y de la dirección y tienen una voluntad común para la consecución de tal objetivo. A veces estas cosas parecen obvias, pero parece que se olvidaran en la sociedad y sobre todo en la “Real Politik”. En una orquesta no hay perfecta igualdad entre sus miembros: de hecho, hay una jerarquía. Director, concertino, jefes de grupo, varias categorías según experiencia y preparación académica, utileros, bibliotecarios y otros colaboradores. Sin embargo, el trabajo de todos ellos es considerado necesario y digno y todos tienen asignado un salario que les permite vivir decorosamente, bajo el criterio de que no son iguales pero sus necesidades básicas mínimas son las mismas y, en consecuencia, son semejantes, a pesar de que los mayores méritos de algunos son compensados con reconocimiento especial en los salarios respectivos pero sin abismales diferencias.

Efectivamente había un cierto idealismo cuando los viejos racionalistas de la Ilustración hablaban de que los hombres nacemos iguales. Nada hay más contradictorio, pues nos distinguimos hasta por teléfono. Somos distintos y somos, todos, importantes y debemos ser tomados como personas, una palabra que también tiene una connotación musical: personare,  sonar muy bien; persona es alguien que tiene la capacidad de sonar, que tiene voz y es escuchado y tomado como interlocutor. Recordemos esa famosa frase, atribuida a Voltaire: «No estoy de acuerdo con usted, pero daría mi vida por defender su derecho a expresar su opinión».

Eso es la verdadera democracia para mí. No somos iguales. Afortunadamente somos diferentes Y ¡que viva la diferencia! Si fuéramos iguales, qué aburrido sería este mundo! Entonces son necesarias una jerarquía y una diferenciación de funciones, pero sin dominación ni imposición, sino por convencimiento mediante argumentos. Eso también debería ser la democracia. Es decir, que no nos impongan las cosas, sino que nos convenzan para trabajar unidos y  en equipo por convicción de que así debe ser.

Si se entendiera la democracia como eso que ya hemos dicho, predicable para todos,  en lo expreso y en lo tácito asociado y por medio del paralelo con el hacer musical – No somos iguales pero sí semejantes, somos fines y no medios, personas que merecen atención y respeto – entonces esa democracia de verdad sería el mejor sistema para una convivencia civilizada, satisfactoria para todos y pacífica, por tanto.

Cuando hablamos de tecnología musical, aquí también podemos realizar un paralelo: en la sociedad, existe la invención de ingenios, de herramientas materiales e inmateriales de la práctica social; y, asimismo, la aplicación de las ciencias y las tecnologías en el servicio del bien común. Pero cuando decimos herramientas o ingenios (a propósito, ingeniería viene de ahí; los ingenieros crean ingenios, es decir, máquinas, mecanismos), en lo político no se trata sólo de máquinas como las de la tecnología material. También hay una tecnología inmaterial, por ejemplo, en  las instituciones que se crean para ejecutar diferentes funciones, que deben estar bien relacionadas en sus partes, mostrar eficiencia, ser mantenidas regularmente, ser afinadas y reparadas con la periodicidad requerida y reemplazadas cuando sea oportuno. Karl Popper, filósofo austro-inglés, utilizaba una expresión esclarecedora: ingeniería social, porque así imaginaba el trabajo sociopolítico en comunidad bien dirigida.

Obra musical. Volvamos de nuevo a la composición. Entonces ¿Cómo hace un compositor una obra? Se parte de un plan, un mapa, un diseño general a partir de una idea motriz. Empieza a crear una estructura como lo haría un arquitecto, a partir de esa idea y de un panorama general. Primero, las relaciones entre las grandes partes y luego, entre las partes de las partes y así sucesivamente, hasta llegar a imaginar todo un organismo que contiene múltiples niveles. En la música, se han podido evitar los extremos de la monotonía y el caos o extrema variedad y se acepta e, incluso, busca, la diversidad. En la sociedad, la diversidad de opiniones, por ejemplo, debería ser causante de acuerdos y negociaciones y no de violencia. La música podría ser descrita como diversidades en unión. Franchino Gaffurio la llamaba tan hermosamente como “concors discordia” (discordia concordante) y tales discrepancias se manejan por medio de diversas técnicas disciplinares: contrapunto, orquestación, armonía, melódica, morfología.

¿Qué hace la armonía en la música? La armonía busca que haya una melodía principal y que las demás voces la acompañen. Hay momentos en la sociedad en que también es conveniente oír a una sola persona, su opinión, su dictamen, y acompañarla respetuosamente en vista de su autoridad o sabiduría. En ese momento, no estamos planteando una discusión. Ya habrá otras instancias para discutir.

Un guerrillero, ciertos militares o un paramilitar, ante las ideas contrarias, resuelve muy fácilmente el conflicto con un fusil; sencillamente, se aniquila al contrario. Pero si  respecto al otro, a su diversidad, entonces hay que conversar y tratar de ponernos de acuerdo en cuanto sea útil y no pensar en que debemos terminar en la unanimidad. No pelear sino discutir, una discusión que a veces se nos vuelve tan difícil en estas sociedades nuestras y que en la música, se logra por una técnica especial que se llama el contrapunto. Es la manera de poner en discusión y oposición ideas diferentes, o bien, semejantes pero con matices diferentes. Sin embargo, lograr una unidad en medio de la diversidad, sin anular ésta última. La negociación de conflictos en música se llama, entonces, contrapunto. Hay armonía implícita dentro del contrapunto. Todos suenan a su debido tiempo y son oídos. Hay unidad alrededor del objetivo y diversidad en los temas e ideas, en la importancia relativa, en los timbres y técnicas, en la parte ornamental.

La orquestación es la que hace que podamos juntar timbres y colores distintos, distribuir responsabilidades, pero también esos colores o timbres. Me voy a la Internet y me encuentro con unas definiciones de orquestación no musicales. Veamos: «La orquestación describe el arreglo automatizado, la coordinación y el manejo de servicios y sistemas computacionales complejos». Esa es una definición prácticamente computacional.
Otra definición: «El proceso de coordinar un cambio de información a través de la Web». Los que están acostumbrados a la investigación en grupo y que saben esto de meterse en la red, en un grupo virtual, saben bien que se hacen aportes por ese medio, en un proceso que ellos mismos llaman orquestación. Finalmente, hay una tercera definición que es: «Coordinación de eventos en un proceso», que se entremezcla con el concepto relativo de coreografía. Recordemos que la coreografía es planificar la danza y dirigirla. Ahora bien, también esa palabra se utiliza en estos casos. Dice: «La orquestación dirige y maneja la conjunción sobre la demanda de servicios de múltiples componentes para crear una aplicación compuesta o un proceso de negocio», es decir, un proceso de entendimiento.
Retomemos la Historia de la Música y miremos el panorama de la Edad Media, por ejemplo. En la sociedad medieval se cantaba monódicamente, es decir, en una sola voz: dogmática, impositiva e impersonalmente. No se cantaba para la expresión personal del hombre – siervo – implorante de su salvación eterna. La gente no era gente, no eran personas, eran los siervos de la gleba, a no ser que se tratara de un rey o de un pontífice o poco menos. Casi no se cantaba para expresar a la gente misma sino para alabar a la divinidad, porque la vida no era ésta sino la otra. Y de la misma manera cantaba no solamente el cristianismo medieval, sino también la más antigua ciudad – estado de Esparta.
¿Por qué? En Esparta la gente tampoco valía individualmente como en Atenas. En la Edad Media, la pintura era plana, en dos dimensiones y sin la ilusión de la profundidad que lograría después la pintura con el descubrimiento de la perspectiva. La música, coincidentemente, tampoco tenía la plurifonía y la pluritímbrica; era un canto univocal o unísono.

La inventiva y la creatividad son conceptos que se asocian mucho con el arte. Se dice que los artistas son los que crean, los que tienen creatividad, pero sabemos que eso no es así. Es un factor común en la ciencia, la tecnología y el arte, es decir, en la ciencia pura, la ciencia aplicada y en el arte. Se trata de la capacidad de imaginar, de crear modelos que resuelvan un problema, una incógnita, que nos den un reflejo de su naturaleza, de su funcionamiento, su ubicación, su cronología, Antes del trabajo de campo y de laboratorio, está el imaginar el problema y su solución lo mas adecuadamente posible, crear una buena hipótesis.
Los verdaderos investigadores descubridores saben que hay un punto que es casi artístico e inspirado: imaginar una  hipótesis plausible, sencilla por su comprensión, en un acto que no es tan racional como uno cree, sino, muchas veces, una imagen resulta y que después se entra a comprobar. La imaginación es una indudable fuente de conocimiento. Por otra parte, la emoción del descubrimiento científico debe producir una especie de emoción estética, porque lo verdadero, lo bueno y lo bello están profundamente relacionados.

Ahora consideremos el bien común. El bien común no es natural en el mundo animal. Eso de que todo el mundo viva bien y de que todos tenemos derecho a la vida, no es natural. Lo natural es la predación, lo natural es matar para comer, y eso es lo que vemos en los documentales televisivos, por ejemplo. Los animales se comen unos a los otros y no sólo eso, sino que matan a los hijos del otro porque ahora yo soy el rey de esta manada. De manera que el bien común no es natural. Buscar el bien común es algo artificial, es un ideal compuesto por nosotros, es la sublimación por sobre la naturaleza. Debe ser una partitura que escribamos por acuerdos bien trabajados y mantengamos presente en las generaciones por medio de la educación. El buen salvaje no existe, si de formar grandes sociedades se trata. Ese buen salvaje es capaz de mantener una cierta “justicia social” dentro del nivel de la familia o acaso, de un clan, pero no de un conglomerado humano de escala considerable, como sería una nación que conforma un Estado supuestamente soberano.

En resumen, la música nos depara unas metáforas muy afortunadas para nuestra convivencia en una sociedad políticamente bien constituida: la diversidad de opiniones no es un motivo de violencia sino de acuerdo por negociación, discusión y síntesis; no somos iguales pero sí semejantes; todos somos necesarios en el social concierto (cum certare, luchar juntos) y tenemos entonces, la necesidad de establecer y respetar unos derechos humanos mínimos. El contrato social es una partitura que debemos acordar y componer, crear por voluntad soberana colectiva; la autoridad de quien dirige es conocimiento logrado mediante la educación, ya desde la familia y hasta donde pueda alcanzarse en lo superior, puesto al servicio de la nación; desempeñar bien el papel que nos toca y que hemos podido elegir dentro de la orquesta – nación requiere de una preparación teórico – práctica – técnica que el Estado debe brindar a cada individuo; ninguna violencia ofensiva es justificable.

No vencer sino convencer, si queremos llegar a cohesionarnos en una verdadera sinfonía social.

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*La Columna Interludio es Auspiciada por el Departamento de Música de la Universidad Eafit. Gustavo Yepes Londoño. Nacido en Yarumal (Antioquia) en Noviembre de 1945. Licenciado en Música de la Universidad del Valle y Master of Arts de Carnegie – Mellon University (Pittsburgh, Pa, USA), ha sido decano de la Facultad de Artes de la Universidad de Antioquia y jefe de departamento de Música en las universidades Nacional de Colombia, del Valle, de Antioquia y de los Andes y profesor en ellas. Desde 1998 hasta la fecha, docente en la Universidad Eafit de Medellín. Dirigió las orquestas sinfónicas de Antioquia, del Valle y de la Universidad Nacional de Colombia y ha sido invitado por la Sinfónica de Colombia y las orquestas filarmónicas de Bogotá, de Cali y de Medellín y las orquestas de ópera de Bogotá, Cali y Medellín. Sus publicaciones (libros y artículos) se han debido al hecho de estar dedicado primordialmente a la investigación y la docencia de la Musicología en el énfasis de la llamada “Teoría musical” durante las última dos décadas. Asimismo ha compuesto, como actividad menor, algunas obras musicales, especialmente en el campo coral y solístico vocal y, en menor cuantía, en la creación de obras instrumentales y orquestales Actualmente es docente de la Universidad Eafit.

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