Especial Vargas Llosa Cronopio

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VARGAS LLOSA Y EL SUEÑO DEL CELTA

Por Gonzalo Portocarrero*

El nombre de la última novela de Mario Vargas Llosa, El Sueño del Celta, es sin duda sintomático. El Sueño se relaciona con lo imposible o con lo borroso, con lo que consuela o angustia. En todo caso, si bien es cierto que la narrativa onírica es una expresión impúdica del soñante, pues allí se expresan sus deseos más íntimos, de otro lado, sin embargo, lo que queda excluido del sueño es la conciencia y la libertad, y sus efectos en la acción humana.

Entonces un relato donde predomina la referencia a lo onírico y a los deseos inconscientes, como la explicación de la conducta humana, implica, en términos prácticos, des responsabilizar a las personas. Por tanto, valorar los afanes de Roger Casement como un «sueño» equivale a quitarle sustancia al personaje, como si sus ideas y sus actos no brotaran de decisiones conscientes sino solo de automatismos más allá de su control.

En la novela encontramos, básicamente, dos tipos de personajes. Los que tienen ideales y los que se han dejado llevar por la ambición y la crueldad, que son los más numerosos. De los primeros hablaremos luego. Entre los segundos el más extremo y emblemático es Normand. Sus orígenes son inciertos. Parece que fuera peruano pero lo cierto es que estudió para contador en Inglaterra. Es descrito como un hombre pequeño pero resuelto, temido por quienes tienen que obedecerle. Despierta temor porque no tiene frenos a la hora de actuar. Escenifica sus fantasías más salvajes sin ninguna inquietud moral. Convierte su poder sobre el otro en robo, mutilación, asesinato. No hay ningún asomo de compasión en su ánimo. La avaricia con que explota a los indígenas amazónicos y el goce con que los maltrata hacen ver que estamos ante un desalmado; alguien convertido en un mecanismo deshumanizado. Pero con otras gentes su presencia se reduce y hasta se convierte en inseguro y cobarde. De esta manera se sugiere que el poder soberano al que aspira Normand, un poder cuyo norte es el aprovechamiento y la destrucción gozosa del otro, representa una compensación a un sentimiento de pequeñez e impotencia. Normand es el engranaje más emblemático de la máquina colonial, es quien lleva al extremo su lógica depredadora.

La sugerencia de Vargas Llosa sobre el origen del mal —la crueldad como un hacer pagar a los otros lo sufrido por uno— es sin duda sugerente; sin ser novedosa, ni tampoco profunda. Pero no se necesita haber sido empequeñecido para ser malvado, ni tampoco es que todo los humillados se convierten en monstruos morales. La verdad es que la destrucción puede ser un acto gozoso. ¿Quién no se entusiasma matando moscas? ¿Quién cuando niño no se ha sentido, al menos, tentado a hacer «experimentos» con los animales? Pero, claro, la sociedad, a través de la ley tiene que refrenar y encausar la impulsividad humana hacia fines mejor orientados. Entonces los asomos de crueldad son reprimidos en el niño que tendrá que asumir, sin acaso comprenderlo del todo, que esos impulsos son «malos». Si las maneras de gozar del niño no son encausadas, modeladas por la ley, entonces quedará fijado en una suerte de omnipotencia narcisista desde la que sus pretensiones de placer no deben ser limitadas.

Creo que a este perfil responde gente como Nerón, Calígula y Sade. Entonces la hipótesis que sugiere Vargas Llosa podría intrincarse: en la raíz de ese sentimiento de pequeñez hay una omnipotencia que ha sido violentamente traicionada, de modo que el adulto busca regresar a ese lugar de donde fue destronado, haciendo sentir a los otros lo que él sufrió. Pero aún así estaríamos ignorando el papel de la conciencia y las decisiones en el proceso de devenir un monstruo moral. Es decir, estaríamos exculpando a personas como Normand, presentándolas como las víctimas que, necesariamente, se transforman en verdugos. De hecho hay muchas maneras de lidiar con el goce que nos ofrece la destrucción, y con el resentimiento que lo encausa hacia la crueldad con los desvalidos. Podemos canalizar nuestras energías hacia realizaciones compensatorias. O podemos tratar de ayudar a los otros para que no sufran como nosotros. Nada está, pues, totalmente escrito. Es por ello que Normand es responsable y merece una condena. En algún momento tuvo que ceder a sus malas inclinaciones, ignorando la ley, rechazando otras posibilidades.

Corazón de las Tinieblas, la gran novela de Conrad, trata, igual que el Sueño del Celta, de la empresa colonial europea en el Congo africano. La explicación sobre el predominio del mal es, sin embargo, muy distinta. Kurtz, el protagonista, es un representante típico de la civilizada clase media europea. Un joven que va al Congo para hacer la fortuna que le permita apresurar un matrimonio que, según las convenciones de la época, exige unos medios económicos de los que carece. Sin embargo, en el África se pervierte y deshumaniza. Su talante de hombre moral y civilizado se desvanece de manera que se convierte en un gozador empedernido. Roba, viola, asesina. No hay límites para su poder. El problema está, según Conrad, en que nada le impide asumir un poder soberano, absoluto, sobre las vidas y propiedades de los colonizados. Y Kurtz, el civilizado, no resiste la tentación, de manera que se convierte en una suerte de dios que puede tener todas las mujeres y riquezas que desea.

Entonces la tesis de Conrad es muy distinta a la de Vargas Llosa. La caída en el mal de Kurtz evidencia que no basta la conciencia civilizada para producir un comportamiento moral. Si no hay una institucionalidad que vigile y sancione, esa conciencia se verá arrastrada por la tentación del mal. Pero en la narrativa de Conrad las cosas son aún más complejas, pues Kurtz dista de estar feliz. Vive atormentado por la culpa. No puede evitar su caída pero su existencia es agónica. De alguna manera está buscando la muerte. Está preso de un conflicto que no puede resolver. El mal lo ha enviciado, le ha robado su alma.

La ambición sin la restricción operante de la ley desemboca en una transgresión y crueldad generalizada. Se salvan algunos, los que logran controlarse porque la humanidad, la empatía y la culpa, son más fuertes en ellos. Pero sin una institucionalidad judicial efectiva que respalde la ley, es difícil que la sola conciencia moral logre controlar la voracidad de los más pues la actitud colonial se desata allí donde no hay otra autoridad que la impuesta por el colono a través de la violencia sistemática.

La novela de Vargas Llosa no cala tan hondo en el problema del mal. No hay una dimensión de culpa y arrepentimiento. Los desalmados no se sienten interpelados por un resto de conciencia moral. No se cuestionan a sí mismos sino que perseveran en su maldad como si estuvieran definidos —solamente— por ella. Esta visión del mal, menos compleja y matizada debe tener muchas explicaciones. Para empezar, Conrad fue testigo presencial del saqueo europeo del Congo. Mientras tanto, Vargas Llosa, a falta de esta inmediatez, ha recurrido a una documentación que, pese a su abundancia, no es equivalente de la inmediatez de lo vivido. No obstante, creo que hay razones más de fondo. Quizá el liberalismo que profesa Vargas Llosa, con su concepción optimista de individuos que buscan su felicidad, lo ciega a las profundidades abisales de donde surge el impulso hacia el mal en la criatura humana.

II

El personaje que está en las antípodas de Normad es, desde luego, Roger Casement, el protagonista de la novela. Casement arrastra una historia de sufrimiento. Un padre distante y autoritario, la desaparición temprana de su adorada madre, una homosexualidad reprimida. Pero su camino es la sublimación, ligar su energía vital a la realización de ideales, en vez de gozar con la destrucción de sus semejantes. El no está solo pues hay una serie de organizaciones humanitarias, ahora diríamos de protección de los Derechos Humanos, que desde las metrópolis apoyan sus denuncias. En todo caso él expresa lo mejor de Occidente. Pero en el contexto de la expansión colonial su posición es minoritaria. En el universo de la novela los ideales de Casement parecen estar relacionados al intenso vínculo afectivo con su madre. El amor que sintió por su progenitora es la inspiración de la empatía que le despiertan los nativos salvajemente esclavizados en el África y la Amazonía. Casement no convierte su sufrimiento en odio. El haber sido víctima lo lleva a identificarse con otras víctimas. No quiere que la historia se repita. De allí su evolución: de denunciante de la expansión colonial a nacionalista irlandés, luchador por la independencia de Inglaterra. En las situaciones extremas del Congo y del Putumayo, descubre que aquello que ocurre en su patria, Irlanda, no es sustancialmente diferente.

III

En El Sueño del Celta, Vargas Llosa novela una historia real. Entonces no hay un compromiso con la objetividad. No obstante, sí hay una reconstrucción cuidadosa, a la manera de un reportaje periodístico, de los hechos relatados. Aunque los límites entre la ciencia y la ficción no están marcados, podemos suponer que el autor imagina aquello que no puede reconstruir pero que necesita contar. En todo caso se trata de una novela realista, escrita desde la perspectiva de un narrador que sabe todo lo que pasa, que acompaña el desarrollo de los hechos y los relata de una manera precisa como si quisiera ocultarse, estimular entonces la ilusión de que el lector está frente a una crónica fiel y desapasionada de la barbarie y la lucha contra la barbarie. Pero en este panorama lo que se extraña es la perspectiva de los indígenas, las víctimas. Hay esfuerzos por meterse en su pellejo, por imaginar lo que pueden haber sentido. No obstante, casi no hay personajes, individuos, indígenas y los que hay no tienen voz. El reto de incorporar su visión de las cosas es ciertamente arduo pero no imposible.

La prosa de Vargas Llosa tiende a ser directa y eficaz. Sin adornos y sin poesía. Quizá demasiado seca y carente de humor. Se le escapa el lado cómico y absurdo de las cosas. Aspecto que permite mostrar más plenamente el espectro de lo humano. Una representación más veraz del holocausto del pueblo judío se logra, según Zizek, mediante la inclusión de lo cómico. Entonces films como La vida es bella de Roberto Benigni, con su insistencia en el absurdo y lo insólito, resulta una representación más realista que la proporcionada por films como La Lista de Schindler, donde el horror y la victimización es la única realidad.

IV

La novela de Vargas Llosa renueva la vieja y honrosa tradición de crítica al colonialismo inaugurada por Bartolomé de las Casas en su denuncia sobre la destrucción de las Indias, en su intento por sustraer al cristianismo de cualquier complicidad con la empresa colonial. Avivar la crítica al colonialismo es una tarea urgente por muchas razones. Para empezar, porque el colonialismo sigue vivo y coleando. En el racismo tribalista de las naciones del primer mundo, en las tentaciones al auto desprecio de las poblaciones del tercer mundo, en la discriminación contra el débil en todas las partes del planeta. Como sugiere Vargas Llosa, la deshumanización del otro termina matando el alma en uno mismo. El colonialismo destruye los valores más preciados de la civilización y crea la mentalidad arrogante del dios patrón y el humillado revanchismo del siervo rencoroso e impotente. Es decir, todas las condiciones para la reproducción de la violencia.

La novela de Vargas Llosa representa un vigoroso llamado a ser mejores seres humanos. Recordar las atrocidades de las que todos somos capaces, es como un baldado de agua fría para esas conciencias satisfechas que creen que en el mundo de hoy ya no queda nada por hacer.

Los ideales de Casement no lo protegen del sufrimiento. No puede vivir su homosexualidad de una manera reconciliada. La desesperación que le produce la atracción sexual «indebida» lo lleva a encuentros sexuales furtivos, sin amor. Casement parece, por momentos, profundamente infeliz. Esta arista del personaje, sin embargo, no es muy trabajada por Vargas Llosa. En efecto, en los diarios personales de Casement aparecen muchos episodios sexuales realmente sórdidos y autodestructivos que Vargas Llosa prefiere suponer como fantasías compensatorias y no como realidades efectivas.

También lo es porque el sufrimiento infringido por la empresa colonizadora tiende a ser olvidado. El recuerdo de las atrocidades tiene que estimular un sentimiento de responsabilidad y de reparación en las colectividades que produjeron y estimularon el impulso colonizador, que no quisieron ver sus horrores o los encubrieron. Finalmente, el dominio de la pulsión destructiva en la empresa colonizadora nos dice mucho de la naturaleza humana. La sujeción a la ley y la empatía con el otro, las bases profundas de la civilización, se muestran como precarias y fácilmente reversibles. Nada puede reemplazar la autoridad de la ley sostenida por un estado democrático.

V

Ha sido un motivo de orgullo para los peruanos el premio Nobel recibido por Mario Vargas Llosa. El reconocimiento personal puede extenderse, incluso, al conjunto de los hablantes de la lengua castellana, de la que todos los que leemos este texto somos hijos. Por su persistencia y enorme capacidad de trabajo, por su crítica a la arbitrariedad del poder y su defensa de los débiles, Vargas Llosa representa, finalmente, una figura heroica, civilizadora.

La ponderación en que se combinan el talento, el esfuerzo y la suerte para producir un destino tan brillante, es, desde luego, un tema abierto al disenso y la polémica. Pero por mi parte, acentuaría primero el esfuerzo, luego la suerte y, finalmente, el talento. Desde joven Vargas Llosa se fijó como meta la realización de hazañas extraordinarias. Y lo ha conseguido. Pocos escritores han recibido en vida tantos honores. Y si recordamos su gestualidad en los meses del premio Nobel, tenemos que pensar que los ha disfrutado. Vargas Llosa aparece pues como el modelo de una vida lograda. Ojalá que tanto reconocimiento, y hasta idolatría, no lo deshumanice.

“El elogio de la lectura” de Mario Vargas Llosa. Discurso de aceptación del Premio Nobel de Literatura 2010. Clic para ver el video
[youtube]https://www.youtube.com/watch?v=pa4mOyL94fU[/youtube]
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* Gonzalo Portocarrero nació en Lima en 1949. Estudió Letras en la Universidad Católica del Perú, Sociología en la Universidad de San Marcos. Tiene una maestría en la Flacso de Chile y un doctorado  de la Essex, Inglaterra. Actualmente es profesor del Departamento de Ciencias Sociales de la Pontificia Universidad Católica del Perú. Su blog: https://gonzaloportocarrero.blogsome.com

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