Periodismo Cronopio

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Carrasquilla

«FEDERICO, TÚ ERES NUESTRO CRISTO PAISA»

Por Daniela Escudero Pérez*

El momento más feliz de su vida fue cuando llegó al Barrio Popular Uno, el primer barrio de invasión de Medellín. Un domingo de enero de 1968 al medio día sintió pisar la tierra prometida, era lo que había anhelado por mucho tiempo. Se veía una que otra casa construidas en cartón y lata. La situación era precaria, no había calles, ni agua y mucho menos luz eléctrica, pero para él sobraba la luz que brillaba en los ojos de cada uno de los del Popular al verlo llegar.

Aquellos primeros habitantes del barrio, desplazados que salieron del campo con la vida a sus espaldas sintiendo miedo e ilusión de encontrar en la ciudad un recodo que los resguardara, no tenían cómo ofrecerle al joven cura de 25 años, un evento de bienvenida que anunciara su llegada. Pero todos supieron rodearlo con sus sonrisas, abrazos y cálidos saludos.

En 1935, en el municipio de Itagüí, nació Federico Carrasquilla, un hombre que hoy tiene 77 años, piel blanca con pecas, un metro con 83 centímetros; y una calva de la que salen algunas hebras de cabello plateado. Su caminar lento, su mano izquierda temblorosa y su respiración entrecortada, revelan el desgaste que le ha dejado su vida entregada al servicio de los menos favorecidos. Más que un sacerdote, Federico es reconocido como el líder histórico del Barrio Popular Uno.

A los 19 años la Iglesia lo envió a estudiar durante cinco años a Europa. Primero estudió Filosofía en Roma, luego hizo una licenciatura en Teología y por último realizó un doctorado de Filosofía en Lovaina, Bélgica; en ese entonces lo que dominaba era la Antropología.

EL SACERDOTE TRADICIONAL SE QUEDÓ EN EUROPA

De ese viaje no regresó un cura conservador ni santero. En sus estudios de Antropología Teológica, descubrió al Dios de los pobres, ese que suda en la calle, el de rostro curtido producto del trabajo arduo con ellos. Vio que Jesús no era doctrinas ni normas, y que él y el pobre eran una forma de vivir. Además creó lo que él llama Antropología del Pobre, el problema del pobre no radica en que no tenga bienes materiales, ni educación; no está en lo que no tiene, sino en lo que producen esas carencias, opina Federico.

Carrasquilla se dio cuenta que no le gustaba el sacerdocio, su instancia en el seminario había sido por una motivación, y era poder darle el gusto a su padre de tener un hijo sacerdote, pero su viaje a Europa lo animó a replantear su trayectoria.

—Estando allá sí vi la crisis, ¿y ahora para dónde voy si no me gusta el sacerdocio?, pero fue ahí que descubrí que el sacerdocio tenía relación directamente con lo que yo quería, no con la Iglesia sino con Jesús, y que Jesús era imposible sin el pobre, son inseparables.

La Iglesia esperaba a un Federico totalmente distinto al que regresó, su inversión de cinco años apostaba a un sacerdote que trajera consigo las ideas actuales y provechosas que le aportaran a la Institución, pero en este caso, la inversión —para ellos— se perdió.
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Que este cura revolucionario no cabía en ese espacio era obvio. Resulta absurdo predicar la dignidad del pobre en lugares en los que se exalta la dignidad sacerdotal por encima de cualquier otra forma de ser humano.

—Lo que yo vi fue que al pobre no le habían quitado su salario, sino su dignidad e identidad, porque la identidad del pobre es de carecer, y las carencias no dan identidad, si no tienes identidad no tienes dignidad porque no te puedes sentir orgulloso de lo que no tienes.

El padre Federico fundó dos corporaciones de vivienda popular, en las cuales las personas menos favorecidas hacen todo, desde conseguir los estatutos. Las corporaciones se encargan de conseguirles asesores para que ellos mismos construyan sus viviendas. La gente paga sus casas por cuotas al mes sin interés, esa plata va dirigida a personas más pobres.

—Ver cómo el pobre, el más aplastado, el que nunca ha hablado, el que nunca había estado en una casa, que diga esta casa la hice yo, es mía, me ha ayudado todo el mundo pero yo la hice. Para mí eso es lo que más alegría me ha dado y es un ejemplo claro en donde el pobre recobra su dignidad e identidad.

Federico proviene de una familia compuesta por sus padres y ocho hermanos, siendo él, el cuarto hijo de la familia. Esta se destacaba por su credo católico, tener algunos bienes materiales, ser de clase media y el remarcable deseo de contar con un hijo sacerdote, al menos uno de los cuatro varones. Federico desde niño se destacó en sus estudios y en el deporte. Estudió en la escuela pública Diego Echavarría, donde hizo la básica primaria del año 1942 al 1946. Así corrió su niñez, en medio del estudio y el juego con sus amiguitos del colegio.

En la escuela, a los 11 años, siendo un niño todavía, les pidió a sus padres que lo dejaran ingresar al seminario, así que realizó su bachillerato en el Seminario Sacerdotal y a los 12 años ya había vestido de sotana. De allí pasó al Seminario Menor, en el barrio Buenos Aires, en donde realizó con todo interés y esmero los estudios correspondientes a su preparación sacerdotal. Luego ingresó al Seminario Mayor de Medellín, situado en Villanueva, donde hoy queda el Centro Comercial Villanueva y la Curia Arquidiocesana.

—Desde el seminario vi claro que quería ordenarme pero para el Señor, para conocer a Jesús en el pobre. No tengo idea por qué en el pobre porque nada me preparaba para eso. Soy de una familia religiosa de clase media, no sé por qué me dio por eso —encoge los hombros—. Desde que tengo uso de razón había escuchado decir a mi papá: «Lo único que le pido a Dios es que me dé un hijo sacerdote», y yo de una me apunté.

DE LA MANO CON LOS MENOS FAVORECIDOS

Su vida espiritual y su labor están inspiradas en Carlos de Foucauld, un sacerdote francés que siempre soñó compartir su vocación con otros, quiso ir al encuentro de los más alejados, los más olvidados y abandonados, y que cada uno de los que lo visitaran lo consideraran como un hermano, «el hermano universal». Gritar el evangelio con toda su vida, en un gran respeto de la cultura y la fe de aquellos en medio de los cuales vivía.

También admira a Jesús Antonio Gómez, un sacerdote que está en proceso de beatificación y que además fue su director espiritual en el seminario, nació en El Santuario, Antioquia. Fue rector del Colegio Nacional de Marinilla, pero la mayor parte de su tiempo se desempeñó como asesor espiritual en el Seminario de Medellín, donde permaneció hasta su muerte, el 23 de marzo de 1971.
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El padre Jesús Antonio Gómez dedicó su vida a aconsejar a todos los seguidores de Dios, entre ellos a la beata Madre Laura, primera religiosa en el mundo occidental en desempeñar el oficio misionero predicando el Evangelio. Esta fue la cruz de toda su vida apostólica. No entendían que una mujer soltera se metiera en las montañas para enseñar a los indígenas, por esta razón fue tildada de loca, irregular y desviada. Las mujeres solo debían casarse, criar a los hijos e ir a la iglesia. Pero hoy, por defender sus ideales con tenacidad, Laura Montoya Upegui es reconocida por sus milagros y por ser la única beata colombiana.

Después de tantos cuestionamientos, Federico se convenció que el único puente para poder vivir de Jesús y del pobre era ser sacerdote, así que decidió seguir. En ese entonces no encontró otra opción y para él no existía otra que fuera más acertada. Regresó de Europa con todos los honores. Era sensato y sabía que con sus nuevos ideales no lo iban a entender y menos una institución que pone el poder por encima de todo.

—Yo sabía que me iba a ir mal, pero lo que no sabía era que me iba a ir mal tan rápido —dice entre risas—.

Llegó un miércoles a Medellín y al lunes siguiente lo nombraron rector del Seminario de Teología. Estaban a su cargo 100 alumnos y pues claro, a los tres meses lo echaron. Era lógico, era joven y con las ideas bien claras, opuestas a las de la Iglesia, y para colmo estaba en un puesto que le ofrecía poder.

No fue removido del todo, lo dejaron como profesor de tiempo completo en el seminario, lo que fue aún peor porque de lo primero que se encargó fue de tumbar estructuras de dominio y de poder. «Fede» pasaba mucho tiempo con los muchachos, pero seguía haciendo lo que hacía como rector, así que a los tres años también fue despedido. Luego lo mandaron como profesor a la Facultad de Filosofía en la Universidad Pontificia Bolivariana y a los dos años también fue expulsado.

El padre aprovechó su inestabilidad laboral. El ser despedido de todos sus cargos fue el punto clave que lo disparó hacia el Popular.

—Le pedí al arzobispo que me mandara para allá. A él se le solucionaban dos problemas a la vez, por una parte salía de mí, y por la otra, ningún cura quería ir a esa zona, no por lo conflictivo sino porque el barrio lo había iniciado un párroco vecino que era muy revolucionario.

Estando el padre Federico en el Popular Uno, tomó protagonismo el despertar latinoamericano, la politización y el pobre descubrió su condición social. Era un ambiente marxista, el marxismo en el 60 había invadido a toda Latinoamérica, toda la gente que trabajaba con los pobres era considerada marxista. Siguieron los problemas, pero esta vez con más intensidad, el padre no fue criticado solo por su labor, sino que también fue amenazado por el cardenal de ese momento: Alfonso López Trujillo.

—López Trujillo dijo que yo era el ideólogo de toda la corriente marxista, el marxismo se va a apoderar de América Latina, la única fuerza capaz de enfrentar al marxismo es la Iglesia, para ella todo el mundo que estaba en medio popular era marxista.

Hernando Salazar expone este caso en su libro «La guerra secreta del cardenal López Trujillo», en el cual comenta que el cardenal, le pidió al padre Federico que se retirara del Barrio Popular Uno y de los grupos revolucionarios, porque eso le podía perjudicar para un servicio que más adelante podía ofrecerle a la Iglesia. Federico Carrasquilla le respondió que solo dejaría su trabajo con los pobres si estuviera faltándole a la fidelidad con el Señor, que eso no lo estaba haciendo, así que no iba a abandonar su labor.

—De los tres castigos que le pueden dar a un sacerdote, a mí me dieron dos: la excomunión y la suspensión, que es quitar el ejercicio del ministerio, pero si apelaba el asunto quedaba congelado hasta que llegara la sentencia definitiva. Yo seguí apelando, y me amenazó con sacarme de la parroquia por inepto.

A raíz de esto Federico sufrió una trombosis, los médicos y sus superiores le recomendaron salir del barrio.
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—Me vine a vivir al Playón con la suspensión pero apelada, seguía teniendo los mismos derechos, sin parroquia pero que me quedaba más fácil para lo que yo quería. A los dos años desde Roma anularon todo eso, y él no se salió con la suya.

El padre Carrasquilla cuenta con tono cómico, que la Iglesia lo castigó dándole el premio de la vida y fue su libertad, el poder predicar, ayudándole a la gente, a comunidades religiosas de los cinco continentes sin tener una iglesia a su cargo, pero sin dejar de ser sacerdote.

Cuando Federico llegó al naciente Barrio Popular Uno, todo estaba por hacer, pero halló a gente humilde y con ganas de luchar e iniciar una nueva vida costara lo que costara. Los del Popular iniciaron construyendo cambuches o tugurios con la ayuda de Vicente Mejía, un sacerdote que estaba antes de Federico, que había visto apenas retoñar el barrio y cuya tarea había finalizado.

—La gente me recibió muy feliz, el sentimiento que tenían era de robo, por ser un barrio de invasión. Ellos pensaban «somos ladrones pero el primer ladrón es el cura, nos van a sacar pero primero lo tienen que sacar a él», entonces yo era como un respaldo.

EL PROGRESO DE LA TIERRA PROMETIDA

A Carrasquilla le tocó empezar, la invasión llevaba tres años pero era solo terreno. En el día se levantaban los cambuches con palos, cartones y latas; y en la noche el Ejército y la Policía destruían lo hecho. Y fue así como el doloroso arme y desarme de tugurios permaneció como reto por tres años, ya que Planeamiento Urbano, la Policía y el Ejército no daban su brazo a torcer, al igual que la gente del naciente barrio.

Federico Carrasquilla se instaló en un cuartico al lado de la sacristía y cuando pisó el barrio ya se había hecho borrar del seguro médico, sostenía que la mejor forma de acompañarlos era hacerse pobre; los pobres no tenían seguro, así que él tampoco.

—Una vez me enfermé, la gente me decía que si me llevaban un médico, les pregunté que si a ellos cuando se enfermaban les llevaban uno, me respondieron que no, les dije que entonces a mí tampoco. Les pregunté que cómo se curaban, respondieron que con bebidas, entonces les dije: «denme bebidas» y al segundo día me estaba intoxicando —cuenta a carcajadas—.

Vicente Mejía había hecho un salón muy grande planeado para la construcción de la iglesia y al lado había un terreno amplio para la casa cural. Un día después de misa, encontró a la gente limpiando el terreno para poner en marcha dicha construcción. Les dijo que no era posible construir y le dijeron que ya todo estaba listo y que la Policía les había dado el permiso, que si era para el cura sí lo permitían.

—Se me vino el mundo al suelo, la única construcción en material que habría era para mí. Me dijeron: «no padre es que usted no nos va a humillar más, no vamos a permitir que siga viviendo en esa casita. La gente de otros barrios está diciendo que nosotros somos tan infelices que no somos capaces de darle una casita al cura».
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