Literatura Cronopio

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Rulfo

LA PSICOLOGÍA FEMENINA EN «EL LLANO EN LLAMAS» DE JUAN RULFO: LO ABIERTO Y LO CERRADO

Por Juan Manuel Zuluaga Robledo*

«Si el hombre es polvo, esos que andan
por el llano son hombres.»
(Octavio Paz)

En 1977, el escritor mexicano Juan Rulfo viajó a España para impartir conferencias y charlas alrededor de la Península Ibérica y hablar sobre los dos únicos libros que había publicado y que lo catapultaron hacia la fama y hacia el prestigio literario. El periodista español Joaquín Soler Serrano aprovechó la ocasión para entrevistarlo en su reputado programa de televisión «A fondo» de Radio Televisión Española Internacional. Entonces Rulfo evocó en medio de su parquedad y hermetismo, a Apulco, pequeño corregimiento, cuya jurisdicción político–administrativa le corresponde al Municipio de San Gabriel en Jalisco; en realidad se trataba de un caserío de calles polvorientas y mal trazadas, que su abuelo construyó en el siglo XIX y que cuando el autor nació en 1917, contaba con solo dos mil habitantes.

Lograr una entrevista con Rulfo era una labor complicada para el periodista que se embarcara en esa aventura. Por eso, la entrevista concedida a Soler Serrano fue una feliz excepción, pese a la parquedad del entrevistado. Sobre ese particular, Roberto García Bonilla asegura que «la parquedad de Rulfo y el celo con que protegió su intimidad lo convirtieron en un enigma viviente. Lograr que aceptara una entrevista era, más que un privilegio, una fortuna, y proponerse escribir una biografía de Rulfo en 1980 habría sido una extravagancia» (García Bonilla, 76).

En medio de ese ambiente caracterizado por la aridez topográfica, por lo abrupto del paisaje y por la violencia que desatarían la Revolución Mexicana (1910) y la Rebelión de los Cristeros (1926), Juan Rulfo tomaría el sustrato para configurar la mentalidad de sus personajes literarios. El mismo sería una víctima directa de la violencia de los llanos: su abuelo, su padre y la mayoría de sus parientes perdieron la vida por el accionar bélico e implacable de las carabinas utilizadas con saña en la Revolución y las revueltas, insurrecciones y rebeliones que se sucedieron luego del llamado a las armas de 1910. A parte, de la tensión entre lo abierto y lo cerrado en los personajes de Rulfo, Daniel Avechuco Cabrera de la Universidad de Sonora, explica que «resulta imposible no observar que la vida de sus personajes constantemente se encuentra en situaciones límites. La muerte, en su más variada morfología, siempre está al acecho. La naturaleza, muy querida aunque con frecuencia se torne adversa, contribuye al planteamiento de este mundo lleno de tensión. A esto le agregamos la ausencia de instituciones» (Avechuco Cabrera, 1)

Pues bien, en la entrevista concedida al periodista español, el autor de «El llano en llamas» detalló la manera como solía confeccionar la psicología de sus personajes femeninos y masculinos —en plena tensión con la hostilidad de la naturaleza— cuestión de la que fue un verdadero maestro en cuanto al quehacer narrativo y literario. De esa manera, Rulfo afirmaría que «un grupo de estudiosos de mi obra, viajaron a la región en donde tiene lugar mi libro de relatos: querían ir a ver… fotografiar la zona, pero nunca encontraron el paisaje descrito en mi libro. Querían retratar a los personajes, pero en mis cuentos a los personajes nunca se les muestra el rostro, la gente es común y corriente». (Entrevista de Soler Serrano a Juan Rulfo).

Por lo tanto, el hecho de ocultarles su fisonomía, le confiere a sus personajes un carácter universal: en realidad, se puede tratar de cualquier hombre y mujer, de ambiente rural y taciturno, proveniente de Jalisco, de pueblos como Zapotlán, Contla, Tonaya, San Juan de Amula, Sayula, entre otros. Por eso, se hace pertinente estudiar la psicología de los personajes de Rulfo, en relación con la idea de lo «abierto y lo cerrado» que propuso Octavio Paz en la década de los años 50, cuando publicó su libro de ensayos «El laberinto de la soledad».

Bajo esa directriz, se estudiarán aquí los siguientes relatos que hacen parte de «El llano en llamas»: «Es que somos muy pobres», «Luvina», «Acuérdate» y «Paso del norte». Sobre la psicología de los personajes en los relatos del autor mexicano, Eduardo Huarag Álvarez atina a afirmar que «quedan en Rulfo los motivos, personajes y temas de la narrativa aldeana, pero se diferencia de ellos (y esto es lo importante) en el modo de transmitir sus relatos. Rulfo quiebra la linealidad narrativa, a la vez que ahonda en sus personajes para mostrar su interioridad expresiva» (Huarag Álvarez, 38).
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Cabe destacar que sobre la dicotomía entre lo abierto y lo cerrado, subyacente en la mentalidad masculina y femenina de los mexicanos —algo notorio en los personajes rulfianos— Octavio Paz declararía que «como casi todos los pueblos, los mexicanos consideran a la mujer como un instrumento, ya de los deseos de un hombre, ya de los fines que le asigna la ley, la sociedad o la moral. Fines, hay que decirlo, sobre los que nunca se le ha pedido su consentimiento y en cuya realización participa sólo pasivamente, en tanto que depositaria de ciertos valores» (Paz, 57). Entonces, siguiendo los postulados de Octavio Paz y aplicados a la obra de Rulfo, el hombre y la mujer mexicanos, depositarios de lo abierto y lo cerrado, son producto de una violación histórica, una intromisión violenta hacia la fisiología de la mujer, en un hecho histórico: La Conquista. Por eso, son los mexicanos de esa manera, un producto híbrido entre la Malinche y conquistadores como Hernán Cortés. Los mexicanos, tal como afirma coloquialmente Paz, son los hijos de «la chingada». (Paz, 98).

En ese sentido, en las narraciones creadas por Rulfo en «El llano en llamas», es posible detallar esos valores esbozados por Paz, los cuales son practicados con devoción por la mujer mexicana, abierta en su fisiología sexual, abusada por los ímpetus fálicos de los hombres —la violación es moneda corriente en la obra de Rulfo— y depositaria de todos los traumas sociales que subyacen en la comunidad patriarcal y machista de los mexicanos. El género masculino —cerrado, según la terminología de Paz— se hace sentir por la violencia, los actos impulsivos, el autoritarismo; y la brutalidad les confiere la capacidad para sentirse «machos». Inclusive algunos optarán por la vida criminal para hacerse respetar en las poblaciones jaliscienses del llano y también para lograr su sustento.

De esa manera, los valores transmitidos de generación a generación por las mujeres, están estrechamente vinculados con la obediencia y devoción a su marido, el recato, la fidelidad, la abnegación, la inexpresividad de sus sentimientos y penas. Las mujeres viven una contradicción: su fisiología, su cuerpo es abierto, pero su mentalidad y sus actos deben ser cerrados y clausurados a los extraños.

Más aún, la mujer cuenta con cinco opciones en su vida: el celibato que la llevará a ser señalada por la sociedad en general como una solterona, que nunca tuvo la oportunidad de merecer un marido digno de su apocamiento y obediencia. Asimismo, tendrá la posibilidad de optar por la vida abnegada del hogar, criando y velando por la educación de los hijos, dedicada de lleno a los quehaceres domésticos y al acatamiento de las demandas y directrices que disponga su esposo. En tercer lugar, dedicarse a la vida monacal, asumir los hábitos y ostentar el título de monja, consagrada o religiosa. O en el peor de los casos, dedicarse a la vida alegre, al ejercicio de la prostitución, impulsada por los medios paupérrimos en los que vive. También tienen otro camino: ser infieles y volarse con el primero que les ofrezca un futuro mejor.

Dicha labor harto difícil, la llevará a ser juzgada por la sociedad de los llanos, que la tildará de «piruja», tal como es descrita en «Es que somos muy pobres». En este relato en primera persona, sujeto a la mentalidad infantil, se describe ese proceso, el «tránsito» de lo «cerrado a lo abierto», que obliga a las mujeres a ejercer ese oficio estigmatizado, pero del cual, los hombres se benefician sexualmente, gracias al amparo del doble standart, practicado con disimulo, mientras portan las máscaras que no permiten conocer su verdadera fisionomía que describe Octavio Paz en su famoso ensayo (Paz, 50).

En ese orden de ideas, el narrador del relato describe una penosa situación que ilustra lo anteriormente expuesto y que lo llevará en el futuro a replicar por imitación el modelo de conducta de su padre: «Según mi papá, ellas se habían echado a perder porque éramos muy pobres en mi casa y ellas eran muy rebotadas. Desde chiquillas ya eran rezongonas. Y tan luego que crecieron, les dio por andar con hombres de lo peor, que les enseñaron cosas malas. Ellas aprendieron pronto y entendían muy bien los chiflidos, cuando las llamaban a altas horas de la noche. Después salían hasta de día». (Juan Rulfo, El llano en llamas, 127).

Ahora bien, como ya fue expuesto en la entrevista concedida a Joaquín Soler Serrano, Juan Rulfo expuso los principios básicos para crear a sus personajes abiertos y cerrados. Sostuvo que tuvo la oportunidad de conocerlos en su infancia y adolescencia y se vio en la necesidad de recrearlos e imaginarlos en sus relatos. Por lo tanto, para el autor mexicano, sus personajes no son un calco directo de la realidad: se trata más bien, de una recreación total de esa realidad. Los únicos puntos anclados con ella, son la ubicación geográfica en la que discurren los relatos y la dicción y la forma de expresar sus ideas. En su opinión, sus personajes tanto femeninos y masculinos, tienen una mentalidad completamente irracional; es imposible estudiarlos bajo la lupa de la lógica y en ellos se hacen evidentes contradicciones constantes. (Entrevista de Soler Serrano a Juan Rulfo).

Las contradicciones internas de los personajes en la obra de Rulfo son más que evidentes. En «Es que somos muy pobres», el padre, arquetipo del hombre machista y patriarcal, no desea que su hija Tacha, siga el camino de sus hermanas prostitutas. Inclusive, el temor del padre hacia el camino que asuma su hija, está estrechamente vinculado con una cuestión de índole económica. No es un asunto exclusivo a la educación y formación de su hija: el hombre desdeña su responsabilidad en el asunto y supone que la problemática aparece, cuando la comida y los enseres escasean. Simplemente el padre es una figura machista, autoritaria, que se impone al resto de la familia a través de la fuerza y la violencia y que de entrada anula —tacha, por eso Rulfo le pone ese nombre al personaje— el futuro de su hija. La condena en medio de la desesperanza, a la perdición.

Ella pasará a ser un personaje clausurado, retraído y aislado, para luego abrir su fisiología, su mentalidad y acto seguido, comenzar a ser estigmatizada por sus semejantes. Su suerte quedará sujeta al becerro que bien podría proveer a su familia del sustento que necesitan. Tacha se transmutará en el cuerpo del pecado que llevará a los hombres también a la perdición, tal como ya lo hicieron sus hermanas. La responsabilidad de ser expulsados del paraíso, no recaerá en los hombres: el peso del crimen recaerá en los hombros de la mujer. En eso radica la mortificación del padre.
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El narrador —el niño— describe la situación con el siguiente pensamiento: «Pero mi papá alega que aquello ya no tenía remedio. La peligrosa es la que queda aquí, la Tacha, que va como palo de ocote crece y crece y que ya tiene unos comienzos de senos que prometen ser como los de sus hermanas: puntiagudos y altos y medio alborotados para llamar la atención». (Juan Rulfo, El llano en llamas, 128). Mientras Tacha llora por la pérdida que supone la muerte de su vaca en el río —contradictorio porque es arquetipo de vida y aquí genera la muerte— sus senos se tambalean mientras ella lloriquea, situación que retrata el augurio de lo que será su vida futura: el ejercicio de la prostitución, pues no quedará otro camino de subsistencia (Juan Rulfo, El llano en llamas, 128). Juan Martínez Millán argumenta que el niño–narrador, la primera persona del relato, teje un laberinto espacio temporal que terminará con la condena de su hermana, que de seguro en el futuro ejercerá la prostitución. Martínez Millán cuestiona el hecho de que el narrador supiera de antemano que la vaca ha muerto, si junto con su hermana, fueron testigos de la inundación del río. ¿Cómo es posible entonces que augure lo que le pasará al animal? ¿Cómo supone entonces que hasta emitió un último bramido antes de morir en las aguas turbulentas? Martínez Millán arguye entonces que el autor «entraría en el plano simbólico de las palabras que pondrían el relato en relación con un significado de la condición humana del hombre universal, de un lector universal… El hermano era muy consciente de las implicaciones que la muerte de la vaca tenía para la familia, la mortificación de la familia y el consiguiente camino de Tacha hacia la prostitución». (Martínez Millán, 59).

En la orilla opuesta, es posible encontrar en los relatos de Rulfo, a la mujer abnegada y respetuosa de los designios y mandatos de su esposo. El hombre ordena y ella de inmediato debe cumplir las órdenes de su marido. Él ordena y ella cumple. En «Luvina», pueblo imaginario inventado por Rulfo, dos voces se entremezclan. Primero, un narrador en primera persona y también la voz del viejo que va comentando sus experiencias en ese poblado desolado, al narrador original de la historia, con el frío de las cervezas de la cantina y al lado de los juegos de los niños que arman alboroto.

De esa manera, la voz del viejo —nunca se describe su rostro— relata por medio del diálogo (modalidad narrativa que aumenta el dramatismo de la situación), lo desolador que supuso su primer encuentro con el poblado de Luvina. Entonces en el diálogo, se observan algunos puntos interesantes sobre lo abierto y lo cerrado; también sobre el acatamiento de las normas que la mujer debe cumplir sin su consentimiento, situación descrita por Octavio Paz en «El laberinto de la soledad»: «La mujer es una fiera doméstica, lujuriosa y pecadora de nacimiento, a quien hay que someter con el palo y conducir con el freno de la religión. Para los mexicanos la mujer es un ser oscuro, secreto y pasivo. No se le atribuyen malos instintos: ni siquiera los tiene. Ser ella misma, dueña de su deseo, su pasión o su capricho, es ser infiel a sí misma», comenta Paz en su ensayo, en clara sintonía con las descripciones de Rulfo en este cuento (Octavio Paz, El laberinto de la soledad, 58).
(Continua página 2 – link más abajo)

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