Cine de Cartelera Cronopio

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SIN TETAS Y SIN CINE

Por Álvaro A. Bernal*

«Ese es mi hombre, yo quiero que me toque, estoy hecha de oro»
(Coro del tema principal de la
banda sonora de la película
«Sin tetas no hay paraíso»)
Estando en Bogotá fui a ver la película colombiana de moda: «Sin tetas no hay paraíso» de Gustavo Bolívar. En otras palabras, la versión varias veces repetida de una telenovela colombiana de mucho éxito, esta vez adaptada al cine (hay que sacarle los últimos centavos a la gallinita de los huevos de oro). Lo primero que me llamó la atención fue observar en el teatro algunas madres acompañadas de sus hijos e hijas adolescentes. Presumí entonces que la película dejaría alguna enseñanza, tal vez aportaría algo, quizá una saludable reflexión. Estas madres deben pensar que llevar a sus hijos a ver buen cine es una sana costumbre, me encanta la perspectiva pedagógica y didáctica de ellas, además, valoro su ingenuidad en estos casos.

La segunda sorpresa fue confirmar que en Colombia estos dramas pegan y hacen que la gente acuda a las salas de cine acatando las órdenes de los omnipresentes y poderosos medios de comunicación. Nos encanta mucho obedecer, mirar para el suelo, repetir lo que todos afirman, y algunas veces dentro del rebaño apenas balar (beeee). En consecuencia, si hay algún aspecto para resaltar de esta producción, sería el despliegue de información y promoción de un canal nacional, patrocinador de la cinta (había que invertir fuerte en el negocio y les quedó muy bien la publicidad y la manipulación). También quedé impresionado al ver un teatro de un centro comercial colmado en su totalidad de un público ferviente que asistía en masa en el último horario de la noche, las boletas para la función anterior se habían agotado.

De la película no hay mucho que decir que no se haya dicho antes acerca de las versiones de la telenovela: es más de lo mismo. ¿Habrá algún colombiano que no conozca la trama de esta telenovela hoy convertida en película? En ella se parte de dos elementos fundamentales que atraen y que venden: altas dosis de sexo y violencia dentro del entorno del narcotráfico, consolidando de esta forma en el cine colombiano contemporáneo la temática de la sicaresca y el narcorrealismo, géneros de índole literario pero que en el presente se retoman, reencauchan y extienden ambiguamente a cualquier creación audiovisual.

La historia pretende denunciar el deterioro moral que ha ocasionado la cultura del  narcotráfico con sus imaginarios en buena parte de la juventud colombiana. Con esa tesis, aparecen una niñas de pueblo de estrato sociocultural bajo enloquecidas por tener senos grandes y así poder acostarse con los narcotraficantes de la región para ganar dinero y salir de pobres. Me pregunto entonces si esa es la cruda realidad de las nuevas generaciones, pues si es así, lo que nos espera es un centenar más de historias, películas y telenovelas como éstas, todas ellas seguramente repitiendo la misma truculencia.

El marco sociocultural del drama de Catalina, la protagonista, y sus amigas deslumbradas por lo material, es una triste consecuencia de un sistema corrupto que ahoga y no da opciones, un consumismo ilimitado y  una superficialidad que asusta. Catalina y sus compañeras en la película van del colegio al parque del pueblo, y de allí saltan a la cama de cualquiera. Todas ellas están prestas a hacer lo que sea necesario para cambiar sus cuerpos y por ende sus vidas dentro de un mundillo engalanado por una fauna muy familiar para el espectador colombiano, casi un cuadro costumbrista: sicarios, delincuentes, traquetos y putas; un circo social, decenas de veces visto y narrado últimamente en nuestra literatura, televisión y filmografía nacional.

Lo que la película intenta inocentemente aleccionar, llega a estar en contravía al haberse utilizado como protagonista a una joven mujer (Isabel Cristina Cadavid) que la volvieron actriz de la noche a la mañana, y con el argumento de imprimirle realismo a la historia la usaron, pues ella, al igual que Catalina, en realidad deseaba tener un par de senos nuevos. Así las cosas, esta actriz principiante, que del todo no lo hace mal, debuta lanzándose o prestándose por medio de su personaje a realizar básicamente un buen número de escenas sexuales, posar desnuda, mostrar sus senos antes y después de una cirugía, e irónicamente seguir la dinámica y las metas perseguidas por el personaje que ella misma interpreta. En pocas palabras: todo por la fama y el dinero, curiosa coincidencia.

La idea original de los productores de este drama pareciera un discurso encubridor que lo que hace es enmascarar un aprovechamiento muy lucrativo, que a todas luces contrasta con la endeble moraleja o denuncia que la película finge revelar. El otro gancho del mentado realismo con el que se relaciona la historia aparece al anunciarse hasta el cansancio que la cinta cuenta con escenas exclusivas de una operación de aumento de senos y que por ese novedoso elemento la narración gana en autenticidad. Pero otra vez concluimos con lo innegable, un doble discurso redactado a partir  de una publicidad engañosa que nos invita a dudar de la originalidad del cine colombiano, sumado a una actriz amateur, que al igual que el personaje encarnado, resulta ser hábilmente manipulada.

«Sin tetas no hay paraíso» es una película de calidad semejante a aquellas mexicanas que se trasmiten en los canales latinos de Estados Unidos, esas recordadas y protagonizadas por Vicente Fernández, Rosa Lola Chagoyán o los hermanos Almada; esas de narcos y de metralleta en mano; es decir un producto local, bien maquillado pero de consumo nacional. El filme de Bolívar nos trae a la mente las cintas americanas catalogadas como B (B Movies), historias de bajo presupuesto y de muy flojo contenido que jamás pasan a la posteridad.

La película nunca alcanza un diálogo profundo, alguna introspección o análisis de la problemática que presenta y cuestiona, no trasciende ni transmite algo nuevo más allá de esa cruda realidad que enseña; no tiene una sola escena que merezca ser recordada; es claramente un culebrón entretenido para cierto tipo de público que goza con la ponderación excesiva de un lenguaje social y que se satisface con la fórmula elemental del bolero: nadie piensa, todos sienten. «Sin tetas no hay paraíso» es literatura ligera que se convierte en telenovela y que para redondear el negocio se empaca a la brava en formato de cine, esta última versión con el agregado de tener una doble ración de sexo y violencia (ese es el «bonus track»). Una de las conclusiones, después de verla, es que algunos de los actores y actrices de talento que hacen parte de ella no les queda otra posibilidad que enrolarse en estas propuestas comerciales pues en nuestro medio ese es el pan de cada día y lo que deja la bolsa llena.

Individualmente se puede rescatar el trabajo de Oscar Borda, «Pelambre», el guardaespaldas de un narcotraficante enamorado de Catalina o incluso la buena ejecución del joven actor Francisco Bolívar que representa a Byron. Por su parte, Linda Lucía Callejas logra hacer una actuación fuerte y medianamente creíble en su personaje de doña Hilda, madre de Catalina y amante del novio de su hija. Desafortunadamente, temo que a la audiencia lo que le interesa, más que apreciar sus dotes como actriz, es ver sus escenas voluptuosas gracias al morbo que gestó la publicidad antes del estreno de la película, pensemos en las frases que advertían: «lo que no pudo ver en televisión» o «una de las películas colombianas más atrevidas de los últimos años». No deja de llamar la atención también cómo se ha encasillado al actor Fabio Restrepo (Marcial), en roles similares después de su sobresaliente trabajo en «Sumas y Restas» de Víctor Gaviria. Todavía no sabemos si Restrepo es el excelente  actor que emergió en el filme del cineasta antioqueño pues a partir de ese momento solo le confían papeles mellizos.

Lo demás es nuestro carnaval que empareja bien con la película y le da más colorido a la puesta en escena: nosotros mismos, nuestra colombianidad, «nuestra gente bella» como lo dice un popular presentador de la televisión colombiana, nuestro folklore, los espectadores riéndose a mandíbula batiente de lo ramplón, carcajadas que se proyectan a partir de un burdo humor negro, un drama banalizado, vestido de colombianas lindas, de deseable y sintética figura, ligeritas de ropa, el constante estruendo de balas, y el descubrimiento de una novel actriz que al igual que Catalina ya cumplió su sueño de tener senos provocadores, cualidad que la aventajará sobre otras colegas para seguir protagonizando telenovelas y películas de esta calidad.
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* Álvaro A. Bernal es profesor de literatura, cultura y lengua en la Universidad de Pittsburgh en Johnstown, Estados Unidos. Cuenta con una licenciatura en lenguas modernas de la Universidad Pedagógica Nacional de Bogotá. Posee una Maestría en literatura norteamericana de Governors State University y una en literatura hispanoamericana de University of Northen Iowa. Su doctorado en literatura es de University of Iowa. Ha publicado algunos artículos en revistas especializadas en Colombia y Estados Unidos. Su libro teórico «Percepciones e imágenes de Bogotá: expresiones literarias urbanas» acaba de ser publicado por Editorial Magisterio de Colombia.

1 COMENTARIO

  1. estoy totalmente de acuerdo lo unico salvable de la peli es la musica y canciones y por supuesto oscar borda, me quedo con la serie colombiana

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