Literatura Cronopio

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ÓDIAME, PERO NO ME OLVIDES

Por Rocío Ordóñez*

Me dijiste un día «Ódiame, pero no me olvides».

Hace tanto de aquello… tanto que el olvido recubre con su invisible pátina los rasgos de tu rostro.

Es difícil cumplir las promesas.
Ya, ya lo sé, el mundo sigue, la vida debe continuar, y, sean cuales sean los recuerdos, al final la factura del tiempo te nubla la vida, sí, porque aquello que sucedió fue vida, fue nuestra vida.

Hoy, cuando empecé a escuchar el ruido de los carros de curas y los desayunos, cerré los ojos. ¿Por qué no duermo? ¿Por qué la noche se puebla de tantos historias que desaparecen al levantarse el día como si un plumero las borrase, dejando apenas un rastro de voces y llantos?

Mis hijos van a venir a verme, porque hoy es sábado. ¿Es sábado seguro? Tengo que preguntarlo, abro los ojos y miro a la puerta, esperando que lleguen. Aún está el pasillo a oscuras, no han empezado la ronda ¿Cómo puedo preguntar qué día es? Tengo que saberlo.  Me agarro a las barandillas de la cama y las agito, impaciente.

Pero no era eso lo que me ha tenido esta noche despierta, no, eso no era.

Era tu voz… es curioso que apenas recuerde tus rasgos, las cejas elevadas, los ojos escondidos siempre, menos aquella vez, aquella vez que me miraste y me dijiste «Tranquila», tu sonrisa, tus labios dulces… no, apenas recuerdo tu rostro. Es tu voz la que aún escucho, la que me habla durante la noche y me vuelve atrás, al pasado, me devuelve a tu lado.

Y ahora tengo miedo.

No, aún no es sábado, me dicen. No quiero que vean mis lágrimas y me tapo con la sábana.

Yo no era esto, no  era un estorbo que cuidan con más o menos paciencia, yo era la Paca, un huracán que levantaba el día con risas y trabajo. Me levantaba al alba para ir al arroyo a lavar y coger el mejor sitio, el más alto, para que la espuma y la suciedad de los demás no me manchara la ropa. Cuando ellas llegaban yo tenía ya media colada al sol, secándose sobre los espinos, y me reía del mundo.

Mi marido el más fuerte, mis hijos los más guapos, y yo una mujer fiel, enérgica y cabal… hasta que te conocí.

Necesito un papel y un lápiz, tengo que escribirlo ahora, no puedo esperar.  Ya lo he pedido a tres, pero todas van con tanta prisa… seguro que la de la tarde, que tiene más paciencia, me lo da. No recuerdo su nombre, antes lo sabía, pero ya lo olvidé, lo miraré en la tarjeta que llevan colgada en la chaqueta blanca.

Les gusta que les llames por su nombre. A mí la enfermera de la tarde me llama por el mío, Francisca, me repite muchas veces el día que es, los hijos que tengo y como se llaman.  Mis hijos se llaman…  se llaman… Necesito un papel.  ¿Para qué? Ya, ya recuerdo.

Recuerdo cuando llegaste, yo aún no te había visto, y todos hablaban de ti. El escritor que había comprado el pazo del Monte Umbrío.

Mi tía me dijo que buscabas alguien para hacer la colada, y que te había hablado de mí, que te dijo que, de todas las mujeres del pueblo, era la que más limpia dejaba la ropa.

Ya tenía a mi Antonio… mira, ¡Ahora me acuerdo!

Y le dejé en casa de la tía para acercarme al pazo a buscar tu ropa. Era muy temprano, más aún que otros días, y, según llegaba, pensé que aún no te habrías levantado y a punto estuve de dar la vuelta y, pero, ya que estaba levantada, no iba a volverme a casa.

Al llegar vi luz en el salón, por los cristales te vi, arropado con una manta oscura, inclinado sobre la mesa, escribiendo en hojas de papel blancas. Usabas plumas de ave, que mojabas en un tintero pequeño, de cristal verde oscuro, como los antiguos, y tenías el cabello entrecano.  De pronto levantaste la cabeza, te restregaste los ojos, y te echaste a llorar.

Los hombres de mi tierra no lloran. Gritan, se enfadan, te dan un revolcón, y a seguir. No lloran. Mi marido nunca antes había llorado. Luego sí, cuando se lo conté, lloró. Muchas veces, de noche y de día, a todas horas lloraba. Pero hasta entonces, nunca había visto llorar a un hombre.

Esperé un poco, a que te serenaras, y llamé a la puerta. Abriste y no supe que decir, yo, la más dicharachera del pueblo, me quedé sin palabras. Tú te quitaste los lentes y me sonreíste, aún la mirada emocionada. Tenías preparada la ropa y me la llevé en el cesto.

¿Sabes? Cuando me alejaba de tu casa me paraba y olía tu ropa. No olía como la de los hombres del pueblo, no. Tenía un olor a ceniza y a musgo y a sueños.

Dicen que los sueños no huelen, pero tu ropa olía a todos tus sueños, a todas las historias que inventabas y escribías.

Cuando me contabas que estabas escribiendo un cuento hindú, luego, al otro día tu ropa olía a almizcle y a incienso. Ya sé que nunca he olido esos olores que aparecían en tus historias, pero cuando me llevaba tu ropa, olían así.

Un día que escribías un relato sobre un marinero, tus ropas olían a mar, y ese olor sí que le he olido, cuando un día fui a la ría, y cuando la sardinera trae pulpos y congrios.

Otro día tu ropa olió a rosas y madreselva, pero no me quisiste decir lo que estabas escribiendo, y yo me volvía loca pensando en qué podría causar ese olor.

Cuando, al día siguiente, intenté quitarte el papel para leerlo, y nos peleamos, riéndonos, y tú de repente te pusiste muy serio, y  me abrazaste y yo te besé, ya no necesité que me lo contaras, supe que me escribías una carta de amor.

No, apenas recuerdo tu rostro. Pero cierro los ojos y aún escucho tus palabras, siento tus dulces caricias, y vuelve el dolor de tu ausencia.

Fue muy triste nuestra historia.

El miedo y la duda se asentaron por primera vez en mi corazón.

Yo era salvaje, decidida, pero tu amor me volvió cobarde, no me sirvieron  ni tu paciencia ni mi deseo.

Y al final, te marchaste.

«Ódiame, pero no me olvides».

Si yo hubiera sido escritora, como tú, habría dejado nuestra historia en una novela. Pero no lo soy, así que me conformaré con escribirte una carta.

Necesito un papel. Lo necesito ya. No puedo esperar a que el tiempo y el olvido me arrebaten tu recuerdo.

Ha llegado mi hija ¿No decían que no era sábado?

Viene con un hombre muy viejo que no recuerdo. Me pregunta si le conozco, pero no, no lo sé.

Solo quiero un papel y un lápiz.

Y el hombre rebusca en su chaqueta y me da una estilográfica. De un bolsillo saca un libro, pequeño, y se le quito de las manos. La primera página está en blanco, y, con la pluma, empiezo a escribir.

«Ódiame, pero no me olvides».

Ya no sé seguir. ¡A ver para que quiero yo un libro!  Y le devuelvo la estilográfica.

El hombre abre el libro, mira la página, y se echa a llorar. ¡Vaya hombre tonto! Me enfado y le digo a mi hija que se marche, que lo que yo quería era una hoja de papel.

El hombre deja el libro sobre mi mesilla y se va.

Vuelve la noche y con ella tu recuerdo que no me deja dormir.  Enciendo la luz y me siento. Hay un libro sobre mi mesilla. Tiene en la portada la foto de un paisaje verde, frondoso, como eran los paisajes de mi tierra  ¡Que curioso!

Le abro y en la primera página hay escrito a mano «Ódiame, pero no me olvides».

En la siguiente leo una dedicatoria:

«A Francisca, mi gran amor»

CANCIÓN DE SANGRE

Háblame de luces y palabras.

Cuéntame cómo el viento es de terciopelo y el mar de cristal en movimiento.  Acaricia mi nuca y susúrrame muy bajito… tan bajito que así crea escucharte en esta celda mía.

Necesito que me tranquilices con tus besos, que me calmes esta tortura que me estruja. Toma mi mano, acompáñame en este postrer paseo, y canta a mi oído nuestra canción, que no escuche los cerrojos, ni sus pasos firmes, ni los míos, arrastrados.

Solo necesito sentir cerca tu aliento, el hálito que siempre quise solo para mí. El roce apagado de tus labios tras mi oreja.

Pero no me mires… no quiero ver tu rostro ensangrentado. ¿Ves?  Así. Como yo. Yo no levanto la mirada. Sabes que no soy culpable, sabes que fuiste tú, tú la que me obligaste.

¡Yo te quería! ¡Te quería tanto!

Abrázame fuerte, muy fuerte, destroza mi sangre con tu alma de fantasma. Yo me dejo…

No, no me tengas miedo…  ya no puedo hacerte daño.
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* Rocío Ordóñez es escritora española. Escribe su primera novela a los 14 años. Ha escrito varias novelas, obras de teatro, guiones, relatos y poesías. Ha publicado dos libros, el primero, «Leyendas para una noche», con tres historias escritas con muy diferentes estilos: «Yenisei», un cuento ecológico; «Dul-bilidú», un mundo de imaginación; y «El cuentacuentos», la vida de un estudiante que decide hacerse payaso. El último publicado, «Días de Hielo y Fuego» novela épica, ambientada en la revolución francesa, en la guerra de independencia en España, las guerras libertarias en Haití y Santo Domingo, la vida cultural de la Cuba colonial, en la que los personajes literarios conviven con personajes reales como La Fayette, Desmoulins, Robespierre, Simón Bolívar, en una trama compleja con gran base histórica, magia y pasión.

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