Cronopio reflexión

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dolor olvido adolescencia

DOLOR, OLVIDO, ADOLESCENCIA

Por María Del Rocío Vallejo-Alegre*

«No tienes que sufrir para ser un poeta.
La adolescencia es suficiente sufrimiento para todos»
(John Ciardi)

«Atrapadas en la Escuela» es el resultado del trabajo de una docena de reconocidas escritoras mexicanas, pertenecientes a diferentes generaciones y a diversas regiones del país. En conjunto cubren una amplia variedad de temas desde muy diferentes puntos de vista y con estilos muy personales. Mónica Lavín nos explica que su objetivo es que los jóvenes, padres y maestros compartan estos temas entrañables y difíciles de la adolescencia.

La palabra adolescencia deriva del latín «Adolescens», que significa joven y «Adolescere», que significa crecer. La Organización Mundial de la Salud define la adolescencia como el período de crecimiento que se produce después de la niñez y antes de la edad adulta, entre los 10 y 19 años, periodo crucial en nuestras vidas. Estaría a finales de mi adolescencia, con 18 o 19 años, cuando alguien me explicó que la adolescencia estaba asociada con el verbo «adolecer», sufrir… Sufrir de cierto defecto, carencia, vicio o padecer una enfermedad (RAE). ¡En aquel entonces me sorprendí! Los adolescentes sufren, son tantos los cambios biológicos y emocionales a los que se enfrentan, que este periodo es sumamente doloroso. Aquella explicación fue una validación de mis sentimientos, fue como si alguien me diera una palmada en la espalda y me hubiese dicho «Rocío, no eras la única. Todos la hemos pasado mal en la adolescencia», de pronto me hicieron sentir parte del grupo.

Pasaría mucho tiempo hasta que Lisbeth Hernández Moreno corregiría aquella explicación que tanto me había sorprendido. «En la lengua española es común la asociación de adolescencia y dolor, en la acepción de estar incompleto o carente de algo; no obstante, desde el inicio es imperativo resignificar que la adecuada y justa asociación debe ser con el significado de padecer o sufrir de alguna aflicción, no atribuible al periodo cronológico de la vida sino a las vivencias que en él suceden» [1]. Sin embargo, rehusé esta explicación. Cuarenta años después, al leer «Atrapadas en la Escuela», he sido capaz de comprender que el sufrimiento es generado por las vivencias y no por el periodo de crecimiento en el que nos encontramos. Mónica Lavín nos explica: «Estos cuentos si bien son divertidos, dolorosos, son sobre todo cercanos, creíbles, capaces de retornarnos al mundo —como decía el escritor argentino Julio Cortázar— con una mirada distinta».

Es así, con una mirada distinta, que cada una de estas historias me ha hecho rememorar mi adolescencia descubriendo que las circunstancias vividas que generan el sufrir en esta etapa de la vida, se repiten generación tras generación. Es común escuchar, «esto no pasaba en mi juventud». «En mi adolescencia las cosas eran muy diferentes». «La juventud está cada día peor». Con esta nueva mirada sobre mi pasado me ha sorprendido que nuestra certeza de que «todo tiempo pasado fue mejor» es falsa. Ernesto Sábato nos explica que «esta frase no quiere decir que antes sucedieran menos cosas malas, sino que —felizmente— la gente las echa en el olvido» [2].

«Atrapadas en la escuela» comparte nuestras vivencias olvidadas con la realidad que los adolescentes están enfrentando. Estos cuentos nos hacen recordar nuestro pasado… nos permiten tomar conciencia de nuestra adolescencia… Retornándonos al mundo, a nuestro presente con una mirada distinta… derribando la barrera del tiempo entre generaciones. Recordando el dolor y dándonos la oportunidad de comprender…

En el primer cuento de la antología, Ethel Krause me llevó a 1975, a primero de secundaria. «Mariana de doce a trece». Este personaje a través de su diario me ha hecho recordar aquellos pequeños detalles, que, al parecer sin importancia, decoraron mi entrada a la secundaria. A diferencia de Mariana, mi uniforme era el mismo que usaba en primaria. Un saco de papas azul marino, con el cuello de plástico rojo y blanco derritiéndose en los hombros por el sol a la hora del recreo. Con una enorme corbata roja anudada como moño de gato. El cambio más sorprendente que viví al entrar en secundaria fue que dejé de ser Rocío, ahora todos me llamaban señorita Vallejo. Como si de la noche a la mañana hubiera dejado de ser una niña y hubiera ganado 20 años. Quizás nuestro primer error como adultos, es olvidar que el adolescente aún no es un adulto y que es un proceso que toma su tiempo. No sucede de la noche a la mañana.   

Me sorprendió la manera en que Mariana habla del «Diario de Ana Frank» y los versos de Becquer. Así como de la película «El Dr. Zhivago», consideraría estas obras de un pasado muy remoto y sin embargo 50 años después siguen siendo un espejo del sentir de los adolescentes o quizás deberíamos de ser más específicos del corazón del ser humano, donde el amor es nuestra razón de ser.

Al igual que Mónica, crecí asistiendo a un deportivo y ambas cambiaremos este gusto por quedarnos en casa de una amiga y usar nuestra imaginación para comprender los cambios que vivimos. Ilse es la amiga de Mariana con la que creará obras de teatro donde las tragedias amorosas son el tema por excelencia. Gaby será mi compañera de juegos. En lugar de teatro, usaremos una casa de muñecas. La casa de muñecas más fantástica que he conocido, siendo nuestras Barbies las actrices de las tragedias amorosas. Ambas estaremos dando voz a sueños que empiezan a despertar dentro de nosotras y somos incapaces de articular.

María Luisa Puga en su cuento «Atrapada sin salida» me sentó en mi primera clase de secundaria en una de esas famosas «sillas de paleta», incómodas hasta decir basta; pero que nos hacían sentir tan adultas. Y así sentada en esta silla de adultos recordé a mi profesora de Civismo que solamente nos dictaba. Nunca nos dio ninguna clase y todas sus lecciones empezaban con la frase «punto y aparte». La narradora nos dirá: «Aquí a ningún maestro le importa si estás o no», lo único que les interesa es ganar su sueldo (34). Un profesor que no ve, ni siente a su alumno, no debería ser profesor. Tristemente se pide paciencia a ella misma, con la esperanza de que algún día cambie su suerte. Es palpable la soledad de la narradora en el cuento. Describe los descansos de 10 minutos entre clases como «una grieta por donde puedes mirar la libertad» (33). Pareciese un llamado de auxilio de alguien atrapada sin salida, haciendo honor al título.

Si todo esto no fuese suficiente, el personaje se enfrenta a la muerte. No de un ser mayor, ¡de un compañero! Alguien de su edad. El hecho sinceramente es incomprensible, la desolación que enfrenta esta chica es abrumadora. En un cerrar y abrir de ojos me encuentro en sexto de primaria. Mi amiga Sabrina, falleció de cáncer. No fui capaz de comprenderlo, solamente sentí ese gran vacío dentro de mí, la impotencia de no saber qué hacer y un sentido de culpa por no haber sido mejor amiga, por seguir yo en esta vida y no ella…

«Un día tan esperado» por Nuria Armengol. El padre de Ana Isabel acostumbra a despertarla con un aterrador «Ya es hora», lo que la asustaba terriblemente. Curiosamente, mi padre también era el que solía despertarme también. En mi caso él solo prendía la luz de mi cuarto antes de entrar a rasurarse. El susto nos lo llevábamos si despertamos a mi madre. Nunca tuvo un buen despertar, así que en casa todos caminábamos de puntitas. No recordaba los famosos batidos de leche, huevo, vainilla y canela. Genial solución que mi madre utilizaba para mis desayunos hasta que mi hermano compartió la receta conmigo. Nunca volví a beberlos y gracias a Dios, hoy están en extinción por el riesgo de salmonella. Junto con estos recuerdos llegan las fugas escolares o las famosas «idas de pinta» como decíamos en mis tiempos. Nunca me atreví, solo de pensarlo el estómago se me anudaba y mis padres no me hubieran permitido vivir para contarlo, pero he sido capaz de recordar la expresión de completa independencia que aquellas escapadas significaban.

Dentro de este mundo de recuerdos la autora nos lleva al tema central del desarrollo, y será Matilde, la dueña de la tortería, la que ayude a Ana Isabel a enfrentar este cambio, brindándole una nueva perspectiva de lo que ser mujer significa. «La idea de Dios como hombre se inventó cuando empezó el patriarcado y esta idea está ligada a la política y a las religiones basadas en falsos ideales, en el deseo de poder y control, desconociendo la compasión. Pero en realidad es la Diosa Madre la que está detrás de todas las cosas. Su energía trabaja a través de nuestro corazón y nos ayuda a mantenerlo abierto. Comprender los secretos de la sangre es comprendernos a nosotras mismas. En esta sangre está nuestra esencia espiritual, la memoria del alma, es la fuente de nuestro Poder. Aquí se esconde nuestra historia, nuestro linaje y toda la información de la Madre Tierra» (49). Lavín nos dirá que Nuria Aragón, asesta con valentía en un tema esencial de la adolescencia: La menstruación, sus mitos y sus verdades» (14). Adicionalmente, a mi parecer, el cuento busca rectificar el rol de la mujer, como Fuente Creadora (48), como Madre.

Verónica Murguía nos transportará a la Edad Media y en su cuento «María» contrastará a la «diosa», que Nuria Armengol nos ha presentado con la «sierva» de esa época. El personaje principal, María, es arrancada de la casa de sus padres como pago al maestro. Este es un mago muy poderoso que salvará la cosecha de la aldea. Las supersticiones hacen a María sierva de este amo y ella en su ignorancia imagina la gratitud que los habitantes de la aldea le tienen y cómo honrar su recuerdo (62). ¿Diosa o Sierva?, esa es la cuestión. Definitivamente el conocimiento es poder y será la única forma que cualquier ser humano pueda romper cadenas y mitos. Mi madre solía decirme: «Lo único que puedo dejarte es tu educación, siempre la llevarás contigo sin importar dónde estés o qué tengas que enfrentar».

«La señorita Ortega» por Ana García Bergua me regresará a la edad de secundaria. Vivíamos en la calle de Mérida, en la colonia Roma. Uno de mis juegos era contar los Volsváguenes rojos, que pasaban por la calle al igual que lo hace el Espárrago en el cuento. He de confesar que la pasión por este peculiar coche era porque fue, orgullosamente, el primer coche de mi mamá. Si no mal recuerdo era del año 70. Lo apodamos el «Volchito» y continuando con los apodos, al igual que el Espárrago, yo era larguirucha así que gocé de varios de este estilo: el espagueti, el palillo, el popote, la jarifa y brujilda, por lo menos son los que recuerdo. Comprenderán que estos no me hacían mucha gracia en aquel entonces, aunque hoy en día me hacen sonreír.

La trama del cuento es el primer hechizo, ese primer encanto que alguna vez todos hemos tenido, quizás por un artista, por un vecino, por el hermano de una amiga… un hechizo que nos lleva a sonrojarnos, a tartamudear, emocionarnos y hacer el tonto de nosotros mismos. Recuerdo que este hechizo me llegó en Tampico, en unas vacaciones con mi familia. Tendría 12 o 13 años, quizás menos. Mi hermano y yo nos dedicamos a cazar ranas y luciérnagas en la noche y simplemente quedé hechizada por un chico que debería tener 20 años, el hijo del dueño del hotel. No sé qué cara de boba debí haber puesto, recuerdo a mi madre decir mi «Rocío» con tal ímpetu que me volvió a la realidad en un segundo.

Mónica Lavín nos hablará de la traición entre amigas en «14 de febrero». En el cuento es un chico el que causa la traición. En mi caso, fueron las intrigas de la madre de mi amiga. Ni siquiera hoy en día podría poner en blanco y negro lo que ocurrió o qué le dijo esta señora a mi madre. Lo que sé, es que mi madre cortó por lo sano, me cambió de salón y la amistad se dio por terminada. Mi amiga nunca volvió a hablarme, me sentí tan traicionada. Además, con el cambio de salón, perdí a todo mi grupo de amistades, que se quedaron con ella. Hice lo imposible por no perderlas, corría a verlas en los cambios de clases, las buscaba en los recreos, luchaba porque me regresaran a ese grupo. Así se me fue el tiempo de las manos y llegó el final de segundo de secundaria. En tercero, había comprendido que no pertenecía a aquel grupo más, pero tampoco pertenecía al grupo en el que me encontraba. El sentido de pertenencia, una de las necesidades humanas fundamentales en nuestra vida.

«La portada del Sargento Pimienta» por Anamari Gomís. La historia da inicio «en un edificio de departamentos que se desmoronó con el terremoto de 1985 (88)». Mi memoria vuela al salón de clase en la Universidad La Salle. La clase empezó a las 7:00 de la mañana, un compañero está exponiendo y el resto de nosotros estamos medio adormilados, aún con el cabello a medio secar. Estoy tratando de acomodarme en las incómodas sillas de paleta. Mi amigo José Luis, «Messie Le Gansse» como le apodamos, está sentado detrás de mí y me empieza a desesperar porque está pateando mi silla y no me dejará encontrar una postura agradable. Me vuelvo bastante enojada con él y me sorprende su aseveración de que no es él. Instantáneamente, un compañero grita «está temblando». Estábamos en el tercer piso. Uno de nuestros amigos utilizaba silla de ruedas, no había forma de que con todos evacuando el edificio fuésemos capaces de bajarlo. Mario, se para al frente de la clase y dice: «Jorge Carlos no puede bajar, así que todos nos quedaremos con él». Al terminar salimos del salón y todos los estudiantes estaban en el patio. No había celulares en aquel entonces, así que las noticias tomaron un tiempo para empezar a llegarnos. La universidad cerró y de camino a casa nos percatamos de parte de la magnitud del terremoto. Casas y edificios destrozados, camiones militares y soldados por todas partes. Pareciese que la ciudad estaba en toque de queda. Mi querido país es descrito como un amplio laboratorio sismológico. Entre todos los sismos que se han documentado, el de 1985 es uno de los que permanecerá en la memoria de los mexicanos ya que reveló la fragilidad en la que vivíamos [3]. A pesar de ello empezábamos felizmente a olvidarlo, cuando en el 2017 un fuerte llamado de atención nos regresó a la realidad…

Además del terremoto, el cuento me transportará a tantos lugares de mi bella Ciudad de México: La colonia condesa, la colonia Juárez, la Avenida Insurgentes y la Zona Rosa. Los Beatles ambientarán estos parajes y junto con mi madre, mi abuela y mi hermano me encuentro en el cine viendo la película «The yellow submarine».

La historia se centra en nuestras primeras aventuras amorosas. Aquellas cuando estás enamorada del amor, como mi madre solía decirme. A la vez evidencia como el olvido felizmente va cubriendo nuestra memoria, al igual que el sismo del 2017 nos lo recordó y como felizmente Sábato nos propone. La protagonista nunca volvió a saber de su primer novio, Ricardo, «parece que sí se lo hubiera tragado la tierra» (106). Esto me hizo pensar en Federico. Él, mi hermano, Enrique y yo jugábamos al tenis. Yo era malísima, pero les servía para completar el cuarteto para poder conseguir cancha. Después siempre me sacaban cuando llegaba algún otro amigo. Nunca hubo nada entre nosotros. Pero recuerdo las mariposas en el estómago cuando lo veía. Al final de aquel verano se fue a vivir al interior del país y al despedirse me regaló un dije de plata, una raqueta de tenis. Quizás, él también sentía mariposas en el estómago. Tampoco volví a saber de él y como bien dice el cuento… «y así —TENEMOS— una muchedumbre de recuerdos, unos más vivos y otros medio muertos» (105).

Beatriz Espejo participa con el cuento «Una mañana de abril». La trama se basa en el poder de seducción entre una estudiante y un profesor que dejó de ser seminarista por perder la vocación. No recuerdo haber vivido alguna situación semejante en la secundaria. Quizás sea porque las «Hermanas del Verbo Encarnado» se cuidaron de evitar este tipo de distracciones al seleccionar a nuestros profesores. Error que en el relato cometieron las «Hijas de María». La historia me llevará de visita a la bella ciudad de Cuernavaca, conocida por los chilangos como el lugar de la eterna primavera por su fabuloso clima. Así como la ciudad de Querétaro con su bella arquitectura colonial. Me recordará el famoso restaurante Sanborns de los Azulejos, al que tantas veces fui con mi abuela en el centro de la Ciudad de México. Me traerá a la memoria el libro de «Las Mil y Una Noches» que mi madre solía leernos y a Evangelina, una de mis amigas del grupo de primero de secundaria. Me llama mucho la atención como la protagonista habla de su pluma Shaffer. En mi caso estaban de moda las plumas Parker. Un modelo muy tosco, muy distintivo que aún conservo.

Donde me identifiqué con la protagonista es con una medallita de plata que podría haber recibido si hubiera asistido veintiún sábados seguidos a misa de nueve (113). Por la situación económica del personaje, tristemente, el padre solventará esta dificultad comprándole una medallita de oro de la Virgen de Guadalupe. En mi caso tengo una medallita del Verbo Encarnado. Me la dieron en uno de los aniversarios de mi colegio, el Instituto Pedagógico Anglo Español y la conservo con gran cariño. No es de plata, pero en todo este tiempo no se ha ennegrecido, lo cual es ventaja. Recuerdo usarla prendida en mi corbata roja. Es importante aclarar que ya no usaba la corbata como un moño, como cuando entré a primero de secundaria. Ahora soy mayor y la corbata la uso doblada en forma de rectángulo con la medallita prendida en el centro. La medalla no es la única diferencia. En mi caso mis padres nos enseñaron que debes de trabajar muy duro para lograr lo que deseas. Y ya les he comentado aquella eterna cantaleta de mi madre: «no podemos dejarte nada más que tus estudios». Y por esto no saben qué agradecida les estoy a los dos.

«Graduación» por Edmee Pardo me ha hecho temblar. En secundaria nunca vi o supe de nadie de mis compañeras que bebieran, mucho menos que buscaran el alcohol como consuelo a la soledad. Le pregunté a mi marido sumamente sorprendida que si él había bebido en secundaria. Los ojos se me quedaron como platos. ¡Me dijo que sí, no podía creerlo! Pensé que estos problemas no habían ocurrido en mi generación, creí que el alcoholismo y la drogadicción eran problemas de generaciones recientes. ¡Qué equivocada estaba! No solamente tenemos el problema de felizmente olvidar, también tenemos el problema de ignorar. Con esto en mente, me pregunto cuántas veces me equivoqué al tratar de ayudar o dirigir a mis hijos…

Alejandra Rangel nos transportará a un mundo virtual en «Laberintos de sueños» donde Margarita con su permanente inquietud me recordará a mi hermano, Tato, a quién tenían que mandarlo a correr alrededor del patio para que se tranquilizara y pudiera estar en clase. Margarita además de inquieta se atreverá alzar su voz ante autoridades, maestros, directivos y compañeros en una ceremonia pidiendo la abolición del uniforme y la autorización del uso jeans y tenis (124). Todos aquellos que llevamos uniforme, recordaremos que ese era nuestro sueño dorado. Pareciese que el abolir aquel uniforme nos daría la libertad tan soñada. Recuerdo que al final de preparatoria, mi escuela permitió el uso de un uniforme de invierno: Pantalones azul marino y un suéter rojo con una línea azul alrededor de los puños y el cuello. Mi madre simplemente me dijo, para lo que te queda en el colegio no vale la pena esta inversión, así que seguí usando mi saco de papas azul, mi cuello de plástico rojo y blanco con mi corbata roja doblada en rectángulo detenida con mi medallita.

Mi cuento favorito de esta antología es «Corresponsal de Guerra» de Berta Hiriart. Nunca me han gustado las armas. Este tema lo abordé en la Cronopio reflexión titulada «Tú no matarás, ¿Un mandamiento o una advertencia?» por lo que no detallaré nuevamente como mi abuelo y mi padre sembraron en mí el respeto por ellas, Mejor dicho, ¡el respeto por la vida! y por ende evitar las armas en mis manos. Es de muchos el saber cómo en Estados Unidos el derecho de tener armas se ha vendido como el derecho a proteger a nuestra familia. Aunque he luchado tratando de expresar lo que las armas implican, nunca he podido convencer a nadie de mi punto de vista. Siempre sale a relucir la cantaleta: «Es para proteger a mi familia», es que «si mi familia está en peligro doy todo por defenderla». Y aunque he sido hasta cínica afirmando que el «posible asesino» deberá de avisar cuando vaya a poner en peligro a la familia para sacar las armas y tenerlas listas; ya que las medidas de seguridad requeridas para evitar accidentes no nos permiten una respuesta muy ágil. No he logrado convencer a nadie. También he buscado que tomen conciencia de la necesidad de tener sangre fría para tirar a matar y además ser un buen tirador, porque el otro responderá a matar. He fracasado rotundamente.

Ha sido Berta Hiriart la que me ha dado el perfecto ejemplo por el cual las armas no tienen ningún sentido. Una familia mexicana, emigrada a los Estados Unidos. Posée un arma en su casa como protección: «para defendernos en caso necesario» (132). Su hija está siendo reconocida por sus destrezas en español y está muy orgullosa de su cultura y de que su familia siempre habla español en casa. Su sueño es ser corresponsal de guerra. Si bien sus características físicas la diferencian, podemos decir que ha aprendido a navegar el sistema y evitar confrontaciones. Desafortunadamente un par de lunáticos pronazis buscarán dar una lección a aquellos que los han «minimizado». Así que entran con rifles en el colegio… La protagonista logra salvarse haciéndose pasar por muerta, desafortunadamente su hermano no sobrevive.

BBC News reportó 470 balaceras hasta el 27 de agosto del 2023. Todas ellas en lugares públicos, escuelas o tiendas. La pregunta que todos nos deberíamos de hacer es: ¿cuántas de las víctimas tenían un arma en casa para protegerse?; al igual que el padre de Salvador, hermano de nuestra protagonista… Y ya no es que el padre tuviera el arma disponible y cargada, o que tuviera la sangre fría de tirar a matar, o que fuera un excelente tirador, es que ni siquiera tuvo la oportunidad de poder defender a su hijo… Tristemente el problema sigue generación tras generación…

La antología termina con el cuento de Rosina Conde, titulado «Había una vez…» como tantos cuentos suelen empezar. Como profesores siempre debemos buscar que nuestros alumnos nos superen; igual que como padres, debemos buscar que nuestros hijos nos superen. Pareciera que tenemos que remontarnos al siglo V a.C. para encontrar el origen de este concepto. Se dice que Platón, después de ser corregido por uno de sus estudiantes, Aristóteles, dijo: «El alumno ha superado a su maestro» [4]. Desafortunadamente, nuestro ego muchas veces nos controla y en lugar de alegrarnos del éxito obtenido por el estudiante o la superación de nuestros hijos, buscamos minimizarlos. Este es el caso de Mirian en el cuento, cuya maestra constantemente buscará minimizarla, sin embargo, ella no lo permitirá. La historia termina junto con «La función de la profesora» (148) y con la función de muchos de nosotros como padres, al no saber evolucionar en nuestra relación con nuestros hijos.

«Atrapadas en la escuela» me brindó no solamente la oportunidad de recordar mi pasado, me ayudó a ver con una mirada diferente las vivencias que los jóvenes enfrentan… Cómo ignoramos hechos y pensamos que los conocemos. Cómo buscamos olvidar lo doloroso y recordar solamente lo bueno. Nos distanciamos de la realidad sin comprender que estamos dejando solos a nuestros hijos en los momentos que más nos necesitan. Me hubiera encantado leer este libro cuando Marimar y Migue eran adolescentes quizás les hubiera podido comprender mejor, tal vez hubiera podido compartir mejor el dolor de sus vivencias…

REFERENCIA:

Discutiendo la Antología de Mónica Lavín «Atrapadas en la escuela»
ISBN: 9786074533354
Editorial: Selector
Año de edición: 2020

NOTAS:

[1] Lisbeth Hernández Moreno, Salus vol.15 no.2 Valencia ago. 2011
[2] Sábato Ernesto, «El Tunel», Biblioteca Ernesto Sabato Novelas, Editorial Planeta Mexicana S.A. de C.V. Bajo el sello editorial BOOKET MR. 2004.
[3] Forbes Staff «Los 8 sismos más catastróficos en la historia de México», septiembre 7, 2021 @ 10:00 pm
[4] Causas, «Aristóteles, el discípulo que superó al maestro», 27 de febrero, 2007 – Didáctico

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* María del Rocío Vallejo Alegre nació en México. Hija de inmigrantes y refugiados españoles, Vallejo creció en la ambigüedad que le otorga la pertenencia a dos tierras: España y México. El destino, integrar una tercera tierra, Estados Unidos, que le permita afianzar sus raíces y redescubrir su pasión: la enseñanza. Trabajó durante doce años como docente en la Universidad del Estado de Nueva York, en el campus de Geneseo. Recibiendo en el 2017 Chancellor’s Award for Excellence in Adjunct. En 2021 participó en la creación de la organización sin fines de lucro llamada «Cultures Learning TOGETHER» (Culturas aprendiendo JUNTAS) https://www.cultureslearningtogether.org/ donde sigue participando en la actualidad.

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