Escritor del mes Cronopio

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EL BUEN CINE

Por Tomás Carrasquilla*

Hoy presentamos como escritor del mes al ya desaparecido, mas no por ello olvidado, don Tomás Carrasquilla, figura insigne de la literatura antioqueña y universal. Presentamos una selección de dos ensayos suyos recientemente rescatados por la Universidad de Antioquia y publicados en el libro «Tomás Carrasquilla. Diez ensayos. Notas y Glosario de Leticia Bernal Villegas».

«La Universidad de Antioquia y la Alcaldía del municipio de Santo Domingo se han unido para ofrecer al público una nueva edición de algunas de las obras de Tomás Carrasquilla, enriquecidas con notas y glosario, paratextos que permiten al lector de hoy apropiarse de las fuentes y los referentes culturales, históricos y políticos del autor antioqueño, y así potenciar el goce estético de su obra». (Nota a la edición).

* * *

De las escaseces [7] que en estos días hemos soportado, ninguna tan negra como la del cine. ¡Ya no podemos vivir sin la película! Con el maíz, el alumbrado y el combustible, ella entra en nuestras diarias necesidades [8]. Pero, al fin, agua santa del cielo y la empresa electricista fueron servidas de volvernos, por las pascuas, el bien precioso, envidia de los dioses. Ya oímos por las tardes esa charanga callejera anunciadora de tanta venturanza, y el corazón se ensancha y regocija con la expectativa de tan dulces emociones, y la multitud acude curiosa antes del toque de ánimas. ¿Cuál será la más grata? La emoción de la economía, seguramente. En efecto: tres actos y «ñapa» de estética por unas lupias, es ganga inaudita en esta tierra de las cosas caras: es un caso para emocionar a cualquier corcho. ¡Y con la esperanza de lograr todo eso por menos!…

¡Hermoso destino el del arte manufacturado! Eso de estar al alcance de cualquier fortuna y de cualquier apreciativa; eso de ser el arte para todos, es el verdadero socialismo. Es para desesperar a los filósofos el que la estética industrial haya resuelto, tan pronto y tan fácilmente, el peliagudo problema que rompe las cabezas de tanto sabio. ¡Bien por la belleza! ¡Bien por el comercio!

¿Cuál será el porvenir del arte caro, de ese que no puede fabricarse como ropa o enseres? Morir, según Sancho Panza [9], actual amo del mundo.

Cuentan y no acaban de cómo el cine va subrogando al teatro en la Europa moderna y modernista. Y nos reímos aquí de una paisana que quitó en su casa el estudio del piano, porque habiendo pianola era más que inútil. Será esto lo más explicable y natural. Vulgo es todo el mundo, y mucho más en eso de apreciar el mérito o demérito de obras y ejecuciones estéticas. Con frecuencia se estima más la obra fabricada que la original. Hay gentes que gastan grandes sumas en oleografías y grabados de clisé, y no compran nunca, así se lo ofrezcan a precio de quema, un lienzo de firma respetable. Hay quien dé el oro y el moro por un ejemplar de estatua hecha en horma, y desprecie una buena escultura hecha a mano.

Tres cuartos de lo mismo acontece con respecto a lo contrahecho y a lo natural. En casas donde tienen en su jardín todas las galas de Flora [10], adornan los salones y los comedores con florerones de trapo o de papel. Ya conocemos aquella tendencia femenina de blanquear la azucena y de acarminar la rosa; ya sabemos de caras como alabastro, estucadas con blanquete.

Pero no es solamente en el arte bellísimo e indispensable del tocado femenino, en que todo es disculpable, donde se observan estos fenómenos: es en obras de arte mayor, valiente y duradera. En Facatativá, como quien dice, hay un templo con torre de piedra, cubierta con pintura imitando piedra [11]. Y acá, en nuestra urbe, he visto zócalos con revestimiento de piedra quebrada, de sutura y mosaico primorosos, enjalbegados encima con sus buenas manos de ocre y bermellón.

En achaques de estética hay opiniones bastante peregrinas. Don Juan Valera [12], el colega Tomás Márquez [13], y con ellos otros, sostienen que lo artificial es más bello que lo natural: que un paisaje es más hermoso pintado que visto; que el retrato de una beldad cualquiera es superior a la mujer en carne y hueso; que la ficción de la vida es más poderosa que la vida misma.

De todo esto, que son hechos cumplidos, generales y constantes, habrá que deducirse en buena lógica que ese amor a lo artificioso y contrahecho no lo inspira el mal gusto ni la cursilería, como muchos han creído, sino una inclinación o tendencia natural en la prole de Adán y Eva.

He aquí por qué nos atrae y cautiva el tal cine. Será este espectáculo de las cosas más mandadas a hacer y a las que más se les vea el «hechizo». La verdad de la mentira, tan apreciada en las artes imitativas de la realidad, entra muy poco en estas ficciones de lienzo fijo y fotografías voladoras. Cierto que los paisajes y fondos de los cuadros son la misma realidad; mas, lo que es gente… ¡será de otro planeta! Al artificio exagerado; a la «pose» de los cómicos que interpretan las representaciones, se agrega esa movilidad vertiginosa y oscilante, ese mariposeo fugitivo, dantesco, producido por la luz y el mecanismo. Acaso sea esto mismo lo que más nos embelesa. Estamos hartos de vivir en la realidad, de ser realidad nosotros mismos, y apetecemos por eso la mentira, la ficción inverosímil que se parezca más al ensueño que a esto, real y efectivo, en que nos agitamos o yacemos.

Lo cierto es que el cine se ha hecho para lo que menos ha gustado a nuestro público: para lo fantástico e imposible; para cosas del otro mundo. Duendes, genios, hadas, diablos y diablesas, con toda esa policromía y esas magias; con aquellas transformaciones y aquellos movimientos, son una maravilla, una verdadera visión. Las mil y una noches y todas las fábulas de encantamientos tienen en el cine su mejor intérprete. Lo tienen, asimismo, las leyendas e historias clásicas, caballerescas o milagrosas de todas las naciones; lo tienen las cosmogonías o misterios de todas las religiones; lo tienen los grandes autores que han echado la sonda en el abismo arcano de lo sobrenatural. Ignoro si Alemania habrá explotado a Hoffmann [14]; pero ya Italia debe de haber propagado la Divina comedia. Si el Dragón de América tuviese entrañas, ya hubiera enseñado al orbe mundo las visiones febriles de Poe [15], el genio, el hombre menos yanqui. A ser España nación de industrias y comercios mundiales, cuál nos encantáramos ahora con esas leyendas, tan deliciosas y latinas, de Bécquer y de Zorrilla [16].

Pero los empresarios conocen el gusto general de todo público, y cual lo hacen las casas editoras, se van al novelón romántico o policíaco, de sucesos complicados y extraños, a lo Montépin, Ponson du Terrail, Gaboriau y sus secuaces, que son pacotilla de gran consumo [17]. Estos dramotes, tales como Blanco contra negro, La historia de una joven [18], y otros de la laya, que anuncian siempre en letras enormes como «películas colosales». En verdad que el calificativo no se les puede regatear: coloso y monstruo son similares.

¿Es el cine un espectáculo tan instructivo como se dice? Ni modo de dudarlo. Con todas las ficciones ramplonas e insignificantes como exhibe a menudo, enseña más de lo que cualquiera puede figurarse. El ojo es ventana por donde se asoma el entendimiento, y toda cosa real o figurada suministra alguna idea a la mente, alguna vibración al sentimiento. La fantasía, facultad creadora que abarca cabeza y corazón, se disciplina y selecciona con las contemplaciones objetivas y artísticas. La vida, que es la grande escuela, no puede aprenderse en la vida misma, que ni es larga ni ubicua. Pero se aprende en todo aquello que la refleje o la copie, ya sea en este sentido, ya en el opuesto; ya en lo individual, ya en lo colectivo; ahora en síntesis, ahora en análisis.

Es un error más que craso el pensar, como lo suponen muchísimos, que en las ficciones solo mentiras y falsedades pueden adquirirse. Una mentira, un mito, puede tener tanta filosofía y trascendencia como el hecho histórico más significante. En eso está, cabalmente, el mérito del arte; en eso se funda la estética: en la mentira significativa. Las ficciones, especialmente las literarias, enseñan más que la historia misma. La historia concreta, particulariza, hace estudios diferenciales y específicos; el arte, al contrario, toma de dondequiera, sintetiza, establece un concepto o un tipo, y formula en términos generales. El que quiera presentar, verbigracia, el concepto de la guerra, toma de las guerras reales que se le antojen, y le resulta, por síntesis y selección, la imagen fiel y universal de la guerra. Al que se le ocurra pintar un mártir, tomará rasgos de Giordano Bruno [19], de san Lorenzo [20], de Tomás Moro [21], de Servet [22], de Cristo, del que quiera, y resultará el martirio. Si la historia es la Aritmética, la ficción es el Álgebra, y se me perdonará el autoplagio [23].

Prueba de ello serán los símbolos. Las más grandes verdades se han representado siempre, así en lo gráfico como en lo ideológico, por fábulas más o menos expresivas, más o menos comprensibles. Ese mundo mitológico de Roma la poderosa, de Atenas la sabia, sigue y seguirá significando cuanto piense y sienta este pobrecito rey de la tierra.

¿Cómo negar, entonces, que el buen cine, la invención objetiva por excelencia, pueda enseñar verdades con sus mentiras? ¿Y si el error más vulgar y manifiesto trae a la mente por ley de oposición, de repugnancia y de contraste la verdad o principio que se le contrapone, no habrá de traerla una película, con todas sus falacias? ¡Sí, por cierto! Embusteros y tontos enseñaron siempre a verídicos y discretos. ¡Benditos sean estos pedagogos gratis! Claro está que el cine pudiera dar enseñanza genuina y positiva en no pocas ciencias; claro que pudiera abrir cursos en muchas asignaturas; pero ni las empresas están por instruir a la gente, ni la gente por aprender. Desde que nos hablaran de estudios, no asomaríamos al cine, ni con perros ni sin perros. Estudiar cosas serias es lo más aburridor y tal vez lo más inútil. ¡Lo serio es tan escaso en la vida!

Querrá decir que el cine será, en tiempos no muy distantes, un grande elemento en toda enseñanza. Bueno fuera que la sumita que vamos a coger en estos días nos diera para pedir una película de toda esa pelea grande de aquí [24]. Sabríamos, entonces, quiénes fueron y qué hicieron todos esos tan mentados, a quienes solo conocemos de nombre [25]. ¡Porque, ah pereza que da saber lo de la casa!

Dicen que el cine es inmoral. ¡Mas no puede serlo! Ya se sabe, a ciencia cierta, que en la vida real y efectiva nada es inmoral; pero en el retrato de la vida, aunque le hagan favor como a las feas, todo resulta inmoralísimo. Cosas y casos que la gente ve, que la gente conoce, palpa e indaga; que comenta ante niños y ancianos, entre señoras y señores, sin que tengan nada de particular ni de inconveniente, resultan un horror, un escándalo, en el libro, en la escena y en las películas.

¡Sépanlo bien, para que no lleven a abrirles los ojos en ese cine a tanta niña inocente y a tanta señora ignorante del pecado, como abundan en esta ciudad de los candores y de las inexperiencias!

Y a los que temen la muerte de ese arte inenajenable, intransmisible, en que entran temperamento y alma, por esta obra de la mecánica, la óptica y la acústica, que se compra en cualquier tienda, será bien recordarles que si Sancho el prosaico, el positivista, manda en los más, también impera en los menos don Alonso Quijano el bueno [26], el soñador; que si el progreso, la ciencia positivista y el análisis han dado muerte a muchos ideales, nada habrán de poder con la Quimera; que el Ensueño no puede eliminarse, porque el Ensueño es la vida.

Sí: «La vida es sueño». Ya lo dijo Calderón, el magno [27]. Si a él no se lo creemos, tendremos de creérselo al cine. Ciertamente: aquel encanto, aquella atracción que en todos ejercen esas visiones instantáneas y misteriosas, es porque en ellas vemos, tal vez sin darnos cuenta de su enseñanza, la imagen fidelísima de nuestras propias existencias: toda vida, la vida toda, es un reflejo, una película.

NOTAS:

[7] Medio y fecha de publicación: El Espectador, Medellín, 22 de abril de 1914.

[8] Según Luis Latorre Mendoza (Historia e historias de Medellín. Medellín: Imprenta Oficial, 1934, p. 357), el cinematógrafo habría llegado a Antioquia en los últimos años del siglo XIX, y Lisandro Ochoa (Cosas viejas de la Villa de La Candelaria.

Medellín: Escuela Tipográfica Salesiana, 1948, p. 80) precisa: en 1899. Sin embargo, en su edición del 29 de octubre de 1898 El Espectador anuncia la realización de la primera función cinematográfica para el martes siguiente, 1 de noviembre (Jorge Alberto Moreno y Rito Alberto Torres. Cronología de la llegada del cine a Colombia. Edición digital). Las funciones se realizaban en el Teatro Principal (luego Teatro Bolívar) y en el Circo España.

[9] En la obra de Miguel de Cervantes Saavedra (1547-1616) Don Quijote de la Mancha, Sancho Panza es un labrador, vecino de Alonso Quijano, «hombre de bien […] pero de muy poca sal en la mollera» (primera parte, capítulo VII), que sirve a don Quijote como escudero. Para Carrasquilla, es el representante eximio del materialismo que da al traste con el ensueño y el sentido poético del vivir.

[10] Diosa que preside la primavera. A ella se debe el brotar de las flores. Fue amada por Céfiro.

[11] Municipio en el departamento de Cundinamarca, a 42 kilómetros de Bogotá. Carrasquilla conoce la población en 1895, y en carta a Justiniano Macía del 28 de octubre de 1896 escribe: «[…] me vi en Facatativá la apetecida. Metegómez como él solo es el aire de la ciudad; edificios muy airosos, de dos y tres pisos; una callona anchísima, aunque sin embaldosar todavía y con el barro negro al buche de la mula; un iglesión de piedra como una basílica; la plaza grande, con buenos edificios. Total: que me deslumbró. ¡Cómo será lo otro!, pensaba yo… De paso, te diré que el templo, siendo de piedra realmente, está pintado por fuera, desde la base hasta las flechas, de unos culebrones imitando piedra. ¿Has visto? Y luego la pagan los marinillos».

[12] Diplomático y novelista español (1824-1905), autor de ensayos críticos sobre la literatura española —Del romanticismo en España, De la naturaleza y carácter de la novela, La novela en España, Sobre el Quijote, entre otros— y de las novelas Pepita Jiménez, Las ilusiones del doctor Faustino (1875), Doña Luz (1879) y Juanita la Larga (1895). En 1862 fue admitido en la Academia Española.

[13] Tomás Márquez (1890-1940) fue profesor en la Universidad Republicana de Bogotá y en la Universidad de Antioquia, y publicó numerosas crónicas y ensayos en los periódicos y revistas de la época. Utilizó los seudónimos Gamaliel y Don Lope de Azuero. Compañero de Carrasquilla cuando este trabajó en el Ministerio de Obras Públicas en Bogotá (1914-1919); le está dedicado el ensayo «Liceos».

[14] Ernst Theodor Amadeus Hoffmann (1776-1822), escritor y compositor alemán. Autor, entre otras obras, de Los elixires del diablo (1816), Cascanueces y El rey de las ratas (1816), Las minas de Falun (1819), Los cuentos de los hermanos Serapión (1819-1821), La princesa Brambilla (1821).

[15] Edgar Allan Poe (1809-1849), poeta y cuentista norteamericano. Autor de Tamerlán y otros poemas (1827), Al Aaraaf (1829), Ulalume (1831), Poemas (1832), El cuervo (1845), Las campanas (1849), Annabel Lee (1849). Sus cuentos fueron compilados y publicados con el título Historias extraordinarias (1840), y es autor de una sola novela: Aventuras de Arthur Gordon Pym.

[16] Gustavo Adolfo Bécquer (1836-1870), autor de Rimas, Leyendas, Cartas literarias y una serie de artículos críticos y periodísticos. Entre sus Leyendas se cuentan: «El beso» (aludida por Carrasquilla en Frutos de mi tierra), «Maese Pérez el organista», «El rayo de luna», «El Miserere» y «La rosa de la pasión». José Zorrilla (1817-1893), poeta y dramaturgo español de gran popularidad en el siglo XIX. Entre los años de 1839 y 1849 se representaron en Madrid 33 de sus obras teatrales, la mayoría leyendas españolas escritas en verso y publicadas con el título Cantos del Trovador (1840-1841). En 1856 fue representada en Medellín por la compañía Furnier su obra El zapatero y el rey (Emiro Kastos. El Pueblo, 24 de enero de 1856 / Eladio Gónima. Historia del teatro de Medellín y vejeces. Primera edición, 1897. Medellín: Ediciones Tomás Carrasquilla, 1973, p. 35). Autor del poema épico Granada (1852).

[17] Xavier de Montépin (1823-1902), escritor francés. Autor de folletines muy populares en el siglo XIX y comienzos del XX. Algunos de sus títulos son El médico de las locas, El coche n.º 13, Los caballeros del lansquenete y Los vividores de París. Pierre Alexis Ponson du Terrail (1829-1871), escritor francés. Autor de Las aventuras de Rocambole (1859). Entre 1850 y 1853 colaboró, como folletinista, en varios periódicos, convirtiéndose en uno de los escritores más populares de la mitad del siglo XIX.

Émile Gaboriau (1835-1873), novelista francés. Se le considera uno de los iniciadores del género policiaco. Autor, entre otras obras, de L’a􀁪aire Lerouge (1866), Le dossier 113 (1867), Le crime d’Orcival (1868), Monsieur Lecoq (1869), Les esclaves de Paris (1869) y La corde au cou (1873).

[18] No se han encontrado las referencias a estas dos películas que quizá, como es habitual en nuestro medio, tienen títulos que no fueron respetados en la traducción.

[19] Monje dominico italiano (1548-1601), autor de De la causa, principio e Uno y De l’in􀁨nito universo e mondi. En 1576 fue expulsado del convento por sospecha de herejía, y unos años después fue llevado ante la Inquisición. Prisionero durante siete años, finalmente fue juzgado por «hereje impenitente, pertinaz y obstinado». Fue condenado a muerte y sus libros fueron quemados en la plaza pública.

[20] La leyenda cuenta que el prefecto de Roma ordenó a Lorenzo (ca. 258), quien era uno de los siete diáconos de la iglesia de aquella ciudad, entregarle todos los tesoros de la iglesia, y que Lorenzo pidió tres días para recogerlos, al cabo de los cuales mostró al prefecto una muchedumbre de ciegos, lisiados, huérfanos, viudas, baldados, etc. Ante aquel espectáculo, el prefecto se sintió engañado y, enfurecido, ordenó disponer una gran parrilla sobre el fuego para que Lorenzo se asara «pedazo a pedazo». Ver La marquesa de Yolombó.

[21] Autor inglés (1478-1535), canciller de Enrique VIII, famoso por su libro Utopía. Moro fue decapitado al negarse a reconocer la autoridad espiritual del rey Enrique, quien había emprendido una lucha contra el papado.

[22] Médico y humanista español (1511-1553), se le reconoce como el primero en formular la circulación pulmonar de la sangre. Murió quemado en la hoguera, acusado de herejía por el reformador Calvino.

[23] Ya lo había dicho en 1897 en el ensayo «Herejías», una visión crítica sobre la novela de Eduardo Zuleta Tierra virgen.

[24] Con «la sumita que vamos a coger en estos días» hace referencia Carrasquilla a los 25 millones de dólares que, mediante el Tratado Thomson-Urrutia, firmado el 6 de abril de 1914, acordó pagar Estados Unidos a Colombia como indemnización por la pérdida del canal de Panamá, ocurrida durante la guerra de los Mil Días (1889-1902), a la que alude el autor con «esa pelea grande de aquí».

[25] Protagonistas de la guerra de los Mil Días y de los acuerdos que le pusieron fin fueron, entre otros, Rafael Uribe Uribe, Benjamín Herrera, Foción Soto, Víctor Manuel Salazar, Alfredo Vásquez Cobo y Ramón González Valencia.

[26] El mismo don Quijote, antes de armarse caballero. Carrasquilla alude al capítulo final de la obra cervantina: «Dadme albricias, buenos señores, de que ya no soy don Quijote de la Mancha, sino Alonso Quijano, a quien mis costumbres me dieron renombre de bueno».

[27] Pedro Calderón de la Barca (1600-1681), autor dramático español y militar, bajo las banderas del duque de Alba, en las guerras de Flandes e Italia. Escribió comedias, dramas de honor, fábulas mitológicas y obras históricas, bíblicas y morales. Entre ellas, una de las más conocidas es La vida es sueño, llevada a las tablas en 1636.

* * *

ESCOBAS

Solo [54] dos hombres han quedado en el que fuera claustro de frailes. Abajo, un mozo que barre de mala gana; arriba, un viejo que intenta barrer y que no puede.

Son las doce de un día esplendente. El estruendo de la calle, disminuido a esta hora en que la gente busca sus yantares, se apaga en las paredes del monástico edificio. Adentro reina la calma y solo turba el efímero silencio el ruido de la escoba. Aire de misterio y de beatitud se difunde por el recinto. Parece que vagaran por las crujías las sombras venerandas de los frailes [55]. Acaso hayan dejado en ese ambiente, donde moraron tantos años, algún efluvio psíquico que llegue hasta nosotros. Tal vez emanaciones de corazones torturados de nostalgias del Eterno Bien. Tal vez de raptos del amor divino, de ensueños de santidad o de venturanzas inefables. Tal vez de luchas con tremendas tentaciones, de avideces en la piedad, de vacilaciones en la fe. ¿Y por qué no de las tormentas de una conciencia culpable? ¿Por qué no de la atonía de un alma muerta? Hombres eran esos padres dominicos, y la infinita gama entre el cielo y el infierno, en lo humano cabe, y en lo humano se comprende.

¡Quién sabe cuántos elegidos poblarían estos lugares! ¡Quién sabe cuántos diablos! Toda vida interior es un arcano. La epopeya de las almas no se escribe, y Dios no quiere ser Homero [56]. De tantos seres como le buscaron o aparentaron buscarle en esta mansión de paz, ¿no habrá de quedarnos nada? ¿No dejarán un ápice, tan solo, los espíritus de los que ya no existen en la tierra? ¿Algo que llegue a los vivos por los sentidos o por las potencias? ¿Ni por las sutilezas del oído? ¿Ni por las intuiciones del olfato? ¿Ni por los vuelos ultraterrestres de la inteligencia? ¿Ni por esa clarividencia misteriosa de los afectos mutuos y profundos?

El barrendero prosigue en su faena.

El ábside exterior de la iglesia conventual acentúa y complica, a la gloria del sol meridiano, sus esquinazos de sillería, sus machones medio roídos por las aristas y la piedra y el ladrillo de sus muros sin revoque. La cúpula de cobre, que el tiempo ha pintado con los grises de su paleta, perfila la cruz negra en la limpidez del firmamento. En los hospitalarios agujales, donde croaja sus nocturnos la lechuza y esconden las golondrinas sus amores, no se oye ni el roce de unas alas ni se ve el desprenderse de una pluma: reza, ahora, el silencio, un memento a los Guzmanitas [57] que allí fueron.

Monserrate [58], entretanto, asoma su cabeza glorificada por el milagro. Después… el cielo, el abismo azul, diáfano, radiante. El mozo sigue barriendo, barriendo. Amontona la yerba retostada de la reciente limpia, las ramas, ya sin vida, de la reciente poda. Bosteza, suspira, tan atediado, ¡tan triste! Tal vez una añoranza le atormente; acaso tenga hambre; acaso la tengan sus hijitos. El viejo le observa desde arriba un solo instante, uno solo. Luego divaga su mirada; mueca extraña le contrae los labios; algo acerbo le va desfigurando las facciones. Parece que la frente le latiera.

¡Qué felicidad la de ser patio! ¡Cuán benéfico y cuán noble, en medio de su humildad y su bajeza, este oficiar villano del barrer! ¡Barrer! Extirpar, eliminar, arrojar lejos todo lo que estorba, todo lo que afea, todo lo que daña; hacer de lo inmundo, de lo repugnante, de lo nocivo, lo pulcro y lo hermoso y lo saludable, era sin duda, misión humanitaria y altísima. ¡Magna obra, en verdad, esta de los vencidos y de los parias!

Él, en cambio… un caballero, un honorable, un paladín, un triunfante… ¡no podía barrer! ¡Ah! ¡Pudiera él! ¡Pudiera, como ese infeliz sirviente, barrer la basura que le estaba ahogando! ¡Cómo barriera el muladar mortífero que le inficionaba el alma! ¿El alma? El alma, el cerebro… lo que fuese. Cómo arrancara de cuajo las cepas de tantas bajezas; las raíces de tan viles instintos; el origen de tantas culpas. Cómo diera contra el mundo con los troncos putrefactos de las malas acciones. ¿Cuántas serían? Y con qué deliquio insano se limpiara esa mugre sin nombre que le dejaran los desengaños; ese fango corrosivo que más le hedía y más le laceraba a medida que iba endureciendo. ¿Cuántos componentes en ese fango? ¿Cuánta miseria ajena y cuánta propia? Los engaños y las injusticias sociales, las telarañas de tantas vanidades, el virus de tanta envidia, el hollín de tantos humos, los alfilerazos de los pequeños, las escupas de las almas tísicas. Pero… ¡ay! ¿Qué era todo esto ante la ingratitud de sus favorecidos y las falsías de sus amigos y el rencor de sus tres hermanos? ¿Qué ante el odio de sus hijos y las traiciones de su mujer? ¡Y él con todos! Él había cobrado «ojo por ojo y diente por diente». Y ya que fuera dable barrer tanta ignominia, ¿dónde y cómo sepultar el cadáver descompuesto de su fe? ¿Dónde y cómo dispersar sus propias fetideces? ¿Dónde y cómo curarse de su lepra? ¡Imposible! No creía, como tantos inocentes, en fuentes purificadoras ni en gracias santificantes. No podía creerlo, ni hacía falta. Lo suyo era ineludible, fatal.

Él y Lady Macbeth sentirían más viva la mancha cruenta, cuanto más se la estregasen [59]. ¿Y qué? Ya vendría la grande escoba, la que todo lo barría, la que todo lo lustraba; la que hacía el sempiterno aseo en el patio de la vida; esa que, en su tarea de limpiar el mundo, arrambla lo nuevo entre lo viejo, lo útil entre lo inservible, entre la hojarasca el capullo de lirio, entre la arena la perla.

Saca el barrendero la basura; el carro la recibe; los burócratas entran. Brilla el patio en la transfiguración de su limpieza. Sonríen las flores, orgullosas de sus matices, desvanecidas con sus perfumes; y el viejo, sumido en sus miserias, asqueado con sus propias fetideces, ansiando por la escoba soberana, se desvanece en la balumba de gente de la calle, como una larva entre la sombra.

NOTAS

[54] Medio y fecha de publicación: El Espectador, Bogotá, 3 de mayo de 1915.

[55] Se refiere Carrasquilla, como dirá más adelante, a los padres dominicos, antiguos habitantes del edificio que para la década de 1910 ocupaba el Ministerio de Obras Públicas, donde entonces trabajaba el escritor antioqueño.

[56] Nombre de un poeta griego (o varios) que vivió hacia el siglo VIII a. C. y a quien se atribuyen las grandes obras de la épica griega: Ilíada y Odisea.

[57] Por el fundador de la Orden Dominicana, santo Domingo de Guzmán.

[58] Uno de los cerros tutelares de Bogotá y sitio de peregrinación tradicional, pues en su cumbre se encuentra el santuario del Señor Caído.

[59] Lady Macbeth, personaje de la tragedia shakesperiana Macbeth. Es la instigadora del asesinato del rey Duncan, acto que ejecuta su esposo y desencadena el drama de remordimientos y nuevas traiciones que los harán perecer. Carrasquilla alude a un pasaje del acto quinto, escena primera: «Médico. —¿Qué es lo que hace ahora? ¡Ved cómo se frota las manos! / Dama. — Es un acto acostumbrado en ella hacer como que se lava las manos […]. / Lady Macbeth. —¡Fuera, mancha maldita!… ¡Fuera, digo! […] Pero ¡quién hubiera imaginado que había de tener aquel viejo tanta sangre! […] ¿No he de poder ver limpias estas manos?» (William Shakespeare. Obras completas. Madrid: Aguilar, 1961, p. 1617).

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* Tomás Carrasquilla Naranjo (Santo Domingo —Antioquia—, 17 de enero de 1858 – Medellín, 19 de diciembre de 1940) fue un escritor realista colombiano activo entre la segunda mitad del siglo XIX y la primera del siglo XX en la región de Antioquia. Según sus palabras:

«Este servidor de vosotros nació, a más de once lustros, sin que hubiera anunciado el grande acontecimiento ningún signo misterioso ni en el Cielo ni en la Tierra. Fue ello en Santo-domingo, una población encaramada en unos riscos de Antioquia. Según unos, se parece a un nido de águila; según otros, a un taburete. Opto por el asiento. En todo caso, es un pueblo de tres efes, como dicen allá mismo: feo, frío y faldudo. Mis padres eran entre pobres y acaudalados, entre labriegos y señorones y más blancos que el Rey de las Españas, al decir de mis cuatro abuelos. Todos ellos eran gentes patriarcales, muy temerosas de Dios y muy buenos vecinos».

Las obras de Carrasquilla se dividen en novelas, cuentos, ensayos, artículos y epistolario. Muchos de sus primeros artículos y cuentos fueron publicados a principios del siglo en la revista Alpha y en otras publicaciones, reunidas después en compendios. Algunas columnas que escribió en ciertos periódicos, entre ellos El Espectador, le han ganado el título de periodista ante algunos comentaristas, pero en realidad se trató de una función muy esporádica.

 

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