EL NADAÍSMO: ¿DE LA VANGUARDIA AL PODER?

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Por Eduardo Cortés Nigrinis*

Ilustraciones de Estefanía Montoya Echeverri**

Con ocasión de este nuevo aniversario de la creación del Nadaísmo, nos parece pertinente detenernos a reflexionar unos instantes sobre las causas que lo provocaron, las características de algunos de los diferentes miembros que hicieron parte de él y lo que ha quedado o no de este colectivo en la historia de la literatura colombiana.

¿Se trató solamente de un «ismo» más como tantos otros en nuestro país, efímero, necesariamente pasado de moda hoy en día y condenado a permanecer en libros olvidados y polvorientos? o, más bien, ¿de un movimiento que caló profundamente en las mentes de los jóvenes de la época y de sus descendientes?

Para responder a estos tres interrogantes, trataremos en primer lugar de demostrar que los pioneros del Nadaísmo fueron víctimas de las diferentes instituciones que operaban a fines de los años cincuenta en Colombia. Luego, nos referiremos a la manera como dichas víctimas lograron emanciparse de las trabas institucionales impuestas y pudieron crear y liberarse hasta convertirse en los enfants terribles de la literatura colombiana. Para terminar este breve artículo, reflexionaremos sobre lo que representa actualmente este movimiento para las artes, y quizás la sociedad colombiana, y analizaremos si se puede hablar realmente de un ocaso y muerte del Nadaísmo y de sus ideas.

I VÍCTIMAS DE LAS DIFERENTES INSTITUCIONES

Los jóvenes de finales de la década de los años cincuenta en Colombia fueron víctimas inocentes del peso abrumador de la familia, de la dominación de la religión católica, de las fallas de las instituciones educativas, de la violencia fratricida y de los acuerdos perversos de la casta dominante entonces, para repartirse el poder. En efecto, la sociedad colombiana estaba en aquella época fuertemente reprimida y en algunos casos sometida del todo por las diferentes instituciones. ¿Cómo no pensar aquí en las nociones filosóficas propuestas en 1970 por Louis Althusser para tratar de comprender la forma y el grado de opresión a los que estaba expuesta entonces la sociedad colombiana y, sobre todo, la juventud por parte de los aparatos ideológicos al servicio del Estado bipartidista del Frente Nacional?

Con el fin de descubrir y evaluar la dimensión de las fuerzas que oprimían a los jóvenes colombianos a finales de los años cincuenta y, concretamente, a los futuros miembros del movimiento nadaísta, vamos a ver cuál era la influencia ejercida por la institución familiar, la religión católica y los diferentes establecimientos educativos a los que asistieron. Los otros dos factores arriba mencionados, es decir, el fenómeno de La Violencia y el Frente Nacional, ya fueron ampliamente tratados en nuestro trabajo Porfirio Barba Jacob et Gonzalo Arango Écrivains colombiens entre marginalité et avant-garde.

  1. LA FAMILIA

Aunque a primera vista parezca sorprendente, la familia, además de ser el entorno más cercano, agradable y protector del individuo, se erige en una de las más poderosas organizaciones humanas dedicadas no solo a la primera educación, sino también a la domesticación de los instintos y, en ocasiones, a la castración de los sueños y las ilusiones del ser humano. Con el fin de identificar de qué manera la institución familiar inhibió o contribuyó a la formación temprana de los futuros miembros del Nadaísmo, nos vamos a permitir hurgar en las intimidades que ellos mismos revelaron en un momento determinado de sus vidas.

En La higuera estéril, Eduardo Escobar (2013) se refiere a las lecturas que los nadaístas hicieron de la obra de Franz Kafka y, concretamente, de La metamorfosis y de Carta al padre. Fueron lecturas hechas en una época en la que ellos estaban:

[…] con frecuencia en pugnas dolorosas con [sus padres], incapaces de comprender que [sus hijos hubieran] decidido hacer la vida en la literatura, en una sociedad que había convertido en sus valores fundamentales el dinero y el éxito mundano, y que despreciaba el arte, y a lo sumo soportaba a sus escritores como rarezas vergonzantes (59).

Eso no quiere decir que no [quisieran] a [sus] padres aunque fuera con un amor áspero y conflictivo.

En su deseo de ver progresar y triunfar a los hijos, materialmente por supuesto, la familia tiene una idea muy precisa y cuantificable en dinero de lo que significa el éxito. Y en este afán por tratar de asegurarles el mejor futuro posible, los padres no dudan en acudir a la educación secundaria privada y, muy a menudo, católica para alejarlos de las «malas compañías» del barrio y les aconsejan «sabiamente» que estudien las carreras más rentables y prestigiosas del mercado: Derecho, Ingeniería o Medicina eran, a la sazón, las profesiones elegidas entonces por los padres de los futuros nadaístas.

Con tales consideraciones en la cabeza, ¿cuál no sería la inmensa decepción de don Paco, el padre de Gonzalo Arango, cuando éste le informó que dejaría los estudios de Derecho en la Universidad de Antioquia para dedicarse a escribir una novela? Y es de nuevo Eduardo Escobar (1989), en su Boceto biográfico, de Arango, quien nos cuenta la magnitud de la desilusión paterna:

[…] don Paco Arango, su padre, fue a visitarlo, preocupado. Y no le gustó ni cinco lo que vio: el joven poeta macilento y amarillo, el amasijo de huesos ácidos amargamente despelambrado, se entregaba a escribir una novela. El título decía todo. Se llamaba Después del hombre (5).

Esta misma decepción debieron sentirla los padres de cada uno de los miembros del movimiento nadaísta en esos años tan inciertos de finales de la década del cincuenta en Colombia. Sus hijos no colmarían nunca sus aspiraciones de grandeza y ascensión social en un país donde solo contaba, donde solo cuenta, tener mucho dinero, muchas propiedades y una profesión rentable.

Sin embargo, en el caso de las familias Arango y Arbeláez, el amor, la comprensión y la confianza, o quizá la resignación, terminaron por imponerse y tuvieron que soportar la elección azarosa de Gonzalo y Jotamario. Y estos les retribuyeron todo ello en sus obras, rindiéndoles un homenaje sincero con un profundo componente lírico.

«Paño de lágrimas», de Jotamario (1980), es un poema a su padre, sastre, lleno de amor y agradecimiento por haberle dado todo lo necesario para poder llegar a ser él mismo, es decir un poeta:

Padre
Con esta mano que me diste
Bendigo el mundo que me diste
Gracias te doy por la obra de tus manos
Y por la obra de tu amor

Desde mi nacimiento no tuvo paz tu pie sobre los pedales
Y la música de tu máquina de coser arrulló mi infancia
Y te debo no sólo el ánima que ambula con sus tejidos corporales
Sino el ropero que me has hecho […] (80).

En el caso de Gonzalo Arango, el homenaje es aún más conmovedor. Se trata de un hermoso texto escrito en memoria de su padre que hizo grandes sacrificios para que Arango pudiera llegar a ser escritor:

A pesar del sol de acero que nos derretía, me sentí feliz de alzar sobre mi espalda el maldito colchón. No sentía vergüenza de ir por la calle con ese enorme bulto embarazado de cobijas y almohadas que pesaban más que yo. Sólo sentía un dolor punzante, humillante. Te amaba demasiado para dejarte partir como un pobre gitano con la cama al hombro. Me sublevaba el alma que fueras tan pobre, tan mártir, y me sentía culpable de tu sufrimiento por ser yo un cochino bastardo intelectual que permitía con mi ocio y mis delirios gravitar sobre tu esqueleto de 75 años este destino miserable […] (Arango, 1991).

Arango llevaba entonces a cuestas el colchón sobre el que don Paco tendría que dormir en la oficina para no tener que pagar una habitación en Betania, a donde lo habían enviado a trabajar, viejo y cansado.

  1. LA RELIGIÓN CATÓLICA

Además de la gran influencia y la fuerte presión ejercidas por la institución familiar, sobre cada uno de los jóvenes colombianos a finales de la década de los cincuenta, los futuros nadaístas debieron soportar, igualmente, el poder nocivo y deformante de la religión católica. Efectivamente, sus primeras lecturas fueron impuestas por los deberes y las recomendaciones de profesores y curas celosos de la protección y el respeto de los valores inculcados por la religión católica dominante.

En el caso concreto de Eduardo Escobar, sus estudios con los padres escolapios y los hermanos maristas y el breve tiempo que pasó en el seminario de Yarumal, fundado por el controvertido obispo Miguel Ángel Builes, lo llevaron a una sincera búsqueda espiritual, como él mismo lo afirma en su poema «Busqué a Dios»:

Busqué a Dios con sinceridad y paciencia
En el directorio telefónico
En aguas mansas y turbias
Y en las precipitaciones de agua
Lo busqué en la ausencia de los que amamos
y en los desperfectos de nuestra mansedumbre
Me fui tras Él por pequeñas ciudades
Busqué su fotografía cada mañana en los periódicos
Amé en la risa de las muchachas su risa
Y en la mirada de mi prójimo
Encontré muerte en todas partes
Pero buscar es lo que importa

Sin embargo, esta búsqueda de Dios, intensa e infructuosa, lo condujo inevitablemente a la decepción, al escepticismo y al deseo de encontrar un sentido en el caos que reinaba entonces a su alrededor. Fue sin duda por todas estas razones que el joven Eduardo, sin tener siquiera veinte años, acudió al llamado del Nadaísmo y se dedicó a lo que llegaría a ser una profunda búsqueda filosófica.

En esta búsqueda, él y los otros miembros del movimiento nadaísta, acudirían a la exploración del inconsciente ayudados por las lecturas de Freud y los surrealistas, pasando por el consumo de marihuana, cocaína, LSD, STP, DMT, peyote, ayahuasca y hongos. No se trataba solamente de experimentar nuevos placeres corporales sino, sobre todo, de acceder a partes del inconsciente que permanecen impenetrables en condiciones normales. Fue así como reemplazaron «la beatitud insípida de las hostias sin levadura de la ortodoxia arzobispal con una nueva eucaristía, con un nuevo ágape» (Escobar, 2013, p. 152-153).

Amílcar Osorio, por su parte, también había pasado por un seminario, en su caso el diocesano de Jericó, y, víctima quizá de la misma decepción que Escobar, se convirtió en uno de los fundadores del Nadaísmo junto a Gonzalo Arango. Para continuar su búsqueda personal interior, viajó a Nueva York y San Francisco durante los años del hippismo.

Gonzalo Arango se entregó de tal manera a la lectura del Existencialismo, mientras terminaba el bachillerato en el Liceo Antioqueño, que la sólida formación católica y conservadora recibida en el hogar de doña Magdalena Arias y don Francisco Arango en Andes se fisuró por completo y no fue suficiente para librarlo de una profunda crisis religiosa:

Yo había sido educado para hacer de este mundo un episodio efímero, de la vida algo estoicamente desdeñoso, y del cielo un Absoluto […] Pero mi contacto con cierto racionalismo filosófico fue socavando los estamentos sagrados de mi fe de carbonero, y una doliente duda hacia los valores terrenos me pusieron en el umbral de la desesperación (Arango, citado por Banrepcultural).

Esta perturbación profunda lo llevaría de manera ineluctable a abandonar sus estudios universitarios, a aislarse en «El Corazón», la finca de la familia situada en Belencito, un sector aledaño a Medellín, para escribir, primero, Después del hombre y concebir, luego, un movimiento iconoclasta y subversivo que buscaba «no dejar una fe intacta, ni un ídolo en su sitio» (Arango, 1958, p. 35)

Consecuencia directa de este cuestionamiento religioso, de las contradicciones entre «la palabra de Dios» y el actuar del clero y del consiguiente desprestigio de las instituciones religiosas, los jóvenes nadaístas se fueron lanza en ristre contra lo sagradamente aceptado por la sociedad colombiana. Así fue como organizaron el saboteo del Congreso de Escritores Católicos en el Paraninfo de la Universidad de Antioquia «repleto de frailes y de poetas, de monjas y de ministros de Dios y del trabajo» (Arango, 1991, 17) y lo que fue considerado por algunos como un sacrilegio en la Basílica de Medellín.

Como su actuar iba más contra la hipocresía de la institución católica y de sus representantes en Colombia que contra la religión en sí misma, Arango volvería con los años, junto a Angelita pero sin los otros miembros del Nadaísmo, a buscar a Dios y a tratar de darle un sentido más trascendental a su vida. Sin embargo, sus escritos de esta época, que podríamos llamar de decadencia creativa y literaria, perdieron completamente el vigor, la imaginación y la profundidad que caracterizaron su obra en el apogeo del movimiento. El regreso final a Dios vació y desvalorizó su creación, como lo podemos comprobar en «Salvación» uno de sus escritos finales:

HERMANO oprimido y opresor
te conmino a que salgas
de tu cueva de malhechor
            al camino;
Tu salvación es inminente.
¡Salid del mundo celestino
al mundo celestial! (Arango, 1994, 239)

  1. LAS INSTITUCIONES EDUCATIVAS

Además de la educación inculcada en el seno de la familia y de la gran influencia que tuvo la religión católica en la formación de los jóvenes nadaístas, los padres se esforzaron también por brindar a sus hijos una instrucción de calidad, como lo evoca Jotamario en su poema «Destrucción del paraíso»:

Afortunadamente nuestros primeros padres fueron los únicos
que tuvimos,
Raspándose el cuero contra la vida para que nosotros pudiéramos asistir a la
escuela

De hecho, no sólo la familia y la educación religiosa deformaban las mentes de la juventud de la época, sino también las instituciones educativas a las que acudían dócilmente en la adolescencia e incluso las universidades adonde llegaron los jóvenes, pensando en labrarse un mejor futuro, terminaron por decepcionarlos (Pizarro Anrique, 2014, 1). Gonzalo Arango empezó a estudiar Derecho en la Universidad de Antioquia en 1947, pero decidió abandonar sus estudios definitivamente para dedicarse por completo a escribir una novela en la finca de su familia en Belencito, como ya lo hemos dicho.

Jotamario, por su parte, tuvo que formarse a sí mismo después de perder el sexto año de bachillerato en el Colegio Republicano de Santa Librada, como lo confiesa en «Destrucción del paraíso»:

Anoche me preguntaba una amiga qué había estudiado,
Refiriéndose evidentemente a la carrera universitaria.
Me tocó responderle que nadaísmo y nada, que no son lo mismo,
Pues desde los 18 años aún sin cumplir ingresé a la cofradía del vacío
Que nos tocó llenar devorando bibliotecas enteras en media calle.
Se nos llama eufemísticamente genios empíricos.

Como el Estado colombiano, al parecer, no cubría esta instrucción adecuadamente, la mayoría de las veces algunas familias se vieron obligadas a confiársela a las comunidades religiosas. Tales fueron los casos ya mencionados de Eduardo Escobar y Amílcar Osorio; las consecuencias fueron desastrosas para ellos y altamente positivas, por fortuna, para el nacimiento del Nadaísmo.

En lo que tiene que ver con Elmo Valencia, él afirmó que había comenzado a estudiar Derecho en la Universidad del Valle, pero «sus amigos aseguran que Valencia estudió física y, al mismo tiempo, hablan de su título de ingeniero electrónico o eléctrico» (Razón pública, 2017). Cualesquiera que hayan sido sus estudios, parecería que su verdadera formación la adquirió en el contacto con la contracultura norteamericana y, específicamente, con el hipismo y los miembros de la Beat Generation.

Al desertar del seminario, Escobar y Osorio buscaron refugio en las pocas librerías que existían entonces en Medellín y en la recién fundada Biblioteca Pública Piloto. Osorio llegó incluso a convertirse en el dependiente de la Librería Horizonte, lo que le permitió tener a su disposición, leer y recomendar a sus amigos lecturas que valían verdaderamente la pena de ser leídas para contrarrestar la terrible censura que «los inquisidores de la curia arquidiocesana» ejercían en la Piloto. Luego, se reunían en las tabernas para discutir libremente y recrear los textos leídos (Escobar, 2013, 19).

Escobar, al leer en su juventud Las mentiras convencionales de nuestra civilización de Max Nordau, lo consideró:

[…] un plato demasiado indigesto para un muchacho recién salido de un seminario, que había aspirado a la castidad y a la insensatez del martirio. Entonces las personas en quienes confiaba, padres, maestros y el cura de la parroquia, mentían, dueños de un secreto terrible sobre la Creación que enmascaraban por piedad conmigo o por mala fe, me dije, entre el miedo, la rabia y la zozobra (2013, 27).

De esta manera, por medio de la lectura, el diálogo y la reflexión, no sólo Escobar sino cada uno de los futuros miembros del Nadaísmo se fueron dando cuenta de que, tanto la familia como los representantes de la Iglesia católica, y, peor aún, los profesores en quienes el Estado había depositado «El saber», les habían mentido o les habían ocultado verdades y hechos que ellos consideraban fundamentales para su formación.

A los dieciséis años, Jotamario le perdió completamente el respeto al señor Varela, su profesor de Literatura, cuando éste le regaló un ejemplar de María, a él que acababa de leer Madame Bovary, Moll Flanders y Fanny Hill, uno de los clásicos de la literatura erótica universal:

«Profesor, no me regale güevonadas —le dije—, ¿no ve que he decidido ser un escritor de vanguardia?». Más bien présteme todo lo que tenga de Nietzsche, y si tiene algo de Bataille… El profesor Varela enrojeció de pies a cabeza, un ribete de espuma afloró a su boca, me miró como si fuera un cadáver de anfiteatro y me espetó estas palabras: «Arbeláez, en algún momento creí en usted. Tuve la sospecha de haberle inculcado una chispa de sensibilidad. Pero por la forma como se ha referido a la obra sublime de Isaacs, deduzco que usted siempre será un pelmazo. Estoy seguro de que, con todas sus ínfulas modernistas, nunca escribirá una línea que la supere…» (2002, p. 247-248).

En estas circunstancias, ¿cómo seguir creyendo entonces en la autoridad intelectual y moral de las instituciones y sus representantes? Así pues, ni los colegios, ni los seminarios y ni siquiera las universidades, centros educativos por excelencia, contribuyeron a formar el acervo cultural de los futuros miembros del movimiento nadaísta y, aún menos, la actitud crítica que les permitiría cuestionar las bases y el funcionamiento de una sociedad y un Estado carcomidos por la anomia.

Tanto la familia como la religión católica y las diferentes instituciones educativas se habían confabulado, cada una a su manera, para mantener a la sociedad y, especialmente, a la juventud y a la literatura colombiana en un vergonzoso atraso con respecto a los otros países del continente, donde las vanguardias ya habían hecho su aparición (Pizarro, 2014, 2). En efecto, mientras en Colombia el grupo de Los Nuevos luchaba por existir como una reacción contra anticuadas expresiones modernistas y centenaristas, antes de que la gran mayoría de sus autores terminara plegándose a la tradición, en Nicaragua, por ejemplo, la obra de José Coronel Urtecho se identificaba ya claramente con las estéticas de vanguardia[1].

A nuestro modo de ver, el atraso en Colombia se debía al dominio de una casta enquistada en las esferas del poder a todos los niveles, que aprovechaba esta situación para manipular a su antojo y según sus propios intereses las diferentes instituciones, entre ellas por supuesto la familia, la religión católica y los establecimientos dedicados a la enseñanza. Nada que viniera de la periferia geográfica, social o intelectual era aceptado y las inquietudes y las propuestas artísticas de muchos de los jóvenes de mediados del siglo veinte eran simplemente ignoradas o despreciadas, como nos lo cuenta crudamente Elmo Valencia:

En ese tiempo, había lo que se llamaba el piedracielismo, es decir, los poetas de piedra y cielo, como Jorge Rojas, Arturo Camacho Ramírez y Carranza, que era la belleza de la palabra traída de España. Un lenguaje todo bello, pero nada más. En cambio, a nosotros no nos importaba la belleza de la palabra, sino que íbamos por el contenido, el veneno, la pólvora que traía el poema. Y esa era la vanguardia. Tanto que cuando nosotros llegamos a Bogotá y fuimos al Café Automático en donde ellos se reunían, nos saludaban pero no nos invitaban a nada. Nosotros fuimos la vanguardia en Colombia, no solo por nuestros poemas, sino por los actos locos que cometíamos en torno (Bolaños, 2017).

Víctimas de las instituciones y, a la vez, visionarios, la sensibilidad y el resentimiento legítimo de ese grupo de jóvenes marginales a fines de los años cincuenta les permitió darse cuenta de que la realidad colombiana de entonces no era normal, y de que otra realidad y otro mundo podrían existir y serían, sin duda, posibles y mejores para ellos, para el conjunto de la juventud y para el país entero.

II. EL DESPERTAR DE LOS ‘ENFANTS TERRIBLES’ DE LA LITERATURA COLOMBIANA

Fue así como a finales de los años cincuenta del siglo veinte irrumpió el movimiento nadaísta en Colombia. Los miembros del grupo habían comprendido que era urgente llamar la atención sobre la necesidad de un profundo cambio de valores en la sociedad de entonces. Y esa vieja sociedad que había adoptado normas de conducta burguesas siendo esencialmente pobre, mestiza y bastante arribista, además de provinciana, católica y conservadora, los vio como un elemento desestabilizador.

Aquellos jóvenes salieron de la periferia, de una ciudad llamada Medellín, y con sus camisas rojas, su pelo largo, sus zapatos de gamuza y su barba descuidada irrumpieron escandalosamente en el aburrido y monótono paisaje nacional. «La sola presencia de los nadaístas en el espacio público de las nuevas ciudades era un cuestionamiento» (Rodríguez Calle, 2017, 10), una piedra en el zapato de los dirigentes liberales y conservadores que se habían repartido abusivamente el poder, dejando por fuera cualquier otra opción política con el pretexto de garantizar una paz que nunca llegó durante el Frente Nacional.

En su objetivo de «asaltar o acechar el espacio sagrado de consagración», como lo llama Rodríguez Calle (2017, 5), en Bogotá y, por extensión, a nivel nacional, el movimiento nadaísta se expresó por medio de un lenguaje «directo y antirretórico», diferente al habitual, al cual no estaban acostumbrados los escasos lectores colombianos; por esta razón, el contenido de sus textos fue percibido como «un discurso irónico, contestatario, subversivo y anárquico» (Carrillo, 2006, 10-12) por una parte de la sociedad.

Los medios de comunicación, los artistas tradicionales y los críticos literarios conformistas se sorprendieron inicialmente, para luego mirar con escepticismo y desdén a ese grupo de jóvenes, marginales desde todo punto de vista, que pretendían turbar «el orden» y «la tranquilidad» de entonces. Debieron pensar quizá que se trataba de un revuelo pasajero en las letras nacionales con un marcado carácter provincial, por no decir «montañero», con toda la carga de clasismo, de centralismo y de desprecio que este adjetivo conlleva en los labios de la pretenciosa casta dominante bogotana y de sus subordinados.

Sin embargo, casi simultáneamente otros grupos aparecían en otros países latinoamericanos, demostrando que no se trataba tan sólo de un remezón local venido de la ciudad de Medellín, sino de unas inquietudes compartidas por otros jóvenes en otras latitudes. En efecto, las manifestaciones artísticas de El techo de la ballena en Venezuela, de Los tzántzicos en Ecuador, del Nadaísmo en Colombia y de La espiga amotinada en México se producen todas en ese preciso momento, debido a que sus miembros «buscaban que la orientación estética de su trabajo estuviera en consonancia con su postura ética» (Carrillo, 2006, 63) en unas circunstancias históricas muy particulares, en las cuales todos ellos percibían que las sociedades del continente estaban en ebullición.

A comienzos del siglo veinte, Colombia había vivido también una conflictiva situación histórica, en el contexto de la terrible Guerra de los mil días que se produjo durante la larga Hegemonía conservadora; sin embargo, los artistas bogotanos de la época adoptaron una actitud y un comportamiento bastante diferentes. Casi sesenta años después, y por oposición a las veladas frívolas e insulsas de los señoritos de la Gruta simbólica, mientras el país se desangraba lejos de Bogotá, los jóvenes nadaístas eran realmente conscientes de la gravedad del momento que estaba viviendo el país y decidieron actuar a su manera con los pocos medios a su disposición.

  1. LOS OBJETIVOS Y LAS MISIONES DEL NADAÍSMO

Conscientes del hecho de que no disponían en realidad de ningún medio concreto para cambiar radicalmente la situación del país, e incapaces de echar abajo el orden imperante, los miembros del movimiento nadaísta se fijaron como objetivos desprestigiarlo y descalificarlo, sacando a la luz del día sus fallas, carencias e incoherencias:

La lucha será desigual, considerando el poder concentrado de que disponen nuestros enemigos: la economía del país, las Universidades, la religión, la prensa y demás vehículos de expresión del pensamiento. Y además, la deprimente ignorancia del pueblo colombiano y su reverente credulidad a los mitos que lo sumen en un lastimoso obscurantismo regresivo a épocas medievales.

Ante empresa de tan grandes proporciones, renunciamos a destruir el orden establecido. Somos impotentes. La aspiración fundamental del Nadaísmo es desacreditar ese orden (Arango, 1958, 12).

Pusieron entonces el dedo en donde más dolía, denunciando la crisis que estaba latente y «desencadenando la fiera», al decir de Eduardo Escobar en la introducción a Correspondencia violada. Todos ellos «pretendían desacralizar el orden social y cultural colombiano. Transgredir las restricciones morales, religiosas y culturales» como lo afirma Carrillo (2006,71), pero no «a través de una estética destructora» como ella misma sostiene, sino a partir de la desacralización del aura del artista y de la creación de una nueva categoría estética de carácter vanguardista y más acorde con la nueva realidad del país con la que ellos soñaban.

En efecto, y como asegura García Dussán, «las formas modernistas […] en la poesía colombiana fueron prolongadas tanto como la hegemonía política conservadora, pues se extendieron por más de cinco décadas» (1). Charry Lara, por su parte, sostiene que «tanto Los Nuevos como Piedra y Cielo fueron continuistas del Modernismo al acentuar su devoción por el rigor formal, prolongando el retraso de las nuevas formas ofrecidas por las vanguardias, pues su desinterés por estas fue total» (Citado por García Dussán, 2012, 3). Es decir que, entre el surgimiento del Modernismo en 1880, la aparición de la revista Los Nuevos en 1925 y la vigencia del movimiento Piedra y Cielo, aparecido a finales de los años treinta, la literatura en Colombia parecía como aletargada y obligada a respetar unas estructuras rígidas y ya pasadas de moda en otras latitudes[2].

El despertar a la realidad caótica, violenta e injusta se produjo en gran parte por el trauma que ocasionó en un grupo de jóvenes sensibles y receptivos el asesinato del líder liberal Jorge Eliécer Gaitán el 9 de abril de 1948. Prueba del gran efecto que tuvo esta tragedia en la formación de sus conciencias es el hecho de que tanto Gonzalo Arango como Jotamario Arbeláez y Elmo Valencia, entre otros, lo mencionan en algunos de sus escritos (Valencia, 2010, 50-53).

La figura del dictador Gustavo Rojas Pinilla y su intento de acabar con el rígido monopolio ejercido por los partidos liberal y conservador en la vida política nacional sedujeron igualmente a Arango, Arbeláez y Valencia. Arango se comprometió activamente con el Movimiento de Acción Nacional (MAN) que «tendría como norma y como meta respaldar la obra de gobierno [de Rojas Pinilla] en nombre de todos los partidos y clases» (Citado por Ayala Diago, Sf, p. 46). Arbeláez y Valencia, por su parte, recopilaron un gran número de documentos en su Libro rojo de Rojas con el fin de denunciar lo que fue considerado como un gran fraude en las elecciones presidenciales de 1970 en las que Misael Pastrana Borrero fue investido presidente de la República mientras todo parece indicar que el verdadero ganador fue realmente Gustavo Rojas Pinilla.

Rodríguez Calle afirma que: «Ante la imposibilidad de participar en una estrategia alternativa de enfrentamiento franco en la política de partido, Arango va a empezar a dirigir un plan de tácticas poéticas de acecho» (2017, 2). Esto es cierto en parte, ya que más allá de un cambio profundo en la esfera de la poesía colombiana y la creación de una nueva categoría estética en el arte nacional, el Nadaísmo entraña un profundo mensaje político y filosófico cuyos principales objetivos son una seria reflexión sobre la anómala realidad colombiana de entonces y una toma de conciencia sobre el efecto de cada uno de nuestros actos a nivel personal y colectivo.

Con el fin de sacudir, repensar y renovar tanto la realidad como el arte en Colombia, los nadaístas se enfrentaron al establecimiento, su incoherencia y sus injusticias mediante una reflexión crítica y profunda sobre el statu quo, una «renovación de la palabra como un arma para combatir la realidad que se rechazaba y se quería transformar» (Carrillo, 2006, 63) y unos textos jamás leídos en Colombia hasta entonces. Simultáneamente, llevaron a cabo una serie de actos de rebelión, de disrupción y de transgresión para tratar de abrirle los ojos a la sociedad pacata de entonces, liberarla del yugo opresor y liberar de paso a una juventud que no tenía nada qué perder pues ninguna oportunidad tenía. Enumeramos a continuación las acciones más notorias que iban a escandalizar a los miembros de la sociedad «biempensante» en Colombia a partir del trabajo de Daniel Llano Parra (2015, 144-149):

-El 18 de agosto de 1958 hicieron una hoguera en la plazuela de San Ignacio, al frente del Paraninfo de la Universidad de Antioquia, con los libros de sus bibliotecas personales considerados como los más emblemáticos de la cultura y la literatura nacional. Su objetivo era celebrar la muerte de la literatura tradicional y anunciar el advenimiento de una nueva.
-En agosto de 1959 sabotearon la ceremonia de inauguración del Primer Congreso del Pensamiento Católico en Medellín y distribuyeron un manifiesto rechazando la injerencia de la religión católica en la vida diaria de los colombianos. El acto y el escándalo provocado por la distribución del «Manifiesto al Congreso de Escribanos Católicos» ocasionaron la detención de Gonzalo Arango en la Cárcel de La Ladera.
-Alrededor de la medianoche del 8 de julio de 1961, Alberto Escobar, Jaime Espinel, Darío Lemos y Eduardo Escobar recibieron la comunión en la Catedral metropolitana de Medellín, guardaron las hostias en un libro y salieron del lugar. Por haber «profanado» el recinto y, sobre todo, la eucaristía, al decir de los fieles allí presentes, fueron perseguidos por éstos y excomulgados por las autoridades eclesiásticas (Escobar, 1980, 11-12).

Sin embargo, en busca de una ruptura radical y explícita con la herencia legada en gran parte por la Hegemonía conservadora y por políticos liberales retrógrados, no sólo los actos y las palabras trataban de ser subversivos sino también el soporte en el que éstas estaban escritas. Así lo demuestra el hecho de que Arango leyera el Primer Manifiesto Nadaísta en el tradicional café «El Automático» de Bogotá que había escrito en un rollo de papel higiénico para criticar el conformismo, las instituciones, la moral burguesa y la pobreza de la literatura colombiana.

Su lenguaje, sus actos y sus diferentes manifiestos fueron inicialmente ignorados, pero luego se convirtieron en el blanco de la burla, el escándalo y la condena por parte de los defensores de los «valores» del establecimiento en la sociedad tradicional, rancia y timorata de la Colombia de entonces. Efectivamente, y como lo afirma con acierto Pablo García Dussán en su artículo «Entre Dios y el yo: tendencias de la joven poesía colombiana y su relación con el pasado poético»: «Sólo las poéticas “sublimes” adquieren un grado de atención» en Colombia. William Ospina, por su parte, citado por el mismo García Dussán, sostiene con razón que «los hábitos de nuestra tradición literaria son la poesía ornamental, la oratoria vacua y solemne, el sentimentalismo y los ritmos meramente inerciales» (García Dussán, 2012, 90).

Así pues, los escritos nadaístas, agresivos, directos, crudos y percutantes, reunían todos los requisitos para escandalizar a la conservadora, arribista y mojigata sociedad colombiana de fines de los años cincuenta; tal era el objetivo del Nadaísmo y Gonzalo Arango se atrincheró al comienzo en Cali «para atacar desde el ejercicio de la poiesis los “regímenes éticos, estéticos y poéticos” imperantes en el arte colombiano» (Rodríguez Calle, 2017, 1-2).

Muchos de los libros de los diferentes miembros del grupo hubieran podido figurar incluso en el Index Librorum Prohibitorum. Pero sus esfuerzos para crear un nuevo campo cultural abierto y pluralista que les permitiera dar a conocer sus trabajos, confrontar sus ideas y obtener un cierto reconocimiento los salvaron de la censura de facto ejercida por los medios de comunicación oficiales.

Teniendo en cuenta todas las dificultades que debieron afrontar, el nacimiento del movimiento nadaísta en Colombia se asemeja a un parto violento en el que el nuevo ser lucha con todas sus fuerzas por ver la luz mientras que la sociedad que debía acogerlo, vieja, conservadora y reaccionaria, intenta devorarlo como Saturno. El dios romano, queriendo evitar el cumplimiento de la predicción según la cual sería destronado por uno de sus hijos, termina devorándolos a todos al nacer. De igual manera, el establecimiento colombiano hizo todo lo posible por impedir la irrupción del Nadaísmo, pues consideraba que el íncubo acabaría con el precario equilibrio instaurado por el Frente Nacional. En este intento por tratar de aniquilar el movimiento y sus ideas, el Estado y las instituciones a su servicio intentarán seducir e instrumentalizar a algunos de sus miembros, incorporar a otros al funcionamiento del sistema y confinar a los más recalcitrantes en hospitales y prisiones.

  1. LOS DIFERENTES DESTINOS DE LOS MIEMBROS DEL MOVIMIENTO

En su esencia, el Nadaísmo era un movimiento crítico en el que cada idea, cada texto y cada acto eran el producto del escepticismo, la reflexión y la duda cartesiana. No había una escuela de pensamiento rígida, un discurso único ni un culto supremo a la personalidad. Por tal razón, sus manifestaciones artísticas fueron diversas y los destinos de cada uno de los miembros del movimiento fueron bastante diferentes y, en ocasiones, verdaderamente sorprendentes.

Algunos fueron más bohemios, otros más recalcitrantes y otros, por el contrario, llevaron una vida relativamente sencilla mientras se dedicaban a escribir de manera diferente para demostrar su inconformidad con la tradición literaria en Colombia. Pero todos los nadaístas, al igual que los miembros de El techo de la ballena de Venezuela, de Los tzántzicos de Ecuador y de La espiga amotinada de México, «coincidían en sus deseos de renovar el discurso poético, rechazaban las estéticas tradicionales e insistían en destacar el espíritu innovador que los movía» (Carrillo, 2006, 85).

Con el fin de referirnos muy brevemente a lo que podríamos llamar el destino y la obra de cada uno de estos grupos al interior del Nadaísmo y de ver en filigrana quiénes fueron seducidos e instrumentalizados, incorporados al funcionamiento del sistema o confinados en hospitales y prisiones, hemos establecido tres categorías principales: la del fundador y portaestandarte del movimiento, la de los bohemios que triunfaron y, por último, la de los poetas malditos. Ello no significa que hayamos identificado grupos herméticos e inamovibles en el tiempo ya que un miembro puede pasar en un momento determinado del destierro a la gloria o viceversa.

2.1. EL FUNDADOR Y PORTAESTANDARTE

Arango, en su calidad de iniciador, cerebro y alma del movimiento ocupa un lugar aparte en la historia del Nadaísmo y su vida y su obra dependen de dos momentos bisagra en la historia de Colombia. Como ya lo hemos mencionado anteriormente, el asesinato de Jorge Eliécer Gaitán y la caída del general Gustavo Rojas Pinilla determinaron el curso de su vida y, por consiguiente, la existencia del Nadaísmo.

Arango fue el hijo menor de una familia conservadora y relativamente modesta asentada en el municipio de Andes, en el suroeste antioqueño. De niño, detestaba la escuela y disfrutaba de su vida en el campo. Al cumplir diecisiete años, fue a Medellín para terminar el bachillerato en el Liceo Antioqueño y, posteriormente, comenzó a estudiar Derecho en la Universidad de Antioquia.

Su inconformismo con lo que estudiaba en la universidad y, sin duda, con la realidad que veía a su alrededor, así como su deseo de llegar a ser escritor, lo llevaron a abandonar sus estudios de Derecho en el tercer año para aislarse en la finca de su familia. Posteriormente, la caída del dictador Rojas Pinilla y el apoyo que Arango le había prestado a su movimiento político, lo obligaron en 1957 a refugiarse en el departamento del Chocó y, luego, en la ciudad de Cali. Estos sobresaltos en su vida, que algunos podrían considerar como fracasos, lo condujeron inevitablemente a profundas crisis existenciales y lo llevaron a reflexionar sobre el sentido de cada uno de sus actos y a redefinir el curso de su vida.

Sus diferentes periodos de aislamiento y de reincorporación a la sociedad fueron forjando su carácter, enriqueciendo sus vivencias y madurando su pensamiento filosófico hasta convertirlo en el creador, animador y principal representante del movimiento nadaísta. La profundidad de sus propuestas, su creatividad y su carisma lo condujeron a ocupar un lugar cada vez más importante en la escena nacional.

A raíz de su notoriedad, el presidente liberal Carlos Lleras Restrepo lo invitó oficialmente a la inauguración del Buque Escuela ARC Gloria en 1968; después del evento, Arango pareció sinceramente fascinado por el tercer gobernante del Frente Nacional, a tal punto que lo consideró un «poeta de la acción». Esta lamentable recuperación del líder del Nadaísmo por parte de uno de los protagonistas del perverso sistema de monopolio y alternancia en el poder de los dos partidos tradicionales, provocaría un grave conflicto con los otros miembros del movimiento, una nueva crisis existencial en Arango y lo llevaría a su postrera aniquilación como poeta[3].

Arango pasó así de ser el iniciador, el alma y el líder incontestable del Nadaísmo a convertirse en un paria dentro del movimiento que él mismo había creado.

2.2. LOS BOHEMIOS QUE TRIUNFARON

En la segunda categorización que hemos establecido figuran los miembros del Nadaísmo que, tras muchos esfuerzos por crear un campo cultural independiente, abierto y relativamente autónomo, lograron de una manera u otra incorporarse al funcionamiento del sistema tradicional y ser bastante reconocidos por él. A este grupo pertenecen, a nuestro modo de ver, Jotamario Arbeláez y Jaime Jaramillo Escobar.

Jotamario

Darío Jaramillo Agudelo le reprocha a Jotamario el haberse expuesto a dos grandes peligros que, según él, acechan a los poetas: haberse dedicado a «oficios que compensan la creatividad con buen dinero», en su caso la publicidad, y haber hecho prueba de exhibicionismo «de brillantez, del ingenio, de la habilidad para ensartar imágenes de relumbrón y realizar demostraciones de pirotecnia». Igualmente, Jaramillo Agudelo considera que Jotamario irrespeta todos los valores establecidos, pues ni siquiera le importan y «no le interesa ningún límite distinto del que le impongan su imaginación y su ingenio» (1984, 785-788). Es decir, que el crítico aborrece al poeta nadaísta por ser un escritor de vanguardia y por tener una imaginación y un ingenio desbordantes.

Carmen Carrillo, por el contrario, señala que «uno de los logros de la poesía de Jotamario Arbeláez es su capacidad lúdica, su manejo de la ironía, que en oportunidades llega al sarcasmo». Ella identifica dos matrices temáticas en su obra: por una parte, «la construcción de un yo lírico autorreferencial que se vanagloria de sus desórdenes y de su condición de outsider […]; por otro lado, un erotismo explícito y atrevido» (2006, 74).

En efecto, su condición de outsider aparece de entrada en su conocido poema «Santa Librada College». En él, la voz poética evoca una serie de «rutas de escape» y de «líneas de fuga discursivas y afectivas», como lo señala acertadamente James Rodríguez Calle (2017, 6), para tratar de escapar del adoctrinamiento, la estrechez y el confinamiento padecido en las instituciones educativas. Así, «las primeras protestas revolucionarias», leídas en los baños del establecimiento, constituyen un cambio drástico a las lecturas impuestas por los profesores de literatura de entonces, tales como los poemas de Julio Flórez y la inevitable María de Jorge Isaacs.

En lugar de perder el tiempo refiriéndonos a lo que Carrillo considera un «erotismo explícito y atrevido» en la obra de Jotamario, nos parece que vale más la pena destacar la belleza, la sencillez y el lirismo de su obra. Tales cualidades aparecen claramente en uno de sus mejores poemas, a nuestro modo de ver, «Paño de lágrimas».

Además del trabajo de escritura que le ha permitido publicar un gran número de libros y obtener varios premios de poesía, Jotamario, en su calidad de publicista de éxito, participó en el planeamiento de las campañas presidenciales de los candidatos conservadores Belisario Betancur, Álvaro Gómez Hurtado y Andrés Pastrana; recibió la orden del Congreso de la República en 2006 durante el gobierno del presidente Álvaro Uribe Vélez y se desempeñó igualmente como Secretario de Cultura del Departamento de Cundinamarca. Actualmente (2024), y desde hace un buen tiempo ya, hace parte de los columnistas del diario El Tiempo de Bogotá. El haber perdido el sexto año de bachillerato en el Colegio Republicano de Santa Librada, en 1958, no le impidió recibir el grado Honoris Causa de la misma institución quince años más tarde.

Toda esta larga y original trayectoria ha llevado al joven nadaísta del Barrio Obrero de Cali a ocupar un lugar preponderante no sólo en las letras nacionales, sino en las esferas del poder y, por consiguiente, del establecimiento que tanto lucharon por desprestigiar los miembros del «inventico».

Jaime Jaramillo Escobar

Gonzalo Arango afirmó en algún momento que Jaime Jaramillo Escobar era «el más raro de los nadaístas, debido a su formalidad y correcta conducta» (Jaramillo Agudelo, 1984, 793). Efectivamente, Jaramillo Escobar llevó siempre una vida discreta y alejada de las disipaciones, los excesos y la bohemia que caracterizaron a la mayoría de los miembros del movimiento nadaísta (Pizarro Anrique, 2014, 23).

Numerosos y unánimes han sido los halagos de los críticos a la obra poética de Jaramillo Escobar. Darío Jaramillo Agudelo afirma que «la existencia del Nadaísmo se justifica por el solo hecho de que haya aportado a la poesía colombiana el nombre y la obra de Jaime Jaramillo Escobar». El crítico y poeta de Santa Rosa de Osos incluye su libro Los poemas de la ofensa, aparecido en 1968, entre los más logrados de la poesía colombiana, al lado de Morada al Sur de Aurelio Arturo, Los elementos del desastre de Álvaro Mutis y Baladas sobre ciertas cosas que no se deben nombrar de Mario Rivero. Y concluye su extenso artículo sobre la poesía nadaísta con un párrafo ditirámbico sobre los procedimientos formales y el contenido de los poemas de Jaramillo Escobar (Jaramillo Agudelo, 1984, 793-798).

Juan Gustavo Cobo Borda, por su parte, considera que los poemas de Jaramillo Escobar son «poemas perfectos» (citado por Jaramillo Agudelo, 1984, 798). Y Carrillo agrega que la «obra de Jaime Jaramillo Escobar ha sido considerada la más sólida entre la poesía escrita por los nadaístas […] Sus textos comparten el afán nadaísta por distanciarse de la retórica, el gusto por el humor, la presencia de la ironía y la tendencia a la narratividad» (2006, 75). En cuanto a García Dussán, éste considera que de la «auto aniquilación» del Nadaísmo, solo sobrevivieron Jaime Jaramillo Escobar y Mario Rivero (2012, 81).

Para Rodríguez Calle, «Jaramillo Escobar puso especial énfasis en la sensualidad que veía en la raza negra» (2017, 11). Sensualidad que se ve claramente en su poema «Mama negra», en el cual «Mama negra se subía la falda hasta más arriba de la rodilla», tenía «Senos como dos caracoles que le rompían la blusa» y «una falda estrecha para cruzar las piernas». En sus versos se nota un gran respeto no solo por la belleza y la sensualidad de la mujer negra, sino también por el amor que le tiene «Su negro». Este poema figura como un reconocimiento temprano, 1963, a algunos de los diferentes valores de una población colombiana tradicionalmente ignorada, marginalizada y, por consiguiente, excluida del conjunto de la Nación.

Además de la calidad de su trabajo en el campo de la escritura, es igualmente loable la labor pedagógica que Jaime Jaramillo Escobar realizó todos los sábados a las 10:30 de la mañana, durante más de treinta y cinco años, en el taller de poesía de la Biblioteca Pública Piloto de Medellín; labor que continuó incluso durante el confinamiento provocado por la pandemia de Covid19, cuando las sesiones tuvieron que ser difundidas por medio de WhatsApp. El taller consistía en una rigurosa selección, presentación y lectura de poemas de otros autores. Eran sesiones abiertas a todo el mundo y completamente gratuitas en las que el poeta leía y explicaba el valor de cada uno de los poemas escogidos. Jaramillo Escobar llegó incluso a rechazar invitaciones a festivales internacionales de poesía para no incumplir su compromiso con las personas que acudían cada sábado a la Piloto a escucharlo. Durante la pandemia, su taller fue seguido desde varias ciudades de Colombia, Panamá, Venezuela, España e Inglaterra (El Colombiano, 10 de septiembre de 2021).

Así pues, no solo la calidad de sus poemas sino también su discreta labor pedagógica para sensibilizar al público y dar a conocer el trabajo de otros poetas, nos permiten afirmar que Jaime Jaramillo Escobar ocupa un lugar de honor en la Historia de la poesía colombiana, lejos, muy lejos, de los debates, las frivolidades y las trivialidades de la farándula poética.

2.3. LOS POETAS MALDITOS

Los miembros del Nadaísmo no fueron solamente Gonzalo Arango y los poetas que terminaron triunfando a nivel nacional como Jotamario Arbeláez, Jaime Jaramillo Escobar o Eduardo Escobar. En un movimiento originado en la periferia geográfica colombiana, con jóvenes nacidos en su mayoría en familias humildes y con pocas posibilidades de salir adelante en un país que no garantizaba las condiciones mínimas de existencia, tenía que haber necesariamente algunos miembros que, a pesar de sus cualidades artísticas, serían marginados por el sistema o sucumbirían a sus propias desgracias personales. Tal fue el caso de Darío Lemos, quizá no el único, pero sí el más notorio.

Al decir de Llano Parra, «Darío Lemos decidió agotar su existencia como un poeta maldito, fue quien encarnó el furor, la demencia, el hampa, la alucinación permanente, el nadaísmo nihilista» (2015, 150) En él, más que su obra, es su vida la que constituye un poema, y un poema trágico o «tremendista», como llama Jaramillo Agudelo a los textos nadaístas (1984, 780; Escobar, 1980, 272).

Sin embargo, en su escasa obra poética publicada, consideramos que los poemas dedicados a su hijo alcanzan un alto grado de lirismo, tan solo comparable a las «Nanas de la cebolla» escritas por Miguel Hernández al suyo desde la cárcel de Torrijos en Madrid:

Esas hojas hijo que vimos hoy en el parque son de caucho
Te digo esto para no hablarte de dolorosos cuentecitos
Prefiero que el cielo te posea
Ya no sé qué hacer de tanto amarte
En ti no opera la cosmología
Esas tetillas rosadas nunca morirán
Eres de jabón.
La cantidad de alambre que envuelves es infinita

(Citado por Jaramillo Agudelo, 1984, 783).

Debido a la dispersión de sus trabajos, al desorden en su vida y a la pérdida de muchos de sus poemas, Jotamario se dio a la tarea de recopilarlos, pasarlos en limpio, ya que Lemos no disponía de una máquina de escribir y publicarlos en el libro Sinfonías para máquina de escribir, aparecido en 1985.

Sus cartas, que «logran una intensidad, un desgarramiento, una inmediatez y un frenesí, que las convierte en verdaderos poemas» (Jaramillo Agudelo, 1984, 782) pasaron a la posteridad gracias al trabajo paciente y meticuloso de recopilador de Eduardo Escobar. Son cartas escritas desde un hospital, una cárcel o el infierno de la desidia, el abandono y la miseria, como lo podemos ver en su poema «El recluso perpetuo»:

Como si me hubiera fugado
sin cumplir la condena del vientre de mi madre.
He pasado la mitad de mi vida recluido,
he conocido cárceles menores.
Patios de leprocomios,
ciudadelas de Dios,
esas casas de locos de solo corredores
por donde se pierde la conciencia más lúcida

(Citado por Posada, Una criatura extraña)

Su vida marginal alimenta directamente su obra que, sin el sufrimiento y las privaciones, nunca hubiera podido ser la misma y su obra a la vez le permite sobrellevar e, incluso, sublimar una vida sumida en el caos, la extrema pobreza y el sufrimiento.

Darío Lemos murió prácticamente solo en la noche del 15 de abril de 1987 en Santa Elena. Vivió allí sus últimos días en una vieja casita de bahareque que un alma caritativa alquiló para alojarlo (Posada, Una criatura extraña).

Además de Darío Lemos, otros miembros del Nadaísmo vieron también su destino truncado por lo que podríamos llamar un sino trágico inherente de alguna manera a un movimiento que pretendía no dejar ninguna fe intacta ni ningún ídolo en su sitio. Tales fueron los tristes casos de los niños Luis Ernesto Valencia, más conocido como «El gigoló de los dioses», y de la precoz escritora María de las Estrellas.

Esta categoría que engloba a Darío Lemos, al Gigoló de los dioses, a María de las Estrellas[4] y a algunos otros miembros menos conocidos del Nadaísmo merecería, más que una simple mención, un estudio profundo para tratar de comprender de qué manera el destino pareció ensañarse contra algunos de sus representantes. Sin embargo, este será, por razones de espacio en este número de la Revista Cronopio, el objeto de un futuro trabajo.

III. ¿EL OCASO DEL MOVIMIENTO Y DE SUS IDEAS?

La fractura provocada en el seno del movimiento nadaísta por el comportamiento irresponsable de Gonzalo Arango con ocasión de la botadura del Buque ARC Escuela Gloria, el 2 de diciembre de 1967, y sus posteriores alabanzas al tercer presidente del Frente Nacional parecería haber iniciado la decadencia y la muerte lenta del grupo nacido en 1958.

Darío Jaramillo Agudelo afirma que «Ya la actitud existencial [de los nadaístas] ante el mundo es historia pasada, ya perdió su fuerza seductora, sus posibilidades salvadoras». De igual manera, afirma que las actitudes y valores nadaístas expresados con vehemencia, ímpetu y «tremendismo» fueron quizá eficaces «para escandalizar al Medellín de 1960», pero que en 1980 «[sonaba] demasiado verboso y abusivo de un lenguaje visceral que [había] perdido toda su capacidad de alborotar al distinguido público y que [denotaba], [entonces], mal gusto y candidez» (1984, 759, 763).

García Dussán, por su parte, considera que, «el nadaísmo (1960-1970) desacralizó todo cuanto fue expulsado [del cuarto oscuro del sistema conservador por el grupo Mito], y tanto se concentró en su labor que se extinguió en su intención de rechazarlo todo». Y va aún más lejos después de firmar el acta de defunción del Nadaísmo cuando afirma que «el estancamiento generado por el nadaísmo tras la renovación que logró el grupo Mito allanó un terreno baldío en el que solo quedaron los fragmentos de una unidad reiteradamente escindida» (2012, 81-82).

Para estos dos críticos el Nadaísmo estaría entonces muerto y enterrado, como lo está su inspirador.

Sin embargo, aquí es necesario insistir en el hecho que, a nuestro modo de ver, el Nadaísmo no fue solamente un movimiento artístico, un «ismo» en la historia de la literatura colombiana. Como bien lo afirmaba el mismo Arango:

El Nadaísmo no es una «escuela literaria» en un sentido estricto y escolástico, lo que no supone que su proyecto esencial sea la estética. A pesar de que la contiene, desborda ese presupuesto hacia implicaciones de otro orden, sobre todo en el orden de la vida cotidiana y de una actitud existencial ante el mundo. Dentro de sus posibilidades absurdas, un general, un presidente, un banquero y un bandido pueden ser nadaístas, aunque en un plano más místico y delictivo lo sean el poeta, la ramera y el santo (La rebelión estética).

En efecto, consideramos que el Nadaísmo es más bien una filosofía de la existencia, un cuestionamiento profundo, una actitud ante la vida en la cual los componentes filosófico y político ocupan un lugar esencial. No obstante, es necesario precisar que no fue realmente una corriente política en sí pues, como lo afirma Armando Romero, «El nadaísmo no surge como un movimiento hacia la victoria sino como una expresión del fracaso de una generación que hará de ese mismo fracaso su arma de batalla» (Romero, 1988, 37).

En 1959, tan sólo un año después de la creación del grupo, en el «Manifiesto de los camisas rojas» Arango ya lo decía con estas palabras:

Ciudadanos: no somos vuestros salvadores. La desesperación seguirá, el hambre aumentará, la opresión se hará más intolerable, el terror se extenderá por cielos, mar y tierra como una peste mortífera (Arango citado por Valencia, 2010, 92).

La profunda crisis vivida por el país en los años siguientes, con el nacimiento de las guerrillas en los sesenta y los setenta y, posteriormente, la proliferación de los carteles de la droga y el surgimiento de los grupos paramilitares, le darían toda la razón y su pensamiento y su voz no habrían perdido vigencia.

En efecto, si en 1980 el Nadaísmo le parecía a Jaramillo Agudelo pasado de moda, cándido y de mal gusto y en 2012 García Dussán lo consideraba desaparecido, ciertos elementos actualmente vigentes en Colombia vienen a contradecirlos. Nuestra actual realidad histórica, el tardío reconocimiento a algunos miembros del grupo y el surgimiento de nuevas figuras en la vida del país, les han demostrado a los dos críticos que los principios, las actitudes, los valores y el lenguaje que tanto les incomodan a ellos, y al distinguido público del que hablan, han terminado por labrar un camino y abrirse a la fuerza un espacio que los ha puesto en el primer plano de la escena nacional. Por todas estas razones, las afirmaciones de Jaramillo Agudelo y de García Dussán nos parecen erróneas o malintencionadas y trataremos de demostrarlo acudiendo a lo que ha pasado en la historia reciente de Colombia.

Las elecciones presidenciales de 1974 parecían indicar que las enseñanzas del movimiento nadaísta habían sido echadas en saco roto. De hecho, los tres candidatos más visibles no eran más que los simples herederos de las mismas familias que habían gobernado a Colombia en épocas pasadas; Alfonso López Michelsen (hijo de Alfonso López Pumarejo [1934–1938 y 1942–1945]), Álvaro Gómez Hurtado (hijo de Laureano Gómez [1950–1951]) y María Eugenia Rojas (hija del general Gustavo Rojas Pinilla [1953–1957]). Estas candidaturas ignoraban las principales ideas expresadas por los jóvenes nadaístas desde 1958 y, fingiendo dar por terminado el Frente Nacional, continuaban de hecho con la exclusión de las otras sensibilidades del espectro político.

A pesar del divorcio provocado entre los miembros del Nadaísmo por los actos irresponsables de Gonzalo Arango, de la posterior desintegración del movimiento y del rumbo que cada uno de ellos pudo haber tomado, nos parece evidente que las ideas renovadoras e iconoclastas defendidas por el grupo en sus comienzos no han muerto todavía; a nuestro modo de ver, la actitud crítica, el pensamiento abierto y los nuevos valores transmitidos por el Nadaísmo continuaron fluyendo, decantándose en la mente de los jóvenes y produjeron cambios profundos en la sociedad e incluso en la política colombiana.

Así como hubo diferentes categorías de miembros del movimiento nadaísta durante su apogeo, y diferentes destinos les correspondieron a cada uno de ellos, así también existen actualmente en Colombia diferentes líderes que, de alguna manera, prolongan esa filosofía de la existencia que es, a nuestro modo de ver, el Nadaísmo, o lo renuevan. Prueba de ello son los miembros del movimiento nadaísta que aún están vivos y continúan su incansable labor crítica, innovadora y de apertura de los espacios culturales y políticos en Colombia; tales son los casos de Patricia Ariza en las artes y de Humberto de la Calle Lombana en la política. De igual manera, el surgimiento de otros protagonistas y de diferentes movimientos de resistencia política e intelectual y de proposición de ideas heterodoxas ha sido manifiesto desde hace algunos años, como lo demuestra, entre otras, la presencia de los llamados «jóvenes de la primera línea» durante el levantamiento contra el gobierno de Iván Duque en el año 2021; este levantamiento sorprendió e incomodó a muchos simpatizantes de derecha, pues las ideas de los jóvenes, su accionar y su estilo no encajaban con los comportamientos tradicionalmente aceptados en las rancias esferas del poder y en la pasiva, conformista y resiliente sociedad colombiana.

Patricia Ariza

Aunque hayamos mencionado hasta ahora únicamente a los representantes masculinos más visibles del movimiento nadaísta, es necesario aclarar que también hubo mujeres en su seno. Ellas, como lo afirma Llano Parra, «se apropiaron del movimiento como una forma de liberación al asumir una nueva opción de vida» (2015, 153) en la cual se sentían completamente libres de amar a quien quisieran y no estaban atadas a ningún compromiso con nadie. Esto viene a corroborar aún más nuestra afirmación según la cual el Nadaísmo es esencialmente una filosofía de la existencia.

Entre las nadaístas más visibles (sin acuerdo unánime. N. del e.) sobresalen Fanny Buitrago, Rosa Girasol, Patricia Ariza, Dina Merlini, Dora Franco, Raquel Jodorowsky, Eliana, Rosita Uribe y, por supuesto, la niña María de las Estrellas. Aunque cada una de ellas merece una mención especial, nos referiremos aquí tan sólo al caso de Patricia Ariza, pues representa claramente la continuación de las ideas y los principios del movimiento en el campo de las artes.

Según Rodríguez Calle, durante el auge del movimiento nadaísta «una de las presencias más subversivas era la de Patricia Ariza, con su performance escandalosa de mujer iconoclasta» (2017, 10). En lo factual, podemos señalar que Ariza fundó junto a Santiago García, en 1966, el Teatro La Candelaria. Ha escrito y montado unas sesenta obras de creación colectiva, entre las cuales sobresale particularmente Guadalupe años sin cuenta. Ha sido una de las pioneras del Nuevo Teatro en Colombia y sus trabajos han recibido numerosos premios en Colombia y en el exterior.

Además de su labor teatral cercana a los movimientos de artistas independientes, es una activa militante de izquierda y feminista que ha trabajado desde hace muchos años con comunidades marginadas. Igualmente, hizo parte de los miembros fundadores de la Unión Patriótica. En 2015 afirmaba en una entrevista con el diario francés L’Humanité que para deconstruir el imaginario de la guerra en Colombia había que trabajar desde el campo de la cultura, pues la pedagogía no era suficiente. Efectivamente, en Colombia hay una dramaturgia de la guerra, ilustrada de manera clara por la difusión y el auge de telenovelas y series de éxito en donde la mayoría de los héroes son narcotraficantes y narcoparamilitares (L’Humanité, 9 de octubre de 2015).

Todos estos compromisos artísticos y políticos de Ariza, que continúan a su manera los principios del Nadaísmo, contribuyeron sin duda a que en 2022 fuera nombrada ministra de cultura en el gobierno del presidente Gustavo Petro.

Humberto de La Calle Lombana

En el terreno concreto de la política, la figura de Humberto de la Calle Lombana ocupa un lugar preponderante. De la Calle Lombana fue ministro de Gobierno del presidente liberal César Gaviria, representante del Estado a la Asamblea Nacional Constituyente de 1991, vicepresidente de Colombia durante el mandato presidencial del liberal Ernesto Samper Pizano (1994–1996) y ministro del Interior y embajador ante la Organización de Estados Americanos (OEA) bajo el gobierno conservador de Andrés Pastrana (1998–2002). Entre 2012 y 2016 dirigió el equipo gubernamental encargado de las negociaciones de paz con las FARC que culminaron con la firma de los acuerdos en La Habana en 2016. En 2018 fue candidato por el Partido Liberal a la elección presidencial, en la cual obtuvo tan solo el 2% de los votos en la primera vuelta. Hoy en día es un político independiente en su mandato de senador para el periodo de 2022 a 2026.

Su vida comenzó en Manzanares, un pequeño municipio conservador del departamento de Caldas, de donde su familia tuvo que huir para escapar de La Violencia. Durante sus estudios de secundaria en el Colegio Mayor de Nuestra Señora de Manizales, De la Calle dirigió el periódico Juventud donde publicó escritos que fueron considerados irreverentes por las autoridades. Posteriormente, simpatizó con los postulados del movimiento nadaísta y se hizo uno de sus difusores en una ciudad que rechazaba entonces, como el resto del país, cualquier tipo de evolución cultural, estética o política. Durante estos años en los cuales él se veía como «un monaguillo de los impulsores del nadaísmo» (El Tiempo, 5 de diciembre de 2015), se impregnó de los sueños y las ideas de cambio que defendían los miembros del movimiento.

En efecto, tanto la participación de De la Calle Lombana en la Asamblea Nacional Constituyente de 1991 como sus desvelos para llevar a cabo las negociaciones del proceso de paz con las FARC, en 2016, nos parecen continuar ampliamente los anhelos políticos intrínsecos del movimiento fundado por Gonzalo Arango en 1958: propiciar el fin de la hegemonía de los dos partidos tradicionales en Colombia, intentar acabar con los enfrentamientos fratricidas y permitirles a todos los colombianos y, sobre todo, a sensibilidades hasta entonces excluidas del poder político, participar en la construcción nacional. Y así lo reconoce el político caldense: «Me queda el sustrato central [del Nadaísmo]: la mente abierta, el deseo de experimentar, el terror al dogma, la búsqueda incesante de la libertad, el derrumbe del mito. Ahí sigo» (Semana, El nadaísta que buscó la paz).

LOS NUEVOS HEREJES

Teniendo en cuenta el protagonismo en la vida nacional de Patricia Ariza y Humberto De La Calle Lombana y la vigencia, a nuestro modo de ver, de las ideas expresadas en el Primer manifiesto nadaísta en 1958, nos parece evidente que no respondemos a la iniciativa de la Revista Cronopio para hacerle un homenaje al cadáver de Gonzalo Arango, ni al de Eduardo Escobar, ni a los de tantos otros miembros del Nadaísmo que ya no están con nosotros.

Sesenta y siete años después de la publicación del libro fundador, es preferible intentar rastrear las huellas de lo que queda del movimiento, tratar de identificar si son aún válidas sus propuestas y averiguar si existen en Colombia, o diseminados por el mundo, jóvenes que defiendan hoy en día sus ideas. Así pues, tenemos que preguntarnos si hay aún nuevas semillas que encarnan la contestación, la rebeldía y la creación artística como las hubo durante el Frente Nacional o si debemos contentarnos con un homenaje póstumo y lleno de nostalgia a un movimiento muerto y enterrado para siempre en las bibliotecas polvorientas.

Ante tal interrogante, la respuesta más clara y contundente, a nuestro parecer, viene de la iniciativa de la Revista Cronopio de dedicarle un número completo al movimiento creado por Gonzalo Arango, o de los perfiles en Facebook de Nadaismo Xpress, Nadaísmo en Todaspartes, Nadaísmo en Todaspartes Belén de Umbría, Nadaísmo Oficial, Nadaismo en la literatura y de los numerosos sitios en internet dedicados a publicar sobre la vida y obra de Gonzalo Arango, Jaime Jaramillo Escobar, las mujeres nadaístas e incluso de los aportes de la Corporación Otraparte. Todas ellas son pruebas fehacientes que existen en la red y demuestran cada una la vitalidad del pensamiento y de los herederos de las ideas del sueño nadaísta, donde quiera que se encuentren. Su existencia en línea y disponible para todos los que sepan leer, quieran aprender y dispongan de un computador conectado a internet constituye la concretización tangible y evidente del campo cultural que lograron crear con tanto esfuerzo los fundadores del movimiento nadaísta.

De igual manera, hay sin duda muchos jóvenes en Colombia que, padeciendo aún las injusticias generadas por un Estado raquítico, reflexionan, deciden y actúan para tratar de no dejar ni un solo ídolo en su sitio, ni un abuso cometido, ni ningún privilegio absurdo que venga a atentar contra los derechos de los más débiles. Ante las diferentes manifestaciones de inconformismo, nos parece claro que el Nadaísmo no está muerto.

Para terminar, queda demostrado igualmente en este número de la Revista Cronopio que con la voluntad de los editores de dedicarle un número especial al Nadaísmo, con los artículos de los diferentes autores y con el interés de los lectores que leen estas páginas, el embrión sembrado por Arango en 1958 está muy lejos de haberse convertido en una triste momia de museo.

Todas estas circunstancias vienen así a confirmar las afirmaciones de X-504, según las cuales «cuando todos nosotros estemos muertos, los jóvenes serán nadaístas. Gonzalo Arango ha muerto. ¡Viva el nadaísmo!» (Cobo Borda, 1980 p. 364, Citado por Rico Sarmiento, 2018 p. 55).

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*Eduardo Cortés Nigrinis nació en Bogotá en 1962 y vive en Francia desde 1988. Es Licenciado en Lingüística y Literatura de la Lengua Española por la Universidad Distrital Francisco José de Caldas de Bogotá, especialista en Política Latinoamericana por la Université de la Sorbonne Nouvelle y Doctor en Etudes romanes espagnoles por Sorbonne Université. Desde sus estudios en la Universidad Distrital se ha interesado por los escritores y los movimientos artísticos y políticos al margen de los círculos tradicionales del poder y críticos del statu quo en Colombia.

Ha publicado diferentes artículos sobre la marginalidad, la vanguardia y los movimientos literarios alternativos en revistas en Europa y América latina y su libro sobre los escritores colombianos Porfirio Barba Jacob y Gonzalo Arango apareció en 2023 en la colección Recherches Amérique latine de la editorial L’Harmattan.

Actualmente coordina el Departamento de español en un colegio francés e implementa la apertura internacional de los establecimientos escolares de la ciudad de París por medio de los programas de intercambio europeos en sus cargos de Correspondant académique eTwinning y Développeur Erasmus+.

**Estefanía Montoya Echeverri es Maestra en artes visuales con enfoque en técnicas gráficas. El trabajo de EME se enmarca en la percepción creativa de esos sucesos que acontecen en la cotidianidad del sujeto, entremezclando lo figurativo con la libre forma del trazo, alcanzando formas subjetivas con tintes objetivos. Durante los últimos años, EME ha realizado trabajos gráficos basados en el dibujo sobre superficies alternativas, tomando como insumo principal la tinta y el contorno delgado de una línea, de esta manera, su obra se transforma en la unión de texturas y formas poli-cromáticas que expresan la fuerza creativa y perceptiva de una mirada ajena a lo común. Ha participado en diferentes colectivos artísticos de la ciudad de Medellín enfocados a la experimentación de las posibilidades artísticas en la gestión, producción y formación. Actualmente participa en procesos de medios escritos digitales e impresos como ilustradora. Instagram: @eme_artdesing

[1] Coronel Urtecho, junto a otros poetas e intelectuales como Salvador Novo y Pedro Henríquez Ureña fue uno de los introductores de la poesía conversacional a principios del siglo veinte en América Latina. Fue igualmente el mentor del poeta Ernesto Cardenal y el líder del grupo vanguardista de Nicaragua, quizás el más influyente en Centro América (Delgado Aburto, 2013)

[2] El papel jugado a mediados de los años cincuenta por Jorge Gaitán Durán y los miembros de la revista Mito, para acabar con el anquilosamiento de la poesía colombiana, es también fundamental, pero no entra dentro de las pretensiones del presente trabajo.

[3] Para los lectores deseosos de profundizar desde nuestro punto de vista en la figura atípica de Gonzalo Arango y en las diferentes etapas de su obra, los invito a consultar los capítulos relativos al autor de Andes y al movimiento nadaísta en general en Porfirio Barba Jacob et Gonzalo Arango Écrivains colombiens entre marginalité et avant-garde.

[4]    Nota de los editores: Su libro La casa del ladrón desnudo le mereció el primer premio en el Concurso Internacional de Cuento y Leyenda durante el Congreso Mundial de Brujería en 1975, lo cual marcaría alguna distancia cronológica que puede generar discusiones sobre su pertenencia al movimiento.

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