El Salto Cronopio

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el peor escrito

EL PEOR ESCRITO DEL MUNDO

Por Julián Silva Puentes*

Afuera llueve y adentro está seco, pero, aun así, hace frío y no sabemos qué será de nosotros.

Es uno de los peores inicios que he escrito en mi vida. Suena como a un haiku. Les juro que no lo es. Es un principio sin mayor convicción, porque no tengo cabeza para escribir. Pero lo hago. Y el motivo por el cual lo hago, se debe a que Cronopio me pidió mi columna y debo enviar algo. A pesar de que el mundo se está acabando, debo dejar testimonio de lo que pasa. Por más insignificante que sea.

Tengo por regla releer todo lo que escribo para que salga lo mejor posible. Hoy no lo haré. Dejaré todo tal y como lo escribí en un principio e iré improvisando a medida que avanzo. Espero hacerlo bien. La verdad, no.

Vamos a intentarlo una vez más: la tormenta amenaza con arrancar los árboles de sus raíces. Parece que el mundo llora. Las nubes son tan negras que no se sabe si es de día o de noche. Es la mañana de un lunes. El reloj marca las 9:00 a.m. Las ventanas están cerradas, pero el frío se cuela por las rendijas. Afuera el mundo llora. Aquí adentro, también.

¿Les ha pasado alguna vez que despiertan en la mañana sabiendo que todo irá mal? Las señales no son muy claras, me refiero a que durmieron bien y despertaron sintiéndose descansados. Pero algo no funciona. Durante la noche del domingo, aquel sentimiento de inquietud creció en la inconsciencia del sueño. No recuerdas ninguna pesadilla. Tampoco algún sueño placentero. Simplemente dejaste de existir en la noche y ahora eres tú de nuevo. Sólo que algo no marcha bien.

No se debe confundir un sentimiento de zozobra con la repugna por el lunes. Son dos cosas diferentes. Después de pasar el sábado y el domingo tomando margaritas y pidiendo comida a domicilio con Diana frente a la televisión, es normal que no quieras hacer nada el lunes. Lo anormal sería que prefirieras salir al mundo para enfrentarte a los informes de final de mes, el cumplimiento de metas, un jefe poco comprensivo y la tarjeta de crédito que no deja de crecer, como un infante monstruoso aquejado de gigantismo que destruye a la ciudad tropezándose con ella. Ese es el lunes. Absolutamente aborrecible. Absolutamente inevitable.

* * *

Somos veinte abogados en mi oficina. Todos tenemos los audífonos puestos y nadie habla entre sí. Miramos la pantalla del computador y pretendemos que trabajamos. Se nos puede ver el miedo en la cara. Tratamos de no mirar a los lados porque el terror es contagioso. Somos como esos caballos de carreras a los que se les pone visores en el rabillo de los ojos para evitar que se descabriten.

Estoy escuchando música depresiva. Ben Caplan suena en este momento. Su canción «Stranger» es mi favorita. La música es bastante oscura y la letra aún más.

«Cuando era un niño de escuela, mi padre me dijo: Niño, hijo mío, no confíes en nadie y recuerda que nada es gratis. El mundo está lleno de miedo. El mundo está lleno de malicia y astucia. Y miles de lágrimas derramarás».

Un piano y notas graves. La voz de Caplan es como un trueno. Un clarinete y algo de percusión. Sólo eso basta para imaginarse en un bar tipo irlandés con poca luz. La cerveza está tibia. Y Ben Caplan toca el piano tan fuerte que la tormenta afuera de la ventana huye temerosa.

En algún lugar afuera de la ventana suena un piano que se confunde con la lluvia. Es Chopin. No se debe ser un experto en música para reconocer el Nocturno #2 opus 9. Siento ganas de llorar, porque Chopin me conmueve hasta el punto de las lágrimas. Hoy tengo ganas de llorar. No quiero hacerlo rodeado de todas estas almas en pena. Pero quiero hacerlo. Así que pongo a Chopin y subo el volumen.

De toda la música que amo hasta el punto de la obsesión, sin importar su género, es Chopin. El nocturno #2 es su obra más famosa. La escribió antes de enfermarse de tuberculosis. El nocturno #1 es hermoso también. Fantasie impromptu debió ser lo que es hoy en día una canción de Pantera.

¿Qué estaría pasando por su cabeza cuando compuso el nocturno #2? Seguramente estaba triste, porque las notas son tan melancólicas que dan ganas de llorar. También debía estar muy feliz por no estar del todo triste, porque sientes que podrías llorar de alegría cada vez que la escuchas.

Llevo dos horas frente al computador pretendiendo que trabajo. Todos estamos asustados. El término de nuestro contrato está próximo a vencer y a muchos no les renovarán. Casi dos años en este lugar y a lo mejor no seguimos. ¿Seguiré yo?

En dos días me quedaré sin trabajo o seguiré haciendo lo que hago para pagar la renta. No puedo pensar en otra cosa. El nocturno #2 de Chopin impide que me vuelva loco en este momento. Mi coordinadora pasa junto a mi escritorio y pregunta por tal expediente. Le respondo justo lo que quiere y le subo el volumen a la música.

Es casi medio día y sigo haciendo que trabajo. Hoy no voy a producir nada. Voy a escuchar a Chopin y a escribir a lápiz en mi agenda de trabajo. ¿Alguno de ustedes ha escrito a lápiz un artículo de opinión? ¿Es esto un artículo de opinión? ¿Es esto un baño tapado que se desborda antes de cortar la llave de paso del agua?

Mi editor me preguntó si ya tenía mi columna de este mes. Le dije que estaba terminándola. Mentí. No he tenido cabeza para nada que no sea alimentar mi angustia. Hasta que hoy llegué a la oficina y me sentí incapaz de hacer algo que no sea entregarme al miedo… y escuchar la lluvia que todo lo limpia.

Escribir a lápiz es bastante incómodo. La mina se rompe. Le sacas punta y se desgasta demasiado rápido. En la mitad del siglo XIX la gente escribía a pluma y tinta. Así debió escribir Chopin la música de sus melancolías. Fantasie impromptu debió estar llena de manchas de tinta dada la velocidad de la pieza. ¿Escribiría tan rápido como presionaba las teclas? ¿Cuánto costará una de sus partituras originales hoy en día? ¿Un millón de dólares? Todo es dinero. No podemos dejar de pensar en el valor monetario de las cosas.

partitura  

La partitura original del nocturno #2 debería tener más valor para la humanidad que la patente del último Iphone. O las acciones de Facebook. O el precio de venta en la bolsa de valores de una estupidez como Tiktok.

No es así. O tal vez lo sea. Hablo del valor de las cosas discriminado en dinero. La verdad es que no lo sé. Lo máximo que he tenido en mi cuenta de ahorros han sido quince millones de pesos. Ignoro el verdadero valor del dinero. Conozco lo que cuesta pagar la renta y los servicios. Pero tener para comprar un carro que cueste tanto como un apartamento de interés social, me parece un delito en contra de un país pobre, violento y ciego como el nuestro. Hablo de Colombia.

Mi familia no es pobre. Nací en una familia de clase media alta. Tuve todas las ventajas de alguien que no es Bill Gates. Una vida bastante buena, debo añadir. El día de hoy Diana y yo vivimos cómodamente. Tenemos un lugar hermoso y nos damos los gustos que queremos. Pero sufrimos la inestabilidad laboral de este cochino país.

El nocturno #1, opus 48, está sonando en este momento y por eso me puse tan negativo. Dije «cochino país» y me disculpo. Me disculpo con aquellos que tienen estabilidad laboral y quince millones de pesos en sus cuentas sin necesidad de gastarlos. Me disculpo con ellos, porque no tienen idea de lo que hablo. Con el resto, el 80% de colombianos que viven en el limbo de la contratación pública, no me disculpo. Ellos padecen esta maldita angustia cada seis meses. Ellos saben lo que es ahorrar cinco millones en dos meses y gastar diez al tercer mes porque se terminó el contrato y deben esperar un mes más hasta firmar el nuevo. Si es que firman. Pueden no firmar. Entonces no deberán diez millones sino la vida entera. La tarjeta de crédito que se engorda hasta aplastar tu casa. Los sueños abortados de largarte lejos, muy lejos de aquí.

Mi columna se llama «El salto», porque hace cuatro años no sabía cómo titularla. No tiene ningún sentido. «El salto». ¿Salto a dónde? ¿Al infierno? No podría ser al cielo, porque es más fácil bajar que subir. Y todos saben que el infierno se cuece debajo de nuestros pies.

Mis primeras columnas deben ser parecidas a esto. Siempre quejándome del trabajo. Hablo de los contratos de prestación de servicios una y otra vez. Lo hago porque vivo de mi trabajo y si no trabajo, no tengo para vivir. Tal vez a eso se deba que no tengo 10.000 seguidores que llamen la atención de las grandes editoriales. Porque así funciona ahora, ¿sí sabían? Si tienes muchos seguidores en lo que sea que haces, y decides escribir un libro, las grandes editoriales se arriesgan contigo, porque saben que venderán tu trabajo. Un amigo actor nos lo dijo hace algún tiempo. Por eso se ve a tanto actor desempleado haciendo monerías en redes sociales, para llamar la atención del director quien, antes de ver la audición, revisa el número de seguidores del actor en sus redes sociales.

Nuestro amigo actor tiene quince años de experiencia y estudió en la escuela de teatro más prestigiosa de Colombia. Eso ya no importa. Al menos no tanto como debiera. Lo que importa ahora es hacer payasadas en redes sociales para convertirse en una apuesta segura.

¿Les ha pasado cuando beben que no deben esperar hasta el día siguiente para saber que se arrepentirán de lo que sea que están haciendo? En Santander lo llamamos guayabo moral. ¿Cómo le llamarán en Medellín? La gente de Cronopio es de Medellín. Deben decirle diferente al hecho de ponerse en vergüenza cuando se emborrachan. Como ahora, que develo mis cochinas angustias en público.

Antes eran cuatro pobres diablos quienes leían mis columnas, pero uno de mis grandes amigos perdió el interés para perseguir sus propias ambiciones. Ahora habla de películas en Tiktok. También se toma muchas fotos y las publica en Instagram. Debe ser que está planeando algo muy interesante. Prometo que estaré atento. Él ha leído mis pastorales por quince años. Es lo mínimo que debo hacer.

El opus 69 #1 de Chopin está sonando justo ahora y por eso me siento más optimista. Se titula también «El vals de despedida». O de la «buena despedida». Es alegre y travieso. Como cuando el gato voltea las materas y aruña todo el papel higiénico. Debes limpiar al llegar a casa después de un trayecto de dos horas en transporte público. El día de hoy sientes melancolía por el hecho de tener un lugar a dónde ir en las mañanas.

* * *

Tenía en mente hablar de otras músicas diferentes a Chopin. «Stranger» de Ben Caplan me gusta mucho, pero no se encuentra acorde con el presente escrito. Además, estoy hablando más que todo de Chopin; sin embargo, no lo titularé «Chopin», porque daría a entender que sé mayor cosa de su vida o de su técnica de composición. No sé de eso. Me gusta su música. Eso es todo. Me hace creer que la humanidad tiene futuro. Que mi país tiene futuro. Que la gente de quien dependo para trabajar no es un demonio mezquino a quien le tiene sin cuidado dejar sin sustento a 40 personas.

Titulé este escrito «El peor escrito del mundo», porque hace muchos años no componía algo tan pobre. No tiene pies ni cabeza. Tiene culo y nada más. Un enorme culo que caga palabras sin sentido. O un «querido diario» en donde un hombre adulto se desahoga con el viento.

Querido diario. ¿Sí lo será? O tal vez sea una pastoral. ¿Carta furiosa al YO de 27 años que no se largó a Europa cuando pudo porque era vago, codependiente y cobarde? Creo que lo mejor para todos será titular esta cosa «Artículo de desagravio». ¿En contra de quién? ¡De nadie! Las cosas son como son y deberemos ver cómo hacemos para irnos de esta Colombia tan imbécil. Tan maligna. Tan endiabladamente mezquina.

Me perdonarán si se sienten ofendidos, pero estoy borracho de angustia y ya pediré disculpas el día de mañana, cuando el guayabo moral me despierte con la sensación de haber acusado de corrupción a la esposa de un amigo, o de decirle a mi jefe que es un grandísimo hijueputa sin corazón ni inteligencia (ya me ha pasado). Afortunadamente, Diana me detiene antes de cometer un error irreparable. No es este el caso. Podría decirles a mis cuatro lectores que son una partida de fracasados, y no pasaría nada. Dejarían de leerme y estaría igual a como estoy ahora. Cuasi desempleado y aterrado por el futuro. Además, la revista Cronopio no se vende por suscripción, de manera que un lector o mil lectores de mi columna no hacen diferencia. Así que aquí vamos, hatajo de perdedores: síganme si es que no tienen nada mejor que hacer. Sigan leyendo hasta terminar con un sabor a vómito en la boca. Advertidos quedaron con el título, el cual le hace justicia a esta… a esta cosa.

ADENDA

¿Saben lo que significa catarsis? Tampoco yo. Lo acabo de leer. Significa: liberación a través de una gran expulsión de energía. Mentira. No lo leí en ninguna parte. Lo acabo de inventar. A lo mejor significa eso. El caso es que ayer me sentía loco de la angustia. Hoy no. Me alisto para ir a trabajar. Mi contrato acaba en dos días. Hoy lo tomaré con calma. Escucho algo más animado, porque no quiero darle alas a mi angustia. Los Skalatites son muy buenos. «From Paris with love», se llama el álbum que estoy escuchando. «Garden of love» es la primera y mejor canción del álbum. Puedo escucharla todo el día. La segunda se titula «From Rusia with love». Dan ganas de tomarse un tequila en esta mañana soleada a las 9:34 a.m.

notas en forma de mujer

No he salido al trabajo aún. Voy muy tarde, pero no tengo horario. Además, estoy poco motivado. No sé si tendré trabajo en unos días. Quiero terminar esto mejor que ayer y lo haré diciendo que la música es aquello que nos une como raza. Más allá de la religión, la doctrina, la patria o el amor. Corrijo: la música es la máxima manifestación de amor. Es universal. Trasciende los idiomas. Nos une como humanidad. Podemos tararear la misma canción sin conocer el idioma en que se canta. Podremos no saber diferenciar una trompeta de un piano y, sin embargo, algo dentro de nosotros nos empuja a movernos al ritmo de una tonada. Es inherente a nuestra alma colectiva. A la consciencia animal que prima sobre las trabas que nos ponemos a diario para dejar de ser hermanos. Para dejar de ser amigos.

Les apuesto algo: pongan en un bar «Lithium» de Nirvana, o «Piano man» de Billi Joel. O «The sultans of swing» de Dire straits. O «Under the bridge» de Red hot chilli peppers. O «Star way to heaven» de Led zepellin. O «The end» de los Doors. O «Bolero falaz» de Aterciopelados. O «Claro de luna» de Debussy. O mi favorita de todas: el nocturno #2 opus 9 de Chopin. Háganlo. Háganlo y vean que por dos minutos la gente deja de hacer lo que está haciendo y mueve los pies y manos al rimo de la música. Algunos sonríen. Otros sienten ganas de llorar por estar vivos. En este mundo lleno de competidores agresivos, de ausencia de hermandad, de intriga, ambición desmedida, la música nos da un respiro de nosotros mismos. Nos lleva a un lugar seguro en donde nadie puede hacernos daño.

Así está mejor. Así quiero terminar esto. Por eso quiero decirles que el mundo no es tan terrible como parece en algunas ocasiones. Nada es para siempre. Ni el dolor ni el placer. No importa lo mal que lo estén pasando, sepan que eso terminará también. Una buena canción ayuda. «Wonderful world» de Louis Armstrong convierte un día horrible en un carnaval. Hablando de carnaval, «la vida es un carnaval» de los Fabulosos Cadillacs dan ganas de llorar de felicidad. Felicidad por estar vivos en este preciso momento de nuestras fugaces, estúpidas y emocionantes vidas que tratamos de arruinar a diario con penurias innecesarias.

Eso es todo. Así es como NO debe escribirse un artículo de opinión. Tampoco debe terminarse con una canción ajena, pero así lo haré porque, al fin y al cabo, este es el peor escrito del mundo.

What a wonderful world
Song by Louis Armstrong

I see trees of green, red roses too
I see them bloom for me and you
And I think to myself what a wonderful world.
I see skies of blue and clouds of white
The bright blessed day, the dark sacred night
And I think to myself what a wonderful world.
The colors of the rainbow so pretty in the sky
Are also on the faces of people going by
I see friends shaking hands saying how do you do
They’re really saying I love you.
I hear babies crying, I watch them grow
They’ll learn much more than I’ll never know
And I think to myself what a wonderful world
Yes I think to myself what a wonderful world.

___________

* Julián Silva Puentes es abogado de la UNAB de Bucaramanga (Colombia). Vivió tres años en Australia, donde hizo un diplomado «in Bussines». Tiene una novela publicada con la editorial independiente Zenu titulada «Pirotecnia pop», la cual presentó en la FILBO de Bogotá en 2011, 2013, 2017, la FILBO de Lima 2011 y la de Guadalajara 2013. Tiene cuatro cuentos publicados en la revista Número: «El reloj de cuerda»(2006), «Cadencias de un clima sario» (2008), «Feliz viaje señora Georg» (2009) y «El loco Santa» (2010). Fue finalista del Floreal Gorini Argentina con «Las tetas fugaces de Marielita Star» de Argentina (2015), y del Oval Magazine con «Gretchen’s pink pantis», el cual fue publicado en Malpensante. Tiene un libro en trabajo de edición que se presentaó en la FILBO de Bogotá este año (2018) titulado «Que el Diablo me lleve si me voy de la Luna». Se trata de una compilación de artículos de opinión que escribió para la Revista Dossier y la editorial Zenu (es la editorial que publicará este libro) cuando estaba en Australia, cuyo tema es la vida de los inmigrantes en AU, los trabajos que hacen para vivir, etc. En ese libro, a manera de bonus track, añadió el par de cuentos «Las tetas» y «Los calzones». En Colombia ha trabajado como abogado siempre. En la actulidad trabaja en Bogotá en una firma dedicada a pensiones.

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