ESCRIBIR
Por Manuel Cortés Castañeda *
Y ESCRIBO
y escribo
como el viento
como escribe el lamento
como escribe el que ama, a quien ya tiene amor
como escribe el sonámbulo que vuelve y nada tiene
como el que espera y sabe que la noche es ajena
como una mariposa perdida y que se quema
como escribe un insecto que se ahoga en la flor…
y escribo
y dejo todo tirado donde sea
y olvido lo que escribo
también cuál fue el dolor
y todo lo que queda son grietas
que se pudren
como se pudre el tiempo
cuando no queda amor…
SUSURROS
una voz que a mí me llama
sin decirme que me llama
dice cosas, dice tanto
y de tanto, dice nada
me adelanto, me abro campo
me agudizo, me derramo
y me acerco tanto y tanto
y de tanto estoy muy lejos
y me arrastro, me devoro
y me agarro lo que puedo
me hago fila, me hago suma
me hago escriba, me hago un cero
y la voz sigue su cuento
bien adentro en mi agujero
me repite lo que escribo
me emborrona lo que digo
solo quiere garabatos
solo quiere los tachones
solo quiere los borrones
y en silencio me repite
me repite, sus heridas,
sus lamentos, me repite
me repite, sus horrores
como un eco se repite
gota a gota
hasta que muere…
TEXTO2
cuando escribo me voy, me largo
me arranco, me hago trizas
me siento ya perdido
confundido,
casi herido
y llevo la mirada a cuestas
casi en rastra
y los pasos que arrastro no son míos
y todo se queda atrás
todo es vacío
y metes y entresacas lo perdido
y recoges tan solo lo podrido
el fruto que no pudo
el insecto ya muerto
en el olvido
y un fantasma te ruega que te quedes
que mereces un alto en el camino
que le cuentes historias que no han sido
y le digo al fantasma lo que quiere
le cuento cosas que querer no pueden
el horror de perderse en el silencio
una grieta que se nos pudre en el asombro
un instante clavado en un cuchillo
una palabra que todo el tiempo muere
y me agarro a los restos del naufragio
todavía la mirada en el delirio
el fantasma que llora como un niño
y el silencio que sangra como un río
y me arranco, me vuelvo
me hago un nudo
y me quedo en la casa donde estaba
como siempre
barriendo los desechos
TIEMPOS MODERNOS
y se hinchan, se deshinchan y se estiran
crecen soplan y revientan y retozan
y se ponen mil zapatos
muchos pasos, muchas muertes
y los ojos son dos bestias
muchas novias, muchas divas
y se aprietan,
y atiborran como pueden la maleta
y se arrastran hiperbólicos
bien inflados
Y copiados y calcados
casi ogros
casi monstruos
casi hueco
casi heridas
y te tiran sus despojos
sus estrellas
su medida
te atragantan su silencio
llevan velas encendidas
y palabras en la frente que se pudren
como el día
y los monstruos en su boca hacen vientre
y se extasían
y el pantano huele a mierda
saltan sapos de la herida
y alimañas se desangran
más adentro
sin medida
y la cola se les mete y se les sale
cruda
fría…
y también su sombra sube y se deprecia
y se hace herida
y en el trono donde duermen
se alimentan
se deliran
y se tiran lo que sobra
se desgarran sin medida
y se ahogan bien tan alto
como un vientre que se estira
y revientan intestinos
se perforan
se vacían
y en el culo de la nada
en el hueco de los días
se hacen nudo
se hacen llaga
bien tan muertos
en manadas
como cerdos
bien abiertos
bien colgados
todo el día
todo el tiempo destazados
como bestias sin medida…
SAPOS A LA DERIVA
cuanto más busco y afino el olfato, no encuentro las palabras para untarme de barro y de sapos en las charcas, y mojarme hasta la madre bajo la lluvia sin ninguna ropa y sin alma… para espiar a los amantes mientras se aman y gritan de placer como bestias en el matadero… para intentar una vez más decir el silencio de mi padre y emborronar las miradas de mi madre… para dibujar el pan que las putas y los putos se ganan cada noche en un hueco sin fondo, una grieta sin paredes, una puerta sin casa… y encauzar y alimentar las heridas que le sangran a la ciudad, y repetirle a mi hija menor hasta el cansancio, otra vez que, aunque todo es un desmadre, un montón de escombros, cualquier manera de vivir vale la pena… para decirle a la vecina del lado que se muere de pasión cada atardecer que, aunque ella no lo sepa, la deseo más que su marido y que no me gusta el futbol… para escribirles a los pocos amigos que me quedan que me gusta más el porno que cervantes o los deportes… para untarme cada noche de pies a cabeza la intimidad de la mujer que me ama, y que ella se unte mis espasmos y mis lamentos y me unte… para contarles a mis alumnos en la universidad que, apenas un adolescente, mi primer encuentro amoroso fue con una yegua tan placentera y bella como dormir en el regazo de la madre… y decir y escribir y emborronar, tantas otras cosas más que se inundan y me inundan y me hacen huecos por todas partes y me lamen y se lamen y me cuentan secretos y me entregan a manotadas llenas, —como una buena carne—, fragmentos de misterios y monstruos que se mueren de amor y que se desangran como ríos, aun vírgenes…
pero solo me caen palabras desde lo alto, limpias y que me iluminan el camino para que no me caiga, para que no me unte los zapatos de barro, ni pise la mierda, ni llevemos sapos a casa, ni espiemos a la mujer del vecino cada vez más jugosa y hambrienta… palabras bien talladas, y cinceladas y pulidas al extremo y empacadas y selladas y propiedad privada, y remitidas en correo urgente a clientes selectos… poetas nacionales, políticos ensangrentados, místicos arrugados… palabras para untarse del más allá, y cantarle a la muerte, a la oscuridad, al destino, al crepúsculo y a la primavera… y tanta otra cosa inodora e incolora e insabora… palabras para limpiarse de cosas sin intimidad, sin sangre, sin secreciones ni poluciones nocturnas, sin besos debajo de la cama, sin grietas en el muro… palabras sin materias en descomposición, sin desechos, ni glándulas, ni apéndices donde el amor levanta vuelo y se pudre, ni huecos húmedos como las alcantarillas donde nos escondíamos a tocarnos y a meternos las manos y a besarnos como cuando niñas…
solo encuentro palabras disecadas, bien dichas y amadas, y escritas con letra mayúscula, perfectas y bonitas, perfumadas… pero en medio de tanta abundancia, tantos libros que se escriben como hacer salchichas, tantos diccionarios y academias presididas por bestias prehistóricas, no encuentro una sola de las palabras que busco… esas que huelen a intimidad, a sangre derramada, a largas noches de placer, sábanas manchadas, fantasmas y aparecidos que se sientan a nuestro lado en la mesa a comerse el silencio… me las robaron, me las quitaron todas, me las arrancaron a pellizcos, zarpazos, maldiciones, balazos, miradas que matan, breviarios, cuando aún no era más que una criatura, una cosa inservible, un barco de papel a la deriva de la tormenta… y las pocas que escondí, debajo de la cama, hasta quedarme sin uñas y sin memoria, para evitar que me las robaran y las quemaran como se queman las brujas, mientras jugaba con mi intimidad para espantar a los inquisidores del placer… se extraviaron de tanto esperarme y buscarme y se pudrieron como los sapos flotando en las charcas, boca arriba, bajo un sol ardiente…
PARÁBOLA DEL BAÚL
sentado junto al baúl de los delirios, saco lo que puedo y termino no sacando nada, y si saco algo, es algo desconocido o extraño, sin ranuras, ni huecos en el tiempo, sin heridas que atisban los recuerdos, y me pongo de pie y me inclino y me meto un poco más, cada vez un poco más, y termino metiéndome todo, del todo, y me siento por un instante como se siente un rey bañado de cabeza en sus tesoros, y lo primero que encuentro es una peluca y me la pongo y me queda grande, demasiado grande para que pueda reconocerme, serme, o, al menos, imitarme, desearme, o pretender al menos que alguna vez el espejo también fue, y sigo sacando montones de juguetes, —para niños y adultos y demás—, que parecieran mirarme y que, como yo, intentan reconocerse y reconocerme,
pero que solo les queda, como a mí, el asombro, la mirada de un sonámbulo, la ceguera de los topos, y saco y es como si sacara para llenar un saco que permanece todo el tiempo vacío, roto, colgado en el deseo, desangrándose, y de repente y como si no fuera yo el dueño de mis actos, cierro la puerta del baúl con peligro, con desazón, y todavía afuera, aunque ya estoy adentro, le hecho llave para evitarme cualquier sorpresa, y me echo a dormir como un perro que no sabe que se ha echado a dormir, y con la sensación de que duermo como siempre duermo, aunque no sea el mismo, ni el perro tampoco, y en medio de la oscuridad, abro los ojos y me veo todo, entero, exacto y aunque algo me dice que no soy el mismo, que estoy viendo el espejo equivocado, que quizás se trate de otro baúl y otro delirio, sin embargo, me gusta el que veo, y me quedo mirándome, y me quiero tocar un poco, pero no lo hago para no asustarme, y que tampoco se asusten tantos juguetes y tantos niños, y siento que el baúl cada vez es más grande y me gusta el baúl, aunque algo me dice igualmente, reiterativamente, sucesivamente, que no es el mismo baúl en el que me encuentro, y que como el espejo es otro baúl y otros juguetes, y me asombro y al baúl se le erizan las paredes como si fuera a mí mismo al que se le pone la piel de gallina, y entonces me pongo de pie sin ninguna dificultad con un juguete en la mano que apenas se cuál es, ni lo recuerdo, y aunque no veo nada como los topos, me busco y me toco y siento que estoy desnudo, y me agacho y me deslizo y busco por todas partes, algo para cubrirme, y mis manos como los topos, encuentran ropa amontonada por todas partes, montones de ropa por todas partes, ropa de todos los estilos y para todos los gustos y, aunque no veo nada como los topos, recojo un vestido y me gusta y me lo pongo, aunque todo lo veo y nada veo como los sonámbulos, y me toco un poco más y me gusto y sonrió y casi no me lo creo y me guiño un ojo, el izquierdo creo, y me gusto, y agarro la peluca de antes, y aunque no la veo me la pongo y me queda perfecta, de maravillas, a la medida, y me gusto cada vez un poco más, y así bien vestida, saco las llaves y abro el baúl, sin importarme que todavía estoy adentro, todo el tiempo adentro, siempre adentro, y salgo y doy un salto y me gusto como soy, y me admiro, y me tiro besos y me gusta mi vestido y el color que escogí, y así bien vestida salgo a la calle completamente segura de que soy yo misma, y para que no queden dudas, para acabar con la comidilla de las malas lenguas, rompo los espejos y tiro las llaves del baúl a la mierda… y como un topo sonámbulo me echo a la calle por —los túneles del deseo— a buscar alimento…
PÁGINAS ARRANCADAS
bajo por los acantilados de la sangre, ebrio, desesperado, casi infame, y los ojos aún no han visto lo que el tiempo cocina más adentro, formas que van muriendo en la retina, olores que ya apestan como apesta una herida, cada vez más abierta, cada vez más honda, cada vez más a la medida del asombro,
un coágulo se agita en el silencio, se hincha, se hace hueco, se hace sombra, y en la retina respira un corazón…
una mancha que sube y se desborda, y se inunda y se pliega y se despliega, dejando en su delirio solo un río, donde el tiempo se filtra y se desnuda y se entrega y se hace luz, boca y sustancia… solo desechos donde se ahíta el alma…
un coágulo que esconde una mirada, donde todo se entrega y se devora, dejando a la intemperie los desechos, una cosa de barro que se asoma y que se estira y se alarga y que respira y que me mete la lengua en el silencio…
ESCRITOS PERDIDOS
buscando los lugares menos posibles y decibles, lo primero, siempre lo primero, les llevaba cada día, y a toda hora, a los amantes de mis hermanas cartas de amor… si se tienen siete hermanas, que se enamoran a cada instante, las cartas que llevé y entregué y camuflé son tantas que lo mejor sería decir que llevé una sola carta, la misma carta de siempre, el mismo amante de siempre, la misma hermana de siempre, la misma carta de amor…
hoy todavía me tiemblan las manos que siempre querían abrir cada una de esas cartas como si fuesen mías, y el corazón se me atraganta en la memoria como si yo mismo fuera el enamorado de turno que las esperaba escondido en el mejor de los huecos del tiempo con un billete siempre del mismo valor en la mano para pagarme mis servicios… y como si otro fuera el mensajero que corría como un loco detrás de su sueño y no yo, que me retardaba en entregarlas, luchando con mis fantasmas para no abrirlas…
muy pronto el mensajero se convirtió sin saberlo y sin que mis hermanas tampoco se dieran cuenta de lo que estaba escrito en esas cartas —fue lo acordado— en el escribiente que escribía esas cartas de amor y que las leía en voz alta y que las cerraba y las perfumaba y las entregaba, —como si se tratara de una ceremonia sagrada—, a mis hermanas que ya habían encontrado otro mensajero del cual nunca supe nada, seguras de que su amor llegara pronto a su destino…
después vinieron las cartas que escribía por encargo a las amigas de mis hermanas y a los conocidos de estas y tantas otras y otros que habían puesto el destino de su dicha en mis manos, en mis propias palabras, en mis propios delirios…
y un día, después de haberme escrito muchas cartas de amor a mí mismo y de haber respondido a todas ellas sin falta, yo también encontré a quien escribirle una carta de amor, y se la escribí, y se la sigo escribiendo hasta el día de hoy, esperando todavía encontrar el mensajero adecuado para que la carta, a pesar de los hechos, aun pueda llegar a tiempo…
EL GIGANTE DEL LADO
—dicen que devoraba niños al por mayor y al detal y que para surtir sus bodegas que casi siempre estaban vacías, debido a su apetito incontrolable, tenía un negocio sucio con el flautista de hamelin y el zapatero del pueblo, que a su vez también tenía sus suciedades con el flautista… y que antes de comérselos les extraía la grasa y con ella fabricaba ungüentos y aceites para untarse y acicalarse, antes y después del festín, —dicen que decían…
y que con los despojos se hacía unos batidos increíbles, a los que les mezclaba hierbas y plantas aromáticas y vitaminas para mejorar su digestión… y que a los perros les tiraba de vez en cuando los pedazos que se le quedaban atrapados en los dientes, y que con el pelo de sus víctimas había montado una fábrica de escobas que había logrado prestigio en la región…
también —decían— que dormía poco y casi nada y muchas veces de pie y siempre con un ojo abierto o semiabierto, aunque ya estaba casi completamente ciego y caminaba dando tumbos y apoyándose en las manos como si hubiese olvidado dónde estaban las cosas, o hubiese perdido el sentido del tacto y la memoria, —dicen, que decían—.
y que tocaba un instrumento de cuerdas después del festín, sin falta, y que lloraba copiosamente una vez empezaba a tocar como solo llora el que ha perdido el amor de su vida, o los que lloran y se lamentan sin saber por qué… que siempre tocaba Beethoven, —dicen— pero solo un instante, solo como abrelatas o preludio, ya que su músico preferido era Wagner… dicen, que decían….
en la mesa del comedor y en recipientes bien limpios y lustrados, y en las paredes y debajo de la cama y el desván guardaba y colgaba los corazones de sus víctimas bien conservados, como solo lo logra un experto taxidermista, y olorosos a hierbas y plantas aromáticas que nunca le faltaban en casa… y en las noches los recogía y solía ponerlos todos en la cama y meterse entre las sabanas con ellos solo un instante, ya que no dejaba la costumbre de dormirse de pie, a pesar de que se quejaba de artritis y dolor en los músculos y sufría permanentemente de calambres y mareos…
ese día, yo entré a la hora que me tenían reservado, la hora asignada, a la hora que me habían dicho que me esperaba, que todo había sido ya concertado con el zapatero y el flautista; entré por la puerta de enfrente y, ciertamente, me estaba esperando, aunque parecía que no me esperaba… me le acerqué cuanto pude, le entregué la carta que me habían dado y el me la recibió y la leyó como si se hubiese olvidado de que ya estaba completamente ciego, y me mandó a sentarme y entonces yo le dije que estaba listo, que era mi turno, que hace mucho tiempo estaba en la lista de espera, y que esperaba que fuera de su agrado, de su deleite, de su paladar delicado y exquisito…
se sentó a mi lado y simplemente me miró como si no me mirara, me entregó el cuchillo con el que despellejaba a sus víctimas, un manojo de plantas aromáticas y la licuadora con la que hacia sus batidos tan exquisitos y únicos… me tomó las manos como solo suele hacerlo una madre y me miró como si ya me hubiese visto mucho antes en su espejo, el mismo espejo que usaba para acicalarse y untarse sus aceites y ungüentos antes y después del festín, y finalmente me entregó la lira, me dijo que cuidara de los perros y se levantó de la mesa y se tiró de cabeza de la copa del árbol donde estábamos, como quien se tira de cabeza en el fondo de su propia intimidad…
yo simplemente me he dedicado a cuidar a los perros que cada día son muchos más y recibo cada día cartas del zapatero y del flautista, pero no les he vuelto a contestar, ni las leo…
EL ESCRIBIENTE
sentado en cualquier rincón de la vida, como en un sueño vago, he reconocido otra vez al todavía adolescente que escribía cartas de amor… las primeras que escribió decían de sus propias pasiones, de sus deseos más íntimos, de su silencio… y de mano en mano iban a parar a las manos de un amor que se quedó en veremos, que nunca cumplió su cita, que se perdió para siempre en los últimos vocablos del delirio…
cartas de amor, sin una firma que identificara al culpable, debajo de los pupitres y en los caminos del sueño todavía haciendo su viaje, buscando la palabra adecuada en las pupilas de todos y de nadie, la dirección de todos, el amor de todos… un papel que todos abren a medias y cierran a medias, un mensaje que una vez llega a su destino se queda mudo y se borra y se unta de soledad y se mancha de silencio y el desconocido que todavía escondido en el agujero de la dicha espera una mirada fugaz, unos labios que le digan que sí, sin tener que decirle que sí, una pierna que tiembla y se exalta y se abre para que el sueño agarre su forma y su materia y se haga realidad.
con el pasar de los días y de los sueños y de los huecos y las materias en desuso, y una vez el delirio se había roto las uñas y marcado con sangre las heridas del silencio, los agujeros del deseo, las grietas de la inocencia… vinieron a montones las cartas de amor que escribía por encargo o por simple necesidad de satisfacer las oscuras pasiones de sus amigas y amigos y conocidos y desconocidos cada vez más abundantes y despedazados en las orillas del sueño esperando finalmente encontrar a alguien que amasara los desechos de su agonía, los desperdicios de sus noches en vela, el silencio cada vez más silencio de su intimidad…
cartas que salían de sus manos a montones como salen las cosas, —que no son—, de las manos de un mago que lo entrega todo sin entregarnos nada… cartas que todo lo podían sin poderlo todo… cartas que deshojan la dicha hoja a hoja sin deshojar una sola de sus ramas…
cartas que olían a sangre derramada y reseca y relamida y contagiada… cartas que respiraban al ritmo de los huecos que le faltan a la noche… cartas tan tiernas y delicadas que una vez salían de la fábrica se deshacían gota a gota como un agua desnuda… cartas que eran solamente órganos y materias en descomposición y fluidos que se derraman y se pegan y glándulas endurecidas y apéndices que le salen al delirio y heridas y huecos y grietas y agujeros que se le pudren a la respiración y ampollas que nacen y crecen y se reproducen y no mueren…
cartas escritas como escribe un niño, que escribe líneas y dibujos y garabatos y bisontes y lanzas en las paredes con mierda… cartas ilegibles, rotas, pedazos de fragmentos, silabas desconocidas a la deriva… cartas náufragas, cartas desconocidas, cartas extraviadas y perdidas…
y tantas veces cartas perfumadas con perfumes baratos y esencias desconocidas, y axilas y vaginas y tetas y labios y culos y ungüentos que se adelgazan y se derraman y se pierden y se pudren en las bodegas de la nada…
no recuerdo si alguna vez escribí por encargo alguna carta de amor a la divinidad, o si yo mismo se la mandé a mi nombre, con mi mejor letra, pidiéndole ayuda para que terminara de una vez para siempre esta pesadilla de las palabras, esta dicha de los huecos sin fondo, este delirio sin alas y sin nombre… lo único cierto es que la pequeña oficina que había montado para tales menesteres siempre estaba atiborrada de clientes y no siempre los mismos, sino que la clientela era cada vez más abundante y diferente… más huecos y delirios y silencio…
un día, por causalidad, mientras intentaba poner mis asuntos en orden, me di cuenta que una de mis hermanas me robaba las cartas… las mías, las de otros, las de tantos, las de nadie… y las escondía en los sitios más íntimos de su cuarto y las leía, y las lloraba y les cambiaba los nombres, dos o tres palabras les cambiaba, y se las mandaba a sus novios y amigos y desconocidos y amantes…
ese día, sin preguntarme por qué, decidí cerrar la oficina para siempre y buscar un trabajo y dedicarme a estudiar y escribir poemas eróticos y de amor…
LA CARTA
compré en un mercado de pueblo un libro viejo, bien encuadernado y conservado. uno de esos libros que uno compra más para impresionarse a uno mismo, ponerlo en la biblioteca donde uno pone lo que más le gusta, aunque nunca lo lea, o dejarlo por ahí a la vista de todos para que los amigos también se impresionen y la impresión sea aún mayor…
pero eso importa poco. La cosa es que lo abrí una vez en casa, aunque no quería hacerlo por su olor a viejo y para no estropear alguna página ya casi hecha polvo y, —aparte de las ilustraciones que me hicieron alegrarme más, aun, de mi compra—, encontré una carta de amor bien doblada y conservada y escrita de tal forma que parecía que las palabras aun saltaban de deseo y amor…
la leí a solas, no sin sentir cierta pasión, como si lo que dijeron las palabras hubiera sido escrito unas horas antes y me perteneciera… y aunque no les voy a decir todo lo que decía, por delicadeza, puedo asegurarles que era la primera carta de amor que un amante escribe. y el detalle principal, a pesar de que estaba escrito al margen, era una cita de amor y el lugar y la hora convenida y la pasión que en las palabras se sentía…
doblé la carta casi sin darme cuenta, la volví a poner donde estaba, como si sin saberlo quisiera guardar su secreto, y cerré el libro y no lo deje donde estaba, sino que lo llevé a mi cuarto y lo puse debajo de la almohada… y últimamente no hago más que pensar en esa cita de amor y cada vez más… una cita que jamás tuvo lugar, quizás; que se quedó perdida en las páginas de un libro que ahora está debajo de mi cabecera. y no puedo evitar imaginar cada noche a los amantes, cualquiera de los dos, todavía esperando en el lugar señalado…
la carta no está firmada…
CARTA DE UN EXTRATERRESTRE
en la casa últimamente ocurren cosas extrañas, fuera de lo común, como cuando uno siente que lo miran todo el tiempo sin que nadie esté presente… y entonces uno hace cosas, cosas que quizás nunca hace, solo para decirle al otro que lo mira, que no sabe que lo mira… vieja artimaña: hacerse el pendejo, o ignorar, como una forma de negar y de sobrevivir…
cosas extrañas, como cuando uno tiene el presentimiento de que algo le va a ocurrir, pero nunca le ocurre… como cuando uno está seguro de que ha dado un paso en falso y se ha caído, pero ninguna de las dos cosas ha sido, ni ocurrido…
esta mañana, por ejemplo, mi hija fue a la casa del vecino a sacar al patio y a alimentar a los perros que cuidamos, mientras ellos están ausentes… y yo también fui como ella a la misma hora, si no estoy mal a las 8:30 de la mañana, a sacar los perros y a alimentarlos, y ella los sacó y los alimentó y yo también, a la misma hora, los mismos perros, y yo no la vi sacando los mismos perros, a la misma hora y, ella, a mí, tampoco, me vio… aunque los dos tuvimos la corazonada de habernos visto, a la misma hora…
y más tarde, ya en la casa, ella me dijo que había sacado los perros del vecino y les había dado de comer, y yo le dije lo mismo. y la casa se ha puesto tan extraña, más extraña que antes, como cuando una mariposa negra se estrella en la ventana y solamente queda una explosión de sangre en el vidrio… y entonces uno se cubre los ojos y se agacha y espera, aunque no ocurre nada… y mi hija me mira en silencio diciéndome cosas, solo por decirme cosas, y yo lo mismo y en las mismas. y ahora no sabemos si son cuatro los perros que cuidamos, aunque solamente son dos… y la casa es como una manada de ojos a la deriva… ojos de perros que nos miran…
CARTA DE AMOR
cada noche, como un enamorado que sabe que el tiempo yace muerto a las puertas del amanecer, los pájaros venían a dormir en los árboles que el amor había levantado en una de las orillas de la calle… tres árboles frondosos y deliciosos como los besos que nada saben del comienzo ni del fin… como esos árboles que trepamos cuando niños en busca de la luz, de las últimas gotas del sueño, de los nidos que el sol acaricia en su intimidad…
tres árboles cuyo único fruto era quitarle grandeza a la oscuridad… abrirles paso a las lagunas del silencio, dejar que millares de ojos por un instante se olvidaran de la pesadilla del mundo… como los niños y niñas, luego de terminar las labores escolares, ruidosos y distraídos y haciendo de las suyas por todas partes, los pájaros llegaban a los árboles y desparecían en la intimidad de las ramas y otra vez el silencio como si nada se deleitaba en las lagunas de la quietud…
un observador minucioso y obsesivo se hubiera dado cuenta que siempre llegaban a la misma hora, el mismo número, la misma algarabía y la misma embriaguez… y en el mismo lugar de siempre, en la misma rama, en el pedacito de rama, se quedaban dormidos, los mismos de siempre, como si obedecieran a un a pacto secreto de antes y de siempre señalado, acordado, mucho tiempo soñado….
Además de los niños, los habitantes del barrio y los enamorados de la calle se habían convertido en cómplices, siempre presentes, de ese instante delicioso en que la dicha entra de raíz en la noche… y aun no se han borrado las últimas sombras y ya las puertas del amanecer están abiertas de par en par…
cuentan los curiosos que los enamorados se acostaban con la llegada de los pájaros y solo dejaban un instante de amarse cuando el aleteo furioso del amanecer explotaba en sus pupilas…
y un día, que se ha quedado como una cuchillada que no cesa en el corazón de los vecinos de la calle, en la agonía de los habitantes del barrio, en la desdicha de los niños, unos señores importantes vinieron y cortaron los árboles, sin que nadie lo supiera, sin que nadie se hubiera dado cuenta, sin que nadie hubiera tenido la oportunidad de defender su alegría y sus largas noches de amor… ni siquiera los niños que cosechaban sus nidos y sus pichones y sus secretos en su delicia, en su frondosidad…
habían estado ahí desde antes del comienzo de los tiempos, y así, de repente, no mas porque si, ya no estaban, ni las noches, ni los amaneceres, ni los niños que salían de la escuela con sus canastos repletos de sueños y de pájaros…
los pájaros llegaron a la hora de siempre, a la hora convenida, señalada, soñada, y el dolor se hizo más grande que una pena de amor… y el atardecer una llaga encarnada… volaron en círculos alrededor de los árboles que ya no estaban… dibujaron geometrías inimaginables acosados por el horror… revolotearon como locos endemoniados toda la noche y las noches por venir, y las que nunca fueron, buscando cada rama, su rama, su sueño, su cabeza aun dormida entre las alas… revolotearon, como puños incontrolables de un boxeador ciego, en los árboles que se habían quedado dormidos para siempre en sus pupilas…
revolotearon acosados por el terror, el miedo, el espanto, los pelos de punta, la piel de gallina, la voz entrecortada… encabritados y amoratados como bestias salvajes que no encuentran sus patas, su respiración, el salto al vacío… revolotearon ya casi indiferentes apuñalados por el horror de la noche que les mostraba indecente sus agujeros negros…
y siguieron revoloteando hasta el final de los tiempos… hasta que muertos de cansancio se murieron uno a uno, todos, en manadas, golpe a golpe, ala tras ala, grito a grito, amanecer tras amanecer…
la calle parecía un río adormecido de leves suspiros… un montón descolorido que el viento toca y tiembla… un solo corazón atrapado desde dentro, despellejado, regado, antes de abrir la puerta de su último palpito, su último lamento, sus cenizas, el viento…
algunos lograron escapar y se refugiaron en unos árboles cercanos… unos pocos solamente… los que se pueden contar con los dedos de la mano… una sola mano… pero el amanecer también los sorprendió muertos de tristeza…
CARTA ABIERTA 2 *
qué pena que muchos intelectuales no se hayan dado cuenta que necesitamos nuevas formas de pensar. No es peregrino afirmar que el conocimiento envejece tan rápido, si no más que la tecnología. que todos los esquemas de pensamiento, incluso los que se venden como los post-último, han perdido su vigencia y su frescura, —si alguna vez la tuvieron— y hacen parte, querámoslo o no, de eso que nos empeñamos en hacer funcionar solo por ego manía. el olvido, aparte de ser un buen mecanismo de higiene, también es el comienzo de un nuevo ser… tirar la casa por la ventana e incluso dejar la casa a la deriva o a la intemperie no vendría nada mal ahora que la nada se ha puesto de moda no antes sino después.
por supuesto que la llamada nueva “intelligensia” —ninguna sociedad ha podido superar este recurso innecesario de última hora— no se ha dado por aludida y sigue insistiendo en sus perogrulladas y en sus post y en sus ismos y mecanismos de conservación de lo que necesita morir y quiere. si no debemos enamorarnos de un creador mucho menos debemos hacerlo de su obra. un buen lector debería olvidar en el mismo instante de la lectura lo que lee y lo que infiere si no quiere vivir toda su vida intentando arrancarse lo que no es suyo las más de las veces sin conseguirlo. no hay nada peor que ser esclavo del conocimiento sea este cual sea, o sea cual sea su propósito.
La mayoría de estos intelectuales, disfrazados muchas veces de lobos para evitar ser puestos contra la pared o en evidencia, siguen cavando sin descanso en las maravillas de su tesis doctoral. Día tras día publican artículo tras artículo que sacan como un conejo-irreductible-irrepetible de esa caja mágica capaz de contener el germen de la sabiduría. Uno no sabe a ciencia cierta si están enamorados de su autor, o de su obra o de ellos mismos. Me imagino que no vendría nada mal que escribieran un tratado sobre la propiedad privada y la fidelidad. La otra cosa es que nunca encuentran presa mala en el maremágnum de su gusto. Yo he conocido algunos que averiguan la tienda donde el autor compraba sus corbatas y empiezan sin darse cuenta a utilizar los mismos colores y marcas… y después los zapatos y no creo que venga al caso sumar…
otros, con escuelas de seguidores por doquier, se consagran a la obra de un gran maestro. por lo general a alguien que les es afín en cuerpo y alma, o que les sirve de sustituto en sus noches de desamparo y soledad. las reseñas y ensayos y artículos y tratados y apologías se suceden sin cesar. como un pan que ha engendrado su propia levadura y no puede dejar de hacerse, ellos no saben qué hacer con sus hornadas. bajo esa foto compartida sueñan y condenan y levantan patíbulos y mandan a hacerse su propia camiseta, y escudriñan en los periódicos y pagan detectives privados para que averigüen si alguien más ha metido sus narices en su propiedad… y asisten a conferencias que llevan su nombre y esperan que nadie diga nada hasta no haberles consultado lo que guardan en su saco de maravillas. a algunos los he visto escarbando en el cubo de la basura temiendo haber perdido algo valioso accidentalmente, o por la sola razón de asegurarse que nadie más ha perdido algo que es suyo o debería serlo… muchos son maestros en salvar lo que no sirve con la certeza de que otro maestro más reconocido les dé el sí tan esperado y entonces la gloria de lo recuperado a tiempo se convierta en su propia gloria y consagración.
por supuesto que entre todos ellos hay alguno mucho más cortante y de mirada más severa y oblicua que desecha la obra y se consagra a un libro y sueña con volver a decirlo y a reescribirlo de mil formas hasta que son tantos los libros habidos y-por-haber-habidos que ya no se puede distinguir el original de sus congéneres. exprimen y retro exprimen de tal manera y con tal capricho que de repente ya no les queda ni mano ni zumo ni exprimidor. conocí a uno que lo había convertido todo en un aforismo preciso y conciso y después se dedicaba día y noche a tratar de descifrar su dicha obra maestra. tenía varios tratados publicados y otros en imprenta sobre su obra cumbre.
a todos ellos y los que faltan y los que en este momento están saliendo de su capullo, no les basta con iluminar su sabiduría en los depósitos del otro, sino que se convierten en propietarios inapelables de una pasión que no es la suya. hace poco me presentaron uno que había adquirido valiéndose de todo tipo de argucias los bienes de su maestro amado. nada había dejado de lado. lo último que había adquirido para la mujer que había acompañado al occiso maestro durante la mayoría de su vida.
los últimos que he tenido la des-dicha de conocer lo echan todo en el mismo saco y con la misma destreza de los prestidigitadores se acomodan en la plaza pública y todo lo venden a precio de oro arguyendo que han encontrado el gen responsable de todos los otros que se inclinan devotos como sus compradores y esperan el veredicto final. cuando era niño en mi pueblo el mismo tipo ya aparecía los días de fiesta o de mercado vendiendo purgantes para matar las lombrices. su éxito era tal que se quedaban por un tiempo en la ciudad, comían gratis, soñaban gratis y no había noche que no se acostaran gratis con la mujer de algún lugareño. con la complicidad de los esposos, por supuesto, que si no les sucedía el milagro lo compraban para no quedarse fuera de la fotografía.
así que a uno no le queda más remedio que preguntarse, qué es lo que estos intelectuales se juegan con tanto afán, y qué es lo que conservan con tanto celo. ¿aún no se han dado cuenta que ya no existen los tres reinos de la naturaleza? ¿que vivimos en un mundo que ha dejado de existir indigesto por su palabrería? ¿que como el amor lo poco o lo nada que cuenta no tiene discurso, ni lo ha tenido ni nunca lo tendrá? con esta clase de intelectuales la verdad es que ya no es necesario ningún tipo de conocimiento. lo que necesitamos es una forma, o unas, para dejar de una vez por todas de pensar.
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*Manuel Cortés Castañeda, nacido en Colombia, es licenciado en Español y Literatura de la Universidad Nacional Pedagógica (Bogotá), director y actor de teatro. Cursó estudios de doctorado en la universidad Complutense (Madrid). Enseña español y literatura del siglo XX en Eastern Kentucky University. Ha publicado seis libros de poesía: Trazos al margen. Madrid, España: Ediciones Clown, 1990; Prohibido fijar avisos. Madrid, España: Editorial Betania, 1991; Caja de iniquidades. Valparaíso, Chile: Editorial Vertiente, 1995; El espejo del otro. París, Francia: Editions Ellgé, 1998. Aperitivos, Xalapa, México: Editorial Graffiti, 2004; Clic. Puebla, México: Editorial Lunareada, 2005. Dos antologías de su trabajo literario han aparecido recientemente: Delitos menores, Cali, Colombia: Programa editorial Universidad del Valle. Colección Escala de Jacob, 2006; y Oglinda Celuilalt, Cluj–Napoca, Rumania: Casa Cărţii de Ştiinţă, 2006. Ha sido incluido en antologías tales como Trayecto contiguo. Madrid, España: Editorial Betania, 1993; Los pasajeros del arca. La Plata, Buenos Aires, Argentina: El Editor Interamericano, 1994. Libro de bitácora. La Plata, Buenos Aires, Argentina: El Editor Interamericano, 1996. Donde mora el amor. La Plata, Buenos Aires, Argentina: El Editor Interamericano, 1997. Raíces latinas, narradores y poetas inmigrantes, Perú, 2012. Además, escribe sobre poesía, cuento y cine. Actualmente está traduciendo al español textos de poetas norteamericanos de las últimas décadas: Charles Bernstein, Leslie Scalapino, Andrei Codrescu, Susan Howe y Janine Canan, entre otros.
No puedo parar de leer su poesía. Es un GENIO, sus escritos transitan sin interrupciones descripciones plenas de sentimientos que combinan de manera sutil y apasionada los contrastes: la alegría con el dolor, la belleza con la fealdad… Todas experiencias de vida!!!