Filosofía Cronopio

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NUESTROS IN-TELECTUALES

Por: Andrés Rodríguez Cumplido*

“Siempre he pensado que en los periódicos eruditos debería dejarse impunes a los malos escritores.  Pues lo cierto es que los eruditos gacetilleros caen en el error de los indios, que consideran al orangután como uno de los suyos y toman su mudez natural por un signo de testarudez de cuya práctica intentan disuadirlo vanamente mediante frecuentes palizas” [1].  (Georg Christoph Lichtenberg. Aforismos.)

Basta dar una ojeada a las publicaciones impresas destinadas a la difusión de la cultura y a los eruditos programas de nuestra televisión, con escuchar a los amenos locutores de saber enciclopédico de la radio y a los especializadomaestridoctorados profesores, o con visitar aquellos concurridos lugares donde se reúnen los intelectuales, para quedar impresionado, pues si en Atenas, Sócrates reflexionaba acerca de los más importantes asuntos bajo la sombra de un plátano, Aristóteles mientras paseaba, Epicuro en un jardín, y Zenón y sus estoicos congregados en torno a una puerta. En las ciudades colombianas no tenemos nada que envidiarle a la ciudad griega, ya que la Providencia, no contenta con habernos dado un clima benéfico, abundancia de agua y un sinnúmero de ventajas que desearían los habitantes de otras latitudes. Ha puesto sabios en cada rincón de las ciudades, al punto que contamos con miles de Kants, Marxs, Schopenhaures y Nietzsches, miles de Sócrates, Aristóteles, Epicuros y Zenones. Por no mencionar los Goethes y Lichtenbergs, Homeros y Lucianos, y causar celos y envidias a los habitantes de otros lugares menos afortunados, pues Alemania, e incluso la abundante en genios, Grecia, esperaron siglos para que nacieran un puñado de ellos.

Y si ya el lector se ha tornado escéptico y piensa que es el amor que el autor siente por su patria quien inspira tan entusiasta  afirmación, déjeme aducir pruebas antes de considerar mis palabras como el fruto de una desbordada fantasía. Pues ya otros han hablado de aquel realismo mágico típico de estas latitudes donde, aunque nadie lo crea, no es necesario dar rienda suelta a la imaginación para relatar casos y cosas increíbles y asombrosas. Ni saber declinar una sola palabra de la lengua griega, o conjugar un verbo del alemán, para escribir pertinentes y eruditos comentarios a las obras escritas en dichas lenguas. Afirmar categóricamente que esto y no aquello es lo que quiso decir el autor, elegir la mejor de las traducciones españolas, o perorar por horas acerca de las bellezas del autor frente a micrófonos u oyentes. Cosas que si bien son prodigiosas resultan triviales al pensar en la taumatúrgica capacidad que tienen nuestros intelectuales de convertir a otros también en expertos en tan complejas cuestiones. Como por arte de magia, y sin necesidad de los esfuerzos que los ingenuos profesores de otras partes del mundo suponen debe hacer el alumno dedicado a estudiar los autores alemanes, o la filosofía griega.

Y si todo esto es admirable, más admirable parecerá, cuando sin pretender agotar el tema, o explicar claramente tan mágico-realista fenómeno, mencionemos otros inconvenientes que impiden a nuestros intelectuales obtener el respeto que merecen por su rigurosa labor. Dando pie a desdeñables comentarios donde se duda de sus capacidades llamándolos “fanfarrones” (αλαζονες) y “charlatanes” (γοητες) “que echan por tierra la dignidad de la profesión” (διαφθειροντες το αξιωμα της υποσχεσεως) o “cultifilisteos” ‘Bildungsphilister’, es decir la “antitesis” (Gegensatz) “del hijo de las Musas, del artista, del auténtico hombre de cultura” (des Musensohnes, des Künstlers, des ächten Kulturmenschen). Calumnias que valen menos que quienes las pronuncian, sin percatarse siquiera en medio de su resentido furor que son tantos y tan diferentes nuestros intelectuales que echarlos en un solo costal es una falta de método imperdonable.

Y ya que lo advertimos no generalicemos como aquellos superficiales críticos, y hablemos de los diferentes tipos de intelectuales. No sin antes pedir excusas a los polifacéticos sabios, tan dados al cultivo de las letras, como al de la pintura, la música, o cualquier otra expresión artística, pues de seguro se sentirán disgustados al ser clasificados en tan estrechas categorías.

En primer lugar están nuestros académicos, y los inconvenientes que enfrentan, pues su falta de recursos, su desconocimiento, como ya se dijo, de las lenguas extranjeras y otras tantos problemas característicos de un país tercermundista donde no es rentable la profesión, hacen que éstos se tengan que enfrentar equipados con sus ediciones de bolsillo (destinadas a la divulgación, no, como todos saben, a la enseñanza superior o a la elaboración de estudios críticos) al erudito público que asiste a sus magistrales cátedras o conferencias, y a los ilustrados lectores de sus textos. Teniendo que contentarse, cuando deambulan por algún exclusivo centro comercial, con mirar por la vitrina de la librería las costosas ediciones críticas, haciendo que hasta el humilde y esforzado bellanita Marco Fidel Suárez y los legendarios trozos de lápiz con que anotaba apostado en una ventana, le recuerden a uno aquella copiosa abundancia de recursos de la pobre viejecita sin nadita que comer, excepto huevos, pan y pez.

Después de ellos vienen sus irreverentes colegas de la izquierda, con sus bluejeans y sus fotocopias, maestros del sincretismo, capaces de comprender la influencia de Buda, los egipcios y los mayas en las ideas del Che, o de criticar las costumbres de los norteamericanos por horas en un Chat, mientras toman Coca-Cola, y escuchan algo de Rock de los 70’s. Tiradores de piedra y huelguistas por la misma época, pero en realidad gente de paz, que pasada la juventud ha comprendido que son más poderosas las plumas que los fusiles, y optado por el ecologismo, el humanismo, o alguna otra altruista preocupación, dedicando su existencia a la quijotesca tarea de denunciar los peligros del consumismo, la ingeniería genética o la energía nuclear.

Naturalmente su postura crítica  los pone en la mira de todos y cada uno de los denunciados, y de no ser por su sutileza. Incomprensible afortunadamente para la generalidad de los incultos criticados, incluidos los científicos y los abogados de los gobiernos y de las multinacionales, ya habrían sido demandados, estarían exiliados, o sus vidas correrían peligro.

Y qué diremos de los subvalorados intelectuales vanguardistas, nuevos Prometeos, que han puesto a la cultura y sus expresiones artísticas literalmente al alcance de todos y no de unos pocos. Con sus otrora novedosas esculturas y pinturas cubistas, surrealistas (y demás istas), sus inarmónicas músicas, sus automáticas escrituras y sus no menos improvisados versos libres, por no mencionar las instalaciones que los kantianos espectadores impresionados por su belleza miran sin ningún interés, y los enigmáticos ‘performances’, que ni Edipo habría sabido descifrar.

Y no quiero mencionar los inconvenientes a que se enfrentan, ni puedo repetir aquí las calumnias y mal intencionadas palabras de aquellos envidiosos que manchan su buen nombre, afirmando que los representantes de nuestra vanguardia cultural son una caterva de ‘snobs’. Con más deseos de inmerecida fama que talento, y menos vergüenza que buen gusto, ya que por el contrario ellos son los más admirables de todos nuestros intelectuales. Pues mientras nuestros académicos influencian sólo a un pequeño número de afortunados, aquellos vanguardistas sensibilizan y culturizan al grueso de la población. Aunque permanezcan lamentablemente aislados de sus innovadores maestros y no tengan la oportunidad de, valga la redundancia, innovar muy a menudo, pues deben limitarse a emular lo poco que se conoce en el país de las expresiones artísticas de aquellos genios hastiados de imitar los modelos y cánones de su época.

Por último, debemos mencionar aquellos aun más venerables intelectuales que  presas del amor que sienten hacia sus congéneres mezclan ciencia, religión y sabiduría en un, por así decirlo, agradable cóctel. Que pese a lo poco populares que son los libros puede venderse en los semáforos y supermercados, y recordar que los altruistas maestros de la auto superación tienen que pagar también un alto precio al sacrificar la profundidad de sus pensamientos a la superficialidad del lector promedio y así quedar expuestos a que con esa “iniciación” a medias de sus discípulos, éstos pese a haber ya leído tres o cuatro de sus betsellers capaces de mejorar a los hombres, como las lecciones de los antiguos sofistas, sean capaces de comprar la edición pirata sin sentir ningún remordimiento. Viéndose así traicionados, a semejanza de Protágoras, por quienes aprendieron de ellos a ser virtuosos y justos.

Para terminar pido la protección de los intelectuales, pues sé que todos sus enemigos deben estar indignados por este modesto elogio, y de seguro cometiendo el error de los indios, me atacarán creyendo que soy uno de los suyos.

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* Andrés Rodriguez Cumplido es licenciado en filosofía de la Universidad Pontificia Bolivariana de Medellín. Actualmente es profesor de lenguas clásicas en dicha universidad. Es el corrector de la revista Escritos (sección estudios clásicos) de la UPB. En la Universidad de Antioquia coordina el Laboratorio de Estudios Clásicos y el Grupo de Trabajo Académico Hermes adscritos al pregrado de Filología Hispánica de la Facultad de Comunicaciones.
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2 COMENTARIOS

  1. Estimado crítico, apenas veo tu comentario. Lo de la puntuación lo acepto, pues no es la puntuación original, que los editores no sé por qué alteraron de tal manera y podrías ver en una revista llamada Thema, en la cual fue publicado antes y mis largos períodos están intactos (sin esos puntos que los dividen). Con rspecto a lo del estilo me gustaría que aclararas qué entiendes por estilo y que, sea lo que sea que entiendas por estilo, una vez que hayas visto la puntuación original te retractaras o me hicieras tu discípulo y me enseñaras tan bellas cosas. Lo de que el autor del texto (yo) sea un profesor de lenguas clásicas me obliga a hacer una alusión también ad hominem, pues: es probable que tú seas alguna persona medianamente ilustrada (típico lector de este tipo de publicaciones a caballo entre lo académico y lo trivial); siendo seguramente esta diferencia la que debe dar lugar a que no puedas comprender ciertas bellezas estilísticas que le hacen perder el hilo de la lectura al desprevenido lector moderno acostumbrado a un estilo cuasitaquigráfico, máxime, si como sospecho, eres uno de los que se han tomado en serio las charadas de algún profesor universitario y se han hecho por arte de magia escritores.

  2. Lo que dice el artículo es interesante y cierto. Pero me parece paradójico que esté TAN mal escrito (no sólo porque no cumple con algunas normas básicas de puntuación y sintaxis, sino porque su estilo es pésimo), y sobre todo cuando su autor es profesor de lenguas clásicas.

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