Sociedad Cronopio

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¿POR QUÉ CELEBRAR LA INDEPENDENCIA?

Por Juan Carlos Jurado Jurado*

A diferencia de las celebraciones de hace un siglo, hoy se habla de «las independencias», en plural, para resaltar la diversidad del proceso, lo que supone que cada nación, región y localidad lo vivió con diferentes temporalidades, motivaciones, narrativas y actores sociales. Las independencias no fueron la causa sino el resultado de la crisis de la monarquía española. Con ellas se desató un amplio proceso de construcción de comunidades políticas modernas, bajo la modalidad de naciones y estados soberanos, como recurso para legitimar los poderes constituyentes que se implantaron en los territorios de los actuales países hispanoamericanos, en manos de las elites criollas.
Doscientos años después de la violenta ruptura de los vínculos políticos entre las colonias americanas y la metrópoli española, ¿qué podemos celebrar los hispanoamericanos como legado de las independencias? Para dar respuesta a esta pregunta planteada por el historiador Marco Palacios, es necesario saber que la crisis imperial generada por la invasión napoleónica a España en 1808 ocasionó una coyuntura política de consecuencias imprevistas para el orden mundial de la época, que hoy recordamos como «las independencias».

El  vacío de poder generado por la abdicación del Rey de España, Fernando VII, generó la formación de juntas de gobierno en todo el territorio hispanoamericano, cuyos integrantes no tenían la intención de buscar la independencia, sino de reactivar las tradiciones de soberanía local para salvaguardar la fidelidad al Rey. Sin embargo, ante las discordias internas, la declararon. Podría decirse que este proceso político militar duró hasta 1819 en la Nueva Granada, con la batalla de Boyacá, y hasta 1824, con la expulsión de los españoles de sus últimos reductos en toda Hispanoamérica, y de ello es símbolo la Batalla de Ayacucho.

Según el historiador Antonio Annino, lo llamativo del proceso es que las antiguas colonias españolas optaron por organizarse políticamente bajo la forma de Estados naciones, un sistema que escasamente existía en Europa y los Estados Unidos de Norteamérica. Tradicionalmente los historiadores han pensado que las transformaciones que trajo la independencia de España fueron más evidentes en el orden político que en el social y económico, por lo cual muchos rasgos de la sociedad colonial se prologaron hasta bien entrado el siglo XIX. No hay que exagerar al respecto, pues de todas formas el proceso  trajo consigo profundas rupturas con el pasado colonial y la inserción de nuestras sociedades al conjunto de naciones modernas, aunque bajo nuevas relaciones de subordinación y dependencia políticas y económicas con Europa y, posteriormente, con los Estados Unidos. De allí que la independencia sea un concepto relativo, pues no sugiere una total autonomía, sino la reconfiguración de las relaciones políticas con el mundo occidental. Esto significa que, con la independencia, ingresamos al conjunto de naciones modernas que hoy conforman el mapa político mundial, con ella adquirimos una personalidad histórica particular, nos re–inventamos una identidad nacional y obtuvimos carta de ciudadanía ante la comunidad internacional. Esta es una posible respuesta a la pregunta de Marco Palacios.

La independencia nos permitió, a los que hoy nos llamamos latinoamericanos, ingresar de una forma más temprana e intempestiva que las naciones de África y Asia, a la modernidad política de la época. Lo que significaba dejar atrás el antiguo orden monárquico y crear nuevas realidades con los nuevos lenguajes e imaginarios de entonces basados en la igualdad, la libertad y la fraternidad. Según el historiador Françoise Xavier Guerra, nuevas palabras reemplazaron a las antiguas, y las palabras fueron creando paulatinamente nuevas realidades, de manera que la «nación» sustituye al «reino», los «ciudadanos» y los «individuos» dejan atrás a los «vasallos» y a los «súbditos», la «ley» ocupa el lugar de los «fueros y privilegios», la «plebe» de mestizos y mulatos, aunque siguió existiendo, fue remplazada por la representación abstracta de «pueblo», y la «constitución» ocupó el lugar de las «leyes fundamentales».

De igual forma, la opinión pública, considerada con restricciones como mecanismo para solucionar problemas de la monarquía, pasó a valorarse como expresión de los derechos del individuo y el verdadero fundamento de la legitimidad y la voluntad general. No obstante la fuerza de «lo nuevo» para imponer novedosos imaginarios, valores y prácticas políticas y culturales, lo antiguo persistió con la fuerza de la tradición, de manera que se presentó una combinación de prácticas y discursos entre lo nuevo y lo viejo: las luces y las tinieblas, la razón y las creencias, las instituciones y el caudillismo, las libertades y el despotismo, la ignorancia y la ilustración.

Después de la independencia como hecho político y militar, las clases dirigentes lideraron la ardua tarea, que todavía sigue vigente, de formar un Estado moderno, auspiciar la democracia electoral, promover el crecimiento económico, la integración nacional entre las regiones colombianas, generar la identificación política entre las personas y el Estado, es decir, la ciudadanía, y promover la cultura y la ciencia moderna por medio de la educación de amplios sectores de la población. Celebrar la independencia es una buena oportunidad para hacer un balance del cumplimiento de estas importantes tareas por parte del Estado y las instituciones de nuestro país.

Desde hace varias décadas la historia ha dejado de ser el relato de las grandes personalidades, y concede un lugar destacado a los hombres y mujeres de los diversos  sectores sociales que también labraron su destino y el de la nación colombiana. Esta transformación no es simplemente un cambio metodológico o de perspectiva teórica, sino que compromete la manera como es concebida y asumida la vida social por los mismos historiadores y por la época que es capaz de producir una historiografía que ha merecido el carácter de «historia social». Todo aquello que es valioso e importante en la actualidad, ha desatado el afán de los historiadores por escribir sobre ello. La historia se nutre de las preocupaciones del presente y éste nos interroga por nuestro destino nacional y por los ideales y las prácticas políticas que le han dado aliento.

De allí que celebrar la independencia implique preguntarnos por el papel que desempeñamos en ella todos los colombianos, lo que nos lleva a cuestionarnos  por el lugar que hemos jugado, que tenemos y tendremos en los destinos de la nación. Ello supone que interroguemos nuestra historia desde el presente, desde los retos que él nos significa para construir un país que se compadezca con el proyecto de la independencia de formar una nación moderna, democrática y pluralista, con instituciones republicanas y sólidas.

En consonancia con lo anterior, y a diferencia de celebraciones patrias del centenario que reconocieron la independencia como una gesta heroica exclusiva de las elites cultas y dirigentes, la reflexión que propongo amplía el panorama de los actores sociales para reconocer la activa participación política de diversos grupos sociales que han conformado la nación colombiana desde su gestación. Lo cual conlleva reconocer los más diversos personajes de la sociedad granadina como actores políticos y gestores de la nación. Entre ellos se pueden identificar: los ilustrados y criollos simpatizantes de la causa republicana que ordenaron las nuevas instituciones, constituciones y ejércitos, las mujeres de espíritu independiente y libertario que asistieron a las tropas con alimentos, pertrechos, información y afectos. De igual forma es necesario identificar a los campesinos, indígenas, mestizos y mulatos, que asumieron los nuevos discursos de libertad e igualación social republicana, que prestaron su arrojo y combatividad como descamisados soldados de las tropas patriotas. Los sacerdotes y religiosos también fueron actores políticos de gran valía por su papel en la legitimación de la causa independiente o realista, de manera que fungieron como un gran apoyo psicológico y moral de las tropas de ambos bandos. Artesanos, maestros, burócratas y comerciantes, cuyos oficios y cultura les permitió acceder a los círculos letrados, representaron la masa culta urbana y moldearon, con su mentalidad e intereses, la opinión pública y el orden ciudadano en gestación.

Los hechos políticos y militares de la independencia también arrastraron al torbellino social a hacendados y empresarios nacionales y extranjeros, cuya ascendencia social les permitió liderar la movilización de tropas nutridas de trabajadores, esclavos y recursos de diverso orden. A los hechos políticos y militares de la época no escaparon extranjeros, científicos y viajeros, de paso por muchas localidades, y mucho menos la plebe de trabajadores y pobres que significaron lo más representativo de la demografía urbana colonial.

Reconocer la independencia en su historicidad conlleva actualizar los retos que ella ha significado para la comunidad política nacional, de modo que los ideales del pasado nos inspiren un futuro como nación civilizada, democrática y pluralista.
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* Juan Carlos Jurado Jurado es profesor de la Escuela de Administración de la Universidad EAFIT. Doctor en Historia de la Universidad de Huelva, España. Historiador de la Universidad Nacional de Colombia, sede Medellín. Correo-e: jjurado@eafit.edu.co

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