Literatura Cronopio

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HISTORIA DE UNA MASTURBACIÓN FEMENINA

Por Newadis Gómez Rojo*

A las tres de la mañana, justo cuando llegué a mi casa, me hallé atrapada por cuatro paredes blancas, la cama, el ventilador y yo con usted en mi mente. Se veía hermoso en la fiesta, me acepté que no lo perdí de vista en toda la noche, pero imaginé negándole que noté sus tres cambios de ropa y sus salidas misteriosas, sus bailes, las veces que hizo de mesero, y la vez que salió con esa morena de caderas pronunciadas y primaverales; y de repente vino a mi mente un sinnúmero de palabras desde el fondo de mi corazón y los más locos instintos sexuales, todas para usted y su intrépida intención de dejarme con ganas, con ganas de tenerlo cerquita, de abrazarlo y sí , de revolcarme con usted.

Ahora tengo dolor de cabeza y sabe muy bien que en mí no hay una gota de alcohol. Y es que usted no sabe lo que se desespera una mujer con verdadero deseo sexual. Sentada me movía de lado a lado para intentar apagar ese fuego, pero usted me sorprendía: palabras al oído, suave roce en las piernas, arremetida salvaje contra mi piel y así avivó mis ganas. Quería compartir ese deseo con usted, en medio del frío amanecer compartir calor. Ese era el plan, el plan de los dos, un plan que se desvaneció.

Derrumbada aún en la cama me solté el cabello y me levante para el baño, me miré al espejo y noté que no era tan fea como creía, volví a la cama deseando encontrarlo allí, anhelando que sus manos recorrieran mi cuerpo, pero lo hicieron las mías. Ahí estaba yo, palmeando mi trasero, el que tenía que palmear usted. Ahí estaban mis manos inquietas, juguetonas tocando cada rinconcito de mi cuerpo por donde usted debió pasar su lengua. Ahí estaba yo tendida en una cama subiendo la temperatura de La Arenosa [1], con ganas de quitarme el vestido que me puse sola. Dando vueltas en mi cama, subí el vestido al no poder bajarlo, también subieron mis manos y jugaron con mis senos, no alcancé a morderlos como usted lo hubiera hecho, pero los estrujé con fuerzas y tuve que estirar mis piernas ¡Ay! ¡Bendito ejercicio de Kegel! Mordí levemente mis labios y rememoré sus labios rosados, vivos, cerca de los míos, hablándome alguna dulce suciedad.

Con el vestido en la cintura pude abrir las piernas, levantar mis tangas y una pierna también para apretar fuerte. Fui cediendo, dejé de abrazar la nada y disfruté lo que hacía. Estaban ya mis dedos reemplazando los suyos, reemplazando su lengua, su pene. No sé si siempre estoy tan húmeda, pero en esta ocasión sí que lo estuve; luego saboreé y mis dedos volvieron al ruedo. Toda mi mano quedó empapada. Suspiré profundo y me reí. No, sonreí.

Me levanté a bañarme, miré la hora y ya eran las cuatro y media. En el baño, recordé aquella vez que solos en la casa, nos encerramos en ese mismo baño, tomé la misma posición y diferente determinación. Esta vez sí me decidí por el placer y con la puerta abierta.

Cuando salí del baño había pasado una hora, y a usted que a las tres de la mañana lo pedía a gritos internos, sólo le deseé un buen amanecer.

NOTAS

[1] Epíteto con que en Colombia se refieren a la ciudad de Barranquilla. N. del E.

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* Newadis Gómez Rojo es un reconocida cuentista joven barranquillera.

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