Cicatrices de Guerra Cronopio

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HUELLAS DE UNA HISTORIA, VOCES QUE NO SE OLVIDAN

Por Universidad de la Amazonia.

«La ley era balazo y pal río»
(Historias del olvido)

Nunca había tenido tanta dificultad para escribir algo, como la dificultad que tengo ahora que quiero escribir mis impresiones sobre algunos de los textos que forman el libro, Huellas de una historia, voces que no se olvidan. Leo y releo estos textos y entre más lo hago, más difícil se me hace encontrar las palabras adecuadas, la forma adecuada, el tono adecuado, para expresar todo el dolor que estos textos encierran en su inocencia, espontaneidad y naturalidad.

Es como si entre más entendiera y descendiera al meollo de la situación, menos entendiera y descendiera… como si la lectura de estas «narrativas» me hubiera dejado varado en el asombro, sentenciado en el dolor, vaciado en el desconocimiento, lo extraño, lo repentino, el silencio, la angustia, el delirio, la culpa, la nostalgia, el resentimiento y, sobre todo, el horror… como si hubiera visto por primera vez cara a cara la muerte y todos sus matices y sus resabios y sus trajes, sus trampas, sus máscaras y, especialmente, su indiferencia y su monstruosidad.

Los protagonistas de estas historias, itinerantes del dolor, nómadas de la tragedia constante y recurrente, habitantes del miedo y de la angustia como única moneda de cambio, muchas veces recurren en sus testimonios a la ayuda de dios, —que parece haberse olvidado de ellos—, como único y último recurso… aunque en la medida en que su suplica se hace más honda, más íntima, más sangre, más corazón, se hace más honda y más recurrente la tragedia… y, sin embargo, siempre encuentran una grieta, una «excusa», una palabra de amor, que les permita mantener viva la esperanza, las ganas de seguir adelante, la necesidad que los empuja, —siempre y cada vez más—, a soñar con una vida mejor, dónde poder, un día, saborear los frutos de la convivencia y de la paz que los suyos no pudieron disfrutar.

Pero no importa que el dolor sea cada vez más monstruoso, en medio de la tragedia los protagonistas también encuentran pausas o momentos, para la gracia, el chiste, la broma, los golpes de genio y de ingenio… lo cual le da a los textos un estilo muy particular y, además, sirve como aliciente o medicina, al dolor recurrente que permea cada palabra de los mismos. Textos que, aunque escritos por adultos, parecen más bien escritos por adolescentes, criaturas que nos dejan ver entre líneas como sin proponérselo, sentir entre líneas, pensar entre líneas, que el presente del dolor, la angustia, el miedo se quedaron varados en el presente de la infancia, la niñez, en las pupilas de la inocencia, en la agonía del asombro, en lo fortuito e inoportuno de la muerte… el dolor que en esos textos sencillos y espontáneos se hace eterno, se congela en un instante que son todos los tiempos, todos los instantes… el dolor que es la marca inevitable de lo eterno…

Igualmente, me fue muy difícil encontrar la forma de editar, corregir o modificar estos textos, — cosa que pensé hacer cuando empecé a leerlos… no me fue difícil entender, sin embargo, que cualquier cambio que se haga en ellos sería algo así como matar el dolor, la sinceridad, la generosidad que los protagonistas nos han regalado sin pensar en ningún tipo de juegos, perfecciones o ambiciones literarias… cada frase extrema, periodos incompletos, vacíos, una coma que falta, una de más, un punto necesario, una conexión inoportuna, una palabra de más, una que falta, la que parece que no corresponde, el verbo que se manifiesta en un tiempo inadecuado, un modo que no es suyo, saltos inesperados en el tiempo, el espacio y tantas otras cosas… incluso hasta los «typos», diría, yo, son parte esencial e indispensable de estas «narrativas» de amor y de muerte. Y es en esos momentos —dominados por la duda, la angustia, el silencio, el dolor, la ansiedad, la desesperación, el grito… que estas historias encuentran su propia gramática, su propia forma de decir y de sentir y donde, a su vez, subyace y se alimenta la fuerza, la ternura, la inocencia y la claridad de estas «narrativas» escritas con el corazón y de la mano del miedo y del silencio…

En el testimonio, titulado Historias del olvido, quizás esté, en una frase simple, lo que quiero decir y que sé que no he podido decir… una oración sencilla, inesperada, pero que parece sintetizarlo todo, y que podría ser epitafio y epígrafe para este texto maravilloso que es Huellas de una historia, voces que no se olvidan:

«Mi historia empieza en 11 de junio de 1977 el día que llegué a este mundo».

Manuel Cortés Castañeda.

* * *

YO FUI UNA NIÑA GUERRILLERA

Tenía 14 años, hacia la época de 1975 y nunca antes me había preguntado, hasta hace algunos pocos años, acerca del significado de ser una niña guerrillera. La verdad no tenía conciencia de esa edad, ya que mis historias siempre las contaba como adulta y mis recuerdos existían como mujer guerrera, guerrillera.

La época de los 14 la recordaba en marchas en Florencia, en reuniones y actividades asociadas a movimientos armados insurgentes y me veo claramente en el Paro Cívico pro Electrificación que se desarrollaba en ese entonces. Recuerdo que estábamos en el barrio Juan XXIII, por los lados del parque, mucha gente, cuando sentimos que la fuerza pública baleaba a la multitud y pude ver como un amiguito de la cuadra que estaba a mi lado fue impactado con un disparo en la cabeza y veía un chorro de sangre salir de su frente y luego caer. Salimos corriendo y me refugié donde mi tío Carlos, ya que su casa quedaba en la primera cuadra del Juan. Tenía mucho susto pero más la indignación por lo sucedido. Puede ser este mi primer encuentro con lo que significaría la violencia en mi vida.

También recuerdo mi amistad con Amanda Rincón, una legendaria guerrillera del M-19, la veía como mi hermanita mayor y con ella me enlisté a una de las escuelas político militares donde se realizaba la formación de militantes de esa organización, aunque antes, también recuerdo a los amigos, que ya tampoco están, en su mayoría, que hacían parte de la primera célula guerrillera en la que participé en el denominado Ejército de Liberación Nacional.

A esto de la edad no le daba mucha importancia, es más, nunca me lo pregunté, sólo que ahora para asociar la edad a los hechos, recordé que cuando cumplí los 15, uno de los amigos de la célula guerrillera, que era músico, me dio una serenata en casa de mis padres.

En la escuela político militar no logré estar mucho tiempo, ya que mamá visitó a quienes conocía cercanos a mí y en tono amenazante les dio un plazo de 24 horas para que yo apareciera, de lo contrario les echaría la policía. Y fue así como regresé a casa y puedo hoy contar esta historia.

También me vinculé a un grupo de teatro llamado Simacota, en donde representábamos la muerte del Che. Era una época de mucha euforia, en donde soñábamos con un país mejor y en la búsqueda de ese sueño nos convencimos que, si era necesario, hasta la propia vida la ofrendaríamos por lograrlo. Una niña de 14 años y a lo largo de los 20 años subsiguientes, que se convence de «ofrendar la vida por ver un país mejor»: menos pobreza, más oportunidades para los menos favorecidos, más equidad.

Era la época de auge del movimiento guerrillero en América Latina y como jóvenes y con nuestros sueños a bordo iniciamos una guerra contra el sistema y contra todo aquel que lo representara, quienes eran considerados como objetivo militar. De esos jóvenes quedamos algunos, que podría contar con menos de los dedos de una mano, ya que en su mayoría cayeron en combates o producto de la violencia que aparejaba en esa época que también nacía el floreciente negocio del tráfico de drogas en este departamento.

En la guerrilla duré por 20 años, hasta que el 9 de Abril de 1994 decidí ser parte de uno de los grupos que se llamó Corriente de Renovación Socialista, que adelantaba para ese entonces negociaciones de paz con el Gobierno Nacional y desde esa fecha hasta el presente firmé un compromiso de por vida para nunca más, ¡nunca jamás!, volver empuñar un arma o apoyar una causa política que implicara el uso de la violencia.

Salí del Caquetá en el año de 1979 y ahora que retorno en el año 2016, ya a mis entrados 55, he podido sentir hasta la médula los efectos de lo que sembramos: una guerra, que por muy justas que fueran sus motivaciones, he podido percatarme que la misma guerra aniquila en sí misma cualquier buen propósito, destruye la vida en todas sus manifestaciones, destierra, desplaza, mutila, degrada, deshumaniza a la sociedad completa.

Escuchando las historias de los jóvenes estudiantes, ahora en mi oficio como profesora universitaria, he podido sentir el dolor de los hijos de la guerra, huérfanos y desterrados, que bien podrían ser mis hijos y pienso: ¿qué país dejamos para ellos? Y me permito hablar por mi generación y en mi propia voz, para pedir perdón a estos hijos de la guerra, a mi hija Oriana y mis nietos, a mis sobrinos y hermanos, a mi madre y a mi padre ya fallecido, por tantas ausencias pasadas y presentes, perdón por dejarles esta tierra desgarrada y martirizada, a sus familias, a sus padres, a sus tíos y abuelos, a todos ellos, perdón.

Y reafirmar una vez más el compromiso asumido con la paz y porque la guerra no sea, nunca jamás, el motivo de enlutar el destino de este país que sigo soñando en que sea un país más justo y más humano para todos quienes lo habitamos.

Dennis Dussán Márquez

Docente Asociada a la Oficina de Paz

Universidad de la Amazonia

QUERIDOS AMIGOS

Hoy quiero contarles mi historia, la historia que he vivido tras estos 21 años, los cuales no han sido fáciles, pero se puede decir que con los ojos siempre puestos en la meta y con Dios al lado guiando mis pasos, he podido pararme y seguir adelante.

Bueno, mi historia empieza aproximadamente en el año 96, cuando ya tenía uno o dos años de haber nacido, en algún pueblo del Putumayo, en donde ya vivía con mis papás. Un día llegaron a tocar a mi casa, era un amigo de mi papá, el cual traía una noticia. Bien, aquella noticia iba a cambiar el rumbo de nuestras vidas: aquel amigo, que hacía parte de las filas de la guerrilla, le contó a mi papá que dicha guerrilla lo había señalado para matarlo, por la razón de que un tío había ingresado a prestar servicio militar en el ejército, con lo cual ellos se sentían amenazados y es así como mi papá no lo pensó dos veces para mandar en un bus a mi mamá conmigo en brazos y con mi hermana aproximándose a nacer, hacia la ciudad de Neiva donde habitaban unas hermanas de mi mamá, mientras él se quedaba a reunir algo más de plata; es así como él cogió rumbo al otro día.

Al estar en Neiva, mi papá logró conseguir algunos trabajos por días, pero que no alcanzaban para mantener a una joven familia. Así que tocó seguir adelante y viajar a un pueblo llamado Rovira, del departamento del Tolima donde pudimos vivir un par de años, hasta que un día un primo de mi papá, el cual vivía en Cali, Valle del Cauca, lo llamó, le contó que él y su esposa (mi tía) estaban trabajando como recicladores, con lo cual les iba bien y les alcanzaba para mantener a sus hijos. Mi papá tras consultarlo con mi mamá, decidieron que lo mejor sería que viajáramos a Cali a empezar una nueva vida y así es como a mis papás les tocó someterse a esa nueva vida, reciclando. Ellos valientemente tras recorrer largos barrios con carretas de mano se iban a las 5 a.m. y volvían a las 7 p.m. con algo de plata.

Queridos amigos, les confieso que hoy en día al ver aquellas personas que van de basura en basura recopilando lo que a ellos les sirve, reciclando, o al ver aquellas personas de escasos recursos y desplazadas, no puedo evitar pensar que un día estuvimos como ellos y por un momento y en silencio me invade la nostalgia, pero a la vez el orgullo de saber que con la ayuda de Dios hemos podido superar aquellos obstáculos que la vida misma nos ha puesto. Siguiendo con esta historia queridos amigos, les cuento que fueron tantas las dificultades y las circunstancias que vivimos, que a pesar de mi corta edad recuerdo una vez en la que nos tocó una fecha de diciembre dormir debajo de una carreta, esas de caballos; al menos estábamos en familia y eso era lo que nos importaba en ese momento.

Gracias a Dios fuimos progresando; después de un par de años mis papás, con esfuerzo y dedicación, lograron poner una micro empresa en la que ya no eran ellos los que iban de barrio en barrio, de basura en basura reciclando, si no que por el contrario solo prestaban las carretas para que otras personas hicieran ese trabajo y ellos solamente esperaran para acabar de distribuir lo reciclado y venderlo.

Tras estos años mi tío, el que estaba prestando servicio, ya se encontraba con nosotros como socio de esta micro empresa, tras esta sociedad lograron obtener bendiciones, entre ellas una volqueta que por cosas de la vida nos la robaron, un mal negocio, la inexperiencia y la ingenuidad jugaron en contra y una gran pérdida nos costó. Pero bueno, de esta gran pérdida pudimos recuperarnos… Tras 8 difíciles y cansados años viviendo en Cali, mis papás pensaron que ya era hora de una mejor vida, donde pudiéramos tener un poco más de protección ya que donde vivíamos las cosas empezaban a ponerse algo peligrosas. Entonces viajamos hacia el municipio de Buenaventura, donde mi papá y mi tío compraron un colectivo para transporte publico tipo Nissan; así pasaron un año y medio en el cual alcanzamos a obtener tres colectivos de estos, pero como si fuera cosa del destino, una vez más debíamos enfrentarnos a más obstáculos y así es como un día mis papás recibieron una llamada en la cual pedían que mis papás dieran una determinada plata o los colectivos serían quemados y quien sabe qué más podría pasar. Mis papás solo dieron una tercera parte de lo que pedían, pero después de una semana volvieron a llamar a pedir el resto de plata, mis papás se negaron y ellos tras una amenaza terminaron la llamada.

Al día siguiente, mis papás junto con la familia de mi tío decidieron que una vez más era mejor huir y viajar hacia la ciudad en Neiva, en la cual se encontraban viviendo varios familiares; una vez allí sin saber qué hacer, frustrados y con rabia nos tocó empezar una vez más de ceros, esperando que Dios volviera a traer bendiciones hacia nosotros. Por otro lado a mí me esperaba una vez más adaptarme a nuevas personas, cambiar de amigos y entrar a un nuevo colegio, tal vez todo esto era necesario para una nueva vida, una en la que pudiéramos tener todo lo que deseábamos y es así como tras el esfuerzo de mis papás al trabajar de diferentes formas y ahí en Neiva en un restaurante de una tía, siempre estuvieron juntos hombro a hombro sacándonos adelante y en busca de un mejor futuro. Un día a un familiar trajo a manos de mi papá una oferta de trabajo. Sin embargo, aún debíamos decir adiós a dos seres especiales, tras una enfermedad llamada cáncer, la cual nos arrebató a mis dos abuelos. Fueron momentos de gran dolor para mi madre y para todos nosotros, pues qué bonito regalo de navidad nos había dejado el destino antes de empezar una nueva vida, pero se dice que lo bueno de tocar fondo es que ya no puedes caer más y a partir de entonces solo te queda empezar a subir.
(Continua siguiente página – link más abajo)

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