Cicatrices de Guerra Cronopio

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CON NUEVAS ESPERANZAS

Recuerdo mi infancia, bella, de tranquilidad y de mucho cariño, nunca pasé necesidades, vivimos humildemente, pero nada nos faltaba. Aunque no sabía toda la historia de mi familia, acerca de lo que tuvo que vivir en el conflicto armado. Todo comenzó cuando tenía dos años. Nosotros vivíamos en Florencia y mi padre tenía finca en San José del Fragua. Él viajaba constantemente a pasar revisión a la finca. En ese entonces ya habían entrado los paramilitares a esa zona y mi padre tenía que ver cómo torturaban, desaparecían y mataban personas.

Había días en los que no se podía dormir por los enfrentamientos de los paramilitares y la guerrilla. La sensación de si amaneceríamos vivos o no estaba en nuestro pensamiento, ya que la casa era punto estratégico de los paramilitares para enfrentar a la guerrilla, ya que estaba en un filo y al frente, el otro filo donde la guerrilla tenían trincheras. En la vía de la vereda al pueblo, los paramilitares habían instalado un retén y todo carro que pasaba era requisado y allí señalaban a algunas personas que iban como pasajeros, los cuales se tenían que bajar y de una [**] se quedaban para asesinarlos.

Eran tiempos de mucha angustia. No se podía transitar con tranquilidad por las carreteras; y si transitaba después de las seis, no volvía a la casa vivo. Había veces que en los corredores amanecía esa gente durmiendo, todos mojados y muchas veces ensangrentados, para mi padre era muy duro soportar todas esas cosas.

Un día que bajó a la finca a pasar revisión, el mayordomo estaba asustado, porque el jefe de los paramilitares lo había mandado a llamar, pero él no era capaz de ir sólo, entonces mi padre se fue a los cambuches que estaban situados en la finca. Allí tenían trincheras, era todo un campamento. Cuando mi padre llegó, les dijo a los que custodiaban al jefe que necesitaba hablar con este comandante, como así lo llamaban. Lo hicieron pasar hasta donde estaba él y lo hicieron sentar, le sirvieron tinto, hablaron y mi padre le preguntó qué era lo que necesitaban.

El comandante le dijo que necesitaba que le diera una novilla para una comitiva y otra cantina de leche. Mi padre le dijo que sí le iba a dar la novilla pero leche no, porque era el sustento de su familia, ya que sacaba tres canecas y le estaba dando una y si le daba otra con qué iba a vivir. El comandante dijo que entendía. Cuando ya se iba a ir mi papá le dijo «que él también comía carne y que la próxima vez que quiera algo, que a ellos les llegaba un salario, que comprara, que no se aprovechara de la gente y que por favor no volviera amanecer en los corredores de la casa ya que asustaba a mi madre, a mis hermanos y a mí».

Aunque no recuerdo, porque estaba muy pequeña, ya que tenía dos años, una tarde calurosa, como ocurre en Florencia, la capital de Caquetá, llegaron a mi casa seis hombres, hicieron acostar boca abajo a mi papá, arrodillar a mi mama custodiada por un hombre alto y le apuntaba con una pistola a la cabeza; a mi tía, igualmente. Le decían a mi papá que «entregara la caleta» [***]. Mi papá le decía «de qué hablaba que él no sabía nada, ni guardaba nada».

Resulta que al frente de la casa de mi tía vivían tres muchachos y el menor hablaba muchos con mis primos. Mi tía les vendía la comida y les lavaba la ropa. El mayor permanecía en la casa. Unos meses después habían asesinado al hermano mayor y los muchachos se habían ido. A los pocos días se supo que los los muchachos eran ex paramilitares y que se dedicaban a delinquir y por eso habían asesinado al hermano mayor. A la semana después de este suceso, mi tía se trasteó para la casa de nosotros, porque habían llegado las vacaciones y ella se iba para la finca. Las investigaciones de los paramilitares ponían en sospecha a mi tía y en el porqué ella se había ido después de la muerte del muchacho, siendo ellos tan allegados a su casa. Habían muchas coincidencias, pero éramos inocentes. Mi madre les gritaba que revisaran, que ellos no tenía nada guardado. Dos hombres revolcaron toda la casa, dañaban los colchones para revisar. Yo estaba dormida con mi hermanito, mi mamá lloraba al igual que mi tía.

Los hombres, viendo que no encontraban nada, se decían entre ellos qué hacían. Mi padre se levantó y les dijo que se fueran de la casa que él no iba a permitir más atropellos y que ellos [—nosotros—] eran gente íntegra. A uno de ellos no le gustó que le hablara de esa forma, se enojó y apuntó con una pistola a la cabeza; y mi padre le dijo que «él no le tenía miedo y que ya sabía qué clase de persona era y que no fuera hacerle daño a nadie, que si tenía que llevarle reporte al comandante que se lo llevara y que iría hablar con él personalmente para que se aclararan las cosas». Uno de ellos le dijo al otro compañero que él reconocía a mi papá, pero que no sabía en dónde, entonces mi papá les dijo que él tenía una finca y que allá ellos tenía un campamento. Entonces se calmaron los ánimos y un cabecilla dijo que «ahí no había pasado nada» y se fueron.

Después de unos meses nos mudamos a la finca, aunque mi madre no quería, porque le daba miedo, pero mi papá dijo que no teníamos opción, ya que no nos alcanzaba para pagarles a los mayordomos y para vivir nosotros en Florencia. El día en que entramos a la finca con el trasteo fue terrible, la vereda estaba en pleno alboroto ya que encontraron a un fincario asesinado, degollado, en la carretera y por otro lado había desaparecido un vecino y todo el mundo estaba buscándolo. Mi papá se unió a la búsqueda. Semanas después lo encontraron ahorcado, con signos de tortura y lo más escalofriante, había sido quemado.

Mi madre quedó traumatizada. Ella no aguantó y se vino a vivir a san José del Fragua con mis hermanos y yo, para poder nosotros vivir. Yo no me amañaba, ya que en la casa que arrendamos tenía un cuarto en el que vivía un viejito y le tenía miedo. Una tarde que mi mamá se fue para el centro a mercar me dejó con mi hermano menor. Estaba sentada en el sofá viendo televisión, recuerdo que ese viejo verde se acercó, me tomó de la mano, me dijo que yo era muy bonita, me sentó en sus piernas y me tocaba. Yo gritaba y lloraba, no sé cómo, pero yo cogí y lo mordí en la mano. El me soltó y salí corriendo descalza hasta el peñón, que era el lugar en el que todas las tardes me llevaba mi hermano mayor a ver todo el pueblo.

Se llegó la noche, hasta que por fin me encontró mi hermano, ya que se acordó que era nuestro lugar favorito. Volví a casa y el viejo se había ido sin explicación alguna. Le conté a mi madre lo que había pasado, por lo que al otro día nos fuimos para otra casa. Esa casa era muy alegre, me gustaba mucho vivir ahí.

Dos años después decidimos regresar a Puerto Rico, donde teníamos toda la familia, ya que en San José no teníamos familia y quedaba lejos para estar visitando a mis abuelos; y el motivo más fuerte al venirnos era estar cerca de mi abuela, por parte de mamá, ya que hacía quince días había sido asesinado un tío por parte de la policía. Entonces, estaba mi abuela muy delicada de salud, ya ella tiene marcapasos.

La muerte de mi tío se dio a partir de una persecución de la policía, ya que él no les había hecho caso a la señal que le habían hecho de parar, debido a que no llevaba los papeles del carro y no quería que le hicieran un comparendo. La policía lo persiguió hasta que el carro se volcó. Mi tío, el menor, que iba acompañándolo se alcanzó a escapar y se escondió en una hilera de limoncillos, que se acostumbra a sembrar y se usa como cerca viva. Pero mi otro tío había quedado herido y cuando apenas se iba saliendo del carro, llegaron los policías, le dieron patadas, lo insultaron y luego lo voltearon boca arriba y le dispararon en la cabeza.

Llegamos a la vereda Buenavista que es reconocida porque la mayoría que habita allí es de la familia Betancourt. Estas tierras son planas, muy bonitas y quedan muy cerca de la casa paterna. Ya no nos sentíamos tan solos. Íbamos los domingos soleados con toda la familia a bañarnos al río Esmeralda, el cual pasa por la mayoría de las fincas de esta familia.

Ya cuando pensábamos que todo iba a ser más tranquilo, mi papá fue postulado por la comunidad para ser presidente de la Junta de Acción Comunal y presidente de una Fundación que la comunidad había conformado en la vereda. Desde ese momento comenzaron a llegarle los milicianos a traerle razones de la columna Teófilo Forero de las FARC, que mandaba en la toda la zona de la cordillera.

De igual forma, el frente 14 que comandaba toda la zona plana y convocaba a reuniones para pactar acuerdos de cómo iban a trabajar, la cuotas de las vacunas [****], cuánto iban a pagar por cada litro de leche producido y de esta forma ellos dejaban entrar los carro tanques de Nestlé, ya que hacía unos días atrás, en la vereda habían salido unos guerrilleros a quemar uno carro tanque. Y ese era el acuerdo que tenían con los campesinos en toda la zona, que era conformada por 12 veredas.

Viendo tanto peligro que había, por motivos que la guerrilla no se podía enterar que algún integrante de la familia estuviera prestando servicio militar, ni mucho menos que estuviera haciendo la carrera militar, ya que hacía poco habían asesinado a una familia porque la guerrilla se había enterado que el hijo estaba prestando servicio militar y estaba de vacaciones en la finca, llegaron y asesinaron a casi toda la familia. Se salvó el padre y los dos hermanitos menores que no estaban en ese momento en la casa. Entonces nos daba mucho temor, ya que mi hermano estaba estudiando la carrera de oficial de las fuerzas militares. No podíamos hablar que teníamos un hermano [en el ejército] a los particulares, sólo se sabía en la familia allegada.

Decidieron mis padres llevarme a vivir al municipio del Doncello con mi abuela para que pudiera estudiar el bachillerato. Iba muy poco a la finca, siempre venían mis padres a visitarme. Estudié hasta noveno y luego me vine para Florencia, donde culminé mis estudios.

Cuando comenzaron los diálogos de paz en el año 2012, todo se tranquilizó, ya no volvió a molestar la guerrilla y ya podíamos transitar sin temor alguno por las carreteras en la noche. Mi padre es unos de los que siempre ha estado de acuerdo con los acuerdos de paz, ya que dice que «se puede vivir en tranquilidad» y que «se viene una época de muchos cambios, pero que no va ser a corto plazo».

Pienso que esto va a llevar tiempo, porque todos tenemos que perdonar y aportar un granito de arena, para que nuestro país viva en paz, porque nosotros los colombianos estamos llenos de rencor y de esa forma siempre vamos a estar con inconformidad, individualismo, de querer tener más que el otro vecino. No nos solidarizamos con las demás personas, queremos que nos tengan en cuenta por tanto daño pero no pensamos que los integrantes de este grupo armado son de igual forma víctimas de todo este conflicto, que ha habido durante casi cincuenta años a causa de la desigualdad social que tenemos; y nosotros los jóvenes de una nueva nueva generación somos lo que tenemos que dar el cambio para poder ver nuestro país como siempre lo hemos idealizado.

Jessica Patricia Betancur Morales

Programa de Derecho

Semillero Inti Wayra-Universidad de la Amazonia

NOTAS:

[*] «Policía acostado» es un colombianismo para referirse a un resalto vial. N. del e.

[**] «De una» es una locución adverbial para expresar «inmediatamente». N. del e.

[***] «Caleta» es colombianismo para escondite de algo, generalmente armas, dinero o drogas. N. del. e.

[****] Nombre utilizado para identificar los dineros que exigía las FARC a los pobladores.

* * *

La columna Cicatrices de Guerra Cronopio recoge relatos de jóvenes sobrevivientes del conflicto armado colombiano, estudiantes de la Universidad de la Amazonia y de lideresas del movimiento de víctimas, construidos desde el Semillero Inti Wayra, la Oficina de Paz y la Cátedra de Sociología Jurídica de la misma universidad. Estos relatos aparecerán en el libro «Huellas de una historia, voces que no se olvidan».

 

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