Periodismo Cronopio

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Istambul

ISTANBUL

Por Henry Posada Losada*

Para Nedim, poeta de Estambul.

«Árbol es el reflejo de la luna en el agua
es el “ciprés de plata”, su titilante luz.
Lo que Essenin el de Riazan amaba
eran los abedules melancólicos
como gráciles cuerpos de muchachas».
(Nâzim Hikmet).

Llegué a Istanbul en abril de 2020, percibí la apacible calma de su cielo donde ondeaba la luna roja del pabellón otomano, contemplé como un bobo maravillado; todo constituía un aletazo de maravilla, sabía que vendrían sin duda experiencias más ricas, pero desprovistas de ese primer aletazo de maravilla que es sentir la presencia del mar de Mármara con sus cosmogonías, dividiendo la parte asiática de Turquía de la europea a través del Bósforo y los Dardanelos; todo colmaba mi gran necesidad de asombro: Contemplar los Minaretes (seis) donde me esperaba la alucinante Mezquita azul con los 21.043 azulejos usados en su construcción y las alfombras infinitas tejidas en los telares imperiales; y como en un cuento de Las mil y una noches, el harem (en árabe, cosa prohibida, reservada) de Solimán el magnífico, con sus concubinas y odaliscas, jóvenes traídas de los países conquistados; caminar por la abigarrada calle Istiklâl, cruzada por un tranvía, con cafés que invitan al bello magisterio de la palabra, y puedes escuchar a Demet Akalin, cantante estambulí con ese registro nasal delicioso que me llevó a visitar las páginas del Cielo protector, novela de Paul Bowles, y recordar las imágenes sobrecogedoras del hermoso filme de Bertolucci Té en el Sahara, adaptación de la novela, donde aparece el mismo Bowles. En el café de Pierre Lotti saboreé un espeso y fuerte café turco y probé un panecillo con sésamo: el popular Simit. Caminar sin rumbo, como un extranjero mirando tiendas y pasajes con restaurantes donde puedes disfrutar de la exótica y exquisita gastronomía turca.

A pocos metros de la imponente Mezquita azul se asoma a saludarme Santa Sofía, una de las más hermosas construcciones de Estambul. Quiero atesorar esta visión, siento su belleza con todo el cuerpo, es una sensación física. Joya de la arquitectura bizantina, tiene más de 1.400 años de historia. En el siglo XI fue una iglesia cristiana, en el XV fue convertida en mezquita, y desde 1935 es un museo. Me siento a contemplar su magnificencia, sus íconos cristianos, frescos de Cristo y La Virgen María al lado de los medallones del Islam, cruzo su soledad fecunda, reposadero y a la par acicate para el ánimo, oigo las voces de los cánticos religiosos musulmanes y me sobrecojo.

De mañanita tomo un autobús y salgo para la región de la Capadocia. Son ocho horas que nos convidan a lanzarnos al horizonte que se nos pierde de vista según se gana, que no se pierde en el cielo: que nos llama al más allá. Y es que el horizonte terrestre se funde con la bóveda azul celeste como la llamó Shakespeare y se enlazan. Capadocia la famosa zona rocosa significa «tierra de caballos». Su origen: durante la era terciaria entraron en actividad varios volcanes, sus erupciones duraron hasta el Holoceno (período actual). Las lavas expulsadas formaron un estrato de toba de dureza variada, sobre las planicies, lagos y accidentes fluviales; este estrato también contenía piroclastos geológicos como cenizas, basalto, bombas volcánicas etc., etc., que modelaron el paisaje hasta formar las actuales estructuras. En este lugar recordé los versos de don Pablo Neruda en su Canto General: «Alguien que me esperó entre los violines/ encontró un mundo como una torre enterrada/ hundiendo su espiral más debajo de todas/ las hojas de color de ronco azufre:/ más abajo, en el oro de la geología, / hundí la mano turbulenta y dulce/ en lo más genital de lo terrestre». Aquí pude entrar a las Chimeneas de Hadas, el agua de las inundaciones al abrirse camino en las inclinadas laderas, causó el desprendimiento de rocas y la aparición de profundas grietas en el estrato de toba; se formaron a lo largo de los años, por estos movimientos, y con el desgaste, unos cuerpos cónicos con este nombre. Aquí en la Capadocia hay formas como de champiñón, columnas o formas puntiagudas en las rocas. Es un lugar donde los geólogos, mirando sus características morfológicas, harían sus estudios, pero para mí fue una experiencia visual, como si hubiera aterrizado en otro planeta.

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Y no podía faltar la experiencia de subirse a un globo, como el la novela de Julio Verne Cinco semanas en globo, para mí fueron solo horas ascendiendo en un hermoso globo gigante de colores desde donde pude apreciar toda la región de Capadocia, la tierra desértica, rocosa, rompiendo el alba, cuando el sol iba a salir de la tierra… Seguí soñando todo el día antigüedades prehistóricas, cuando esto acaso fue un lago, después erupciones de volcanes, terremotos.

Como diría Jack Kerouac, en En el camino, esta vez hacia el Éfeso, recalé en Pamukkale o Castillo de algodón, desnudé mis pies para caminar por las cascadas de piedra caliza y travertina blanca de donde manan aguas termales y donde un paisaje de luz y sombras te ensimisma; justo a su entrada está Hiérapolis, una ciudad construida a finales del siglo II a. C., con ruinas muy bien conservadas, a pesar de varios terremotos que la han sacudido; un teatro y una necrópolis situada sobre el antiguo Monte Pion y el Coresso… Un poco fatigado de tantas emociones llegué al Éfeso, una de las ruinas mejor conservadas de toda Asia menor. Contemplé la biblioteca de Celso, construida para guardar 12.000 pergaminos, caminé por ella y recité en voz alta a Neruda, de nuevo de su Canto General, Los Hombres, muchos turistas se detuvieron a escucharlo y aproveché para poner mi sombrero de perdulario y esperar algo de liras para el hospedaje; por ahí mismo estaba el templo de Artemisa (una de las siete maravillas de la Antigüedad), o el gran teatro que acogía a 24.000 personas. Calles, gimnasios, dioses que dan fe del antiguo esplendor de esta ciudad fundada por los Jonios en el siglo X a. C. y que tuvo todo su esplendor en la época romana.

El Cuerno de oro inspira sosiego donde recalan los barcos. Ofrece una vista de ensoñación, me he sacudido la siesta del bochorno canicular y solo quiero vagabundear por Istanbul. Pienso que azarosamente puedo tropezarme con Fatih Akin, el realizador de una película que amo: Contra la pared, o sentarme en un café y encontrarme con Orhan Pamuk, el escritor de novelas como La bastarda de Estambul o Una sensación extraña. Tengo conmigo Me llamo rojo y leo: «Me sonrió con dulzura porque yo también sonreía con una sensación de desahogo…» sentado en un banco fuera del bullicio de las vías por donde trajinan tranvías y carros —esos carros donde suelen ir algunos que atacados de topofobia—, huyen de todas partes, encuentro en los bancos descansando a mortales que nada esperan, y alguno como yo, cansado de tener que descansar; es maravilloso viajar sin prisas, solo con el padecimiento de dromomanía, recuerdo al escritor de Viva la música (Andrés Caicedo), que decía: «Cuando estoy angustiado, desesperado, necesito urgentemente desplazarme, ponerme en movimiento…» No comparto esta premisa, viajo porque el viaje es un proceso que se gana contra el hábito… Quise husmear en un inmenso pasaje que resultó ser El bazar de las especias en Eminönü, sus exóticos aromas enloquecieron mis sentidos y en la tienda de Jordi, un turco eufórico, me zambullí en ese holgorio popular, el azafrán, sumac y curri, el té de manzana, pistachos, nueces, los cálidos colores de las especias, la música y esa suerte de Babel me produjeron la sinestesia. Ese mercado quedó tatuado en mi memoria. Este lugar que alguna vez se llamó Bizancio, luego Constantinopla y fue capital del Imperio Romano, del Imperio Bizantino y del Otomano siempre estará en mi corazón.

«Caminante no hay camino se hace camino al andar/ al andar se hace camino y al volver la vista atrás se ve la senda que nunca se ha de volver a pisar», cantó don Antonio Machado y cantando tomé un autobús para San Petersburgo.

Tal vez llegue una tarde
En que pueda beber tranquilo
En alguna ciudad vieja
Donde morir más feliz:
Pues soy paciente y sé esperar!

(Arthur Rimbaud).

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¿No te ha acontecido, lector amigo, sentir ansiedad de huir de la actualidad embargante para buscar la ensoñación, la poesía? como dijo Oscar Wilde: «Necesito el ensueño, lo fantástico/ Admiro las sillas japonesas por que han sido hechas/ para no sentarse en ellas».Llegué a recogerme en la absolutamente hermosa y sosegada San Petersburgo, tras los pasos de mi maestro F. Dostoievski, quien penetró como nadie en el alma del hombre, esa pasión inútil, simultáneamente zarandeado por impulsos criminales y destructivos, y por sentimientos de amor universal y panteísta… Como digo la ciudad deslumbrante, el majestuoso río Neva cruzando la ciudad. Por estas calles se puede ir soñando sin temor a que le rompan a uno el ensueño; San Petersburgo, una ciudad litoraleña europea con rectas calles, canales, atracaderos, fuentes, donde no pasan las horas, se deslizan y el alma se entrega a la contemplación; caminar por la plaza del palacio, inconmensurable, bajo un cielo azul diamantino y vagar sin rumbo sin que ninguna actividad aturdidora te distraiga, la magnífica columna de Alejandro en cuya cúspide un ángel contempla la inmensidad; quien camina desprevenidamente por la calle Bolshaia Morskaia debajo del imponente arco del Estado Mayor General buscando el palacio de invierno, como una exhalación aparece uno de los mayores paisajes arquitectónicos del mundo… Y uno anonadado enmudece ante la magnificencia de esta plaza con la columna de Alejandro en el centro, la soberbia arquitectura barroca del frontispicio en la espaciosa plaza, con las ventanas del palacio de invierno… Y es que en San Petersburgo recalaron talentosos maestros que construyeron edificios mejestuosos como Carlo Rossi, Auguste Montferrand, Francesco Bartolome Rastrelli, Jean-Baptiste Vallin de la Mothe, Trezzini.

Me hospedé en el hotel Vasiliesvsky, con fantasmas propios como los del teatro Roxi de la famosa canción de Serrat. Esperé en la noche oír los leves pasos de Tolstoi, Chéjov, Turgueniev, Gogol, el hotel viejísimo era perfecto para un escritor en ciernes como yo. Al día siguiente salí resuelto a buscar la casa de mi maestro F. Dostoievski, había leído la hermosa novela El Maestro de Petersburgo de J.M.Coetzee y desde Colombia tenía en mi itinerario ese lugar que habría de ser revelador. En la Universidad del Valle mis amigos sé que me recuerdan por que durante muchas semanas llevé su novela fundacional «Crimen y Castigo» a todos lados. Caminaba por la calle por donde Raskolnikov alucinado iba en busca de la vieja prestamista. ¿Es posible matar a alguien perfectamente superfluo, alguien a quien nadie quiere, un ser no solo insignificante, sino incluso dañino, atormentado por el arco del hacha homicida? Y llegué ansioso a la casa de Dostoievski, mi maestro… subí las sombrías escalas y pude contemplar su austero escritorio, la pluma con la que escribió el entramado de sus novelas, Los hermanos Karamazov, El idiota, El adolescente; sentí la vívida presencia del Maestro de Petersburgo, su agitada respiración y con veneración contemplé el lóbrego recinto donde discurrió su intensa existencia. Pushkin era la antítesis de Dostoievski, gozaba de una vida cómoda, era el poeta oficial, acogido por la gran sociedad de San Petersburgo.

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La experiencia de visitar el Hermitage quedó tatuada en la memoria, la colección privada que fueron adquiriendo los zares durante varios siglos alberga pinturas del Renacimiento, de Maestros como Michuelangelo Buonarroti el gran Miguel Ángel, Caravaggio, Leonardo Da Vinci, Tintoretto, una monumental pinacoteca y su complejo de museos con más de tres millones de obras de arte que quedaron tatuadas en la retina, se necesitarían meses para detenerse en cada detalle, en las obras de los grandes maestros.

«De mi muerte, no se culpe a nadie, y por
Favor, sin comentarios.
Al difunto le molestaban enormemente.
Mamá, hermanas, camaradas, perdonadme,
—No es un método—
( No se lo aconsejo a nadie), pero no tengo otra
Salida».

(Vladimir Maïacosvski).

En tren salí para Moscú, me encanta su traqueteo, en Colombia solía tomar el Expreso del sol Bogotá-Santa Marta; habría querido subirme al Transiberiano y llegar a Mongolia, China, Corea del Norte con su dictador, sé que lo haré. Atravesar los campos rusos sembrados de trigo, maíz, cebada, patatas; me traía la imagen del conde León Tolstoi. ¿Cómo fue su vida campesina con la servidumbre a quien le legó fanegadas de tierra?… Llegué a Moscú una tibia tarde de agosto, deslumbrado por sus amplias avenidas, por las cúpulas de sus iglesias ortodoxas, quería visitar el Mausoleo de Lenin, la catedral de San Basilio, en La Plaza Roja. Hacia allá me dirigí, había tenido un sueño mucho años antes de este espléndido viaje, miraba las cúpulas de las iglesias ortodoxas y se escuchaba la música de los nacionalistas rusos, Borodin, Glinka, Mussorgsky… De quien no dejo de escuchar Cuadros de una exposición, se había materializado el sueño y caminaba por la Plaza Roja, me senté en el café Bosco a saborear un café y tener otra perspectiva de la Plaza Roja, soy fetichista y conservo una hermosa servilleta de ese lugar, canté el tema famoso de Gilbert Bécaud, Nathalie… Moscú me sedujo, quería ir al Nuevo Centro Iberoaméricano de Cultura, leer mis poemas, me daba vértigo pensar en todos los lugares de esa hermosa ciudad que quería visitar, pude ir a Kolómenskoe, la antigua residencia suburbana de los grandes duques y zares de Rusia, situada en la elevada orilla derecha del río Moscova. Quedé deslumbrado por sus aposentos, sus torres, torretas, iglesias, las hermosas fuentes y el campo verde con jardines rodeando los edificios.

Moscú es una ciudad para quedarse varias semanas y solo tenía la posibilidad de unos días. Fui a la avenida Karl Marx y abracé la enorme escultura del pensador a quien sigo admirando, así el marxismo para muchos sea anacrónico; un sueño que tuve siendo apenas un muchacho era estudiar cine en Moscú, conocí un panameño loco que me hablaba maravillas de su escuela, el Moscow Film School, y mirando sus estudios sentí deseos de llorar, era un sueño frustrado, pero me quedaba todo el cine de Andréi Tarkovsky, Sergei Eisenstein, Nikita Mijalkov… Quería ir al teatro Bolshoi a ver un grupo de ballet ruso y ¡qué experiencia estético-audiovisual! Los rusos desde el vientre materno están bailando El lago de los cisnes, Cascanueces, El pájaro de fuego… Levitaba aquella noche.

Mi periplo por Moscú terminó en el café Pushkin, donde Gilbert Bécaud, recreó su inolvidable canción. Volveré a Moscú seguramente, donde están mis amores literarios, cinematográficos, musicales, a quienes puedan viajar, no dejen de visitar la amada Rusia, que colmará todas las expectativas de quien tiene esa poderosa necesidad de extrañamiento.

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* Henry Posada Losada ha sido «periodista estrella» de la cultura, como lo nombraban en el Canal Capital. Dirigió el programa «Amaneciendo» en Señal Radio Colombia y también dirigió el Diplomado de La fiesta de la lectura con la Universidad Pedagógica. Actualmente dirije el programa Tintos y Tintas «El bello magisterio de la palabra», que se emite hace 25 años por las hondas hertzianas de varias radio-estaciones culturales, originando en la emisora de la Universidad Nacional de Colombia en Bogotá 98.5 FM con retransmisión en U.N. Radio Medellín 100.4 F.M., leyendo las creaciones de los grandes novelistas e invitándolos a conversar en los micrófonos de U.N. Radio. Se dedica a la escritura de novela y poesía. Fue ganador del concurso de cuento de la Universidad de los Andes con «Sandro de América» en el año 2014.

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