Literatura Cronopio

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LA CONDENACIÓN DE CATALINA

Por María del Rocío Luelmo Vargas*

Amaneció lloviendo. Aún llueve quedito, constante, el cielo es un tapiz inmenso que proyecta su luz sin sol, mortecina y gris, sobre todas las cosas. El camión nos traquetea de bache en bache, reabiertos más profundos en esta época de lluvia. Veo a la mujer de siempre frente a mí. De espaldas, invariablemente. Su cabello largo, negro, opaco, como pelos de caballo, hasta la cintura. Tiene una columna encorvada incorregible. A veces veo sus manos, cuando sacude su pelo, son huesudas y un poco torcidas. Sé bien que es la mujer más infeliz que haya nacido, lo sé bien porque ella soy yo. Nací maldita, desconozco las razones. Toda la vida me he visto a mí misma, de espaldas, siete segundos adelantada en el futuro. Es como una proyección de mala calidad, transparentosa.

Algún idiota intentó hacerme ver un día lo afortunado del fenómeno y me enlistó una serie de ventajas absurdas de ver el futuro: se podrían evitar errores, se abolirían los hubiera tortuosos de la vejez, entre otras maravillas. Tonto y más tonto. El futuro inmediato no sirve, sólo es una angustia estirada hasta el límite de la perdición. Aunque sepa lo que va a suceder no puedo modificarlo, es demasiado cercano y eso le da la fatalidad de lo profético, lo profético exprés. Esa mujer escuálida y horrorosa que se me adelanta vive mi existencia por mí. Me la roba, me la arruina. Por eso se me van los días durmiendo o leyendo. Cuando duermo ella no está en mis sueños, vivo un presente libre, de hermosa incertidumbre, de sorpresa en sorpresa. Cuando leo es igual. Desaparece mi realidad echada a perder, viajo a otros lugares y otros tiempos y Catalina la maldita se vuelve otros.

Ahí está. La otra Catalina se ladea sobre el asiento, reacomoda sus nalguchas, se soba la espalda baja. Ahora comienzo a sentir un dolor agudo en el coxis. Me ladeo sobre el asiento para reacomodar mi postura y me sobo la espalda.

Una señora gorda cargando casi una docena de bolsas de plástico ha subido al camión y quiere ocupar el asiento a mi lado, donde he puesto mi portafolio. No pienso quitarlo, la otra Catalina me lo confirma con su inmovilidad. La señora finge una tosecita, pero las Catalinas permanecemos inmutables catorce segundos en total.

Hoy amanecí extraña, muy extraña. Cuando abrí los ojos a la resolana del amanecer nublado se me tumbaron los ánimos más abajo que el piso, donde suelen estar. Veo a la Catalina del futuro y siento la lágrima al filo del ojo, porque hoy en particular me ha dado por ahondar en el pavor que me implica conocerme siete segundos después. Es un pavor que me tortura desde niña, aunque entonces era vago. Cuando crecí y me adentré en las novelas se me reveló con total lucidez, con la desesperación más agotadora de llevar sobre el cuello. Lo desentrañé cuando leí Ana Karenina.

La revelación fue en el momento de la historia cuando Ana se arroja a las vías del tren, pero el golpe no es inmediato y tiene unos segundos para arrepentirse. Cuestión de segundos, nada más. Quiso escaparse de la muerte, intentó levantarse de las vías y no pudo. La muerte la embistió dándole sólo el cruel tiempo suficiente para padecer el pánico de lo inevitable. Quizá fueron siete segundos, precisamente. Así voy a sufrirlo, no hay duda, he tenido probadas. A los seis años trepé un árbol, una jacaranda solitaria en medio del parque descuidado y siempre vacío porque vivimos en una colonia vieja de gente vieja. Fue lo más temerario que había emprendido. Había visto a la otra Catalina lograrlo siete segundos antes, por eso mismo no tuve miedo. No recuerdo otro instante en mi vida de haberme sentido tan motivada con mi maldición, estaba orgullosa y llena de poder. No bien me había puesto cómoda sobre la rama enseguida me vi caer, la otra Catalina rodó por la tierra. Me aferré al árbol y apreté mis dientes con toda mi fuerza, pero la rama se partió: costilla rota y pulmón perforado. Aquel día no comprendí el terror esencial detrás de lo sucedido, ese revelado por Karenina. Sin embargo, ya no hubo más juegos en el parque ni voluntad suficiente para salir a donde fuera. Por eso leo y duermo. Espero que la muerte me atrape durmiendo, que entre de puntitas, gentil, cariñosa como mi madre, y me lleve en silencio. ¿Por qué mis pensamientos se me enrollan hoy en lo mismo? ¿Por qué esta espiral asquerosa? Me siento extraña.

La señora de las bolsas ahora bufa a mi lado. Volteo a mirarla con toda mi capacidad para la apatía. Pongo un brazo sobre mi portafolio, asegurándolo, nadie va a sentarse ahí. La señora alza las cejas, sorprendida, menea la cabeza y bufa de nuevo con desdén.

Acaban de bajar varias personas en una de las paradas. Al fin la señora se acomoda dos asientos atrás. Ahí está, nada le costaba esperarse. Cuando subió al camión estaba hablando consigo misma, se nota [que es] de aquellas cotorronas alegres sin fin de palabra, de esas que van hilando cada problema de su vida de forma exageradamente simpática, sabiendo que son líos gordos pero tratándolos como si fueran cualquier cosilla. No estoy de humor para un parloteo así. Rara vez lo escucharía de buena gana, pero hoy en específico amanecí más irritable, o irritante, según la perspectiva.

Mi cabeza no se calla por lo mismo. El hombre luchando contra su paraguas, el perro rastoso revolcándose en el charco, los rostros caídos de la gente en sus coches, atorados en el tráfico característico de la lluvia, nada logra distraerme lo suficiente. Después del semáforo en rojo la ciudad se borronea rápida en hilos plomizos, indolente también ante los pequeños espectáculos de cada esquina.

Suspiro. De verdad intento sobrellevar una vida ordinaria, aunque sea un suplicio. Vengo de regreso de la facultad, por ejemplo. Es el único lugar para el cual salgo de casa, y lo detesto. Me encorvo y procuro desaparecer entre la gente, no quiero relacionarme con nadie. Para qué, si al final se reduciría a la mera predicción de una amistad, un romance, un cariño. En todo momento sé lo que los demás harán, lo deduzco por cómo reacciona mi proyección del futuro. Hace rato, antes de salir de clase, supe lo que el profesor preguntaría antes de abrir la boca, porque la otra Catalina levantó la mano y dijo la respuesta.

Miro a la otra Catalina voltear sobre su hombro, como si quisiera observarme directamente. Eso es imposible, algo más ha de llamarnos la atención. Volteo hacia atrás y comprendo todo. La mirada intensa de la señora gorda se concentra sobre mí, es casi palpable ese rencor telepático. Me da un poco de risa. Es posible que ella lo note y eso la enfurezca más.

Al fin, mi parada. Se hará la caminata de una cuadra y pronto estaré en casa. Me doy cuenta por el rabillo del ojo que la señora gorda se levanta también. La otra Catalina se apresura corriendo a la salida. Pienso que sí, en efecto sería divertido adelantármele a la odiosa y salir antes que ella, al cabo se mueve toda torpe y pausada, fatigada de sí misma y su cargamento. Corro a la puerta trasera del camión, choco contra algunas de sus bolsas al pasarla de largo. Escuché una mentada de madre, me dan ganas de reír más.

Se abre la puerta del camión, golpean mi rostro el aire frío y el rocío de lluvia. Bajaré los escalones muy lento para exasperar a la señora, se encuentra justo detrás de mí rebotando sus bolsas de plástico contra mi espalda, con su odio desplegándose en ondas de energía.

Bajo el primer escalón, imitando la cámara lenta. Vamos señora, exaspérese, exaspé… ¡Mi cabeza! ¡Por dios, mi cabeza! ¡La otra Catalina se cayó! ¡Nos han aplastado la cabeza! ¡Una maldita motocicleta se acerca, viene sobre la banqueta de peatones! Me aferro a la puerta, por favor, por favor. Esperanza. Atoro el pie, ¡por favor!

—Ya no te hagas pendeja y bájate flacucha.

Detrás de mí, con su barriga, la señora me empu…

_____________

* María del Rocío Luelmo Vargas (seudónimo: Romina) es Licenciatura en Letras Hispánicas por la Universidad de Guadalajara. Publicaciones: Antología internacional de cuento Cada loco con su tema (2012) de editorial Benma, antología internacional de cuento Lujuria (2013) de editorial Benma, reseña crítica sobre la escritora mexicana Elena Garro, publicada en revista Hýbris:

https://hybrismag.com/la-diversidad-no-es-una-virtud-masculina-la-culpa-es-de-los-tlaxcaltecas-de-elena-garro/

Concursos: Finalista del premio Sahuayo de literatura (2013), finalista del concurso Todos somos inmigrantes (2017).

Ha sido miembro del consejo editorial de la revista Himen (2013-2015), asistente de investigación en CICELEM (2015), tallerista de escritura creativa para la Feria Internacional del Libro de Guadalajara (2016). Actualmente es correctora y traductora de textos.

 

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