Mundópolis: Crítica de la sinrazón impura

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LA (I) LEGALIDAD DE NUESTRAS RADICALES (IN)CULTURA Y (A)HISTORICIDAD

Por Jorge Machín Lucas*

En los sacrosantos centros investigadores del saber y del trágala dicen que una de las mejores maneras de progresar científicamente es uniendo diferentes disciplinas y métodos teóricos. Así está casi garantizada la originalidad como mínimo, aunque no necesariamente lo están la fiabilidad ni la razón. Y eso se ve en el hecho de que mediante la unión y el trabajo conjunto de nuestras élites culturales, de nuestros políticos, de nuestros banqueros, de nuestros religiosos, de nuestros prebostes de la moral, de ciertos lobbies y de los que se manifiestan contra todos ellos somos más (in)cultos y más (a)históricos. No hay nada más novedoso. ¿Qué es lo que se pretende evocar bajo estas afirmaciones de signo tan aparentemente ambiguo y antisistema? Pues que nuestra cultura y nuestra historicidad avanzan a base de la síntesis generada por la interacción entre la tesis oficial de los vencedores o mandatarios y la antítesis de los perdedores o disidentes. Y que ninguna de ellas está en posesión de la brújula o faro de la gran lógica sino más bien al servicio de los intereses de poder y de las soluciones y componendas a corto o medio plazo. Y, en pocas palabras, eso ha hecho que vivamos en una gran mentira a la que llamamos verdad (la realidad y lo racional) y en otra gran verdad a la que llamamos mentira (la irrealidad y lo irracional).

En este contexto irrefutable se encuentran nuestras tradiciones culturales e históricas, producto y también origen de más de nuestro «(im)pensamiento». Sus contenidos son necesarios como reto y enriquecimiento intelectual y como manera de integrarse en una comunidad pero no hay disciplinas más embusteras y manipuladoras que ellas. Las han parido la experiencia, la ignorancia y la imaginación popular, las han criado los intereses bastardos, se han vendido de adultas al mejor postor y para ello se han vestido y perfumado de manera tan seductora como estrambótica. Pueden adular o censurar al poder pero acaban siempre aspirando a ser beneficiadas por él, sobre todo en lo económico. Las teorizaron, sistematizaron, codificaron y remodelaron muchos intelectuales orgánicos con la intención de legitimar el legado de sus ancestros, sus propios intereses y los de los suyos. Y las expandieron desde las escuelas y desde sus productos (in)culturales como son los libros, los periódicos, las películas, los discos, los museos, los clubs deportivos, etc. Sus contenidos, en su (des)honestidad (a)histórica, tratan de ser un mal menor, una ética de mínimos, una apuesta antientrópica. Quieren ejercer control social, mantener cierto orden en un sistema propenso al caos y favorecer un sistema de castas al idealizar determinadas colectividades pero de esa manera generan cierta entropía psicológica y de identidad a nivel individual al aborregarnos y al castrar nuestros instintos más elementales.

¿Qué es lo que ha sucedido, por ejemplo, con los discursos históricos, artísticos o críticos de toda índole y laya? Pues que se han articulado para defender porciones de (ir)realidad sesgada o intereses de grupúsculos como pueden haber sido los nacionalistas. Las idealizaciones o falsificaciones de textos recorren todas las bibliotecas, no solo la Internet. Muchos de ellos han sido usados tendenciosamente para definir nacionalidades, comunidades lingüísticas o tendencias políticas más bien patrioteras cuando su alcance sin duda era más universal. Eso es lo que ha venido sucediendo con clásicos tales como El Quijote de Cervantes, el Hamlet de Shakespeare, el Cancionero de Petrarca o La Divina Comedia de Dante Alighieri e incluso con buena parte de la novelística decimonónica utilizada para demostrar cómo se construyen nuevas naciones o sentimientos patrios. Y asimismo mucha historiografía se ha dedicado a defender y a justificar determinadas posiciones ideológicas de todo signo antes que aspirar a reconstruir unos mínimos aceptables de realidad desde datos fiables. Datos que, por cierto, se nos venden como oficiales pero que no son más que oficiosos y a veces ficticios.

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Existe en literatura catalana la discusión acerca de quién fue el autor de la novela de «caballería humanística» titulada Curial e Güelfa, si Íñigo Dávalos del siglo XV o su «descubridor» el filólogo Manuel Milà i Fontanals del XIX, paternidad esta última defendida por los filólogos Jaume Riera i Sans y Rosa Navarro Durán. ¿Fue acaso un intento de crear un texto supuestamente encontrado para aportar más pruebas que defendieran para el nacionalismo catalán la existencia de unas grandes literatura, cultura e historia catalanas, algo que ya garantizaban por cierto las colosales obras de un Ramon Llull y de un Ausiàs March —que por cierto escribieron en catalán aunque eran de los medievales reinos de Mallorca y de Valencia respectivamente—? ¿Fue el hecho de que estos dos últimos grandes clásicos no fueran catalanes uno de los que pudo motivar tal posible falsificación histórica? Algo similar ha defendido el literato y ensayista vasco Jon Juaristi con respecto a las conexiones entre literatura, mitología y mitografía nacionalistas en libros tales como El linaje de Aitor. La invención de la tradición vasca (1984), El chimbo expiatorio (la invención de la tradición bilbaína, 1876-1939) (1994) o El bucle melancólico. Historias de nacionalistas vascos (1997). Allí está, entre muchos otros, el caso del vascofrancés Joseph-Augustin Chaho, algunas de cuyas obras son precursoras del independentismo vasco y de sus mitos, como su Aitor: leyenda cántabra de 1845.

Y todo esto lo promueven, fomentan y venden a la carta ciertas élites burguesas de esas zonas periféricas de alto riesgo independentista que controlan la (in)cultura y la (a)historia con su dinero y que no quieren pagar impuestos a la capital, en este caso, Madrid. Dando imagen de filantropía, se trata de mantener beneficios económicos de los que ya tienen el poder en sus manos o en sus venas. Para ello, creando nuevo pensamiento único, argumentan y desarrollan teóricamente hechos diferenciales exclusivistas que se basan en lenguas, en culturas, en rasgos externos y hasta en los ADN mientras hablan de poblaciones autóctonas genéticamente homogéneas, como si esos fueran auténticos lazos de fraternidad en un mundo globalizado y «glocalizado» de insaciables egos y de auténticos intereses supracomunitarios y supraidentitarios. Además, el que ha viajado sabe que las diferencias formales producen ligeros cambios en los contenidos que nunca son lo suficientemente profundos como para dejar de hablar de los mismos temas de siempre: el yo, los sentimientos, los deseos, las ambiciones, el poder, el eros o el tánatos. Dentro de esas estrategias de (in)culturización podemos incluir tanto las menos intensamente centrífugas del independentismo de Galicia como las muy centrípetas de zonas unionistas del resto de España y de cualquier Estado nacional aceptado internacionalmente. Para ser más cultos y más históricos, aunque no del todo, habría que mezclar en uno solo los discursos nacionalistas catalanes de un Valentí Almirall, los vascos de un Sabino Arana, los gallegos de un Alfonso Daniel Rodríguez Castelao y los españolistas de un Ramiro de Maeztu o de un Ernesto Giménez Caballero.

Algunas razones de tantas mentiras «reales y racionales» son los egoísmos organizados endogámicamente; el formar grupos de interés, de poder y de presión transgeneracionales, usando los sentimientos incubados por sus miembros desde la más tierna infancia (momento de escasa «racionalidad» y de máxima capacidad de absorción) y el mayor entendimiento operativo que se produce solo dentro de las comunidades lingüísticas, étnicas, raciales y nacionales, estas últimas arbitrariamente montadas para fomentar prósperas economías de minorías que aparentan buscar el Estado del bienestar de mayorías; y, por supuesto, preservar el statu quo de dominación de ciertas élites que se mantienen en el poder o que se sustituyen entre sí. Se nos coloniza intelectualmente, se nos aliena y se nos utiliza desde jóvenes al hacernos digerir y asumir un discurso ancestral de cosas que no hemos visto. Se hace desde las palabras orales y escritas para supuestamente ordenar una sociedad que, aun a pesar de ello, sigue en desorden sobre todo para los que nacieron lejos del poder y de las plenitudes genética y física. Somos producto de narraciones más que de realidades como se desprende de libros teóricos tales como Nation and Narration de Homi K. Bhabha, Imagined Communities de Benedict Anderson, La invención de España de Inman Fox o El «alma de España»: Cien años de inseguridad de Ciriaco Morón Arroyo.

En las escuelas intelectualmente siempre se nos esculpe y con algunos tipos de enseñanzas que recibimos también en el fondo se nos escupe al usarnos como cobayas para experimentar con nosotros. Allá muchas veces se nos hace un gran lavado de cerebro y se forma con numerosos datos, que no son ni comprobados y que son asumidos automáticamente, a futuros profesionales, políticos, intelectuales o periodistas para que expandan y divulguen toda suerte de mentiras no tan piadosas como dogmas de fe que beneficien a los de siempre. ¿Cuántos historiadores nos dicen que la existencia de «eso» está demostrada irrefragablemente y que no admite casación porque se lo leyeron a otro, sin llegar hasta la fuente o hasta el hecho inicial de esa idea? Se nos ha politizado mientras se nos construía y modelaba y pocos escapan de eso ya que produce crisis emocionales y depresión antes de llegar a cometer los mismos errores desde el ángulo contrario. Se hace con «verdades» nunca demostradas o mediante «mentiras» difíciles de demostrar para minimizar las posibilidades de desorden social y de agresiones y para beneficiar a ciertos estamentos sociales y grupos de poder.

Frente a estos fingimientos e imposturas, no hay mayor honestidad que la del que humildemente reconoce su supina ignorancia ante los arcanos de la creación. Esa sinceridad es típicamente la de la gran filosofía y la de la gran crítica sociocultural que en muchas ocasiones reconocen el relativismo de todo saber de buen principio y que lo mantienen como método y como meta. Incluso cuando hablan de sistemas, están tan solo estimulando líneas de pensamiento y de conocimiento e «intertextualizándolas» con otras uniéndose como teselas en mosaicos sin límites dentro de lo (ir)real en que vivimos. Ellas son parcelas de saber incapaces de abarcar el todo y reconocen y afirman en su interior ser tan solo aproximaciones a fragmentos, aunque ese movimiento esté etiquetado de manera grandilocuente como sucede con el existencialismo, con la filosofía analítica, con el estructuralismo, con la deconstrucción o con la gramática generativa transformacional. Hasta Charles Darwin basó sus teorías acerca de la evolución biológica a través de la selección natural originándolas en los inexplicables planes y aliento de un Creador absoluto del que ya no podía aseverar nada más que su fe en su primera causalidad. En pocas palabras, sus teorías se referían a un átomo de la (sin)razón cósmica. Por ello, para conocer más deberemos penetrar en los terrenos de lo irracional sin olvidar las buenas lecciones racionales. Todo sea con tal de encontrar más explicaciones al misterio de nuestro origen, creación y destino que tanto intrigó a místicos y a literatos como Juan Ramón Jiménez, Octavio Paz, Alejo Carpentier o José Ángel Valente, entre otros.

Ese deseo tan (in)justamente (in)humano de apropiarse (in)debidamente del saber y de la verdad es consustancial a nuestras esencias y comportamiento, y a nuestras competiciones y luchas por la supervivencia individual y colectiva y por el poder. Como resultado de él, cultura, historia y tradición se aprenden de memoria mucho antes de que estudiemos filosofía y crítica, argumentando que necesitamos unas bases de conocimiento para poder discurrir sólidamente, aunque las más de las veces ellas nos desvían de la posibilidad de hacer un juicio personal y nos incluyen sin avisarnos en un grupo determinado de pensamiento opuesto a otros y que beneficia sobre todo a unos cuantos privilegiados. Dicen que tenemos que absorber lo que nuestros mayores consensuaron y decidieron un día, muchas veces sin fundamento en materia de moral, de religión y de otras mitologías, las cuales van cambiando progresiva o cíclicamente. Nos llenan de datos torcidos incluso en ciencias teóricas y hasta en la práctica. Nos acaban pervirtiendo y manejando y así acabamos siendo víctimas de luchas de poder ganadas por los más ricos y por los más fuertes que han deformado nuestro humus intelectual muy a su sabor y, ante y sobre todo, en beneficio suyo y de los suyos.

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Terminamos apoyando un sistema de pensamiento que reduce posibilidades de que los que ganaron un día ciertas batallas y que acumularon poder para sus descendientes caigan de su estatus. Y si conseguimos llegar cerca de su altura mediante sus campañas de (in)culturización siempre es con la condición de que el sistema sea intocable so pena de exclusión social, cárcel o muerte, por ejemplo en cuestión de establecimiento de fronteras, de creencias religiosas o de aceptación del sistema gubernamental (democracias ficticias, dictaduras, monarquías…). Por todo esto despreciamos a la otredad, a otras nacionalidades, a otros pueblos, a otras comunidades, a otras etnias, a otras religiones, a otras éticas, a otras morales y en general a otras manifestaciones (in)culturales usando en beneficio nuestro los términos razón, avance y evolución frente a los supuestos sinrazón, retraso e involución ajenos. Esas son las bases inestables de nuestra razón pactada que nos alimenta a la par que nos estrangula y asfixia lentamente en lo mental. Ella ha tenido como resultado tanto retroceso humano y espiritual, tanta injusticia social, tantas muertes de inocentes y tanta destrucción de lo natural. Todo ello en favor del progreso de la (in)humanidad.

No pretenden en modo alguno estas palabras ser un libelo o un dicterio ni tampoco una defensa sistemática y global de la deconstrucción de los artefactos culturales para localizar errores, delirios interpretativos o proyecciones personales que fueron aceptados por respeto o miedo como bases de nuestra (in)cultura. De todas formas, lo que es cierto es que hemos progresado entre falacias y fraudes que nos motivan a seguir moviendo mecánicamente las piernas hacia adelante y sin pensar mucho aunque sea hacia el abismo de la destrucción personal, comunitaria y planetaria (la pandemia y el calentamiento global, verbigracia). Muy posiblemente, nuestras (in)cultura y (a)historicidad durarán lo que duremos nosotros. El hallazgo de todo error de base será reemplazado por otro en temas de Estado Universal, es decir, en cuanto a nuestro desconocimiento acerca de nuestro origen, creación y destino. Esa es la costumbre humana, ese es su corto alcance y esos son los límites de su hipersubjetiva razón. Por ende, no van estas palabras en sintonía con las tan brillantemente desordenadas, confusas y sobrevaloradas líneas de pensamiento de un Jacques Derrida. Se asume aquí la imposibilidad de cambiar este destino trágico de la humanidad por incapacidad de encontrar una vía correcta para razonar lo más grande (lo cósmico) y lo más pequeño (la vida). Solo hacemos pequeños remiendos en cuestiones médicas, técnicas y tecnológicas que no nos han llevado ni al gran conocimiento ni a garantizar la inmortalidad personal y colectiva. Y aunque se hallara una gran Razón, se nos diversificaría y estropearía nada más sacarla a la luz dadas sus diferentes adaptaciones culturales e históricas motivadas por las peculiaridades geográficas, climáticas, genéticas y raciales, además de por otros accidentes, de cada zona de nuestra madre Tierra.

Lo ideal sería que de la dialéctica entre nuestra cultura y nuestra incultura —a saber, una (in)cultura suprema— y entre nuestra historicidad y nuestra ahistoricidad —una (a)historicidad máxima— se revelara un saber universal superior, una archicultura y una archihistoricidad, que nos ayudara a progresar por el camino correcto hacia nuestro final en la historia. Con todo, por el momento deberemos conformarnos con alertar a los lectores de este problema, con criticar y revisar hasta donde podamos los enormes contrasentidos, contradicciones lógicas, falsedades y engaños de nuestra cultura y de nuestra historia tanto en humanidades como en ciencias teóricas. Lo haremos siendo conscientes de que generaremos nuevos errores dado nuestro inmenso desconocimiento de lo que nos rodea.

A nivel práctico en nuestra vida, más que tener una visión de futuro y progreso y más que producir resultados verosímiles en muchos aspectos culturales e históricos, lo que hemos hecho es simplemente conectar a ciegas con el discurso de los ancestros y asumirlo sin discutirlo. Este fue pactado, montado, impuesto y prostituido desde el principio de manera sesgada, subjetiva y egoísta y fue blindado lo máximo posible contra futuros diálogos, negociaciones, transgresiones y quebrantamientos. Y estas supinas (in)cultura y (a)historicidad se han multiplicado exponencialmente con posibilidades casi ilimitadas a través de nuestra nueva gran imprenta y valor bursátil llamado Internet. Eso ha sucedido con su supuesto avance y desarrollo mediante la fragmentación del saber, los simulacros de realidad, las falsas noticias, las teorías conspiratorias, la superficialidad informativa y toda suerte de detritus cultural. No obstante, como se ha visto, ya teníamos sobrada experiencia en cuestión de aldeas virtuales antes de engendrar una nueva y tan rentable. Todo a nuestra imagen y semejanza…

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* Jorge Machín Lucas es catedrático de estudios hispánicos de la University of Winnipeg. Se licenció en filología hispánica en la Universitat de Barcelona, en donde cursó también estudios graduados y escribió un trabajo sobre la obra novelística de Juan Benet. Se doctoró en la Ohio State University en literatura española sobre la obra poética de José Ángel Valente. Trabaja temas de postmodernidad, de intertextualidad, de irracionalismo y de comparativismo en la novela, poesía y ensayo contemporáneo español. Fue profesor también cuatro años en la University of South Dakota. Es autor de libros sobre José Ángel Valente y sobre Juan Benet, aparte de numerosos artículos sobre estos dos autores y sobre Antonio Gamoneda, además de un par sobre Juan Goytisolo y Miguel de Unamuno, entre otros.

 

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