Escritor destacado

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LA MENTIRA DE LA LITERATURA

Por Gabriel Arturo Castro*

Ilustraciones de Estefanía Montoya Echeverri**

Un día, un pastor que cuidaba su rebaño en los prados pensó: —¡Qué aburrimiento! Estoy cansado de vigilar el rebaño yo solo desde la mañana hasta la noche. ¡Ojalá ocurriese algo divertido! Entonces se le ocurrió una idea y corrió al pueblo dejando al rebaño solo.

— ¡Socorro! ¡Los lobos están atacando mi rebaño! —gritó.

Los habitantes del pueblo, al oír los gritos del pastor, se reunieron a su alrededor armados con hoces, azadas y palas. — ¿Dónde están los lobos? ¿Te han herido? —preguntaron los aldeanos.

El pastor les contó la verdad con una sonrisa: —Me aburría tanto que me lo he inventado todo. Ha sido divertido ver vuestra reacción. Los aldeanos muy enfadados, regresaron a su trabajo.

Al día siguiente, el pastor volvió a gritar: —¡Socorro! ¡Los lobos están atacando! ¡Esta vez es verdad!

Los aldeanos volvieron a acudir a la llamada con sus hoces, hachas, y demás aperos, pero el pastor les había mentido de nuevo. Esta vez, los aldeanos se enfadaron más aún con él, y volvieron a su trabajo.

Cuando el pastor regresó a los prados, se encontró con que los lobos estaban atacando de verdad su rebaño. Los hambrientos animales comenzaron a comerse a las ovejas una por una. El sorprendido pastor corrió hacia el pueblo tan deprisa como pudo:

—¡Socorro! ¡Los lobos están atacando a mi rebaño! ¡Por favor, ayudadme! —imploró pidiendo la ayuda de los aldeanos uno por uno.

Pero los aldeanos respondieron entre risas. —¡Cada vez eres mejor actor! ¡Estamos demasiado ocupados para perder el tiempo con tu actuación!

—¡Oh, no! ¡Esta vez es verdad! Por favor, ayudadme a echar a los lobos —suplicó.

Nadie le hizo el menor caso. Los lobos se comieron a todas las ovejas y el pastor se quedó sin nada.

Así es la historia del pastorcito mentiroso, la conocida fábula que para Nabokov es el comienzo del arte literario: «La literatura nació el día en que un chico llegó corriendo al valle de Neanderthal gritando el lobo, el lobo, sin que le persiguiera ningún lobo. El que el pobre chico acabara siendo devorado por un animal de verdad por haber mentido tantas veces es un mero accidente. Entre el lobo de la espesura y el lobo de la historia increíble hay un centelleante término medio. Este término medio, ese prisma, es el arte de la literatura».

Antes fabular era aceptar dócilmente una historia impuesta desde afuera por un autor, que incluso, diseñaba la moraleja o la parábola de antemano, producto de una lección de catequesis, de adoctrinamiento político o religioso.

Luego fabular consistía en extraer el resumen de la historia, cercenando las partes del texto. Solo hace poco tiempo se dieron cuenta los estudiosos de la comunicación y de la recepción que la fábula le pertenece a la interpretación del lector, el actor libre que le confiere sentidos propios a los actos del lenguaje y del discurso. Al no aceptar lo impuesto por las normas, el lector emancipado deja de repetir la enseñanza ajena, aquella que desconoce su propia voz para convertirse en eco verosímil o mimético e inicia un camino de recreación de la realidad inmediata para construir al menos una segunda realidad metafórica, donde se incluya lo natural y lo sobrenatural, lo físico, lo metafísico, componentes de un mismo universo. Mientras que el escritor construye la trama y el texto, el lector es el responsable de la fábula, producción alternativa y periférica de la imaginación.

De esta manera, fabular es crear una mentira consistente dentro de la que existen otras realidades paralelas e incluyentes, mágicas, ficcionales, míticas, alucinatorias y encantadas. Al respecto afirma Jesús Maestro: «Se confirma que la ficción forma parte necesariamente de la realidad, porque realidad y ficción no son conceptos dialécticos, sino conceptos conjugados. La ficción es interpretable —y posible— porque existe la realidad, en cuyas estructuras (formas y materias) toda ficción está insertada, como construcción real y como realidad constituyente. Por esta razón la ficción literaria no es una suerte de réplica de la realidad, verosímilmente expresada o compuesta, según umbrales de aproximación».

«Para no perecer en la verdad tenemos al arte», escribió Nietzsche. De acuerdo, la literatura artística no sustituye la realidad primera, sino que la enriquece y la transgrede, desobedeciendo su lógica inmediata y su literalidad, creando otra realidad: distinta, profunda, alusiva, más allá de la representación mimética o de la fijación de la verdad absoluta. El arte no es una mentira metonímica sino metafórica.

Iser dice que «no es de extrañar, pues, que a las ficciones literarias se les haya atribuido la etiqueta de mentiras, dado que hablan de lo que no existe, aunque presentan la no realidad como si realmente existiera».

Lo anterior, según Luis Alfonso Ramírez Peña, es posible «porque el discurso literario es presentado como una creencia, una manera de ver el mundo, un mundo imaginado o recreado por el autor, a partir del cual los enunciados adquieren su valor de verdad».

Iser manifiesta que la ficcionalidad es comparable con la mentira: «La mentira y la literatura siempre contienen dos mundos: la mentira incorpora la verdad y el propósito por el cual la verdad debe quedar oculta». Sin embargo, para Ramírez Peña: «La mentira no se diferencia de la ficción porque tenga la doble realidad. Esto es igual en la literatura, pero en la mentira al oponerla a la falsedad, se busca la realidad con la presentación de otra; en cambio, en la falsedad, no advierte la falsedad que está construyendo. En la literatura, el autor quiere mostrar la realidad como la ve, pero el interlocutor advierte la ficcionalidad por la participación en el ámbito literario».

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La literatura auténtica, convincente, orgánica y coherente, es construida como una mentira respecto a la realidad veraz, física y directa, muy lejos de la falsedad, proveniente de la literatura inconexa, fragmentaria, dispersa, reproductiva, mimética y mecánica, el arte del camuflaje. Al contrario de la afirmación de Pessoa, la mentira no es una inexactitud, dado que la mentira es otra creación legítima que dispone dentro de sí una sospecha sobre el régimen de verdad instaurado. Tampoco en el arte la mentira se halla próxima a la noción restringida o negativa de cinismo, engaño, distracción, eufemismo, verosimilitud, entretenimiento trivial o embuste, aspectos que hacen parte del dominio de la percepción moral: censura, castigo, prejuicio, juicio, insulto, engaño, el fraude propio del embaucador. En contravía, la mentira es robusta desde la fabricación de una trama narrativa que oculta el sentido liminal, huidizo e inasible; en cambio, la falsedad es frágil, superficial, objetiva, inconsistente, mendaz y turbia, porque expone su truco fácil, evidente, transparente y diáfano.

El mal arte es una apariencia, mendacidad, evasión, falsedad o un ardid desplegado por un poder manipulador, interesado y poco sincero; es decir, sin convicción. En cambio el buen arte proviene de la mentira, considerada ésta como otra verdad, ilusión, contradicción, paradoja, absurdo, imposibilidad, equívoco, desvío e irrealidad ilimitada y positiva, otro mundo habitable, incluyente. Sin la mentira todo arte carece de sentido, según Etienne Rey:

«La gran atracción de la mentira consiste en que es algo personal. Le pertenece a uno, es su trabajo, su obra. Cuando uno miente interviene en el orden de las cosas, las cambia, las dispone en el orden que le parece conveniente».

Desde la mirada de Severo Sarduy, la falsedad es copia y la mentira simulacro, es decir, simulación, metamorfosis. La literatura no copia, simula, va más allá de la apariencia y trasforma el fetiche de su máscara, crea la inexistencia, la irrealidad metafísica sin la correspondencia directa con la realidad que nos intimida o aterroriza.

La mentira sería aquella aparición súbita e imaginaria, desmesurada, recreada, radical, amplia, lúdica, forjadora de mundos que sobrepasan los límites monótonos. Jugamos a desconfiar de la certeza e involucrarnos con la incertidumbre y la ambigüedad, y en ese movimiento dramático la realidad evidente desaparece, dando paso a la ficción, a la invención de ilusiones, al extrañamiento, la percepción inédita, dislocada, que convierte al mundo en nuevo, auténtico, imprevisible, distinto de la percepción común o anodina.

Ya no somos esclavos de la verdad, sino que nos convertimos en los bufones libres de Nietzsche, los del arte travieso, ligero, burlón e infantil. El pastorcito mentiroso regresa y con él sus lobos y sus espejismos. La literatura anuncia el lobo que vendrá.

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*Gabriel Arturo Castro (Bogotá, Colombia, 1962) es antropólogo social de la Universidad Nacional y Magíster en Literatura de la Universidad Tecnológica de Pereira; escritor, ensayista, comentarista de libros y tallerista de Escrituras Creativas. Fue colaborador del Magazín Dominical de El Espectador, del Boletín Cultural y Bibliográfico del Banco de la República, del periódico virtual Confabulación, el blog literario La pipa de Magritte, entre otros importantes medios nacionales.

En los últimos años se ha desempeñado como catedrático de la Universidad del Tolima en materias como Teoría Literaria, Antropología Cultural, Escrituras Creativas, Teorías de la oralidad y la escritura, Taller de creación literaria; y Literatura y formación humana. Su obra ha sido comentada en: Tambor en la sombra, antología de la poesía colombiana del siglo XX, Verdehalago editores, México, 1995; Antología de la poesía colombiana, selección y prólogo de Rogelio Echavarría. Ministerio de Cultura, El Áncora editores, Bogotá, 1997; Para conocernos mejor, Brasil–Colombia, compiladores: Aguinaldo José Goncalves y Juan Manuel Roca, Editora UNESP-Universidad de Antioquia, Medellín, 1995; Inventario a contraluz, selección y prólogo de Federico Díaz–Granados, Arango editores, Bogotá, 2001; Poetas bogotanos, selección y prólogo de Iván Beltrán, Común Presencia Editores, Bogotá, 2008; Antología de la poesía colombiana, El perro y la rana – Ministerio de Cultura de Venezuela, Caracas, 2008; República del viento – Antología de poesía de colombianos nacidos en los años sesenta, prólogo y selección de Jorge Cadavid, Universidad de Antioquia, Medellín, 2012; Ensayistas bogotanos, Común Presencia editores, prólogo y selección de José Chalarca, Bogotá, 2013.

** Estefanía Montoya Echeverri es Maestra en artes visuales con enfoque en técnicas gráficas. El trabajo de EME se enmarca en la percepción creativa de esos sucesos que acontecen en la cotidianidad del sujeto, entremezclando lo figurativo con la libre forma del trazo, alcanzando formas subjetivas con tintes objetivos. Durante los últimos años, EME ha realizado trabajos gráficos basados en el dibujo sobre superficies alternativas, tomando como insumo principal la tinta y el contorno delgado de una línea, de esta manera, su obra se transforma en la unión de texturas y formas poli-cromáticas que expresan la fuerza creativa y perceptiva de una mirada ajena a lo común. Ha participado en diferentes colectivos artísticos de la ciudad de Medellín enfocados a la experimentación de las posibilidades artísticas en la gestión, producción y formación. Actualmente participa en procesos de medios escritos digitales e impresos como ilustradora. Instagram: @eme_artdesing

1 COMENTARIO

  1. El título atrae sin duda y concluyo que la literatura puede nutrirse de mentiras o de ficciones , no obstante las falsedades se distancian y no son lo mismo.

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