V
Mientras me estaba emborrachando me llamaron del ambulatorio para informarme que sufría una grave anemia ferropénica y para decirme que me tenían que operar urgentemente, esto supondría dejar por unos días la bebida y aparcar el trabajo en Mas Ventós que ya había iniciado. El señor Ribas me había cedido una parte adyacente de la casa que cumplía la función de almacenar las balas de paja y herramientas de campo.
Entre el señor Ribas y yo trasladamos todas las balas de paja al cobertizo exterior que había junto a la cuadra de las yeguas y las cabritas se encaramaban a ellas graciosamente. De entre las balas salían unas enormes cucarachas negras que si bien eran inofensivas causaban repulsión al verlas. El suelo de la estancia era de tierra y piedras y muy irregular, y después de limpiarlo tanto como había podido lo cubrí con una capa de mortero que tuvimos que hacer a mano por no disponer de una maquina mezcladora giratoria. El suelo había quedado formado por dos niveles pero bastante nivelado.
A la estancia se podía acceder por dos pequeñas entradas que se componían de dos antiguas y deterioradas puertas de madera sin cerrojo. Luego había dos ventanas que ofrecían una magnífica vista de toda la llanura, que se extendía hasta la costa, incluso se llegaba a ver el mar. El señor Ribas me regaló una vieja cocina que, a pesar de tener unos años, estaba en perfecto estado y funcionaba de maravilla. También me proporcionó un colchón de matrimonio, una mesa y un par de sillas y me dijo que también tenía una pequeña estufa de leña que me iría muy bien en los días fríos del invierno.
Lo único que el señor Ribas no me daba era dinero, pero yo estaba esperando que me concedieran una pequeña pensión de invalidez a causa de un trastorno de la personalidad inespecificado que me habían diagnosticado en la Xarxa de Salud Mental hacía ya unos cuantos meses, más adelante el diagnóstico derivaría en un trastorno bipolar maníaco afectivo con conductas compulsivas. Yo dudaba que me concedieran la pensión pero albergaba una pequeña esperanza. Ahora no hacía más que tocar «Tristeza» con mi guitarra recordando a mi amigo Eloy. Se había convertido en mi tema más preciado y lo ofrecía a mis amistades que quedaban encantados de aquellas notas punzantes llenas de nostalgia y tristeza.
Yo ya le había comunicado a la dueña del piso que iba a dejarlo para irme a vivir al bosque y ella me había deseado suerte. De vez en cuando venía Kalic a vernos en Mas Ventós y yo le enseñaba como estaba adecuando aquella pequeña estancia. Yo nunca bebía delante del señor Ribas, no quería que supiera que yo era un alcohólico empedernido, que parecía no tener solución. Kalic no le había contado nada y yo lo escondía lo que podía.
En el ambulatorio me dieron cita para el día de la operación en la Clínica Salus Infirmorum y me advirtieron de que el postoperatorio sería bastante doloroso, a mí esto no me preocupaba con tal de no tener que ir por ahí poniéndome el dedo en el ano delante de todo el mundo. Después de la operación no volvería a sufrir nunca más de este problema aunque comiera comidas picantes y consumiera bebidas alcohólicas, pero en Mas Ventós dejaría mi alcoholismo y nunca subiría alcohol ni comería comidas picantes.
Avisé al señor Ribas de la inminente operación de mis almorranas mientras él estaba centrado en la posibilidad de que me concedieran la pensión que había solicitado. Eché un largo trago de cerveza y me encomendé a Dios para que todo saliera bien mientras esperaba el día de la operación, luego toqué «Tristeza».
VI
El señor Ribas y yo empezábamos a conocernos, me presentó a Laura, su señora, y a sus dos hijos Josep María y Oriol. El dolor en el ano después de la operación me duró cerca de un mes, pero ahora ya estaba bien. Cada día el señor Ribas y yo subíamos a Mas Ventós donde yo ya había subido mis cosas personales y un mueble que encontré al lado de un contenedor de basura. Me había propuesto lijar y pintar las vigas de mi estancia, pero eso supondría mucho trabajo y lo que quería era quedarme ya a vivir y disfrutar de ese hermoso paisaje y de esa paz y tranquilidad que Mas Ventós ofrecía.
El señor Ribas tenía un perro, «Kiman», que era un tanto revoltoso, pero que a mí me encantaba, el señor Ribas me hablaba continuamente de los futuros planes que tenía, entre ellos construir una pocilga y un huerto y siempre que hablaba de este tema se iluminaba su cara y su rostro denotaba una expresión de satisfacción. Una de mis misiones era mantener limpio el espacio de los excrementos de las dos yeguas con ayuda de una pala y una carretilla, también ayudaba a sacar escombros de la casa que ponía en sacos para que el señor Ribas se los llevara, y también mantenía limpia la rampa que daba acceso a la casa.
Había empezado a dejar de emborracharme, aunque aún consumía cuando estaba en el piso. Kalic seguía mis avances y me invitó a ir a pasar un día en su casa que tenía en el prado de Sant Nicolau muy cerca de Rocacorba. Kalic era un personaje auténtico que albergaba una gran cantidad de recursos que ponía en práctica en su día a día, también era un gran amante de los animales, tenía varios perros y un corral con gallinas y pollitos de diferentes especies que él adquiría en Esponellà, un lugar que se dedicaba a la venta de animales diversos, cabras, gallinas, gallos, ocas, yo había ido varias veces a ese lugar y me encantaba por estar en medio de la naturaleza y cerca de la presa de Esponellà.
Kalic y yo manteníamos una gran amistad, y él siempre me daba mucha caña con el tema de la bebida y no me permitía beber cuando me encontraba con él. Kalic y yo habíamos ido a la escuela juntos y también habíamos trabajado juntos en una fábrica de válvulas de grifos de agua, pero Kalic era un aventurero y abandonó el trabajo para comprarse una furgoneta para viajar y vivir libre de toda obligación social. Ahora vivía en la montaña y ya no lo movería nadie de ese estilo de vida que él había elegido.
En Banyoles empecé a recoger lo poco que me quedaba y me dispuse a decirle al señor Ribas que ya estaba a punto para quedarme en la montaña. Yo tenía una bicicleta de montaña que me había regalado una señora y me haría un gran favor para bajar al pueblo, aunque un día que yo iría a Girona a visitar a mi padre y a mi tío, me la robarían y entonces tendría que apañármelas andando con mis piernas.
Mi etapa de cantautor había terminado y ahora se imponía una vida de bosquimano, de reciclaje y carencia de todas las comodidades de un piso, pero de mayor libertad y tranquilidad, de contacto con la naturaleza y los animales, una vida privilegiada y de Dios, pero yo lo estropearía todo a causa de mis borracheras y perdería las grandes oportunidades que la vida me ofrecería. Pero esto estaba aún por suceder y antes viviría un tiempo feliz y dichoso, donde aprendería a vivir con lo más imprescindible.
Me serví un vaso de vino y me miré en el espejo, me había quedado chupado y tenía que recuperarme y me recuperaría, pero me costaría. Cogí mi guitarra y me puse a tocar mientras me sumía en una melancolía triste pensando en mi amigo Eloy, después salí a comprar más vino y seguí emborrachándome mientras me acompañaba de mis temas. Luego me fui a dormir pensando en comunicarle al señor Ribas que ya estaba dispuesto a quedarme en la casa, y dejar definitivamente aquel piso, luego me quedé dormido y soñé cosas extrañas, sueños de borracho.
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* Carles Brunet Bragulat nació en Tossa de Mar, un hermoso pueblo de la Costa Brava. A la edad de seis años su familia se trasladó a vivir a Banyoles, donde cursó sus estudios primarios; después trabajó de pastelero en la pastelería Figueres y más tarde en la pastelería Can Boix donde obtuvo el grado de oficial de segunda. A los dieciseis años se inició en el mundo de la música y se hizo cantautor (El cantautor del lago), después de haber grabado dos maquetas «Somnis» y «M’assassina la vida»y el CD «Perill d’amor» en los estudios Music Land. Abandonó el mundo de la música para dedicarse a la escritura publicando novelas (Punto Rojo libros) en las que relata su terrible experiencia con el alcohol y las drogas.