Literatura Cronopio

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EL ALCOHÓLICO BIPOLAR (LO QUE OCURRIÓ REALMENTE ANTES DE LA CAÍDA FINAL)

Por Carles Brunet Bragulat*

I

Yo seguía apretando el culo y la sangre no dejaba de manar, aquellas hemorroides me estaban matando, hacía ya tiempo que me venían amargando la existencia, en cualquier lugar que me encontrase me tenía que poner el dedo en el ano y empujarlas hacia adentro y estas se salían otra vez al poco de haberlas empujado, esto era muy incómodo y muy comprometedor si me encontraba en un lugar público, como un supermercado o una estación de autobuses.

Yo seguía apretando y un fino chorro de sangre a presión manchaba toda la taza del wáter, al final viendo que no se detenía la hemorragia lo dejaba y me limpiaba el ano con agua fría sabiendo que la única solución era operarme, me lo había dicho mi padre, él ya estaba operado y nunca más había sufrido en este aspecto.

Las hemorroides no eran mi único problema, mi mayor problema era mi alcoholismo y la situación en que ahora me encontraba. Mi tío Tomás me había echado del piso de Girona y ahora me encontraba en un piso de alquiler que era un vejestorio y que además era caro por encontrarse en la zona bohemia de Banyoles. Mi estado de salud era muy malo, el alcoholismo me tenía aturdido y atrapado y no parecía que me fuera a recuperar en un espacio de tiempo corto, así es que estaba arreglado, no hacía ni una semana que estaba en Banyoles y ya me habían dicho que el alcohol me provocaba locura y que me hacía faltarle el respeto a la gente, me lo había dicho un señor que se encontraba en el bar cuando a mí se me fue la cabeza una tarde que estaba totalmente intoxicado por el abuso del alcohol.

Mi padre me había regalado su coche, un Citroen AX que era prácticamente nuevo, pero que sin dinero no podría mantener, ya que me lo había regalado con la condición de que yo me hiciera cargo de la póliza de seguros y su mantenimiento, revisiones y demás; así es que tendría que buscarme pronto un trabajo y empezar a ponerme las pilas como un hombre.

En Banyoles yo tenía todas mis amistades y algunas venían a verme para que les tocara la guitarra mientras nos emborrachábamos. Ahora estaba esperando que me llamara el señor Antonio Picado, un fabricante de guitarras hechas artesanalmente. Yo había viajado a Berga con el chico que hacía tiempo que me acompañaba en las pocas actuaciones que hacía como (El cantautor del lago) en mis etapas de sobriedad. Le habíamos encargado al señor Picado dos guitarras clásicas modelo concierto que nos costarían un buen dinero, aunque el señor Picado nos había hecho una considerable rebaja.

En Cornellà de Terri tenía un amigo que a veces me daba unas horas de trabajo en su granja de cerdos y, por lo menos, esto me daba para pagarme mis cervezas diarias y el vino que compraba en la bodega que era de calidad. Estábamos a finales de verano y pronto llegarían los días cortos que obligaban a ponerse jersey. En aquella época yo tenía una amante, una chica que se llamaba Betty y a la que le encantaba fornicar. Ella era una de las personas que me visitaba con frecuencia siempre con la intención de echar un buen polvo. Yo para poder practicar sexo me tenía que emborrachar, sino no funcionaba. Así era mi vida en aquella época, polvos, borracheras y sangre por el ano, miseria y locura, mi vida de alcohólico, aunque las cosas iban a cambiar, pero por ahora aquella era mi realidad y ya no era un jovencito que lo aguantaba todo sino que ya pasaba de los treinta. Me puse el dedo en el ano y empujé las hemorroides, luego salí a la bodega a comprar un litro de vino.

II

Aquel día me encontraba en la granja de Cornellà de Terri con mi amigo Buixeda y a pesar de que no me encontraba muy bien iba haciendo, por suerte en la granja mi amigo Buixeda tenía nevera y yo procuraba que siempre estuviera llena de cervezas de litro y de lata, sin mis cervezas era incapaz de mover un dedo, lo que más me hacía sufrir era cuando me tenía que agachar, porque las hemorroides salían manchándome los calzoncillos y los pantalones y causándome dolor.

Aquel día después de terminar el trabajo, Buixeda y yo estuvimos hablando, yo le explicaba lo mal que lo estaba pasando a causa de todo, y que pronto me encontraría sin poder pagar el alquiler. Entonces Buixeda me preguntó si me quería vender el coche, porque este le gustaba y se lo quería regalar a su novia. Me preguntó si lo podía probar y yo accedí muy gustosamente, no me había planteado vender el coche, pero ahora esto no me parecía ningún disparate, pronto estaría terminada mi guitarra y no tenía dinero, así es que aquello sería una solución.

Buixeda se montó en el coche y lo puso en marcha, entonces yo le abrí el gran portal corredero y vigilé que no salieran los perros que le vigilaban la granja. Me fui a la nevera y eché un largo trago de cerveza fría, pensando en que no debería venderme aquel coche que estaba en tan buen estado. Mi amigo Buixeda regresó de su vuelta y yo le abrí el portalón, luego Buixeda aparcó. La vuelta le había gustado y me hizo la observación de que el coche tenía una conducción muy noble y que le dijera cuánto quería por él, entonces yo me detuve unos instantes a pensar y entonces le dije que si me daba trescientas mil pesetas se lo vendía.

A Buixeda este precio le pareció muy adecuado y me dijo que se iba a la Caixa de ahorros a sacar el dinero y aquel mismo día Buixeda me entregó las trescientas mil pesetas y se quedó con el coche. Unos días después mi amigo guitarrista y yo viajamos a Berga y el señor Picado nos entregó las dos guitarras, que eran de mucha calidad y que habían quedado preciosas. Le pagué casi doscientas mil pesetas al señor Picado y pensé que aquella guitarra era más valiosa que un coche. El modelo que habíamos escogido era el más caro que fabricaba aquel humilde artesano. Ahora no tenía coche, pero tenía una señora guitarra y esto hizo sentirme feliz.

Durante el viaje yo echaba largos tragos de cerveza de lata y esto no le gustaba nada a mi amigo, que si bien ya conocía mi adicción pensaba que mientras conducía debía abstenerme. Cuando llegamos a Banyoles estuvimos mirándonos las dos guitarras, aquellas dos guitarras que habíamos estado esperando casi medio año y que parecían hechas de cristal por el reluciente barniz de las que estaban bañadas.

El señor Picado nos había proporcionado unos golpeadores transparentes pero resistentes y después de tomar medidas pusimos los golpeadores en las guitarras y estas quedaron protegidas de arañazos y golpes con las uñas cuando practicábamos unas bulerías o una soleá tradicional, aún así aquellas guitarras eran extremadamente delicadas, por suerte habíamos comprado dos fundas de tapa dura a prueba de golpes y porrazos cuidadosamente tapizadas por dentro en color verde.

Después de haber estado con mi amigo deleitándonos con aquellas dos guitarras, me despedí de él y me fui a mi piso de alquiler a probar aquella guitarra acompañado de una botella de buen vino de la bodega, todo esto me hizo olvidar un poco mis terribles almorranas y mi preocupante situación, ya que solamente me quedaban cien mil pesetas con las qué seguir sobreviviendo. Pensé que debía buscarme un trabajo que me proporcionara una economía saludable, aunque fuera un trabajo duro, porque más duro era vivir como hasta ahora siempre arrastrado por mi adicción al alcohol. Sí, tenía que empezar a ponerme las pilas si no quería verme en la calle pronto, tenía que decidirme y dejar de una vez aquella vida de esclavo y de malos momentos y resacas y de situaciones grotescas, así es que aquel día me acosté decidido a ir a pedir trabajo a la mañana siguiente.

III

Eran las cuatro de la tarde cuando sonó el timbre, fui a abrir y me encontré con que era Betty que venía con ganas de cuento. Yo la hice pasar y regresé a la cocina a terminar de lavar los enseres, ella se puso detrás de mí y me rodeo por la cintura, yo ya sabía que había venido a satisfacerse conmigo, y cuando me preguntó cómo estaba le dije que me encontraba muy bajo anímicamente. Desde luego no estaba en demasiadas condiciones de echar un buen polvo, pero ella venía muy dispuesta a ello. Cuando tuve la cocina lista, me quité el delantal y lo colgué detrás de la puerta. Luego nos fuimos al comedor y yo le enseñé la guitarra muy contento de poseer aquella joya. Betty me besaba y se mostraba muy ardiente.

Entonces sonó de nuevo el timbre y yo fui a abrir la puerta, era un compañero mío que venía a darnos una mala noticia, una noticia tremenda que ninguno de los dos esperábamos. Eloy, un gran amigo mío con el que habíamos compartido muchas veladas de guitarreo había muerto, se había matado a las ocho de la mañana cuando se dirigía al trabajo con su moto de gran cilindrada. Eloy tenía solamente veinticinco años y dejaba novia y hermanos. Aquella noticia nos impactó mucho y Betty rompió a llorar, yo quise refugiarme en la bebida y salí a comprar un litro y medio de vino, luego en casa me puse a beber mientras intentaba asimilar aquella desagradable noticia, entonces nuestro amigo se fue dejándonos solos a Betty y a mí.

El vino de la bodega embriagaba con rapidez y pronto me vi en la cama con Betty. Fue un polvo extraño mezcla de pasión y dolor. Cuando terminamos yo ya iba bebido y le dije a Betty que me iba a Besalú, el pueblo donde Eloy residía. Ella se marchó llorando y yo me dirigí al bar el Trull a tomar cerveza a cuenta. Me bebí un montón de cervezas hasta que me encontré bien embriagado y después de pedirle dinero al dueño del bar para poder coger el autobús, me fui a Besalú. Al llegar a Besalú me fui a otro bar y allí pregunté si alguien sabía dónde vivía Eloy y enseguida me lo indicaron.

Me fui caminando hasta la calle que me habían indicado y enseguida vi gente que entraba en la casa. Llamé al timbre y me hicieron pasar, allí estaban los familiares de la novia de Eloy y ella sentada en el sofá totalmente descompuesta. Me dirigí hacia ella y la abracé, entonces una voz me dijo que aquella chica no era la novia de Eloy sino su hermana que tenía un gran parecido. Avergonzado de este tremendo error me levanté y me senté en una silla mientras pedía una cerveza.

Estuve allí un rato hasta que decidí marcharme dando tumbos y llorando. Cogí otro autobús y regresé a Banyoles y después de conseguir algo de dinero compré más vino y me fui a casa. Aquel día compuse «Tristeza», un hermoso tema, quizá el mejor tema que había compuesto nunca y que me recordaría siempre aquel trágico accidente, la muerte de mi estimado amigo Eloy. A la mañana siguiente Betty me acompañó a Besalú y asistimos al entierro de Eloy. Yo asistí completamente borracho y mucha gente me miró mal. Luego, al cabo del tiempo, acudiría al cementerio a visitar su tumba y lo recordaría siempre, con un profundo amor, haciendo sonar aquel tema con aquella gran guitarra que tendría un mal final.

Nunca conseguiría grabar este tema que con el paso de los años, y por las circunstancias de la vida acabaría por olvidar sus acordes. Después de esta tragedia, nunca más volvería a hacer el amor con Betty y mi alcoholismo se agravaría con aquel desgraciado recuerdo. Pronto empezaría el otoño y yo dejaría aquel piso para irme a vivir a la montaña y dejaría atrás una etapa llena de dolor y de sinsabores, llena de dolorosas circunstancias.

IV

Estaba en el baño cuando sonó el timbre repetidamente. Me sentía muy aturdido por la resaca que tenía, el consumo de cervezas en grandes cantidades me estaba castigando mucho y pronto no podría mantener aquel ritmo porqué cada día perdía una gran cantidad de sangre por el ano. La dueña del piso ya me había advertido de que me estaba quedando en los huesos y que tenía un color amarillo que me daba muy mal aspecto.

Fui a abrir la puerta y me dio una gran alegría ver a mi amigo Kalic que vivía en la montaña. Lo hice pasar muy contento de recibirlo en aquel humilde piso. Le preparé un café con mucho gusto mientras intentaba sobrevivir a aquella terrible resaca. Kalic era portador de buenas noticias, unas noticias que yo no me esperaba y que abrieron una luz y una esperanza a mi difícil situación. Kalic había conocido a un profesor de Universidad que había adquirido una casa en la montaña a través de una subasta y este le había enseñado la casa y sus alrededores. El señor en cuestión se llamaba José Ribas y había comprado dos preciosas yeguas y tres graciosas cabritas para que empezaran a dar vida a su reciente adquisición.

El señor Ribas estaba arreglando la casa con la ayuda de un albañil retirado que le hacía el trabajo a un precio muy moderado. Kalic le había estado hablando de mí, el señor Ribas necesitaba que alguien viviera en la casa para poder hacerse cargo de los animales y de paso hiciera la función de vigilante para que nadie le robara cosas como el generador de electricidad y material de construcción. El señor Ribas era una persona muy ocupada y se veía obligado a subir cada día para darles agua y paja a las yeguas. Una persona en la casa representaría una gran tranquilidad y una seguridad. Kalic le había dicho que él se encargaría de presentarme y por esto había venido.

—Si la dueña del piso te pregunta adónde vas, le dices que te vas a vivir a una cueva —me dijo Kalic—, voy a sacarte de aquí antes de que la palmes.

Kalic y yo salimos del piso y nos dirigimos al aparcamiento, donde él tenía su humilde cuatro por cuatro que estaba lleno de polvo por dentro. Cruzamos el pueblo en dirección a las afueras, el aire fresco me aliviaba agradablemente, yendo con Kalic tendría que abstenerme de beber cerveza y esto me hacía sentir mi obsesión por mi adicción haciéndome sufrir.

Tras salir del pueblo nos dirigimos hacia la montaña, yo observaba los campos y fumaba deseando que aquella fuera una buena oportunidad para encauzar una nueva situación más llena de vida y de fe. Me encantaban los caballos aunque no entendía nada de los cuidados que estos requerían. Fuimos subiendo por el bosque una subida pronunciada que en algunos tramos era imposible acceder con un coche convencional, pero el cuatro por cuatro hacía su trabajo perfectamente.

Después de una hora llegamos a Mas Ventós donde el señor Ribas estaba al cuidado de las dos hermosas yeguas. Entonces Kalic nos presentó y los tres estuvimos hablando, luego el señor Ribes me enseñó la casa.

—Aquí estarás bien —me dijo muy contento de poder contar con alguien que le vigilara la casa.

Estuve hablando con el señor Ribas acerca de que yo no disponía de vehículo para subir a empezar a arreglarme mi estancia, y él me dijo que esto no representaba ningún problema porque los dos residíamos en Banyoles y él subía cada día, y podíamos encontrarnos en el aparcamiento de su casa. El señor Ribas y yo quedamos de acuerdo en que hacíamos el trato, él me dejaba vivir en la casa y yo les cuidaba la casa y los animales.

Después Kalic y yo nos despedimos del señor Ribas y volvimos a Banyoles. Kalic me dejó en el piso y tan pronto se hubo ido me dirigí a la bodega a buscar un litro y medio de vino. Luego me dediqué a estabilizar mi desecho estado, pronto esto se terminaría y empezaría a vivir otra experiencia que con el tiempo me llenaría de felicidad y que me permitiría olvidar la mala costumbre que me tenía esclavizado, la dichosa adicción a la bebida.

(Continua página 2 – link más abajo)

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