Literatura Cronopio

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Kalifono

EL KALÍFONO

Por Vicente Antonio Vásquez Bonilla*

Corre el año de 1969. En la Unión Soviética se persigue a los intelectuales que se atreven a soñar con un país libre. Libre para pensar, para expresarse y para levantar la bandera de los derechos humanos. Si bien es cierto que la época de Stalin ha quedado atrás, todavía está lejano el día en que el hombre, el ciudadano soviético, logre esta conquista, y no parece que la luz de la libertad esté a la vuelta de la esquina.

Nadeyda Pogoreltseva es una escritora de vanguardia, quien debido a sus ideas, a su labor intelectual, ha sido proscrita. Tal como les sucede a otros escritores, es perseguida por la policía de seguridad del Estado, para ser sometida a un tratamiento de reeducación, en uno de los sanatorios psiquiátricos de Siberia, con el propósito de reencauzarla por los senderos del socialismo. En los círculos oficiales se afirma que es víctima de la propaganda de los decadentes capitalistas.

Nadeyda trata de llegar a la frontera de Finlandia. La acompaña el abogado Joaquín Contreras, de Amnistía Internacional, que vino del mundo exterior —el Occidente burgués—, para acompañarla durante la fuga y para prestarle ayuda cuando se encuentre fuera del territorio soviético.

Los fugitivos se hayan en una región montañosa, fuera de la habitual ruta de escape de los disidentes del régimen. Consideran que al tomar ese camino, viajando de noche y descansando de día, podrán lograr su objetivo. En todo caso, es aconsejable evitar el contacto con los pobladores del derrotero seleccionado. Cualquier persona es un enemigo potencial que los puede llevar a la temida captura.

Están en el costado nororiente de la montaña, con tal certeza de que se han extraviado y que la frontera escapa a sus esperanzas. Al doblar un recodo de la cordillera, se presenta ante sus ojos un grupo de isbas (casas campestres de madera) diseminadas en el seno de un valle, como grandes copos de nieve regados por una mano caprichosa.

La atmósfera que se respira es de tranquilidad. El aire frío, pero confortable, llena sus pulmones. El rumor del viento entre los pinos, sólo se ve interrumpido por el ladrar lejano de los perros del poblado y el eco, que rebotando se pierde en la arrugada piel de la sierra, El paisaje se completa con la blancura de la nieve, que como inmaculada alfombra se extiende hasta perderse en el horizonte.

—¿Consideras conveniente que bajemos a la aldea? —interroga Nadeyda—, ¿o la bordeamos?
—Bueno, dadas las circunstancias, creo que lo mejor es descender, averiguar en dónde estamos y con discreción informarnos acerca de la frontera.
—Estoy de acuerdo. Además, parece que se aproxima una tormenta. Lo mejor es buscar refugio.
—Como nuestra presencia despertará curiosidad, digamos que somos investigadores botánicos efectuando un estudio de la flora local para la Academia de Ciencias.
—De acuerdo.

Como era de esperar, el paso de los forasteros llama la atención. Los sigue principalmente la mirada de los niños. Los muyik (campesinos) los ven con recelo y los perros se turnan para ladrar, señalando su trayectoria.

—Buenas tardes —saluda Nadeyda, dirigiéndose a un anciano que, sentado en la puerta de isba, fuma su pipa apaciblemente, mientras calienta agua en un antiguo semovar (especie de tetera).
—Buenas tardes, madrecita —contesta, acicalándose la papaja (gorra de piel).
—Buenas tardes —saluda Joaquín, haciendo un ademán con la mano que toca su gorra.
—Disculpe, respetable anciano —dice Nadeyda—, buscamos hospedaje para esta noche y alimentación. Parece que se acerca una tormenta.
—Pues vinieron al sitio indicado. En este lugar no hay hotel, pero desde que murió mi Natacha, tengo mucho espacio. Será un placer compartir mi humilde isba con ustedes y algo de pan, acompañado de un plato de cashas (chicharrones). Soy Iván.

Completadas las presentaciones, los huéspedes fueron alojados en dos humildes habitaciones del segundo nivel. Es la cabaña más amplia y la única de dos plantas del poblado.

Durante la cena, al calor del hogar, se escucha el rigor de la tormenta, que con su rugido devora todo vestigio de vida exterior.

—Es bueno estar bajo techo, ¿verdad madrecita? —dijo Iván señalando hacia el exterior.

No había duda que se refería a la tormenta.

—Sí, gracias por su hospitalidad. La kvass (cidra) estaba deliciosa.

Joaquín evita hablar. Su acento extranjero podría ser peligroso. Finge estar muy entretenido, acariciando una bella balalaica (guitarra), de la que arranca notas de procedencia indefinida.

—En realidad, los esperaba —dijo Iván, viéndolos con firmeza.

El desconcierto de los huéspedes fue evidente. Iván sonríe complacido. El efecto causado por sus palabras lo divierte.

—¿Cómo así? —interrogó Nadeyda, esforzándose en ocultar su turbación.

Joaquín está lívido. Permanece en silencio, a la expectativa.

—Sí. Sé que los sorprende mi afirmación. Pero los esperaba o mejor dicho la esperaba a usted. Sé quien es, madrecita. Ignoro quién es su acompañante, pero tampoco deseo saberlo.
—Pero… —balbuceó Nadeyda.
—Tranquilícese, madrecita. Mi espera por usted, es de largo tiempo.

Después de una pausa, agregó:

—Hace muchos años, tantos que ya perdí la cuenta, me encontraba cazando en las estepas, cuando encontré a un anciano moribundo a quien ayudé. Si bien mi ayuda sirvió de poco, su gratitud fue inconmensurable. Antes de morir me entregó un kalífono, con la recomendación de que posteriormente se lo entregara a la persona indicada. Me aseguró que, a su debido tiempo, yo sabría a quien dárselo.

En silencio, Nadeyda y Joaquín lo escuchan con interés. El anciano prosigue:

—El kalífono, a lo largo de mi vida, me ha prestado innumerables servicios; pero ha llegado el momento de desprenderme de él. La persona indicada es usted, madrecita.

La tormenta amaina. El rumor de los pinos mecidos por el suave viento desplaza al silencio que reina en la habitación.

—¿Cómo sabe que soy yo?
—El kalífono me lo dijo.
—¿Qué es un kalífono?
—Pronto lo verá. Voy por él.

Iván se levantó y salió de la habitación.

—A mi me parece que el viejo está un poco tocado —dijo Joaquín, colocándose el dedo índice en la sien y haciéndolo girar.
—Pronto lo sabremos —contestó Nadeyda.

Joaquín se dirige a la ventana, abre la vidriera y sale al balcón. Contempla con fruición el cielo impregnado de estrellas. La paz del campo le parece de origen místico. La breve tormenta sirvió de preámbulo para que los sentidos despertaran al goce de la maravillas de la naturaleza. Un sentimiento de paz hace nido en su corazón. Acostumbrado a la semioscuridad del exterior, su mirada recorre la campiña cubierta por la nieve. De pronto se detiene en los ojos de una adolescente, quien lo contempla desde la cercanía de tres pequeños cipreses. Su mirada es fija, penetrante, escrutadora, como si supiera quiénes son y los acusara. Joaquín siente un escalofrío y su causa no es lo gélido del ambiente. Se siente descubierto y presuroso opta por ingresar a la habitación, cerrando tras de sí la vidriera. La Unión Soviética está llena de informantes. Cualquiera puede serlo. Temeroso, recuerda historias de niños que han denunciado a sus propios padres y son tenidos por héroes. Joaquín le comunica a Nadeyda su preocupación.

Iván regresa con un bulto. Antes que muestre su contenido, le participan la experiencia reciente y la angustia que los acompaña.

—Sus temores no son infundados —dice Iván—, esta comunidad en apariencia está aislada, pero el largo brazo de la K.G.B. la alcanza. Hace varios días vinieron dos agentes y mostraron fotografías de usted, madrecita. La señalan como enemiga del Estado. Pero, el relativo aislamiento de la aldea, la hace un tanto independiente y aquí, si cabe la expresión, somos un poco liberales en nuestra manera de pensar. Creo que pueden estar seguros. Por lo menos, por un par de días. Con eso es suficiente.

—Debemos partir al amanecer —dijo Joaquín—, es peligroso permanecer más tiempo.
—Pero, ¿cómo hacemos para llegar al frontera? Prácticamente estamos perdidos.
—Todo tiene solución en esta vida —sentenció Iván, abriendo el bulto—, aquí está el kalífono, es suyo.

Entregó a Nadeyda una esfera dorada, de unos cuarenta centímetros de diámetro. La esfera tenía varios apéndices asimétricos, que bien podrían describirse como gruesas espinas y una especie de ventanilla, que a primera vista semejaba un espejo. La esfera se podía asir por medio de los apéndices.

—Es suyo —insistió—, el kalífono puede ser la respuesta a sus problemas. Eso, sólo usted lo sabrá.

Nadeyda tomó el kalífono con curiosidad, observó con detenimiento su exterior y preguntó:

—¿Para qué sirve?
—Madrecita, usted tiene que buscar un lugar tranquilo, acostarse, levantar el kalífono sobre su rostro y observar a través de la ventanilla. Él le dará la respuesta.
—¿Así de simple?
—Sí. Llévelo a su habitación y en la intimidad consúltelo.

Se despidieron y cada quien tomó rumbo a su cuarto.

En el dormitorio, Nadeyda acerca la lámpara de kerosén al costado de la cama, se acuesta y sitúa el misterioso kalífono a corta distancia de su rostro. Observa a través de la ventanilla, pero no ve nada. El interior está en completa oscuridad. Procede a manipularlo en busca de un ángulo que le permita ver algo. Su curiosidad se mantiene viva.

De pronto encuentra la posición adecuada. El kalífono parece iluminarse internamente con intensidad, aunque la luz no trasciende fuera de la ventanilla. Interesada, observa el interior. Sobre la ventanilla cuelga de cabeza una imagen similar a la de Santiago de los Caballeros, montado en su corcel y con una espada en la mano. En otro sitio, sobre la misma ventanilla, cuelga una especie de arcángel, suspendido de la parte superior de la cabeza por medio de un hilo. En las paredes del kalífono aparecen incrustados varios iconos, que son réplicas de los que se observan en la cultura de la iglesia ortodoxa rusa.

Las imágenes colgadas y los iconos laterales son de singular belleza y de gran valor artístico. La luz interior hace resaltar el esmalte y el dublé de las ricas vestimentas. La primera reacción de Nadeyda es de admiración. La magnificencia del arte bizantino la cautiva. «Es una joya única». —Piensa— «Su valor debe ser incalculable y el anciano me lo regaló». Después de admirar la belleza incomparable del aparato, continuó con sus pensamientos. Pero… ¡hay algo más! «¿Qué mensaje me puede dar esta maravilla?» Observando con detenimiento, tiene la sensación de que la imagen que está de cabeza mueve el brazo con lentitud, hasta que la espada señala hacia ella. A continuación, como en un sueño, escucha el mensaje.

Cuando vuelve en sí, sólo recuerda que ella es la elegida para algo que realizará en el futuro y que el poder que encierra el kalífono la ayudará a salir de la Unión Soviética.

Antes de dormirse, rendida por las emociones del día, se pregunta: «¿Elegida por quién y para qué?». Se queda profundamente dormida, sin obtener respuesta.

Nadeyda y Joaquín se levantan temprano, con la intención de proseguir el viaje. No podían permitirse el lujo de permanecer mucho tiempo en un sólo lugar.

Mientras Iván les prepara el desayuno, Joaquín observa por la ventana. El día está claro. No hay señales de tormenta inmediata. De improviso, palidece, lo asalta de nuevo el temor. La adolescente que vio la noche anterior, está otra vez cerca de los pequeños cipreses, observando hacia la ventana. La acompañan otras personas, la mayoría jóvenes.

Joaquín comparte sus temores con los otros ocupantes de la isba y los tres salen al balcón. El grupo de personas, al verlos, elevan unas rústicas pancartas en donde les expresan sus buenos deseos y los despiden con gestos amistosos. ¡Están con ellos! Esto los tranquiliza y los conmueve. Pero hay que darse prisa. El peligro está vigente. Es como un lobo al acecho de su presa.

Antes de partir, Nadeyda observa el interior del kalífono. La imagen de Santiago se encuentra con el brazo extendido en forma horizontal, la espada señala el rumbo a tomar. La imagen, al estar colgando de un hilo, tiene libertad de girar y mostrar el camino a seguir.

Desde ese momento y durante todo el trayecto, el kalífono es consultado. Siempre indica la ruta correcta. ¿Cómo lo hace? No se lo explican. Si fuera por efecto del magnetismo terrestre, una especie de brújula, la espada del santo señalaría todo el tiempo hacia el norte. Pero no es así. Lo que muestra es la vía de escape.

Cuando la espada está en alto, con relación al santo, valga decir apuntando hacia abajo, es tiempo de detenerse y siempre hay una razón valedera.

Después de varios días de marcha, con la ayuda oportuna y acertada del kalífono, llegan sin contratiempos a la frontera y la cruzan.

¡Han alcanzado la libertad!

Ya en territorio de Finlandia, pero aún en las montañas, Nadeyda, en una de las consultas habituales, cae en trance y escucha de nuevo el mensaje del kalífono. Parece ser que es el arcángel el que habla. Al volver en sí, deposita el kalífono en una caverna, donde quedará oculto hasta que otro elegido lo encuentre.

Nadeyda parte hacia la libertad, con la alegría del ave que escapa de la jaula al menor descuido de su captor, para cumplir con el destino que el kalífono le ha revelado y que sólo ella conoce.
__________
* Vicente Antonio Vásquez Bonilla (Guatemala, 1939) ha publicado seis libros de cuentos y una novela, ha obtenido varios premios literarios a nivel nacional, participado en varias antologías a nivel internacional y publicado en revistas, entre las que se pueden mencionar: Revista Maga, Panamá; Revista Camagua, España; Revista La Ermita, Guatemala; y en periódicos, tales como: El Heraldo de Chiapas, México; Siglo XXI, Guatemala; Diario Noticias, Perú. Correo–e: chentevasquez@hotmail.com

3 COMENTARIOS

  1. Nuevamente Chente nos sorprende con la versatilidad de sus cuentos. Nos recrea un ambiente que no es lo habitual en sus cuentos, pero lo narra como si siempre hubiera estado ahí. Nos transmite el temor, la incertidumbre y la zozobra de Nadeyda, quien está huyendo para salvar su vida. Y tiene un final feliz… ¡Felicitaciones°

  2. Excelente narración de ese gran Señor y extraordinario poeta y escritor guatemalteco, Vicente Antonio Vásquez Bonilla. Lo abrazo afectuosa y fraternalmente
    Poeta Carlos Garrido Chalén
    Presidente Ejecutivo Fundador
    Unión Hispanoamericana de Escritores
    (UHE)

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