Literatura Cronopio

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Estratos

ESTRATOS, SUSTRATOS Y SUPERESTRATOS EN LA NARRATIVA DE I. B. SINGER

Pilar Alonso*

En la entrevista realizada a Isaac Bashevis Singer por Harold Flender para la serie Writers at Work, el escritor desgrana algunas de sus creencias básicas en relación con la creación literaria. La teoría que subyace en su obra es clara, porque parte de la concepción, fundamental y desnuda, del escritor como constructor de historias y de la literatura como manifestación humana independiente. De acuerdo con esto, para Singer, la función del escritor es contar una historia —que en él se inicia con frecuencia en la reflexión surgida a raíz de un hecho real— y contarla bien, proporcionándole la estructura adecuada para que exista un equilibrio entre contenido y forma que permita al autor comunicar al lector su visión determinada del mundo y de la naturaleza humana.

De este fundamento teórico de apariencia simple se deducen dos características axiales y muy evidentes en la novelística de Bashevis Singer. De un lado, la sencillez directa de su prosa y las variantes narrativas y lingüísticas que el autor maneja con absoluto dominio, para adecuar en todo momento la forma de sus escritos al contenido que a través de ellos le interesa transmitir. De otro, y por contrapartida, la riqueza en su mundo textual, entendiendo como tal la realidad paralela que existe bajo el techo de su ficción. Ambos aspectos los consigue Singer conjugando una total independencia respecto de lo coyuntural y un aprovechamiento íntegro, aunque ciertamente selectivo, de lo que por su permanencia histórica ha logrado trascender los límites de lo efímero, pasando a formar parte de la herencia humana. Tras ello existe la intención del autor de crear un espacio a las constantes primarias y universales del hombre, frente a las exigencias particulares de un momento histórico dado.

I.B. Singer nació en Polonia en 1904, hijo de una familia judía ortodoxa y descendiente de varias generaciones de rabinos que se debatían entre el tradicionalismo jasídico y el rabinismo más lógico, científico y moderno. En 1935 emigró a Estados Unidos donde permaneció hasta su muerte en 1991. Las dos realidades y las dos lenguas de su existencia de escritor judío: el yiddish y el inglés, se superponen en la fusión temporal de opuestos que constituye su obra. Su prosa en yiddish le convierte prácticamente en la última voz de todo un movimiento cultural en extinción, su prosa en inglés le concede actualidad en una época que fue de gran relevancia para toda una generación de grandes escritores norteamericanos de origen judío, como Saul Bellow, Bernard Malamud o Philip Roth, entre otros. La obra de Singer, preliminarmente siempre escrita en yiddish en compromiso intencionado con sus raíces, comenzó a ser traducida al inglés en los años 50 y lo que en un principio era una labor encomendada a otros, aunque siempre seguida muy de cerca por el autor, se convirtió progresivamente en una labor personal de recreación, hasta el punto de que el autor hablaba del inglés como «su segunda lengua materna»[1]. A través del inglés, Singer trasladó visiones de una realidad perdida a un público amplio y diverso y obtuvo el reconocimiento a su gran singularidad literaria con la concesión del Premio Nobel de Literatura en 1978.

Dice Singer, en la entrevista concedida a Flender, que el trabajo del escritor no tiene nada que ver con la salvación o la mejora del mundo, esa es tarea de políticos, estadistas o sociólogos, no de novelistas. De ahí su postura contrapuesta a la de la práctica totalidad de autores yiddish contemporáneos a él, a quienes el servicio de la modernidad de los tiempos volvió rápidamente obsoletos. Esta es la opinión de Singer y la base de su obra desde los inicios:

«Hay algo en la literatura yiddish que está en plena vigencia, aunque es al mismo tiempo muy antiguo, porque el escritor yiddish moderno no escribe sobre cosas realmente judías, si bien él es un producto de la ilustración. El escritor yiddish se educó en la idea de que debía apartarse del judaísmo si quería ser universal. Y porque puso tanto empeño en ser universal, se volvió muy provinciano. Esa es la tragedia. No ocurre con toda la literatura yiddish, pero sí con gran parte de ella. Y, gracias a Dios, cuando yo empecé a escribir evité ese infortunio. A pesar de que me desanimaban todo el tiempo. Me decían que por qué escribía sobre demonios y diablos, que por qué no escribía sobre la situación de los judíos, sobre el sionismo, el socialismo, los sindicatos, sobre los sastres que necesitaban una subida de sueldo y así sucesivamente. Pero algo en mi interior se negaba a ello. Se quejaban diciendo que era anticuado, que retrocedía a generaciones ya perdidas, que era casi un reaccionario. Pero los jóvenes escritores son a veces muy tercos. Yo no quise seguir ese camino y años más tarde me alegré de haber tenido suficiente carácter para no hacer lo que ellos querían que hiciese. Ese tipo de literatura se ha quedado tan obsoleta y tan rancia…»[2]

El retroceso en el tiempo que se reprochaba a I. B. Singer significaba para él el aprovechamiento de fuentes filosóficas judías y no judías, religiosas y profanas, modernas y ancestrales; así como la recuperación y actualización del misticismo medieval de la Cábala, de donde Singer extrae toda una simbología sorprendente y en buena parte demoníaca que actúa como intermediaria artística entre los niveles que establecen su pensamiento y su obra.

Al mismo tiempo, Singer enlaza con los clásicos de la literatura del siglo XIX y se muestra contrario a la experimentación que fragmenta y oscurece el mensaje y la forma literarios. Admite, por ejemplo, que no lee a Joyce, que cuando va al teatro le gusta ver una historia de amor con un poco de humor y un poco de alegría[3] y opina que con «un Kafka en un siglo hay más que suficiente… un ejército de Kafkas podría destruir la literatura»[4]. La meticulosidad y la precisión con que Bashevis Singer escribe su obra, uniendo a su condición de narrador nato un exquisito control de la técnica artística, se complementa con una elaboración en el contenido, audaz e imaginativa, que sitúa su ficción en el campo de lo extraordinario, en clara competencia con la riqueza siempre imprevisible que ofrece la realidad.

Uno de los rasgos más significativos y valiosos de I. B. Singer es la calidad humana de sus personajes, nacidos de una minuciosa observación del hombre y de la propia profundidad de las experiencias vitales del autor. En sus escritos autobiográficos, Singer hace hincapié en las dudas y ambivalencias que caracterizaron su juventud, marcada por sus tribulaciones ideológicas, sus necesidades sexuales y su búsqueda de la verdad en campos oscurantistas y esotéricos. Esta mezcolanza de pasiones físicas e intelectuales la traslada el autor a sus narraciones, donde conviven lo sobrenatural con lo natural, la espiritualidad con el erotismo. «En mis relatos —dice Singer— no hay más que un paso entre la casa de estudio y la sexualidad y vuelta otra vez a la casa de estudio. Son fases de la existencia humana que han seguido interesándome»[5]. Si a ello unimos su convencimiento de que existen fuerzas sobrenaturales que todavía hoy escapan del conocimiento humano y que, aunque inexplicables, son condicionantes activos del devenir existencial, obtenemos los pilares maestros sobre los que se sustenta su ficción.

En consonancia con esta rica interpretación de la realidad, está su concepción del hombre como un compuesto de bondad e iniquidad, alternancias siempre presentes, unidas o desmembradas, en la constitución moral de sus protagonistas. Para Bashevis Singer no existe duda con respecto a la crueldad innata que alberga el ser humano, de la que —desde su perspectiva religiosa inconformista— culpa a Dios como creador de la especie, sin exculpar al hombre. Un claro ejemplo de esta crueldad es para el autor el comportamiento de los hombres con los animales: «Cuando veo cuánto sufren los animales, cómo se les maltrata y se les sacrifica… Para mí, el trato que damos a los animales demuestra que no hay mucha esperanza en la moralidad del ser humano»[6]. La consecuencia práctica de esta opinión es su condición de vegetariano y el componente crudo y sangriento que a modo de denuncia aparece con frecuencia en su obra.

Los personajes de Singer participan, además, de ese carácter individualista que propugna el autor, quien confiesa no ser lo que generalmente se entiende por «un escritor con mensaje». La particularidad de su objetivo le lleva nuevamente a la universalidad de su alcance. Sus personajes no son en ningún caso estereotipos, no son la clásica víctima de la literatura yiddish, son a veces triunfadores y a veces perdedores, pero siempre vivos y complejos y entre todos forman un universo diferenciado e integrado de estratos, sustratos y superestratos culturales, religiosos y lingüísticos. Singer crea narradores que se distancian o se identifican con los protagonistas según se adopte una postura más intelectualizada, más puramente narrativa o más cercana a la esencia de los seres y de los hechos. Se combinan así tres facetas literarias propias de este autor: el Singer que practica el periodismo humanista al estilo de la prensa yiddish, el Singer heredero de una tradición narrativa perpetuada oralmente durante siglos y, en último lugar, el Singer más clásico y de mayor altura literaria, constructor de unas perspectivas interiores de sus personajes de gran belleza. En sus trabajos más largos, sus novelas, I.B. Singer se muestra más tradicional, en la línea de los grandes realistas rusos, como Dostoievski o Tolstoi, franceses como Flaubert, o ingleses y americanos como Hardy, Hawthorne o Henry James.

Sin embargo son sus relatos lo mejores exponentes de su ficción. La variedad de cuadros que el autor consigue —donde la brevedad de la exposición no es nunca un menoscabo sino, muy al contrario, un logro en el manejo de los recursos— permite al lector adentrarse en las distintas capas del mundo creado por I. B. Singer y explorar a fondo todos sus entresijos. El contraste de voces y temas contribuye a presentar la visión que del orden universal como enigma posee el autor. Su escepticismo ante las distintas respuestas e interpretaciones que el hombre ha proporcionado a lo largo de la historia al eterno dilema humano, le hace observar y mostrar en lugar de emitir juicio alguno. Todo lo que Singer siente o piensa está filtrado a través de los elementos narrativos que conforman sus obras. Así, las dudas, las tomas de postura, los acuerdos y los desacuerdos se traducen en historias, en personajes, en situaciones que nos remiten indirectamente al núcleo del conflicto. Solo en muy contadas ocasiones se produce el análisis directo mediante la reflexión intelectual o la consideración valorativa de los conceptos. En la conjunción de opuestos y en la suma de hechos relatados, debemos buscar la coherencia interna de su obra.

‘Isaac in America: A Journey with Isaac Bashevis Singer’. Cortesía de Amram Nowak y Riva Freifeld Pulse para ver el video:
[youtube]https://www.youtube.com/watch?v=qaLugWq77fc [/youtube]

REFERENCIAS:

[1] I. B. Singer, Introducción a A Crown of Feathers, Nueva York, Farrar, Straus and Giroux, 1973.
[2] Harold Flender, «Isaac Bashevis Singer», en Writers at Work, The Paris Review Interviews, 5.ª Serie Nueva York, Penguin Books, 1981, pág. 83.
[3] I.B. Singer en B. Rosenberg y E. Goldstein, comps. Creators and Disturbers, Nueva York, Columbia University Press, 1982, pág. 42.
[4] I. B. Singer citado por Ben Siegel, Isaac Bashevis Singer, Minneapolis, University of Minnesota Press, 1969 pág. 6.
[5] Ibid., págs. 23-24.
[6] Cf. I.B. Singer en B. Rosenberg y E. Goldstein, comps. Op. cit., pág. 42.
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* Pilar Alonso es Profesora Titular en el Departamento de Filología Inglesa de la Universidad de Salamanca, España. Su investigación se centra en las áreas del análisis del discurso y la lingüística cognitiva, dos campos en los que ha publicado ampliamente y que resultan especialmente fructíferos cuando se entrelazan como vehículos de análisis del discurso literario. Pilar Alonso es editora y autora de la traducción de la colección de cuentos de I.B.Singer Un amigo de Kafka y otros relatos (Ediciones Cátedra, Madrid 1990).

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