Literatura Cronopio

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Vida

TODO ES VIDA

Por Salomón Touson*

UN SILLÓN

Hace tiempo que no pinta. Las vueltas de la vida lo fueron empujando hacia las necesidades más urgentes, su atención estaba acaparada por lo cotidiano, por aquellas pequeñas cosas que sumadas pueden llenar las horas, los días, la vida. Muchas veces se preguntó si no debería desentenderse de lo cotidiano, o por el contrario, si no debía olvidar la pintura. Pero hasta esa respuesta quedaba postergada.

Pasó mucho tiempo sin que el olor de los lápices perfumara su vida. Quizá un año o más. Pero era el tiempo suficiente para que aquella necesidad de dibujar, de pintar, se fuera haciendo cada vez más acuciante. Como si las energías se fueran transvasando, ahora era el deseo de pintar lo que no le dejaba dedicar su fuerza a lo cotidiano. Llegó el momento en que la nostalgia de los colores no le permitía ocuparse con entera disposición a ninguna de las contingencias que antes consideraba prioritarias.

Sin embargo, la distancia, medida en tiempo, parecía haber hecho estragos en su capacidad para pintar; como cuando se alejan los objetos, se achican y se achican a medida que se separan de nosotros; hasta que son un mero punto; y luego nos parece que ya no existen, que han dejado de existir.

Volver se le hace difícil. Imagina mil y un tropiezos. Adivina que sus manos ya no querrán responder con aquella solicitud para empuñar el lápiz, para guiar un pincel.

Más teme a sus ojos y a su corazón, tan alejados ahora de todo lo que significa el color, la línea. Tan tórpidos para distinguir o imaginar un matiz. El alma también parece seca. Seca como una tabla abandonada. Como una tabla que espera. Como una tabla a la que el tiempo, paradójicamente, también hace más noble y más dócil.

La madera, sí, la madera será más tolerante con su torpeza. Tiempo atrás había hecho un sillón con las tablas que rescató de la demolición de la casa paterna. Decide entonces hacer lo que puede hacer: recupera los planos que había dibujado en aquella oportunidad y se sumerge en un mundo que se va creando entre sus manos.

El placer fue otro; pero igual colmó su alma.

DOS BELLEZAS

Está la belleza de la música. La hace el que la escribe y quienes la tocan. Nos llega en el ritmo, en la melodía, en la audacia de sus disonancias y en la riqueza de su polifonía. En el amor de los músicos por la música y por los músicos. En el dominio del instrumento. En la alegría de hacer música y, aunque parezca paradójico, en el sentirnos escuchados. Estoy pensando en la Banda Hermética.

Hay también la belleza del alma. No se hace. Está en la naturaleza de la persona. Nos llega en su voz, en la audacia de su forma de ser y en la dulzura que derrama su mirada. En la alegría con que hace lo que hace y en su figura. Se adivina, además en el gesto o en la palabra que pronuncia y, aunque parezca paradójico, en el tono de una prenda que luce. Estoy recordando a Marina Belinco.

DOS HERMANOS

Cuenta la leyenda que cuando nació el mayor, la madre se ufanaba por haber dado a luz un varón. Sin embargo resultó un hijo difícil. Era inquieto, exigente. Tenía cambios bruscos de humor. Por momentos era un estorbo y una preocupación. Cuando creció se tornó arrogante, hablador y empecinado.

Físicamente poderoso, no se detenía ante ningún obstáculo así como no reparaba en medios para lograr lo que se proponía. Era el típico triunfador.

Al menor se lo recuerda enclenque, torpe pero imaginativo. Le gustaba escuchar. Era romántico, peregrino infatigable, amante del viento y de los caminos. Nómada eterno, nunca se sintió en casa y tampoco la quería tener. Andaba por el mundo como un inocente. Tímido, dulce, reconciliador. Le sorprendía el rumor de los árboles o simplemente el hecho de estar vivo. Era el auténtico hombre-niño.

Un hermano era el opuesto del otro. Resulta inquietante que algunos aventuraran la idea de que los dos hubieran nacido el mismo día. Lo que parece cierto es que la vida o quizá su propia naturaleza los llevó por caminos muy diferentes.

El mayor se dedicó a trabajar la tierra. Se levantaba antes del alba para estar en el surco cuando despertara el día. Entonces, con la mirada perdida entre los terrones, levantaba la azada y la volvía a clavar en la tierra virgen, una y otra vez, con el ritmo justo. Como para que la fatiga no detuviera el trabajo y que la molicie no lo prolongara demasiado.

Cuando el sol estaba alto, se detenía para beber, del pellejo que colgaba de su hombro, un poco de esa agua que ya estaba tibia. Y al secarse la frente con el dorso de su mano encallecida, no podía evitar un pensamiento hostil para con ese astro que, sin embargo, sería el que haría madurar su mies.

Al terminar de roturar, la tierra desnuda yacía como una mujer extenuada que se deja fecundar. Entonces arrojaba la semilla. Esa semilla que se había privado de comer y que había conservado celosamente, aguardando la época propicia. Después debía esperar. Entre la siembra y la cosecha había un tiempo que le resultaba irritante. Todo el esfuerzo realizado quedaba en manos de la lluvia, el sol, el viento. Los caprichos de la naturaleza podían hacer que todo fructificara o que todo se perdiera.

El menor fue pastor de ovejas. El amanecer lo sorprendía recostado en la hierba, con una brizna de pasto entre los labios. Gozaba del aire y del cielo. Cuando el sol estaba alto, se dejaba transportar por los sueños, envuelto por el perfume de la tierra, en una larga siesta bajo el árbol cercano.

Conocía y se entendía con cada uno de sus animales. Era parte de la majada como era parte del universo. Cuando la sed quería insinuarse, las ovejas, sin dejar de pacer y él, sin dejar de embriagarse con la fragancia de las matas silvestres ni dejar de divertirse con el revoloteo de los pájaros y de las mariposas, comenzaban a desplazarse muy lentamente. Parecía que vagaban sin rumbo alguno. Sin embargo, cuando la sed estaba en el punto en que reclamaba ser saciada, se encontraban con la orilla del arroyo donde las aguas cantaban de alegría porque ellos habían llegado para beberla. Después, hasta el sol se recostaba para descansar.
Al entrar la noche, permanecía absorto contemplando el cielo cuajado de estrellas, en una vigilia llena de misterios. Lo acompañaban su perro y el silencio. Ese silencio de gentes que da lugar a que la claridad llegue al corazón.

Transcurrió mucho tiempo sin que los hermanos tuvieran noticias uno del otro. Pero un día, quiso la casualidad que se encontraran de visita en la casa paterna. Ni la madre ni el padre pudieron evitar que en sus rostros se reflejara la alegría que les producía la visita del menor. El mayor sintió una violenta indignación que inflamó todo su cuerpo. Los padres, al advertir el cambio en el semblante de su hijo, lo reprendieron. Esta nueva humillación superó su ya menguada posibilidad de contenerse. Lleno de furia, invitó a su hermano a salir al campo y lo acosó con reclamos por la posesión de algunos bienes. El menor no respondía, permanecía callado. En realidad no entendía de qué se le estaba hablando y esto exacerbó aún más la cólera del mayor.

Algunos dicen que éste, cegado por la ira, arremetió contra su hermano y de un solo golpe lo mató. Otros sostienen que, como el pastor era ágil y vigoroso, logró imponerse en aquel enfrentamiento. Pero, en el momento en que el resultado de la lucha era inevitable, el mayor, que era astuto, le habló de los padres. El menor, que era compasivo, aflojó el brazo. El otro aprovechó el descuido, saltó, hirió y mató a su hermano.

En un principio, el labrador intentó desentenderse de su crimen. Después encontró algunas buenas razones para justificarse. Sin embargo, no pudo volver a sembrar. La tierra siempre le recordaba aquella sangre que había derramado. Así, sintiéndose ajeno de todo, huyendo del vacío que había creado, buscó llenarlo con riqueza y poder. Construyó ciudades y creó industrias. Pero nunca más hubo paz en el mundo.

Nota del Editor: Los dos hermanos (que para algunos exégetas habrían nacido el mismo día) bien podrían representar dos tendencias que conviven, o litigan, dentro de cada uno de nosotros.

SÓLO UNA TABLA

Estoy caminando por la costa de una isla muy poco habitada, en el delta del Paraná. Veo algunos tramos de tierra desnuda que me sugieren un sendero y repentinamente me siento impulsado a internarme en la espesura del monte virgen. Si bien el día es propicio, pues se nota la ausencia de los mosquitos, el suelo no está muy dispuesto a facilitar la aventura: la crecida se ha retirado a la mañana dejando una capa de ese limo fértil que cultivó la historia del Nilo.

Las aguas que pasaron por aquí iniciaron su viaje muchas jornadas más arriba. Digo jornadas porque prefiguro que ha sido un viaje laborioso y no de placer. En ese trajinar, el río ha visitado innumerables paisajes y variadas comarcas. Ha dejado sus nutrientes y se ha llevado lo que cada tierra y su gente quisieron darle. Con esa carga es que llega a este delta. Solo que aquí el lecho es tan ancho que el río no puede negarse a descansar. Así es que se hunde en los pliegues de esta sábana verde y duerme.

Algunas veces solo por unas horas y otras se demora uno o demasiados días. En su sueño afloja los brazos, relaja sus manos y, aquellos tesoros que fue acumulando durante el viaje, se le caen por entre los dedos. Cuando se despierta y parte jubiloso para bañarse en el mar olvida, en su apuro, recoger su equipaje. Aunque quizá sea esta su discreta manera de entregar lo que ha traído para nosotros.

El sendero que me incitó a la aventura solo me acompañó algunos pasos. Ahora avanzo entre las matas. Observo plantas que fueron desarraigadas en otras latitudes, montones de hojas muertas y ramas podridas que se aprietan contra los obstáculos como si hubieran sido arrojadas por el huracán. Una nutria se escapa y me hace pensar que otro animal, eventualmente peligroso según mi criterio urbano, podría presentarse. Busco una vara que también pueda servir para afirmarme en el piso resbaladizo y continúo por una senda que voy creando entre los ligustros, las madreselvas y las cortaderas. Un claro en la vegetación me permite erguirme y descansar. Aquí entra algo del sol. El silencio es más denso.

Una tabla podrida duerme con los clavos apuntando hacia las nubes. Me sobresalta la idea de que esas púas pudieran atravesar la suela de alguna zapatilla poco advertida y decido doblar las puntas oxidadas con mi vara. Esta operación consigue que me detenga el tiempo suficiente para que se despierte mi curiosidad y me interese en este trozo de madera. Veo entonces que los clavos no son su única defensa; también se ha cubierto con una fina capa de barro para que no interrumpan su descanso. Tiene poco más de un metro de largo y unos treinta centímetros de ancho. Debe haber sido una tabla respetable.

Uno de sus extremos está cortado con un ligero ángulo de modo que pudo haber formado parte del espejo o del asiento de alguna embarcación de trabajo. Por las huellas que dejaron en su cuerpo, puedo suponer la rudeza de las faenas que soportó. Apenado, la levanto para observar la esquina enterrada. Pesa mucho más de lo que imaginé. Este síntoma me lleva a pensar que la tabla no dormía sino que había muerto y estaba empeñada en su tarea de volver a ser barro. Pienso también que esa gravedad podría corresponder a una madera de noble origen. Mi uña, cuando no logra hundirse en la veta, me inclino por la segunda teoría. Alentado, volteo la tabla y compruebo que su reverso se ha conservado mucho más sano que la cara que, aviesamente, me mostraba.

Con la agilidad que me otorga el entusiasmo, cargo la tabla y emprendo el regreso. Uno de los clavos, antes aborrecido, me sirve ahora de prolijo asidero. El sendero se ha tornado familiar y deja que mi imaginación se adelante. Me veo quitando con cuidado los clavos y lavando la tabla para después dejarla secar al sol. No pienso qué haré con ella y creo que ella tampoco me lo preguntaría. Es solo la alegría de habernos encontrado.

¿POR QUÉ ESCRIBÍ ESTE LIBRO?

Tendría unos nueve años cuando, habiendo extraviado mi cuaderno de clases, la maestra me ordenó que lo rehiciera copiando el cuaderno de un compañero. Si bien la tarea era tediosa y tenía algo de castigo, a poco de empezar, quizá estimulado por las hojas flamantes o porque no debía pensar en lo que estaba escribiendo, comencé a poner esmero en la caligrafía. Al terminar me gustó comprobar que mi letra era mucho más clara y armoniosa que antes. Desde entonces, el mero hecho de escribir, no importa qué escriba, me resulta placentero. Ahora pienso que mi ya manifiesto gusto por el dibujo debía estar influyendo en ese devenir.

Más adelante comencé a sentir la necesidad de anotar ideas, pensamientos o imágenes que se me ocurrían. Lo hacía solo para evitar que se perdieran. Se fueron juntando así un cúmulo de hojas sueltas que no contenían más que pequeños párrafos. Siempre los guardé con especial afecto. Cada tanto volvía a leerlos y los retocaba un poco a este, otro poco a aquel otro; como quien cultiva una huerta. Esta tarea siempre me resultó placentera. Era un proceso íntimo sin ningún objetivo.

Ya entrado en años, liberado en buena parte de los apremios familiares, consideré que algunos escritos estaban maduros y los di a la prensa. Así fue que en el 2000 salió La Imagen vs. La Palabra. Si bien la tirada era limitada, al año siguiente (2001) fue necesaria una segunda impresión.
Es indudable que la buena acogida de ese primer intento me estimuló y en el 2003 publiqué El Dibujo en la Terapia. Es un libro relativo a mi profesión en el que propongo un método para incluir el dibujo en el proceso psicoterapéutico.

Todo es Vida se parece más a mi primer libro. Es una recopilación de textos, comentarios, relatos y cuentos por los que tengo un cariño especial.

Presentación del libro “Todo es vida” de Salomón Touson.  Pulse para ver el video:
[youtube]https://www.youtube.com/watch?v=vr7Ia3pitx4[/youtube]
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*Salomón Touson es médico, psicoterapeuta y docente. Ha sido Secretario Científico de la Asociación Argentina de Psiquiatría y Psicología de la Infancia y Adolescencia. Coordina talleres terapéuticos y formativos, y desde 1980 trabaja en la investigación y desarrollo de técnicas dirigidas a enriquecer el trabajo terapéutico. Sus libros La imagen vs. La palabra (2000) y El dibujo en la Terapia (2002) han sido adoptados en los programas de varias carreras universitarias.

«Todo es vida» es un libro de relatos de Salomón Touson, publicado por Ventana Editorial en Argentina.

3 COMENTARIOS

  1. Holaaa Saloooo !!! Oh mi recordado doctor Touson , un gusto leer el artículo y ver la presentación del mismo . Felicitaciones !! . Como amuleto llevo la llave de Arenales junto con las lmías Será protección ??? eso digo yo … significa que lo recuerdo con mucho afecto , empecé acuarela … no es fácil peroooo sale , creo que me está gustando lo abstracto Voy a experimentar y ….. después hago un análisis Salomónico Todo valeee no ???? Por intermedio de la Muni.de S. Isidro expusimos en el Concejo Deliberante … TODA UNA ARTISTA !!!!! Estuve pensando en usted para mi sobrinaaaa hace rato en tratamiento y no la veo bien … trataré de decirle para que usted la ayude . Un cariño inmenso doctor Salomón !!! Ali.

  2. Muy querida Renee:
    Es una enorme alegría tener noticias tuyas. Aquí va mi correo (salomon@touson.com) que espero te llegue.
    Por supuesto sigo pintando; pero se han agregado a la pintura el escribir y otras actividades que me apasionan y que sería largo de contar aquí.
    Espero tu respuesta.
    Cariños
    Salomón

  3. De paso por Bs S,encontré una nota sobre el libro de Tpuson,amigo de juventud.El relato sobre el pintar,me interrogó sobre cómo estaría en él la pintura a esta altura de su vida.querria preguntárselo y solicitaría su correo,si quiere ponerse en contacto conmigo gracias.

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