Literatura Cronopio

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Tientos para adelantarse en museo de la novela eterna la realidad la ficcion y la escritura recienvenida

TIENTOS PARA ADELANTARSE EN «MUSEO DE LA NOVELA DE LA ETERNA»: LA REALIDAD, LA FICCIÓN Y UNA ESCRITURA «RECIENVENIDA».

Por Diana Ortega Rodríguez* y Arianna Rodrígez del Rey**

Jorge Luis Borges emitió el juicio, ya hoy harto gastado, de que Macedonio Fernández fue más la persona que el escritor. Este planteamiento, presumiblemente arrojado por el autor argentino sin conciencia de mitificación —independientemente de su grandeza meditada e indudable y por tanto del peso de sus palabras—, se convirtió en una leyenda que sepultaría torpemente la trascendencia de este monstruo de las letras hispanoamericanas. La propagación del mito, sumado al interés ingenuo de Macedonio de escribir sin publicar y la ineptitud del público lector para entender una obra violentamente transgresora con respecto a su ciclo histórico hicieron, durante un tiempo prolongado, de la escritura macedoniana un breve espacio de la literatura argentina sin penas ni glorias.

Lo que realmente quiso decir Borges no interesa ahora, es cierto que la singular personalidad de este escritor anuló la posibilidad del anonimato autoral y figuró un papel esencial en la formación de los vanguardistas que posteriormente asumirían sus enseñanzas como propias. De estas razones, como contraparte de una escasa aparición de publicaciones, podría entenderse que la importancia de Macedonio radicó en su labor formativa y su espíritu precursor, pero es mucho más que ello: en este caso su personalidad no fue más, sino tan significativa como su escritura. Cada texto y cada secuencia oral emergida del autor argentino proyectaron futuridad y trascendencia. Lo que no asistió sus páginas se incorporó, acto seguido, en la literatura argentina de sus sucesores.

La aguda cosmovisión metafísica, motivos que brotan de esta como la Muerte, el Olvido, la Inmortalidad, lo Infinito, lo Laberíntico, el Amor, el Dolor provocado por la Ausencia después de la Muerte de la amada, o del Olvido (silogismo típico macedoniano, si es que típico y macedoniano pueden aparecer en una misma expresión), se eternizan cíclicamente en la Argentina creadora. El responsable mientras tanto se consume en pensiones de Buenos Aires, escribiendo incesantemente a la luz de una vela, hasta que muere.
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Su muerte pareció una intención más de su efectivo aparato postrero. En la despedida de duelo, Borges refiere que lo imitó «hasta la trascripción, hasta el divino y devoto plagio» [1], Adolfo de Obieta (su hijo) organiza publicaciones post mortem de libros inéditos y reedita textos ya conocidos, aparecen aislados estudiosos de su obra como César Fernández Moreno o Germán Leopoldo García, se publica una Edición Crítica de Museo de la Novela de La Eterna, obra icónica del autor, y Ricardo Piglia comienza una personal iniciativa para justipreciar aquel que —en sus propias palabras— fue necesario para que existieran Borges, Cortázar, Marechal, y muchos de los que vinieron después [2]. De estas genuinas acciones se desprende una reflexión: finalmente la historia latinoamericana ganó madurez receptiva y creó herramientas teóricas y críticas para hacer justicia a la figura y la obra de Macedonio Fernández. Aún, parecen insuficientes.

Pienso en Buenos Aires en los años 20, no logro hacerlo sin ver en Macedonio una intermitente y esencial reminiscencia. Lo imagino en un café, conspirando, dudando de la percepción de lo visible, encontrando gestos artísticos que lo expliquen, ejecutándolos; pensando en Elena de Obieta, Elena BellaMuerta, que fue luego la Maga, Beatriz Viterbo, y con ello buscando la manera indeleble de traducir y legitimar literariamente el dolor, quebrado, escéptico. «Más que eso» parece ser la expresión leitmotiv cuando alguien se aventura a caracterizar y reconstruirlo, más que sus charlas Macedonio fue el escritor de lo indecible, el caudaloso escritor oculto, el escritor-actor, todo el mundo intuye que escribe por su actitud y existencia pero rara vez se adentra en su juego.

La ficción, o metaficción, macedoniana, a pesar de la aparente introspección en su cualidad de artificio, guarda una relación activa con la realidad. No partía de una pasiva referencialidad, sino que pretendió, mediante estrategias inclusivas y complementarias, desdibujar los límites entre Arte/Vida. Esta preocupación, que es típica de la vanguardia, había tenido antecedentes en el origen mismo de la escritura novelar: Miguel de Cervantes, Francois Rabelais, Boccaccio… Macedonio recupera esa tradición y, al fundirla con las preocupaciones propias de la vanguardia, produce un texto fielmente transgresor (esta paradoja refiere el habitual juego tradición-renovación de la escuela literaria a lo largo de la historia) con respecto al pasado.

En su Museo de la Novela de la Eterna, la escritura ficcional, en estrecha relación con la oralidad, fue entretejiendo un entramado discursivo que abarcó desde la charla cotidiana en un café de Buenos Aires, sueltos promocionales, cartas de súplicas y promesas (en ademán sarcástico e irónico) a revistas, amigos y familiares promocionando la novela futura, prólogos anticipados, hasta el texto en sí mismo: todo un aparato caleidoscópico cuya función era develar y teatralizar los mecanismos de producción de la novela en un gesto propiamente ficcional; preparar el horizonte de expectativas del lector argentino realista; y, conjuntamente, ofrecer una idea de la realidad entendida como constructo, material pre-codificado. Estos actos performáticos, que no forman parte del texto tal y como se concebía en su contexto histórico cultural, pueden ser vistos hoy a todas luces como estrategias discursivas de su autor, en estrecha relación con una concepción del arte como artefacto efímero y dependiente de la mirada del receptor; son otros gestos macedonianos para borrar la frontera entre Ficción/Realidad.
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El proceso escritural de la novela —que duró desde la década del 20 hasta los 40— se contaminó de todo el espíritu de la vanguardia que Macedonio lideró espiritualmente, e incluso radicalizó en la Argentina. Sin embargo la recepción justa habría de esperar unas décadas más, hasta que esa consolidación de la actitud vanguardista fuera compartida por un mayor grupo de prácticas culturales, dentro ya de la época posmoderna. En su momento, Macedonio y el resto de innovadores bonaerenses tuvieron que compartir su lugar en la vanguardia con los escritores de la tierra, cuya producción fue muy popular y aceptada como renovadora y tendió un manto sobre la escritura argentina del momento. Ricardo Güiraldes ganó esta batalla porque se alineó con el conflicto civilización/barbarie y su tradición en la escritura continental.

No obstante, ver a Macedonio Fernández como escritor posmoderno resultaría descabellado. En una actitud deconstructiva, revisa los pilares del género novela y los destruye. Esta razón evoca un gesto precursor de la posmodernidad, pero el hecho de que destruya las convenciones genéricas para proponer una nueva escritura conserva la esperanza vanguardista. Es preciso señalar que el posmodernismo en Latinoamérica, como fenómeno foráneo llegado por importación, todavía cree en la posibilidad de construir algo (una escritura, una imagen, una identidad). A diferencia de la nostalgia por un destino cumplido y el desgaste del pasado occidental europeo, América Latina, continente nuevo con respecto a Europa, todavía busca marcas identificativas y formas que la traduzcan en la literatura. Este argumento explica el hecho de que Macedonio Fernández haya sido visto como un precursor del Boom. El escritor argentino ofrece una luz para descifrar el misterio, la incertidumbre a la que está condenada la escritura novelar y, a un tiempo, engendra misterio en su cuestionamiento. No queda más que coincidir en que, por nacimiento, debió haber sido un escritor de fin de siglo; por el comienzo de la producción de su obra, vanguardista; y por su justa recepción, un escritor posmoderno.

En Museo de la Novela de la Eterna se produce un constante desplazamiento de la ficción a la realidad y viceversa: los extratextos dramatizados y ficcionalizados, los sujetos empíricos y la cotidianidad tematizada dentro de la obra hacen pensar en los elementos plurales de la novela como una «transfusión pro-realidad» [3]. Durante gran parte de la existencia de Macedonio Fernández la novela fue una promesa: la novela inexistente, la novela ausente, la novela fingida; publicada post mortem, la obra fue la futuridad insinuada performáticamente por su autor.
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Esta reticencia del autor a lo que llamaba novela mala y el interés por generar un nuevo tipo de novelidad tiene un co-relato en el contexto de la primera mitad del siglo XX, habitado por la perplejidad arrojada luego de dos conflictos bélicos mundiales y una serie de gobiernos dictatoriales en la Argentina que impulsan a Macedonio a actos paródicos, como el de postularse a la presidencia de su país. Ninguno de estos elementos contextuales se refieren de modo directo en la obra, sino que se plantean, por su cualidad metaficcional, de una manera indirecta. No se apega miméticamente a la descripción de estos eventos, sino que asume su esencia de un modo singular. Museo de la Novela de la Eterna capta, y más que captar, reconstruye y fija para la posteridad, el espíritu del ser argentino como quizás no lo logró ninguna de las novelas de la tierra contemporáneas a su escritura. En este argumento se origina la frase de Ricardo Piglia: «Macedonio Fernández es la literatura argentina» [4].

El significado global del texto es inimaginable sin el reconocimiento de la realidad circundante, de la que se apropia mediante un proceso de descentralización de sus componentes textuales (fuera y dentro del texto). La nueva concepción de la literatura va adherida a una nueva concepción del mundo: la realidad la asume inabarcable, incognoscible en su totalidad, imprecisa, por tanto propone un realismo de la conciencia y una verosimilitud del ensueño, fragmentos provocativos que el lector debe ordenar y completar. El carácter discontinuo e inacabado de la escritura novelar macedoniana remite al carácter caótico de su zona de construcción, pretende apropiarse de esta y tener repercusiones sobre el futuro real.

La teorización de la novela y su puesta en práctica atenta contra lo perecedero; los hombres perecen, pero la escritura trasciende, es eterna. Como el Presidente (personaje capital de Museo de…) busca la conquista de Buenos Aires para la Belleza, Macedonio Fernández reescribe el género para buscar la Verdad y la Belleza, elementos que debe por condición literaria potenciar la novela, a ellos debe su razón de ser.

Cuando los escritores de los sesentas y setentas (Gabriel García Márquez, Alejo Carpentier, Julio Cortázar, Vargas Llosa, entre otros) levantaban el estandarte de una nueva novela, máxima renovación narrativa, aparece Museo de la Novela de la Eterna, comenzada a escribir en la década del veinte, con una fórmula anti-retórica y anti-convencional desconocida. El carácter inconcluso de la obra, llevado a las máximas expresiones de teatralización, aseguró, paradójicamente, un espíritu de continuidad que ganaría su mayor esplendor en el futuro de la realización de la novela, y adquiriría su verdadero significado más allá de la muerte del autor. A lo largo de la existencia de Macedonio Fernández, y luego de la muerte que lo inmortaliza, los críticos y lectores se acercan a su escritura redescubriendo genuinas novedades. Macedonio «recienllega» continua y gratamente, te hace pensar de un modo insospechado que hasta su llegada solo conocías el lado más obvio de Buenos Aires.
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NOTAS

[1] Citada por Margarita Mateo Palmer (2011): «Repensando la vanguardia narrativa hispanoamericana», en Temas No 65: 38-45, enero-marzo, pág. 40.
[2] Palabras procedentes del documental Macedonio Fernández dirigido por Andrés di Tella en 1995 y con guion de Ricardo Piglia.
[3] Términos empleados por Macedonio Fernández para describir la intención de la novela dentro de la propia novela. Ver en Ana Camblong-Adolfo de Obieta (coordinadores) (1993): Edición Crítica Macedonio Fernández. Museo de la Novela de la eterna. Colección Archivos, España, pág. 232.
[4] Ver en audiovisual de Andrés di Tella.

BIBLIOGRAFÍA

Ana Camblong-Adolfo de Obieta (coordinadores) (1993): Edición Crítica Macedonio Fernández. Museo de la Novela de la eterna. Colección Archivos, España.

Mateo Palmer, Margarita (2011): «Repensando la vanguardia narrativa hispanoamericana», en Temas No 65: 38-45, enero-marzo, 38-45.

Piglia, Ricardo (2012): Formas breves. Editorial Capiro, Santa Clara.

Tella, A. (Dirección). (1995): Macedonio Fernández [Documental]. Buenos Aires.

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*Diana Ortega Rodríguez (Cienfuegos-Cuba, 1991). Licenciada en Letras por la Universidad Central Marta Abreu de Las Villas en el 2014. En el presente es profesora instructora del Departamento de Estudios Socioculturales, en la Universidad de Cienfuegos. Ha obtenido lauros como el  Premio Nacional Leer a Martí Edición XVII con el ensayo «La insularidad como vivencia cultural en una selección de cartas de José Martí en el exilio: La ínsula dolorosa», en 2014. En 2016 obtuvo un significativo mérito académico en el contexto cubano: Premio CITMA, en la categoría Premio Provincial a la Innovación, con la investigación «El sistema architextual: Una estrategia de análisis metaficcional en la obra Museo de la Novela de la Eterna, de Macedonio Fernández». Su artículo «La metaficción: Historia Problemáticas y tipologías» ha sido aceptado en la Revista Islas No 181 (ISSN: 0047-1542). Universidad Central Marta Abreu de Las Villas, 2016. Publicó en coautoría con Arianna Rodríguez del Rey García: «Estudio de la interacción de gestualidad y entonación en el discurso académico oral del profesor universitario». III Coloquio Cubano de Estudios Semióticos(ISBN 978-959-18-11-34-9), La Habana, Noviembre de 2015. Actualmente cursa la Maestría «Estudios Interdisciplinarios de América Latina, el Caribe y Cuba», coordinada por la Facultad de Filosofía, Historia y Sociología de la Universidad de la Habana.

**Arianna Rodríguez del Rey García (Cienfuegos-Cuba, 1992). Licenciada en Letras por la Universidad Central Marta Abreu de Las Villas en el 2015. En el presente es profesora del Departamento de Estudios Socioculturales, en la Universidad de Cienfuegos. Ha obtenido lauros como el Premio Nacional Leer a Martí Edición XVIII con el ensayo: «Un nuevo acercamiento al daguerrotipo martiano. El retrato a familiares en su discurso poético en versos», donde resultó multipremiada, obteniendo el reconocimiento de la Biblioteca Nacional José Martí como institución promotora de tal competición y también un premio especial en la categoría «Gonzalo de Quesada y Miranda», en 2016.

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