Literatura Cronopio

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Y CONTANDO

Por Oscar Ágredo Piedrahita*

«Tales son las anomalías y extravagancias de su vida amorosa,

que no por ello es menos rica, una espléndida

asociación erótica que no da muestras de

ir a menos en un futuro próximo».

(Paul Auster)

El gordo había contado con un poco de suerte y su obsesión había podido mantenerse dentro de los límites de una dimensión productiva para su vida. Amaba con pasión el ideal pornográfico femenino promovido en las películas norteamericanas del género respectivo. Había tenido la suerte de practicar la monogamia sucesiva con tres mujeres quienes, enteradas de su filia, lo aceptaban como era y además lo complacían con los juegos de rol pertinentes para que él pudiese sentirse una estrella porno masculina en el limitado espacio de su apartamento. A eso se agregaba que tales mujeres no eran putas callejeras o bailarinas de tubo venidas a menos, eran educadas y relativamente cultas, por tanto sus fantasías se volvían reales y su cerebro disfrutaba del máximo placer concedido a sus sentidos por la imaginación. A la tercera es la vencida, se dijo con el pecho inflamado de orgullo ante la confirmación de la cuasiperfección de su nueva esposa.

Se había casado con la segunda diez años atrás, luego de apenas un semestre de que la primera lo hubiera abandonado por un músico de jazz que le apuntaba el saxofón al trasero y le hacía vibrar el ojito con melodías sexafinadas en el cielo de John Birks Gillespie, para luego taladrárselo al estilo Tano, como el pobre gordo no había podido nunca por un exceso de respeto que ella nunca agradeció.

El matrimonio con la segunda había sido en una pequeña capilla del colegio donde ella había estudiado su bachillerato y donde había perdido la virginidad con su profesor de filosofía, quien, aclaremos: no era sacerdote. No puedo saber si esta formación religiosa incidió en la manera en que la segunda había asumido su rol de pornoesposa, pero seguramente había sido definitiva la falda escocesa que había usado tantos años. En uno de los cinco cumpleaños que compartieron juntos, no vistió su faldita de colegial pues ya no le entraba su contundente trasero, pero vistió una réplica que compró libremente en un almacén de objetos sexuales llamado «La pantera Rosa». Era por decir lo menos, intrigante, que el gobierno conservador no hubiera prohibido tales faldas en los colegios cuando hacía ya años se había convertido en un fetiche claramente pedofílico.

Sin embargo la segunda no llegó a preocuparse porque su gordo pudiera convertirse en un pervertido, pues entendía que los juegos de rol, al contrario, permitían desfogar las represiones y con ello sublimaban la posibilidad de llegar a sentir de verdad, el deseo de tener sexo con una lolita. Ella estaba demasiado mayor para parecer una lolita pero preservaba en sus ojos cierto brillo de muñeca que permitía que la fantasía se realizara convincentemente con la ayuda de un chupete, piruleta o lollipop muy rojo con forma de corazón y los complementos habituales que seguían siendo los mismos que había usado en grado once: los zapatos colegiales, la blusa blanca con el logo bordado y las largas medias blancas que le llegaban a las rodillas.

A pesar de todo llegó el día en que la llamada primitiva de la naturaleza la llevó a desear un bebé y justo cuando preparaba el discurso para decirle a él que querría tener un hijo, se percató de la difícil contradicción que entrañaría que el bebé fuese una nena que algún día crecería y usaría una falda como la de las fantasías que amaba su esposito, tanto como a ella. Pensó, pensó y pensó y lo vivido se le volvió intolerable como futuro paranoico; hizo la maleta, se llevó apenas sus pertenencias femeninas, incluyendo el remodelado uniforme del colegio que luego quemó en una caneca de metal, y decidió que no se arriesgaría y que mejor sería buscar un hombre diferente aunque fuera «normal».

El gordo devastado la buscó sin buscarla semanas enteras, pues sabía dónde hallarla. Digo «la buscó» porque se gastó el salario de dos meses en un burdel contratando mujeres que se parecieran a la segunda, aunque fuese solo en la curva de la oreja, y sin embargo nunca buscó que se vistieran de colegialas pues estaba claro que no era un pederasta, que lo que amaba de su esposa no era su pinta de colegiala mayorcita, sino su permanente disposición para ejecutar sus papeles de mujer violentamente enamorada quien, al contrario de la primera, le ofreció su ojal desde la primera cita y quien nunca lo criticó si era muy rudo o muy rápido, o muy torpe, o muy exagerado; no lo habría podido criticar si hubiera sido muy suave, pues el sexo suave todavía no salía en las películas y por tanto ni él ni ella hubieran podido saber que suave también se podía. Hoy en día es madre de un gordito (no, no es del gordo, en mi país todos los niños pequeños de clase media son gorditos) que va al jardín escolar y solo recuerda de su paranoia que la fantasía puede ser la respuesta a un sueño, pero también a una pesadilla.

Contra todo pronóstico, el gordo cayó parado. Con una sensatez impensable en un personaje de su condición, abandonó su proceso putañero y se refugió en la pornografía pura con tal vehemencia que en las dos primeras semanas perdió cuatro kilos de peso gracias al dedicado esfuerzo que ponía sobre sí mismo. En ese proceso «conoció» a Sasha Grey, una estrella en ascenso, reconocida no solo por sus habilidades ultrasexuales, sino por su destacada inteligencia, lo cual le permitía ahora una fantasía de reversa: imaginar que Sasha en la pantalla de su computador era su esposa perdida, esa esposa divina que lo había comprendido mejor de lo que se entendía a sí misma. Empezó a coleccionar vídeos y fotografías de Sasha en todas las situaciones y poses, incluso las imposibles, queriendo verla como el fantasma angelical de su ex, pero el tiempo que cura los dolores también cura los placeres y pronto empezó a enamorarse de la imagen esencial de Sasha y a olvidar a la segunda, pero no crean que para siempre.

Cayó parado, dije. Sasha entre las actrices de moda se caracterizaba por tener unas hermosas tetas rigurosamente francesas, aquellas que se medían por llenar más que satisfactoriamente una copa de champaña, era delgada, pero no flaca, y sin tener el culo más contundente del mundo, manejaba unas caderas sutiles y sensuales acompañadas de dos globos que no era necesario tocar para reconocer turgentes y duros, muy duros a la vez. Bastaba ver en la pantalla, sus batallas con actores inverosímiles que la atacaban sin misericordia mientras ella miraba a la cámara hacia atrás, por encima del hombro con la mirada más tierna del mundo mostrando la contundencia con la que sus medialunas recibían los fuertes embates. La obsesión del gordo lo había llevado a presupuestar un viaje a Barcelona, o a Las Vegas, para tratar de conocerla personalmente en alguna de las convenciones internacionales de la industria pornográfica, pero otra vez el tiempo, esta vez unido a la suerte, harían innecesario el viaje.

No, no imaginen que como en las películas de Hollywood se dio un «Deus ex machina» (απο μηχανης θεος) y que de repente ella apareció donde él, o él donde ella. No. De tanto ver a Sasha en todas sus pelis, había aprendido a identificar su figura vista desde atrás incluso con ropa, dado que las pocas escenas en que aparecía vestida eran suficientes para dejar la impronta necesaria. Sabía que no se trataba de ella, sabía que no podía ser ella y sin embargo temblaba de emoción como si de verdad pudiese ser ella. Aceleró el paso para ponerse caminando en paralelo con ella pero frenándose de a poco para disfrutar momentáneamente de la fantasía de que fuese ella, ya saben, el gordo era un tipo coherente. Su mente trabajaba a toda potencia para identificar similitudes y diferencias: dado que llevaba un pantalón ajustado de lino, era certero decir que tenían culos gemelos; dado que su blusa era corta y dejaba un espacio de piel descubierto entre la misma y el pantalón, podía también estar seguro que, salvo leves variaciones digitales, su piel era de idéntico color y textura (claro que la textura se ve, no lo duden).

Con desgana registró la primera gran diferencia, sus cabellos eran muy diferentes; el cabello de Sasha era perfecto, tanto que hubiera podido vivir de modelar para cosméticos capilares sin dedicarse a su polémica profesión, pero estaba claro que trabajaba en lo que le gustaba si creíamos su testimonio interpretado en el docudrama «The girlfriend experience» realizado por un consagrado director de cinearte de Hollywood. No, la mujer que caminaba por el pasillo público no solo no tenía el perfecto cabello de Sasha sino que tenía un cabello más bien descuidado, con el largo al uso del de la famosa actriz, pero apelmazado, chuto, no por características étnicas sino porque, al parecer, no era objeto del cariño de su dueña.

El gordo sintió que se le iba la vida y se lanzó sin red de protección, no solo aceleró y la sobrepasó sino que contra su intención de mirarla de reojo, se giró en un segundo, le cortó el paso y la encaró mientras con fuerza tomaba aire para reunir la energía suficiente para hablarle. Ella frenó en seco, sin mostrar algún miedo sorpresivo hizo el ademán de disponerse a eludirlo, como si se hubiera tratado de un accidente, pero al sentir la mano de él en su muñeca derecha solo acertó a soltarse y a mirarlo fijamente a los ojos con sus propios ojos de mujer acostumbrada a ejercer no solo el poder de su sensualidad sino también el de su astucia; en ningún momento se sintió intimidada, no en vano el gordo despertaba en las mujeres que lo habían conocido su sentido maternal, haciéndoles sentir que querían protegerlo y él se había acostumbrado a que eso le ayudara en su supervivencia erótica; incluso cuando iba con las putas quienes, a diferencia de su comportamiento con otros clientes, se animaban a contarle sus cuitas y también, ocasionalmente, le decían sus nombres verdaderos y lo invitaban a almorzar con su familias algunos fines de semana.

Lo había apostado todo y mientras la zona especializada de su cerebro recorría la perspectiva frontal de su cuerpo, ella retenía una risa de burla que no llegaría a tanto. Estaba acostumbrada a que los pornófilos la llamaran «Sasha» por la calle y se había documentado bien al respecto, ayudada por sus hábitos profesionales, pues era abogada. Sus ojazos oscuros, su nariz irregular, su cuello, su pecho y sus senos (es necesario acostumbrarnos a diferenciar), su ombligo convenientemente descubierto, las líneas parentéticas de sus muslos e incluso sus pies expuestos por sus sandalias hippies, eran efectivamente «sashescos»; sin embargo, no se podía decir que fuera hermosa, su boca parecía realizar una mueca permanente de desagrado y sus mejillas eran excesivas, tanto como para llamarla despectivamente «cachetona» y no «cachetoncita», diminutivo apropiado para las mujeres a quienes de verdad les lucían sus mejillas o cachetes.

Las cicatrices de alguna enfermedad de la piel convertían su rostro en una versión lunar del rostro de Sasha; ambas tenían piel de luna por el color, pero solo ésta, la tercera, tenía también cráteres. El asunto no era demasiado grave pues con una buena base de maquillaje se disimularía bastante bien pero la abogada tenía una autoestima bien desarrollada, pensaba que la pintura era para las casas viejas y que los tratamientos capilares vendían una suavidad falsa por la que podrían ofrecerle caricias que no eran para ella. Su intelecto mantenía a flote un egocentrismo saludable y, sin embargo, contradictoriamente disfrutaba de sus similitudes con la pornstar por la sencilla razón de que no le molestaba imaginarse con una moral sexual igual o similar. De hecho aunque mantenía la virginidad de su trasero, en su proceso de documentarse acerca de su potencial alter ego, había visto y disfrutado de las escenas anales incluso adelantando tímidas exploraciones con su dedo corazón en las proximidades de su hoyuelo, sin atreverse a mayores, no porque se sintiese inhibida sino porque pensaba que tal inauguración merecía una fiesta, una celebración y eso, como sus litigios comerciales, requería un plan, unos objetivos y la expectativa de unos resultados que la hiciesen salir otra vez victoriosa como solía ocurrir en los tribunales o en la cámara de comercio de la ciudad.

No era Sasha 100% pero era un digno y más que fantástico 80% y, además, reprimida la mueca de burla, al final le sonrió en medio de su extraño rostro y pronto estuvieron saliendo una y otra vez sin que el gordo se decidiese a tomar la iniciativa sexual y sin que ella decidiese hacer el trabajo por él con el arrojo que la caracterizaba con otros; imaginaba que seguramente él se masturbaba antes y después de cada cita pero aún así ya empezaba a verlo como «un amigo al que se quiere mucho» y nunca había sentido el aguijón del deseo que nos hace suponer que estamos dispuestos a tener sexo con otro ser humano.

Efectivamente, él empezaba a hacer a un lado a Sasha, su amor digital, su amor de pantalla, y cada vez más se complacía a sí mismo tal cual ella, la tercera, lo suponía. La ansiedad por una mujer de carne y hueso en las proporciones correctas desplazaba cualquier expectativa fantasiosa heredada del eficaz funcionamiento de la industria del porno en su cerebrito de macho; sin embargo su suerte seguiría sonriéndole, reforzada por su cara de niño viejo, respecto a la cual sus amigos le hacían bromas pesadas, pero que seguía sin embargo produciendo positivos efectos en el sensual deseo de ternura de las mujeres adultas.

Bastó que luego de un heladito, un cafecito, y no sé que otro «…ito» que él disimuladamente se recostara sobre su vientre, como un chiquillo buscando el apachuche de su madre, para que ella sintiese el aguijón húmedo del deseo recorriéndola desde la base hasta la punta de su lengua y siguiendo por un camino de 360° en todas direcciones, hasta renderizarla en todo su volumen. Pero se trataba de una mujer fuerte y apreciaba más el poder que el placer y su ética profesional interfería su actuar personal, no se sentía digna convirtiéndose en el objeto de satisfacción de un pornófilo, por más ternura que éste le despertase; por lo menos no tan fácilmente. Contuvo la erupción de sus ganas y le pidió que se marchara pues ya era hora de descansar. Él no tuvo el arrojo para sugerir que lo dejara pasar la noche, dado que su intimidad no había pasado de gozosos abrazos más dulces que apasionados y de un inocente toque aquí y otro allá mientras conversaban una y otra vez.

Ya sabemos que su obsesividad no le impedía mantener en orden su vida, cumplía sus mínimos en el trabajo pero tampoco estaba dispuesto a renunciar. A pesar de su sobrepeso, era un gordito aéreo que podía bailar muy bien como si el 30% de su masa corporal fuese ingrávida, bailaba mucho mejor que otros que pesaban apenas la mitad. Decidió que bailando podría avanzar y en algún momento besarla sin preaviso ni permiso, ya lo decía la canción, sería mejor pedir perdón en caso necesario. Pero no lo fue, ella le informó con helada claridad que no sabía bailar y que no quería aprender; para su bien, también le informó que tenía claro que quería convertirla en su Sasha personal y que no tenía problema moral o personal con eso. Acto seguido le desabrochó la bragueta, metió su mano y trató de sacar lo que esperaba fuese un miembro automatizado ante la fantasía de su aspecto sashesco por fin a su alcance, pero se encontró con un pajarillo literalmente muerto de susto, que no reaccionó ni a sus caricias, ni a sus besos, ni a la humedad superficial o profunda de su cavidad oral. Ninguno de los dos se intranquilizó por eso. Él sabía que la sobredosis de autoerotismo podía producir ese efecto y ella daba por sentado que un hombre de 35 años no tenía por qué sufrir de una disfunción permanente. No le dio oportunidad a reponerse ni a verificar el parecido de sus propios genitales con los de Sasha y lo mandó a dormir sin cenar.

—Hola mi pajizo y pornófilo amigo. Espero te hayas recuperado para tener la primera muestra de lo que tanto quieres. Te tengo algunos detalles complementarios como regalo, pero antes deberás firmarme unos papeles. —¿Papeles? —Sí, ya verás.

Los detalles saltaban a la vista pero él tuvo que fingir que los apreciaba, pues no habían producido gran impacto en él. Su cabello había sido tratado y cepillado, barnizado con silicona, como si de un auto se tratase, y la piel de sus notables mejillas lucía menos agresiva, al parecer por alguno de esos tratamientos ambulatorios que ofrecían las clínicas plásticas que tanto prestigio le aportaban a la ciudad. —¿Qué tal mi blower y mi peeling? No respondió, no sabía qué decir. Ella en el único error no forzado de su relación supuso que lo había dejado sin habla, acto seguido sacó una carpeta de su maletín y le pidió que firmara el documento. Él quiso saber de qué se trataba y se dispuso a leer pero ella le reclamó que si quería cumplir sus deseos debía firmar ¡y punto! Él aceptó, no en vano no creía que ella pudiese estafarle algo, pues tenía un mejor sueldo que él, un mejor carro que él, un mejor apartamento que él.

No esperará el lector o la lectora que le describa lo que siguió, no creo que sean pornófilos y menos, pornófilos obsesivos. Baste tener presente que luego de asegurar debidamente el documento en su maletín lo desnudó con el gusto con el que el gordo desvestía un tamal y empezó a enseñarle una sexualidad que desbordaba con creces las habilidades filmadas por Sasha y sus competidoras. El gordo no imaginaba que tal cosa fuera posible y menos, cuando descubrió que cada parte interna del cuerpo de ella parecía tener motricidad fina voluntaria y que coincidía con las intimidades vistas de Sasha en la pantalla. Por ello cuando con precisión milimétrica el trasero de ella empezó a tragarlo y a acariciarlo alternativamente en las partes más sensibles del lomo de su resucitado pájaro, gritó en voz alta creyéndolo para sí —¡Te amo Sasha! Ella ahora sí con sonrisa burlona, le respondió —Ya lo sabía, gordito. Con la misma precisión con la que lo trabajaba, aflojó totalmente la musculatura de su trasero, piernas y espalda, dejándole sentir que ya no era bienvenido en ese cuerpo divinamente pornográfico. Se levantó y le dijo que fuera por sus cosas con lo cual se convirtió oficialmente en su tercera esposa.

El contrato matrimonial había sido registrado gracias a sus familiares palancas en los juzgados y sin fotos ni ceremonia él empezó a vivir su sueño dorado: vivir con una mujer que, superando a la segunda, no imitaba roles pornográficos sino que existía pornográficamente, superando lo que de ser posible en Sasha, las cámaras no podían transmitir; esos roces acupresores dermoespecializados lo mantenían con sus cachetes al borde del espasmo, pues la sonrisa pintada todo el día agotaba la fuerza de sus treinta y tantos músculos de su rostro. Lo grave fue que él supuso que la interrupción voluntaria de sus coitos y enculadas sería algo excepcional pero no, poco a poco se convirtió en la norma. Sin demora la interrogó sobre el hecho y ella le advirtió con rostro adusto que cumplir su fantasía no incluía hacerlo eyacular pues toda fantasía masturbopornográfica incluía que el protagonista alcanzara la dicha en solitario, le subrayó que incluso los actores debían retirarse del cuerpo de sus coprotagonistas para luego eyacular sobre sus rostros y que, lamentablemente, tenía cierta fobia al semen, que no podría y ni quería superar, y por ello en su contrato había sido específica en cuanto a que su rol solo llegaba hasta ponerlo al máximo al que Sasha podía llevarlo sin la obligación de mantenerlo en ese nivel, y menos la de hacerlo «acabar». El desconcierto fue gigante pero no duradero, era un tipo pragmático y su pornofilia aún sobrevivía. Preguntó si su contrato prohibía que grabase sus coitos o enculadas, el desconcierto instantáneo de ella respondió por su silencio así que esa misma noche llenó la sala y la habitación de funcionales equipos de alta definición para autograbarlos; esa misma noche grabó su primera sesión y cuando ella se desenculó, puso stop y play y terminó su tarea viéndose a sí mismo como protagonista de su realidad, ya que no fantasía.

Todo hubiera durado años, todo iba bien. Pensaba que el desafiarse mutuamente solo tenía que ver con su personalidad de abogada competitiva que ganaba sus pleitos comerciales el 99% de las ocasiones. Vivir con una especie de actriz porno y ser su parejo exclusivo, podía ser el sueño de muchos hombres más agraciados, atléticos, guapos, inteligentes y sensibles que él. Recordaba lo mal que lo había pasado cuando la segunda lo había tomado por un potencial pederasta; llegó al punto de renovar su devoción por Sasha, casi convertida en fe, pues había sido ella como ilusión quien le había traído a la tercera y última mujer de su vida, de acuerdo con lo que ahora era en su mente la más absoluta de sus certezas, en su memoria habitaba un altar a Sasha y no podría dejar de recordar con ternura a esa actriz porno por el resto de sus días.

Sin ninguna intención diferente al deseo cariñoso de que a Sasha le estuviera saliendo todo bien, decidió guglearla y se encontró con la simpática noticia según la cual la famosa actriz porno se había convertido en una famosa EXactriz porno. Siguió leyendo en diversas páginas y se documentó sobre sus nuevos trabajos como actriz dramática, modelo y cantante y no pudo menos que sentir una solidaria empatía que lo llevó a hablarle a la pantalla como si ella estuviera allí: —Bien Sasha, me alegro mucho por ti.

La impaciencia carcomía sus ansias, anhelaba la pronta llegada de la tercera para contarle de cómo todo había cambiado, para subrayarle, como ella lo hacía con él, que ahora ella era la única superactriz porno de su vida, que ella era la única mujer de su vida real o imaginaria, que pronto podría olvidar esa parte del contrato de la interrupción de los polvos a la mitad, e incluso de la posibilidad de tener un hijo dentro de poco tiempo. Efectivamente ella llegó a la hora acostumbrada, él como esos mariquitas románticos que interpretaban galanes en las películas rosa de Hollywood, tenía la mesa puesta, las velas encendidas, la deliciosa cena con la tibieza exacta y el vino había respirado lo suficiente para que pudiese ofrecerle la copa perfecta, como lo seguían siendo sus senos luego de esos pocos pero intensos años. Ella bebió a lo camionero y se sirvió una segunda copa por su cuenta —¿Qué te traes?

Él atropellando las palabras, pero conciso al final, le hizo un resumen de los cambios en la vida de su exfantasía, de la evolución de su carrera, de los éxitos de sus productos de belleza para la piel y el cabello; luego subrayó su renovada devoción por su cuerpo y sus destrezas y tiró en un solo paquete sus cambios de perspectiva, bebé incluido.
(Continua página 2 – link más abajo)

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