LOS HOMBRES ESCOMBROS
(O saliendo de una guerra para seguir en ella)
Por Memo Ánjel*
«—Vienen de muy lejos —dijo Schmitz—, mire qué cansados están los
caballos. Es inútil huir; a ese ritmo no escaparán de la guerra».
(Heinrich Böll. ¿Dónde estabas Adán?)
LOS ESCOMBROS
Cuando se destruye algo y pierde su forma, los fragmentos señalan que una cosa se vino abajo o voló por los aires, o se hizo polvo. O algo peor, queda un vestigio de sangre y huesos, pelo y alguna foto que el destruido llevaba con él. O solo los pantalones y las medias, como dice Blaise Cendrars en El hombre fulminado. Y esos fragmentos, sean de un edificio, de una máquina o de un soldado, son cicatrices que cubren una herida que sigue viva. Ya como una evidencia, como pasa con las ruinas, ya como un recuerdo que sigue como una sombra y anida en la memoria con certidumbres y fabulaciones. Cuando pasa algo horrible, lo que se sabe contiene también fantasmas, arrepentimientos, iras, miedos, caras diversas y palabras que a veces se contradicen, pues también quedaron en desorden.
¿Cuándo termina una guerra? Cuando se firma la rendición, dicen unos. Otros, cuando ya se da por perdida. Los más entendidos (que son quienes la viven) saben que una guerra sigue viva por años, por lo desaprendido en ella y los sustos y manías que se aparecen; por las costumbres adquiridas (los saqueos, los estraperlos propios del mercado negro, la falta de compasión, el humor negro y la pérdida de D’s) y por el tratar de llegar dando vueltas absurdas, como cuenta Primo Levi en La tregua. Y que esa guerra, perdida o ganada, burla todo lo humano pues se sobrevive y en esa supervivencia la vida es cualquier cosa, menos un saberse vivo. Cuando dejan de sonar los cañones y de caer las bombas, suenan los pecados, las miradas se vuelven sospechosas y se anotan venganzas. Al terminar la guerra, sigue la micro guerra, la que cada uno lleva consigo.
Los escombros de la Segunda Guerra Mundial se ven en fotos y películas: edificios derruidos, humo en el aire, calles llenas de huecos, vehículos retorcidos, animales muertos hinchados (los caballos, sobre todo), algún carrito de niños al que le faltan las ruedas, un farol roto, una puerta sin alas, una cama sin colchón etc. Y en esas fotos y filmes, también se ve a las mujeres y hombres escombros que siguieron vivos: los que deambulan arrastrando sus pertenencias mínimas y parecen muñecos de trapo empujados por el demonio, los que aun llevan los uniformes del ejército o los trajes de los campos de concentración (muy sucios y rotos), los que van contra las paredes luciendo caras demacradas o con maquillaje de cabaret, los que ya están locos y miran como el periscopio de un submarino que se hunde de una vez por todas. Y las cabezas rapadas, muchas cabezas rapadas, las de las colaboracionistas. No debieron amar al enemigo, les gritan.
Las guerras las festejan quienes no estuvieron en ellas, el resto se mueve con cuidado para que no lo reconozcan o van por ahí buscando alguna emoción fuerte, pues ya la muerte no los asusta: de alguna manera quedaron muertos. Y si bien hay héroes, esos son los más suicidas de todos.
DEUTSCHLAND ÜBER ALLES
Los nazis (que fueron muchos y de variadas nacionalidades, La División Azul española, por ejemplo) creyeron que el Tercer Reich duraría mil años. Pero solo duró 12 y en ese número (que en el tarot significa el ahorcado) demostraron que la razón (lo que se sabe y se quiere) puede llevar a las peores consecuencias y a la deshumanización total. Y la peor consecuencia, la que quedó viva, fue para los que se aseguraban arios (la raza presuntamente pura), que de los paraísos artificiales que les pintaron Hitler y la propaganda fueron a caer a un infierno múltiple, desmedido en bombardeos, cañonazos, saqueos, violaciones, suicidios y gente huyendo desesperada; además de traiciones, asesinatos, fusilamientos y horcas por todas partes y para los propios. Un grafiti decía: Berlín permanece alemana, el que quede vivo es un traidor. Y en medio de todo esto, nadie que se quejara, ni siquiera las mujeres alemanas violadas por rusos y norteamericanos, que sabían que sus hombres habían violado a otras y quizá de manera más asquerosa. No sé si los luteranos creen en la Ley del Talión, pero en la batalla final sí se aplicó de manera literal.
Deutschland über alles (Alemania por encima de todos), himno que se acuñó en 1797 (con música de Jospeh Haydn), se quiso aplicar en la Segunda Guerra, pero todo quedó en meros escombros. Volaron por los aires acordeones, flautas, trombones, redoblantes, marchas a paso de ganso, kepis con calavera, banderas con la esvástica, libros de Mein Kampf y cualquier aviso en letra gótica que hablara de obediencia incondicional al Führer (mi honor es lealtad), que también se volvió cenizas después de una granada. Y, entre esos restos, quedó solo el nombre original de esta música: Das Lied der Deutschen (la canción de los alemanes), con la primera estrofa hecha añicos. Y sobre este desmorone, sobre el que también escribieron Günther Grass, Paul Celan, Mario Puzo (entre otros) quien mejor lo narró, quizá porque perdió el temor a ser lo que era y lo que había quedado de él, fue el escritor católico Heinrich Böll, Premio Nobel de literatura 1972. Lo llamaron el escritor de la literatura de los escombros. Pero no se queja de ellos, sino que los pone frente a sí para, como las mujeres de Berlín, comenzar a reconstruir con lo que hay y hacía parte de lo que había. O sea que se toma a sí mismo, en la condición de ser alemán, y se da a la tarea de revisar qué pasó y cuáles fueron las causas, pero sin culpar a nadie. Como escombro que es; él es parte del edificio destruido y a la vez de ese edificio aplaudido cuando estuvo en lo alto. Siguiendo la tesis de Sartre, estuvo condenado a la libertad y eligió lo que le pasó.
W.G. Sebald, autor alemán de posguerra, se hace preguntas en Pútrida Patria y en La historia natural de la destrucción, sobre el qué y el por qué de lo que sucedió en Alemania. Su actitud es filosófica y seria. Y esto lo hace porque nació en 1944 y lo que supo de la guerra se lo contaron o lo leyó después. No así con Heinrich Böll, que nació en 1917 y supo de la hiperinflación, el ascenso del nazismo, la guerra y lo que después se llamó el milagro económico alemán, que puso a marchar la economía, pero no logró curar las heridas físicas y mentales sino ponerles una cicatriz encima. Martin Heidegger supuso que la cicatriz estaba bien hecha y funcionaba, siempre y cuando no la tocaran. Él se refugiaba en medio del bosque.
¿DÓNDE ESTABAS ADÁN?
Es un título interesante para una novela, quizá sacado de uno de los cuentos jasídicos de Martin Buber. En ese cuento buberiano se narra que D’s le preguntó a Adán ¿dónde estás? Adán se extrañó con la pregunta y respondió: Tú lo ves todo, entonces sabes dónde estoy. Pero Adán no había entendido la pregunta. Ese dónde estás se refería ¿a qué punto has llegado Adán? ¿En qué situación estás ahora? ¿Cómo ves el mundo desde dónde estás? ¿Cómo has cambiado, cómo te sientes? En la derrota, esta pregunta seca la boca, hace mirar a un lado y, si se es un cínico, hasta se puede silbar. Pero Heinrich Böll no es un cínico, sino un escritor que hace un inventario-sumario, y se reconoce en él, respondiendo: estoy aquí y soy un ahora. Y me queda algo de católico.
¿Dónde estabas Adán? Es una novela de gente vencida. Sus personajes huyen de los aliados, están cercados y hay más gente que quiere estar en los hospitales de campaña que andar por ahí propenso a recibir un tiro en la cara. Böll, quizá porque vivió la situación, sabe qué significa el miedo, quemar papeles que delatan, ver a otros que se mueren o quedan deformados. Sabe de prisioneros que se escapan sin destino previsto, de armas que se miran con asco y de compañeros que cada tanto se cuentan, pues muchos desaparecen y otros salen a que los abracen los diablos. Los oficiales ya son caricaturas, de sus palabras hacen chistes, hacer el amor con una enfermera vale más que cualquier medalla, pensar en llegar a casa sin saber si todavía sigue en pie, una ilusión. Ilusión que toca también con el encuentro con Lili Marleen, la canción de la guerra que habla de un beso de despedida bajo un farol. La calle, la muchacha, existen en la cabeza de los heridos y los médicos, de los mecánicos que arreglan los motores de los camiones y de los camilleros que salen y entran con las botas llenas de barro. Todos se dan un motivo por el que llegar, mintiéndose. A la mentira le ayudan los cigarrillos y los schnapps, esos aguardientes que se pueden hacer hasta de raíces tocadas por sangre de muerto. Están derrotados y el problema es salir con vida del agujero.
Los que mejor cuentan las guerras son los sargentos, pues están entre la tropa y la oficialidad. Y en el caso de ¿Dónde estabas Adán?, es el sargento Feinhals quien da razón de toda una multitud de otros personajes, algunos de nos más de tres renglones, que hacen parte de la estructura de la huida. Feinhals, obsesionado por dos besos que le dio una mujer (Ilona), odia la xenofobia, la guerra y ni siquiera es nazi (como no lo fueron muchos de la Wehrmacht). Solo es alguien en un momento de la historia, un punto de muchos puntos, alguien que teme llegar, pues la frase de Goebbels, el ministro de propaganda, se le aparece (aunque no lo dice) como un aviso luminoso e incluso bajo las botas de suela claveteada: «El que quede vivo es un traidor». Cuando al fin llega a su barrio (porque su tarea fue llegar), cuando está a media cuadra y ve la casa, todo se vuelve oscuro. Ya nada es y lo que fue queda en la memoria de otros. A la pregunta de ¿Dónde estabas Adán?, la respuesta sería: llegando, pero no vi al francotirador.
Heinrich Böll estudió germanística, estuvo en la guerra, fue prisionero, y terminó novelando la ciudad en escombros, la gente en escombros, la memoria en escombros. Su obra esencial fue Retrato de grupo con señora, a más de todos sus cuentos, que van desde la infancia hasta la historia de un hombre que mira un pesebre y se va. Si llora o no, no se sabe. Se va y esto es lo importante.
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* Memo Ánjel (José Guillermo Ánjel R.), Ph.D. en Filosofía, Comunicador social–periodista, profesor de la Universidad Pontificia Bolivariana (Medellín–Colombia) y escritor. Libros traducidos al alemán: Das meschuggene Jahr, Das Fenster zum Meer, Geschichten vom Fenstersims. En la actualidad se está traduciendo Mindeles Liebe.