Callada presencia Cronopio

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PORNO

Por Emilio Alberto Restrepo*

VOYEUR

1

Poco antes de jubilarme como profesor en la facultad de Humanidades y Artes pude dar por satisfecha una curiosidad que me siguió por más de 20 años y que solo logré conocer completa cuando asesoré la tesis de grado de la alumna L.E.Z, quien estaba recopilando la historia de la pornografía en Argentina, tanto en literatura como en revistas, pero sobre todo en el cine, que era el capítulo que más impacto había tenido y el que realmente generaba algún tipo de interés, pues los dos primeros resultaron siendo más bien irrelevantes.

Me explico: siempre me llamó de manera poderosa la atención la leyenda, ahora confirmada, que la primera película pornográfica de ficción con puesta en escena, guion y personajes, o por lo menos la más antigua de que se tiene referencia, fue filmada en Argentina. No era una cinta privada o que diera cuenta de hechos sexuales de una pareja filmada en directo, sino una tentativa comercial, con fines abiertamente mercantilistas. Esta teoría, a la que adhieren varios de los principales especialistas del género, sostiene que entre 1907 y 1912 se rodó el filme El satario, también llamado El Sartorio (probablemente una mala transcripción de El sátiro), un cortometraje de contenido sexual explícito filmado presuntamente en la ribera de Quilmes o, en su lugar, en la orilla paranaense de Rosario. «Hay un montaje complejo que alterna planos cortos y largos, hay movilidad en la cámara e incluso una marcada sofisticación en el tema que tiene puntos de contacto con la mitología, la pintura y la alta cultura en general», leo en una monografía, y compruebo que incorpora primeros planos con detalles a los genitales de los actores. Y hasta un argumento típico del género: En una campiña, un fauno camina entre los pastizales hasta que se esconde detrás de un árbol. Observa a seis ninfas —desnudas, por supuesto— que conversan, se ríen mientras juegan y dan rondas tomadas de las manos. Las jóvenes se dan cuenta del peligro que las acecha, pero es demasiado tarde. El hombre, un astado de rasgos caricaturescos por lo exagerados y que encarna a Satán, rapta a una de ellas. La lleva a la playita del remanso y allí la domina sin mucha resistencia hasta seducirla. Se practican mutuo sexo oral, intercambian varias posiciones; al rato, las otras cinco van al rescate de su amiga, la cual no parece del todo disgustada. Fin de la emisión.

Y hay muchas más, con títulos como Los placeres sexuales y sus consecuencias, La casa del placer, La modelo de la calle Florida, Amor prohibido, Los templos del vicio, Noches de lujuria, Traficantes de carne humana y otras como El ladrón y El tío y la sobrina, todos filmes de principios del siglo XX producidos por la industria nacional.

Esto se explica porque junto con París, Buenos Aires era su principal lugar de realización y no existía otro negocio asociado a la pornografía que superara el éxito comercial de esta iniciativa fílmica clandestina. Por costos, por facilidades técnicas, por falta de vigilancia de las autoridades y una libertad artística y de producción a toda prueba, estas empresas tuvieron un notorio apogeo. Otro detalle para tener en cuenta es que las mujeres argentinas no sólo podían pasar fácilmente por europeas, sino que además cobraban a precios del subdesarrollo. En Argentina no había reglamentación ni censura. Se filmaban y se mandaban para Europa, además de que en el País de principios del siglo XX el cine pornográfico fue un producto de consumo tan corriente como lo era en las principales capitales de Europa y que, lejos de estar reservado a una clientela extranjera de clase alta, llegó a proyectarse en los más modestos rincones de los bajos fondos, donde la nueva tecnología se insertó tempranamente y sin conflictos, con gran entusiasmo e inmejorable acogida, en un período en el que el mismo cine comercial aún estaba instalándose como espectáculo popular, superando a los lupanares y a los tempranos milongueros y cantantes de tango y a las revistas musicales de los antros de mala muerte.

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En la recopilación del material allegado por la investigadora, reproducimos muchas de las carreras —doble, por lo demás—, de directores que de manera subrepticia hacían porno mientras iban haciendo una filmografía convencional, asunto que se vendría a descubrir muchos años después, cuando el autor confesaba que había realizado X o Y película, que en su momento había hecho pasar por francesa, alemana o danesa; este asunto en particular se documentó en el caso concreto de personajes como Luis Moglia Barth, Italo Fattori, Julio Irigoyen o hasta de tanto prestigio como Camilo Zaccaría Soprani, que adornaban la farsa con reseñas supuestamente aparecidas en revistas europeas, inclusive en francés, con motivo de su pretendido estreno en París y otras ciudades, confesando que se habían filmado en el paisito, con artistas locales, muchas veces chulos y prostitutas que cobraban como tales y no como actrices. Eran películas de bajo presupuesto, hechas con descuido y a la carrera («quickies»), rodadas sin esmero y con un exclusivo espíritu de negocio. Pero configuraron toda una industria, que era la que nos interesaba en el trabajo académico que estábamos llevando a cabo.

Rebujando en archivos y documentos y viendo entre muchos rollos de la más dudosa calidad, me llamó la atención una serie de películas cortas, presuntamente filmadas a finales de los años 50s y a principios de los 60s, protagonizadas por unos personajillos muy característicos, unos enanos, pero sobre todo por ella, de quien quiero hablarles, Soraya, «la enana del pandero envenenado», como la presentaban en los créditos iniciales de varias de esas cintas.

2

Los enanos eran tres, dos hombres y una mujer. Ellos eran casi idénticos, indiferenciables, unos clones contrahechos de sí mismos, unas versiones de machos recortados y comprimidos de miembros arqueados y prominencias chatas. Su actuación era, para mi gusto, repulsiva y un tanto forzada. Se limitaban a practicar el sexo oral con mujeres obesas, casi tan feas como ellos pero de tamaño normal, haciendo evidente que aquello les disgustaba casi tanto como estar vivos, por las caras que hacían mirando sin disimulo a la cámara, mientras se entregaban a su actuación con un evidente desgano saturado de frentes prominentes y ojos brotados, de lenguas enormes y tarjadas, muchas veces sin tratar de ocultar que aquella acción les provocaba arcadas, acaso motivadas por fluidos impertinentes u olores indiscretos, cuando no un evidente vello púbico inoportuno que el camarógrafo o el editor, si es que lo había, no se molestaba en disimular. Eran patéticos y hasta graciosos sus intentos por tratar de colocarse a la altura de la anatomía de su antagonista (en este caso lo era) para lograr su cometido; incluso, en una escena que nunca fue borrada, uno de ellos se cayó de una cama y cuando reapareció en la escena se tocaba la cabeza aporreada mientras reanudaba con desgano su rol de anti-galán en miniatura. Ni siquiera trataban de fingir que iban a penetrar a la vampiresa, es más, su dotación era evidentemente limitada para el género cinematográfico y no parecía importarles que muchas veces ni siquiera sus flacideces les impidieran llevar a cabo cualquier tipo de actuación del ombligo para abajo. En una toma, uno de ellos tenía en la cintura una especie de arnés del cual se izaba un enorme miembro de plástico de color lila que manejaba con absoluta torpeza y sin ninguna gracia, mientras la dama trataba de hacernos creer que estaba a punto de sucumbir en los extremos del placer. En realidad, eran un fiasco. En lo que revisé, estaban en dos películas juntos y en otras dos por separado (después me enteré de que hicieron más), cada una peor que la anterior y supe que eran distintos porque el nombre en los créditos era diferente, aunque el apellido era el mismo. No se me olvida, Giménez Soria.

Aunque no contamos con justificaciones escritas y mucho menos reseñas o análisis académicos —era claro que no podíamos esperar encontrar algo así—, la interpretación que hicimos inicialmente es que fueron incorporados al equipo de producción como una especie de novedad, de fenómeno de circo cuyo único objetivo pareciera llamar la atención, tener en el catálogo esa especie de fenómenos frikis que interesaran a cierto público adepto a las experiencias bizarras alejadas del sexo tradicional. En todo caso, nada estético o estimulante para los consumidores convencionales. Para mí, por el contrario, eran ridículos y era evidente que se habían equivocado de oficio. Nada que ver, en definitiva.

La enanita, por el contrario, parecía que había nacido para esos quehaceres. Como dije, se llamaba Soraya y de manera llamativa, era bella y delicada. Su cuerpo era, evidentemente, muy pequeño, con dificultad alcanzaba el metro o metro veinte, pero su cara no estaba deformada por la acondroplasia, era de rasgos finos y delicados y si bien sus mamas y trasero eran de gran tamaño, se notaban erguidos y turgentes. Asumía el sexo con destreza y agilidad, parecía que en realidad lo disfrutaba y en las parejas y tríos que hacía con hombres y mujeres de tamaño normal nunca desmerecía, por el contrario, era muy claro que bordaba su papel y se robaba el protagonismo en las escenas. Aunque en los celuloides que pudimos ver las imágenes estaban muchas veces deterioradas por el desgaste del paso del tiempo, la degradación de los colores y las precarias condiciones de las grabaciones, era claro que la chiquita tenía una especie de «ángel», un carisma que la hacía distinta y notoria o por lo menos muy llamativa y digna de ser admirada y disfrutada por los aficionados a este tipo de entretenimiento.

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3

Mi interés en el asunto deriva en que desde hacía mucho tiempo me había llamado la atención la persona y la figura de Soraya, la enanita. Ignoro si ese es su nombre artístico o personal, pero reconozco que eso no es importante. Desde antes del trabajo universitario que ahora me ocupaba por la investigación de L.E.Z, ya la había conocido, pues desde que llegué a Buenos Aires siempre he sido usuario y consumidor de pornografía; antes no, porque en mi pueblo era difícil acceder a las películas y, lo confieso, en ese entonces ni me imaginaba que existían. Siempre me ha motivado el porno y pienso que ha sido importante en el desarrollo de mi vida personal y nunca ha implicado inconvenientes en mi vida de relación con las diferentes parejas que he tenido, ni con la que ha sido mi esposa en los últimos veinticinco años. Por el contrario, ha contribuido de manera grata a mi satisfacción, sin cuestionarme ni considerarme un degenerado por ello. No me acompleja ni me da vergüenza reconocerlo. Es más, he estudiado el género, he hecho varias publicaciones y no falta quien me considere una especie de experto en la materia. De hecho, relataba que este caso lo reviví, porque fui nombrado asesor de un trabajo de posgrado que profundizaba en el tema con gran rigor académico.

Por eso recuerdo que ya la había visto en estas y otras cintas, que tampoco son muchas, pero a pesar de llamarme la atención y disfrutar el verla y admirarla como artista, nunca supe nada de ella. Al indagar con otros admiradores, lo mismo, casi nadie sabía nada de ella. Era como si se hubiera esfumado pues nunca nadie más volvió a saber de Soraya, que había sido la destacada o de ellos, que habían actuado con más pena que gloria. Al parecer su trabajo fue realizado en unos años en que la industria estaba muy poco desarrollada, más bien en plan amateur, con una producción precaria y de pocos recursos técnicos y una nula promoción. Algo quizás de carácter underground, con poca difusión en el aspecto comercial.

Fue por ese entonces que conocí el cuento de César Aira titulado «El cerebro musical» y supe que de pronto, sin quererlo ni buscarlo, estábamos hablando de lo mismo y podría conocer, gracias a él, la parte de la historia que hasta entonces ignoraba.

4

César Aira es un escritor y traductor, también argentino, nacido en Coronel Pringles en 1949. Esta es una ciudad del sur de la provincia de Buenos Aires, situada cerca de las sierras de Pillahuincó ubicada a una distancia en línea recta con la Ciudad de Buenos Aires (ambas en Buenos Aires) de 461,28 km, pero la distancia en ruta por carretera es de 512 kilómetros. Al día de hoy se tardan entre 5 y 6 horas en auto.

Voy a copiar textualmente la parte del cuento de Aira que llamó mi atención:

«El circo había llegado al pueblo tres días atrás, y casi de inmediato la compañía se había visto sacudida por un escándalo de proporciones. Entre sus atracciones contaba con la presencia de tres enanos. Dos de ellos eran varones, hermanos mellizos. La tercera era una mujer, casada con uno de los hermanos. Este triángulo peculiar tenía al parecer una rajadura que lo desequilibraba y que hizo crisis en Pringles: la Enana y su cuñado eran amantes, y por algún motivo eligieron nuestro pueblo para huir, llevándose los ahorros del marido engañado y abandonado. Los pringlenses no tendrían por qué haberse enterado de este grotesco enredo si no fuera porque a las pocas horas de constatado el hecho desapareció también el cornudo, llevándose la pistola nueve milímetros propiedad del dueño del circo, con la correspondiente caja de balas. Sus intenciones no podían ser más explícitas. Antes de que se produjera una desgracia se dio intervención a la policía. Los testigos (payasos, trapecistas y domadores) coincidieron en encarecer las manifestaciones de ira y resentimiento del enano por el engaño del que había sido víctima, y su firme decisión de hacer correr sangre. Le creían, porque era un hombrecito violento, con antecedentes de rabietas destructivas. El arma que había sustraído era letal de cerca y de lejos, y no era necesario saber manejarla para matar. La policía puso todos sus efectivos en acción; a pesar de los vehementes pedidos de discreción que hicieron las autoridades del circo, la noticia se difundió. No podía ser de otra manera, pues se necesitaba de la colaboración del público para dar con el paradero de los fugitivos, tanto el de los amantes como el de su perseguidor. En un primer momento pareció una tarea fácil: el pueblo era chico, la descripción de los buscados fácil y definitiva, como que se reducía a la palabra «enanos». Los uniformados acudieron a la estación, a la parada de ómnibus de larga distancia y a las dos rotondas que, en los extremos opuestos del pueblo, distribuían los caminos de salida, por entonces de tierra. Lo único que lograron establecer estos trámites fue que los enanos seguían en Pringles.

No se hablaba de otra cosa, y no era para menos. Entre chistes, apuestas, batidas colectivas a baldíos y casas vacías, reinaba una efervescencia risueña y un delicioso suspenso. Veinticuatro horas después, el ánimo había cambiado. Se colaba por un lado un vago temor supersticioso, por otro uno muy real. El primero respondía a la extrañeza que provocaba la falta de solución del caso. Los pringlenses vivían bajo el supuesto, ampliamente comprobado, de la transparencia social y catastral del pueblo. ¿Cómo podía ser que en esa diminuta caja de cristal pudiera seguir hurtándose a la mirada un objeto tan conspicuo como tres enanos? Con el agravante de que no eran un compacto sino una pareja que se escondía y un tercero que los buscaba y a la vez se escondía también. Un matiz sobrenatural empezó a cubrir el episodio. Las dimensiones de un enano se revelaron problemáticas, al menos para la perturbada imaginación colectiva. ¿Había que mirar bajo las piedras, en el revés de las hojas, en los capullos de los bichos canasto? Por lo pronto, las madres miraban bajo las camitas de sus hijos, y los niños desarmábamos los juguetes para mirar adentro.

Pero había además un temor más real. O, si no real del todo, al menos proclamado como tal para racionalizar el otro miedo sin nombre. Había una mortífera pistola cargada, en manos de un desesperado. Que matara a sus víctimas no preocupaba a nadie (sin necesidad de acusarlos de racistas o discriminatorios, es explicable que los pringlenses, en la alarmada emergencia, tuvieran a los enanos por una especie aparte, cuya vida y muerte se jugaba entre ellos y no concernía a la existencia del pueblo), pero los tiros no siempre dan en el blanco, y cualquiera puede encontrarse en un momento dado en la intersección de la trayectoria de una bala. Cualquiera, realmente, porque no se sabía dónde estaban los enanos, y mucho menos dónde se produciría el encuentro. No se prejuzgaba tanto sobre la puntería del marido como sobre la huidiza pequeñez de los adúlteros. La misma fantasiosa miniaturización con la que se justificaba el fracaso de la busca inducía a visualizar como errados todos los disparos. ¿Cómo acertarle a un átomo oculto, o a dos? En cualquier sitio, en cualquier momento, podía haber una andanada de balas perdidas segando vidas, propias o de seres queridos».

A partir de este momento, la imaginación desbordada de este reconocido escritor toma de su cuenta la acción y empieza una fantasía, en donde la enana se convierte en un monstruo alado y sus compañeros terminan muertos y camuflados entre la utilería. Ficciones aparte, las fechas cuadran y permiten colegir que los personajes de las filmaciones son los mismos del relato de Aira, pues por ese entonces él tendría unos 10 años (narra el cuento desde su recuerdo de niño), exactamente para la época cuando se grabaron las películas de los enanos, cuando aparecieron y también cuando nadie volvió a saber de ellos.

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5

El cuento de Aira no da más pistas. Los enanos aprovecharon el paso del circo por su pueblo para fugarse, y eso ocurrió alrededor de finales de los 50 y las películas datan de principio de los 60. Fueron realizadas por un productor argentino, el Nano Podestá, a quien la leyenda le atribuye más de 100 películas, a nombre propio y por interpuestos seudónimos. Le gustaba filmar lo bizarro, lo infrecuente, lo distinto: las gordas extremas, bestialismo, sexo gay cuando no se usaba y escenas con menores de edad; y con los enanos, por supuesto y todo lo que se saliera de lo convencional. El tipo no tenía límites al momento de registrar lo que consideraba novedoso o lo que tuviera salida con los gustos de su público. A su manera, era un adelantado de su tiempo y no conocía de talanqueras para dejar volar su creatividad; tenía un problema, no era muy refinado ni riguroso, no tenía el concepto de la calidad incorporado dentro de sus exigencias técnicas y sus películas iban quedando desperdigadas por ahí, en antros y en manos dispersas sin ningún criterio. Le interesaba más la plata, la guita que la fama o hacer una obra bien terminada. Nada, eso era acabando una y empezando la otra, en serie, que saliera barata y rentara de inmediato. No le interesaba hacer historia, solo hacer lo que le gustaba, el sexo, rodar por los pueblos y conseguir absenta para mantenerse en una nube de la cual no salió hasta su muerte, según pude saber después.

En nuestra pesquisa conversé a fondo con un coleccionista que había seguido su rastro, el ingeniero Ruperto Martínez Codazzi, quien era un profundo conocedor del tema que nos ocupaba. Tenía además alrededor de 650 películas clasificadas y había recopilado mucha de la bibliografía que se había escrito sobre el tema en el País, tanto pornografía como textos periodísticos y académicos, por lo tanto fue fundamental para la realización de la tesis que estábamos realizando con L.E.Z. También conocía la obra del Nano Podestá y algunas cosas sobre su vida, entre otras que había sido pareja de Soraya por un tiempo, la enanita protagonista de sus cintas. De hecho, todas las que ella había filmado, habían sido bajo su dirección. Sabía que la pequeña no trabajó con otras personas, pero no conocía otros detalles distintos que pudieran satisfacer mi curiosidad. También me dijo que una persona que trabajó con él en una empresa en la cual había sido gerente pertenecía a una familia que había pergeñado en circos toda la vida, que era un contable que ahora andaba retirado y que él podría darme algunos datos útiles, pues era muy riguroso y tomaba apuntes de todo. Por eso le tenía tanta confianza y sabía que de pronto estaría enterado del tema en común que nos unía, el de la enana, porque también era de la cofradía de fanáticos del porno, según me dijo en voz baja, como si fuera importante para ellos que no se supiera ni se hiciera público. Esto es muy común entre coleccionistas y porno–adictos, pero a mí, en lo personal, no me ha importado mucho que digamos.

Con la recomendación del ingeniero Martínez, localicé a su antiguo colaborador y compinche de gustos. Me recibió muy bien, de manera atenta y amable, como contento por conversar con alguien después de mucho tiempo. Nunca me le presenté como pornófilico, pero me demostró simpatía cuando le dije que era magister en literatura y estaba preparando material para asesorar una tesis de grado y una posible monografía. Nunca tocamos el tema de su adición al porno. En realidad, estaba muy viejo, pero se conservaba lúcido, dispuesto y memorioso y no me negó ningún pormenor para recomponer la historia de la enana bonita y los otros 2 pigmeos monstruosos y la del otro de tamaño normal, pero peor de espantoso que todos juntos, el Nano Podestá, el verdadero artífice de esta historia aterradora de fugas, secuestro, pornografía, horror y crimen.

6

El contable Peluffo provenía de una familia que había tenido circos durante muchos años, en una tradición que traían de Europa, cuando fueron desplazados por la inclemencia de la Gran Guerra, como él mismo llamaba a la Segunda Guerra Mundial. Por fuerza fue hecho aparte por su padre, pues una lesión congénita en la cadera le impidió dedicarse a los quehaceres del malabarismo, el equilibrio o la doma del fuego o de animales, y no tenía ni la habilidad ni la gracia para ser mago, recitador o payaso. No cantaba ni era locutor y su miopía lo limitaba para las actividades físicas. Entonces lo mandó para la capital, donde tenía un tío lejano, cura párroco de una iglesia pequeña, en donde pudo aprender las artes de las cuentas y los libros de tesorería, para más tarde asistir a la escuela nocturna y recibirse como contable profesional. Creció por fuera del ambiente circense y solo veía a su familia, que rodaba de pueblo en pueblo por toda la Pampa y hasta la Patagonia, en las vacaciones cuando su preceptor accedía a darle permiso y dinero para el viaje o sus obligaciones de muchacho estudiante y trabajador le daban tregua.

De la rama familiar inicial salieron diversas compañías, pues en varias ocasiones las peleas internas, o los matrimonios, o las fugas o hasta los celos dieron lugar a escisiones que generaron carpas con otros nombres como Hermanos Peluffo, Compañía Carpatto, Olimpos Brothers y otros menos duraderos. De su bitácora personal me confirmó que el circo de su padre estuvo en la ciudad de Coronel Pringles a mediados de los 50s y regresó en las navidades de 1960. Ahí fue que muy probablemente lo conoció Cesar Aira y de ahí pudo salir la anécdota que inspiró su cuento, pues en realidad la temporada se vio interrumpida por la fuga de los enanos, lo que llevó a problemas con la policía por tener animales sin papeles, extranjeros ilegales y denuncias de otros pueblos por dejar sin pagar cuentas en establecimientos y asuntos de impuestos sin cancelar. Fue un período de mala racha que ocasionó que el circo cerrara por casi tres años, en los cuales hubo más divisiones y serias dificultades económicas y familiares.

Pero para concentrarme en su relato, me queda claro lo siguiente:

Los enanos en realidad sí se fugaron del circo. Pero no lo hicieron solo los supuestos infieles con el dinero del esposo cornudo ni a sus espaldas, sino en compañía de él, robándole el arma y el dinero al dueño del circo, que era su propio padre. Había otra persona a su lado, que también desapareció pero que pasó muy convenientemente desapercibido, al que todos lo ignoraron ante la atractiva y morbosa historia de traición y fuga de los enanos y que al parecer fue quien echó a rodar la falsa noticia para que los sabuesos se fueran por una ruta equivocada. No era otro que el cerebro de todo, el que los convenció, los escondió en un baúl y los sacó a media noche para tenerlos al otro día a cientos de millas de allí: el Nano Podestá, quien trabajaba como utilero y encargado de las reparaciones generales. Se había incorporado unos meses antes y se había ganado la confianza del dueño por su habilidad para el manejo de sogas y de nudos, su pericia para reparar lonas sin que apenas se vieran las costuras y para armar y desarmar estructuras resistentes a los vientos, a los aguaceros y a los empujones de la multitud.

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Cuando lo contrataron, nadie podía saber que se encontraba de huida de varios enemigos que lo querían degollado, castrado o preso, por las múltiples fechorías que había cometido en sus largos periplos por poblaciones y caminos, levantando sin muchos escrúpulos dineros y mujeres ajenas y defraudando a quien se pusiera a su lado con el poder de su verbo poderoso; ah, y unos proyectos, que de lo delirantes y fastuosos, se hacían atractivos e irrefutables, como cuando convenció al papá de Peluffo de traer un convoy de tres elefantes, una pareja de leones jóvenes para sacarles cría, una pantera albina y un tigre de bengala, directamente de la India. El mismo director lo acompañó a mandar telegramas que recibieron respuesta y le dio unos dineros para girar a un contacto en Buenos Aires, una semana antes de que se esfumara. Por aquella época ya había empezado a publicar algunas filmaciones, aunque no era muy conocido ni se había hecho a un nombre, entre otras cosas porque en una de sus salidas abruptas tuvo que dejar tirados equipos y una bodega que le servía de estudio de grabación.

Según se supo después, apenas le vio el potencial al trío de pequeños para su colección de pornografía friki, los sonsacó para levantarlos de su trabajo con el fin de ponerlos a filmar a sus órdenes. Todo lo que se dijo de ellos fue inventado. No los podía contratar porque estaban casi prisioneros en el circo, en un sistema entre esclavista y feudal, sin documentos de identidad, trabajando apenas por la comida y el techo, porque en sus condiciones no tenían ninguna otra opción de laburo y en el circo habían encontrado aceptación, estabilidad y refugio, aunque eran evidentemente explotados en la parte económica.

Al huir protegido por la polvareda del escándalo, reactivó su empresa aprendiendo de sus experiencias pasadas, escudado en un perfil más bajo, sin casar peleas con la gente equivocada y empezó a filmar, casi sin reposo en los años siguientes. Cuando se instaló de nuevo, acomodó a los enanos en una covacha continua a su casa, los ocupaba como ayudantes y casi sirvientes y empezó a dejarlos participar en sus películas, pero rápido entendió que la cosa no iba a funcionar como esperaba. Alcanzó a realizar varios cortos con los hombres, los cinco primeros fueron la sensación por la novedad, pero el resto no funcionaba, pues estaban mal dotados, eran feos, no lograban interactuar bien con las actrices, eran desganados y poco potentes y no le ponían voluntad al asunto, pues no estaban acostumbrados a trabajar tanto, además de que eran acomplejados y recelosos.

Pero la enanita Soraya era una verdadera bomba; desde el primer día demostró que parecía hecha para el sexo, sus técnicas y su figura eran una novedad y no tenía limitaciones de ningún tipo para asumir todo clase de actividad. Refiere el contable Peluffo, que inclusive alguien le dijo con mucha convicción que tenía varios récords, pues en el mundo del porno fue la primera enana que fue filmada en actividad con perros y caballos y demostró ser una fiera en los asuntos del sexo anal, en cuyas lindes al parecer no tenía rival, pues no solo fue la primera enana que se dejó filmar en esos menesteres, sino que superaba incluso a las caderonas de tamaño normal. Ahí sí entendí aquello que aparecía en los créditos iniciales y en algunas carátulas que pude ver, «Soraya, la enana del pandero envenenado», pues en esa época al trasero no se le decía culo, sino pandero. Además, graciosamente, había cierto moralismo: les daba pena decir culo, pero no mostrar unas escenas que eran de vanguardia para la época, con un porno de avanzada que se salía de todo el contexto precedente.

Pero con ellos, las cosas no duraron. Muy pronto se deterioraron las relaciones, los enanos eran pendencieros y agresivos, el marido se fue dejando dominar por los celos, empezaron los reproches y las palizas a su esposa por cualquier asunto baladí y el director finalmente empezó a darse cuenta de que se le estaban saliendo de su influencia, que cada vez los controlaba menos y le exigían más, que se le estaban igualando y que, dado su carácter, si de descuidaba un minuto, iba a tener problemas. Entonces armó un plan y decidió emborracharlos y envenenarlos. Le salió fácil, Soraya ni se enteró pues ya se había dormido dopada por una generosa dosis de absenta a la cual Podestá la había enviciado para romper su timidez inicial al momento de empezar a filmar las escenas a las que no estaba acostumbrada. Cuando ella se despertó en medio de una resaca peor que las anteriores, preguntó por ellos, al ver su rastro frío. Todavía no sabía de las verdaderas mañas del director y le creía todo. En realidad, él ya los había enterrado y a ella le dijo que se le habían escapado con una cantidad de plata, que ella ya sabía que eran ladrones y que era cuestión de tiempo para que se aprovecharan de su bondad y de su nobleza, pero que ya la policía estaba tras de su pista. Ella, en pose de estrella recién descubierta, no los extrañó mucho, era verdad que ya le iban jorobando, se le estaban haciendo pesados, ordinarios y fastidiosos y en pocos días ya ni se acordaba de ellos.

Por supuesto, en las semanas siguientes se hicieron amantes; Podestá estaba realmente encantado con la pequeñita, era una cantera de oro y el sexo con ella era de lo mejor que había experimentado en toda su vida de olisqueador insaciable de sensaciones novedosas. Y por primera vez, ella sentía que era vista como alguien importante, sin discriminaciones, valiosa por ser ella misma, sin ser mirada como un fenómeno digno de lástima. Mientras tanto, seguían haciendo películas que por un tiempo tuvieron mucha demanda. Y seguían tomando absenta, incluso desde por la mañana, en ocasiones hasta tal punto de ebriedad, que al momento de filmar ya estaba en un sueño profundo del cual no era posible despertarla.

Pero los meses de gloria fueron escasos y la decadencia empezó más rápido que tarde. Soraya era supremamente celosa, hacía unas escenas perturbadoras y bochornosas sin importar quien estuviera al lado, muchas veces por cosas inmotivadas o injustas, entonces, como tantas veces en su vida, el Nano Podestá se fue desencantando muy rápido de ella y a partir de un momento solo la ocupaba para las grabaciones, la fue haciendo a un lado, primero de su cama y luego de su vida. Ella, de tumbo en tumbo, de borrachera en borrachera, fue perdiendo el control de sus acciones; sufrió de varias venéreas y seguía amando locamente al director, aunque este no la consideraba ni como su esposa ni como su compañera y en poco tiempo fue relegada a ser una más de las actrices, para ese entonces ni siquiera una de las principales. Al final, cada que ella se emborrachaba con absenta, se le aparecía «La deidad» o el demonio, como ocurre según prometen quienes lo beben, que tienen la experiencia de saber que eso puede ocurrir en cualquier momento. En las resacas, que cada vez eran más cortas pues ya empataba una pea con la otra, amenazaba con matarlo o hasta cortarle el pene cuando estuviera dormido, pero le insistía llorando que no lo hacía porque lo amaba, le decía una y otra vez rumiando su amargura. En cuestión de meses, era casi un despojo. Sufrió de una especie de vejez prematura en plena juventud y se engordó mucho, ya no servía para filmar, pues su cara se veía deforme e hinchada, ya nunca más volvió a ser bella y cosa curiosa, para esta época ya sí adquirió rasgos de enana, los que nunca había tenido.

En una de sus inconciencias, luego de un berrinche, él la montó en su carro y la dejó abandonada en un pueblo, pero ella lo buscó y se le apareció haciéndole mil promesas de cambiar, solo rogándole que la dejara estar a su lado aunque no la quisiera ni la tuviera en cuenta para nada, pues no contaba con nadie ni tenía para dónde ir. Él la volvió a recibir y la confinó para la misma ramada en donde había alojado a los enanos al principio, pero ella misma se tenía que hacer su propia comida, hasta que no toleró más y un día se metió un tiro, con la misma pistola que le habían robado a Peluffo, el antiguo director del circo, el padre del que me estaba contando la historia.

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A Podestá no le fue mucho mejor, pues al poco tiempo lo encontraron muerto en la mesa de un café–bar en donde iba todas las noches a hacerse moler de su ración diaria de absenta, combinada con marihuana, que por aquellos días de los medianos 60 ya se había hecho muy popular en la Argentina. Parece que al final, acabado, alcoholizado, empobrecido y fracasado, cuando ya nadie compraba sus películas, terminó por dejarse morir sin ofrecer resistencia, sin apenas probar bocado, oyendo una y otra vez los tangos de Edmundo Rivero, Roberto Goyeneche y Julio Sosa. Dicen en la calle que los adeptos a esta bebida usualmente pagan este costo por atreverse a peregrinar en sus delirios por los senderos de Satanás, pues ese líquido verde y lechoso es el néctar que conduce a los mismísimos infiernos.

Cosa llamativa, tanto el Ingeniero Martínez como el contable Peluffo murieron de causas naturales poco después de haberme contado su parte del relato, como si hubieran estando esperando para hacerlo. Total, es cierto que ya los dos estaban bastante mayores. La tesis de la ahora doctora L.E.Z. fue recibida con honores y al final laureada. Una editorial universitaria espera publicarla, luego de unas leves correcciones sugeridas, en el año que viene. Fuera de las películas que me mostró el ingeniero de la enanita, nunca pude conocer otras de su repertorio. Cuando traté de buscarlas a la muerte de este, sus hijos me dijeron que el archivo estaba arrumado y empacado en cajas y al tiempo supe que las habían vendido al exterior, pues no les interesaba conservarlo, al cabo que solo con su muerte sus hijos y nietos descubrieron que se trataba de un desvelado consumidor de pornografía pesada y eso, a decir verdad, les parecía una verdadera desvergüenza.

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El presente cuento fue finalista en el noveno premio nacional La Cueva 2020, de la fundación La Cueva, con apoyo del Grupo Bancolombia, Sura, Argos y Promigás. Aparece publicado en el libro recopilatorio del mismo concurso, publicado en 2021.

Puede ver nuestra entrevista a Emilio Alberto Restrepo aquí.

También puede ver otra entrevista en el programa Capítulo Aparte, de Teleantioquia.

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* Emilio Alberto Restrepo. Médico, especialista en Gineco-obstetricia y en Laparoscopia Ginecológica (Universidad Pontificia Bolivariana, Universidad de Antioquia, CES, Respectivamente). Profesor, conferencista de su especialidad. Autor de cerca de 20 artículos médicos. Ha sido colaborador de los periódicos la hoja, cambio, el mundo, y Momento Médico, Universo Centro. Tiene publicados los libros «textos para pervertir a la juventud», ganador de un concurso de poesía en la Universidad de Antioquia (dos ediciones) y la novela «Los círculos perpetuos», finalista en el concurso de novela breve «Álvaro Cepeda Samudio» (cuatro ediciones). Ganador de la III convocatoria de proyectos culturales del Municipio de Medellín con la novela «El pabellón de la mandrágora», (2 ediciones). Actualmente circulan sus novelas «La milonga del bandido» y «Qué me queda de ti sino el olvido», 2da edición, ganadora del concurso de novela talentos ciudad de Envigado, 2008. Actualmente circula su novela «Crónica de un proceso» publicada por la Universidad CES. En 2012, ediciones b publicó un libro con 2 novelas cortas de género negro: «Después de Isabel, el infierno» y «¿Alguien ha visto el entierro de un chino?» En 2013 publicó «De cómo les creció el cuello a las jirafas». Este libro fue seleccionado por Uranito Ediciones de Argentina para su publicación, en una convocatoria internacional que pretendía lanzar textos novedosos en la colección «Pequeños Lectores», dirigido a un público infantil. Fue distribuido en toda América Latina. Ganador en 2016 de las becas de presupuesto participativo del Municipio de Medellín, con su colección de cuentos Gamberros S.A. que recoge una colección de historias de pícaros, pillos y malevos. Con la Editorial UPB ha publicado desde 2015 4 novelas de su personaje, el detective Joaquín Tornado. En 2018 publicó su novela «Y nos robaron la clínica», con Sílaba editores.

Blogs: www.emiliorestrepo.blogspot.com, www.decalogosliterarios.blogspot.com

Serie de YouTube Consejos a un joven colega.

Cuentos Leídos por el autor: https://emiliorestrepo.blogspot.com/2015/06/cuentos-leidos.html

Twitter: @emilioarestrepo

 

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