Entre líneas Cronopio

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EL SUEÑO DE SÓCRATES

Por Gustavo Arango*

Pocos sabemos con certeza de la vida de Sócrates: que nació en Atenas alrededor del 470 antes de nuestra era, que fue hijo de un picapedrero y una partera, que era feo y tenía una esposa de temperamento explosivo, que aceptó con aparente frialdad la noticia de la muerte de dos de sus tres hijos y que murió en prisión, en el año 399, condenado a beber la cicuta por «corromper la juventud y querer introducir nuevas deidades».

De su oficio de partero del conocimiento nos han llegado testimonios directos o indirectos de Platón, Aristóteles, Plutarco, Jenofonte, Apuleyo, Diógenes Laercio y una caricatura poco favorable de Aristófanes. Se insiste en que Sócrates nunca escribió nada y eso lo emparenta con otros iluminados: el Buda y Jesucristo (que escribió algo en la arena pero de inmediato lo borró). Enseñaba con preguntas que llevaban a sus interlocutores a contradecirse y admitir que sabían poco o nada. Él mismo decía que solo sabía que nada sabía. Su legado gravita en torno a las ideas de que una vida sin examinar carece de valor y que siempre hay que inclinarse hacia el bien, incluso si hacerlo nos cuesta la vida.

Uno de los rasgos más curiosos de Sócrates —y quizá la causa de que lo acusaran de querer introducir dioses nuevos— fue la presencia a lo largo de su vida de un daimonion: una voz que lo acompañó, lo aconsejó y le sirvió de guía hasta sus últimos días. Muchos han querido entender la naturaleza de ese daimonion. Para Carl Jung no era otra cosa que el inconsciente arrojando mensajes simbólicos, provocando corazonadas, fabricando sueños, despertando intuiciones. Quizá todos tengamos esa voz, y alguna vez hayamos podido escucharla con claridad, pero la sabiduría de Sócrates radicó en que le prestó mucha atención a lo que decía y siguió sus indicaciones con fidelidad.

Marie Louise Von Franz [1] —en quien se inspira esta primera entrega de una serie que es una especie de diario de lecturas— nos cuenta que Sócrates prestaba atención muy especial a las señales y mensajes de los sueños. Por eso lamenta que se sepa tan poco de sus sueños. A pesar de que tantos escribieron sobre Sócrates, solo han perdurado tres sueños suyos, uno de ellos recurrente.

En el sueño recurrente, una voz que asumía diversos rostros le decía: «Sócrates, haz música y trabaja». Sócrates interpretaba aquel mensaje como una voz de aliento para seguir haciendo lo que siempre hizo; pues, según él, hacer filosofía era la más elevada mousiké. En cuanto a trabajar, nunca dejó de hacerlo. Durante los treinta días de gracia, entre el veredicto condenatorio y su ejecución, Sócrates se dedicó a memorizar un poema de Estesícoro. Como si eso fuera poco, compuso un himno a Apolo e hizo una versión en verso de las fábulas de Esopo (lo que quizá contradice la leyenda de que nunca escribió nada).

Según Apuleyo, en otro de sus sueños Sócrates vio un cisne que volaba desde el altar de Eros, se posaba en su regazo y luego se elevaba hacia los cielos. Pocos días después, cuando conoció a Platón en la academia, Sócrates exclamaría: «Este es el cisne que vino desde el altar de Eros».

Pero el sueño más interesante del que nos llega noticia fue el que tuvo en la prisión, poco antes de morir. En el sueño, una mujer muy hermosa, vestida con un traje resplandeciente, se acercó hasta él y le dijo: «Dentro de tres días entrarás a la tierra de los muertos». La muerte de Sócrates estaba prevista para dos días después, pero retrasos de última hora permitieron que la profecía se cumpliera con precisión.

Mucho se ha dicho que Sócrates no aceptó la propuesta de algunos amigos suyos para que escapara de prisión y, de ese modo, se librara de morir. Sócrates dijo que, por más que sus jueces hubieran actuado con parcialidad, no desobedecería las leyes de su ciudad.

Pero quizá al aceptar su propia muerte, Sócrates obedecía las leyes de una autoridad más elevada. Para decirlo en las palabras de Von Franz: «Para Sócrates era bastante fácil escapar de la prisión, pero decidió ser fiel al veredicto de sus sueños».

NOTA:

[1] Von Franz. Marie Louise. Dreams. Shambala: Boston, 1998.

 

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* Gustavo Arango es profesor de español y literatura latinoamericana de la Universidad del Estado de Nueva York (SUNY), en Oneonta y fue editor del suplemento literario del diario El Universal de Cartagena. Ganó el Premio B Bicentenario de Novela 2010, en México, con El origen del mundo (México 2010, Colombia, 2011) y el Premio Internacional Marcio Veloz Maggiolo (Nueva York, 2002), por La risa del muerto, a la mejor novela en español escrita en los Estados Unidos. Recibió en Colombia el Premio Nacional de Periodismo Simón Bolívar, en 1982, y fue el autor homenajeado por la New York Hispanic/Latino Book Fair, en el marco del Mes de la Herencia Hispana, en octubre de 2013. Ha sido finalista del Premio Herralde de Novela 2007 (por El origen del mundo) y 2014 (por Morir en Sri Lanka).

 

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