Literatura Cronopio

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los niños de la sombras

LOS NIÑOS DE LAS SOMBRAS

Por Carlos Arturo Correa Maya*

Llegué a viejo y no puedo dejar pasar más tiempo para contarte cómo me robaron siendo un niño. Debo hacerlo ahora porque no sé cuándo partiré y deseo dejarlo como orientación para muchas familias que pudieran enfrentarse a un evento tan traumático como ese. Tú me ayudarás, con el agradecimiento de antemano, a difundir esta historia para que el mayor número posible de personas la conozcan y pongan más cuidado a los niños. También lo hago en memoria y honor a mi madre, a su amor por sus hijos, a su constancia en educarnos y sin dudarlo, porque fue quien más lamentó mi desaparición.

 Cuando el señor agente de policía tocó la puerta de la pequeña casa, salió mi madre, entablaron conversación, donde él le preguntó algo acerca de un niño perdido y como resultado ella fue perdiendo sus fuerzas, viéndose obligada a aferrarse del policía. Cayó arrodillada lentamente al suelo y lloraba. Entonces él, además de contenerla, hizo señas al conductor del vehículo estacionado una cuadra más abajo para que me llevara hasta la casa. Ella gemía al verme y cuando bajé del coche policial, me besaba y abrazaba enloquecida. Sus gritos alertaron a mis hermanos y a todo el vecindario, vinieron muchos en poco tiempo, quienes al verme, y sabedores de lo doloroso de la situación, aplaudían alegres dando vivas con mi nombre. Fue apoteósico.

Aún no había entrado a la escuela y ya sabía leer porque nuestra madre nos instruía en las letras y operaciones básicas de las matemáticas. Practicábamos la lectura con periódicos y libros viejos. Además nos enseñaba, más con el ejemplo que con palabras, el amor entre nosotros y el respeto por los demás, especialmente con los más necesitados, sin decirnos nunca que nosotros lo éramos en gran medida. Justamente en una de esas enseñanzas nos advertía que siempre anduviésemos juntos todos los hermanos a donde fuésemos y que no le hiciéramos caso a ningún extraño. Era muy valiente e hizo todo lo posible por suplir nuestras necesidades; pues la pobreza era generalizada en esos tiempos y nuestro hogar no era la excepción.

En cierta ocasión llegó al barrio una compañía mejicana de juegos mecánicos que se instaló en una explanada distante cinco cuadras de nuestra casa. Dado que iba mucha gente a gozar de sus diversiones y los comentarios eran positivos, entonces decidimos en casa ir un domingo a husmear de qué se trataba. Solo había dinero para que uno de nosotros ingresara y así lo hizo el mayor. Los demás quedamos afuera, en medio de mucha gente, absortos mirando las máquinas de hierro que al moverse hacían mucho ruido. En esa situación, una muchacha tocó mi hombro, me mostró un dulce y me preguntó que si lo quería. Le dije que sí y mientras caminaba tras ella, de un bolso sacaba más dulces que me iba entregando. Habríamos caminado por ahí unas dos cuadras cuando repentinamente un hombre joven me agarró y me metió a la fuerza dentro de un coche y justo a mi lado se sentó la muchacha que me sacó del entorno de la ciudad de hierro.

Me vendaron los ojos para que no viera por dónde íbamos. Al cabo de un rato, el carro detuvo su marcha, el hombre se bajó y, cerciorándose de que nadie pasaba, abrió la puerta de una casa. La muchacha salió del coche y velozmente entró a la residencia conmigo en brazos, me llevó a una alcoba donde me recostó sobre una cama y al salir le echó cerrojo a la puerta. Dormí profundamente esa noche hasta altas horas del otro día, desapareciendo un mareo que traía desde que me montaron al carro. En esa casa pasaría encerrado poco más de un mes.

Cuando desperté ella estaba a mi lado, dispuesta a decirme varias cosas. Entre otras que debería llamarla mamá ante la gente, si fuera el caso, y Matilde cuando estuviésemos solos. Me dijo que ella se haría cargo de la comida de los tres y que yo no podría por ningún motivo salir de la casa, so pena de ser castigado. Sus maneras de decirlo no fueron muy amistosas.

Por esos mismos días secuestraron un niño, hijo de una persona prestante en la dirección de la Policía Nacional, a quien buscaron intensamente por toda la ciudad empleando agentes secretos, policías, informantes y chivatos del bajo mundo de las drogas. Sacaron avisos en prensa, radio y televisión con la foto del niño ofreciendo una abultada recompensa a quien diera pistas para encontrarlo. Los formidables operativos policiales para dar con su paradero fueron la noticia más importante en todos los noticieros, lo que puso muy nerviosa a la pareja que me tenía encerrado, volviéndolos más cuidadosos con lo que hablaban en la calle y lo que decían por teléfono cuando los llamaban desde la capital. La situación se puso de tal forma que no les quedó otra que alargar el tiempo de mi estadía con ellos.

Según sus planes originales debieron llevarme a un lugar de la ciudad capital al poco tiempo de retenerme, pero debido a la búsqueda de aquel niño y al miedo que los capturaran en las salidas de la ciudad —donde habían dispuesto muchos retenes del ejército y la policía—, optaron por quedarse conmigo más tiempo. Entonces las llamadas que recibían y hacían a alguien de la capital, a quien denominaban «el Doctor», se volvieron más frecuentes. Les ordenó que esperaran con calma para no cometer errores e hizo énfasis sobre qué alimentos deberían darme para que no me debilitara y fortalecerían ciertos órganos. Recomendó además que para mantenerme físicamente activo compraran un triciclo y un balón, con los que terminé jugando en el patio trasero de la casa. Eso salvó mi vida, como lo sabrás después.

Me enteré que había sido vendido para extraerme los riñones y los ojos. Los escuché decirlo cuando hablaban y lo analizaban entre sí. En una ocasión discutieron fuertemente por teléfono con el Doctor porque les contó para qué me había comprado y como ellos no lo sabían, argumentaron que habían sido engañados. El Doctor ni se inmutó y les dijo que su tarea era conseguirle niños según sus criterios y lo que hiciera después con ellos era solo de su incumbencia. Posteriormente, se pelearon de nuevo y ahí llegué oírle decir a Matilde que en vez de llevarme a la capital a hacerme eso tan terrible, más bien me botaran o me dejaran ir, a lo que el hombre, furioso, respondió que de eso vivían y le propinó una paliza. De esa discusión concluí que no eran pareja sentimental, sino compinches dedicados al robo de niños.

Él salía muy temprano y llegaba en la noche, trayendo consigo una bolsa con mercado según las indicaciones que recibía del Doctor, mientras ella permanecía todo el día conmigo. Hacía los menesteres de aseo y cocinaba según las instrucciones. Comíamos muy bien. Mientras ella trabajaba yo iba al patio en las mañanas. Me dejó solo en casa en dos ocasiones y recuerdo que lo pasaba adormilado en cama, encerrado en la alcoba. En una de esas salidas compró el triciclo y el balón recomendados por el Doctor, para que jugara en el patio trasero construido de muros muy altos, imposibles de escalar y salir de allí.

En una ocasión en que llevaba mucho rato jugando con el balón, pateándolo duro contra uno de los muros, vi en la parte alta asomarse un niño. Nos miramos, me sonrió y, cuando traté de hablarle, Matilde abrió la puerta que va del patio a la cocina y al notarla el niño se escondió. Volví a verlo varias veces y cuando tuve la ocasión en que Matilde estaba en la parte delantera de la casa, le decía que esa no era mi madre, que me habían robado y preso del desespero me ponía a llorar, pero él no decía nada. Parecía entenderlo pero no modulaba palabra, nunca dijo nada.

Una mañana jugaba con mi balón dándole al muro con la intención de que se asomara el niño, pues ciertamente me alegraba con solo verle, así no hablara. En esa ocasión y para sorpresa mía, se asomó un señor, a quien le repetí lo mismo que le decía al niño y al oír mi voz, rápidamente salió Matilde gritándome que con quién hablaba, que lo tenía prohibido, entonces me agarró de los cabellos y me arrastró hasta la alcoba donde me propinó, contados uno a uno, diez correazos. Ellos me pegaban constantemente por cualquier motivo. Una vez cesó el castigo físico, reiteró enojada que yo no podía hablar con nadie. Lo único que se me ocurrió decirle como disculpa fue que yo hablaba solo y que no había nadie allí. Por fortuna, ella no alcanzó a ver al señor, porque éste se retiró abruptamente. En la noche, cuando el hombre llegó, de inmediato le contó lo sucedido conmigo en la mañana, así que procedieron a encerrarme y llamaron con urgencia al Doctor en la capital. En esa conversación, que escuché tirándome al suelo y poniendo el oído al pie de la puerta, coordinaron para sacarme de la ciudad en dos días. Me meterían en el maletero del coche, en la madrugada, dormido.

No pude conciliar el sueño esa noche, lloraba en silencio, presa del terror. Sabía que era muy malo lo que estaba por ocurrirme. Me culpaba de estar allí y extrañaba mucho a mi familia. Al siguiente día no me dejaron salir de la alcoba, ahí comí y ella me llevó al baño cuando tuve necesidad. Me esperaba y de nuevo me metía al dormitorio. Temprano en la noche, después de cenar, me agarró un sueño tremendo y quedé como privado en la cama. Desperté cuando sentí gritos de muchas personas y ruidos estruendosos porque derribaron la puerta de entrada a la casa y la apertura violenta de la alcoba donde yo dormía: estaba ante un allanamiento de la policía. Preguntaban insistentemente a la pareja que dónde estaba el niño. Cuando me sacaron de allí me tocó ver a Matilde y al hombre tirados en el suelo boca abajo, esposados.

Un agente de la policía, muy amable, tranquilizándome me cargó hasta una radiopatrulla. Allí llamó a alguien por radioteléfono confirmando el rescate de un niño y cuando le preguntaron mis nombres, me miró inquisidor y se los dije. El interlocutor dejó oír su desconsuelo porque no coincidían con los nombres y apellidos del niño que buscaban, los del hijo del teniente, pero de todas formas le ordenó llevarme a la central. Allí terminé de pasar la noche recostado en una pequeña cama, recuperándome del susto y volví a dormirme.

En la mañana un señor agente me llevó desayuno y me hizo muchas preguntas, poniendo énfasis en que si los captores me habían hecho algo que yo consideraba digno de contar, sobre la comida, golpes… conté todo en especial sobre lo que escuchaba cuando el hombre joven hablaba por teléfono con el Doctor. Después me llevaron al consultorio del médico de turno, quien me revisó exhaustivamente, corroborando lo que decía sobre los castigos que me propinaban, pues aún quedaban cicatrices y moretones.

Como no supe decir dónde vivía, el policía sacó una hoja en blanco y un lápiz y dijo que pintara el frente de la iglesia más cercana a mi hogar. Me tomé el tiempo para recordarla e irla dibujando hasta que me quedó algo parecida a la real. Ese dibujo se lo mostró a varios agentes para ver quien sabía dónde era. Hasta que uno dijo que creía saberlo, entonces me llevaron en una patrulla con dos agentes a buscarla. Uno conducía y el otro hablaba por radioteléfono, y a veces conmigo. Dijo vamos a tal parte, nombrando un barrio de la ciudad donde hay una iglesia parecida a la que dibujé y me preguntó ¿es ésta? Y al oír mi respuesta negativa ordenó al conductor ir a otro sitio, hasta que después de dos intentos fallidos más, dimos con ella. Cuando les dije que esa sí era, el conductor mermó velocidad y preguntó que por dónde era mi casa. Fui indicándoles hasta encontrarla, pasamos de largo por su frente y se detuvieron una cuadra más abajo. Sin dejarme salir, el agente se devolvió hasta el portal de mi casa, tocó la puerta y salió mi madre a hablar con él. Se aferró a su brazo porque el dolor y la alegría en simultáneo casi la hacen desmayar, entonces el agente hizo señas con la mano al conductor para que me llevara. Cuando me bajé del coche todos corrieron a abrazarme, gritaban, lloraban, reían. Fue una locura en mi familia y en el barrio.

Por sugerencias de la policía y el miedo a una retaliación de los compinches de los bandidos, mis padres decidieron esconderme un tiempo sin que nadie supiera mi paradero enviándome a casa de los abuelos paternos. Ellos compraban el diario de la ciudad que yo leía con avidez esperanzado en que publicaran algo de mi historia. Después de varios días de mi liberación encontraron el cuerpo del hijo del teniente tirado debajo de un puente, violado y asfixiado, cuya noticia difundida varios días por todos los medios conmocionó a todo el país. Y debido al incremento de los intensos operativos de la policía, los secuestradores se sintieron en problemas por lo que se deshicieron de muchos niños robados, casi todos maltratados, y algunos fueron asesinados. Fue una época difícil pues campeaban en simultáneo pobreza y delincuencia, donde los pillos más detestables se especializaron en robar niños para someterlos a distintos delitos, violarlos, explotarlos sexualmente, ponerlos a pedir limosna, venderlos a parejas que no podían concebir, extraerles los órganos, la sangre, sacarlos del país…

Te confieso que nunca supe la razón por la que la policía hizo ese allanamiento de mi salvación, pero siempre supuse que el señor que me vio jugando en el patio denunció el hecho. Tampoco me enteré qué pasó con mis captores porque la historia de mi liberación nunca apareció ni en prensa ni en noticieros de la televisión. Fui un niño de las sombras, desechable por ser pobre e ignorado como muchos.

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* Carlos Arturo Correa Maya es profesor de tiempo completo en EAFIT, por más de treinta años, en Ingeniería de Procesos. Ha sido profesor de cátedra de la Universidad de Medellín, Escuela de Ingeniería de Antioquia, Universidad de Antioquia y docente invitado en otras universidades de Europa. Tiene en su haber dos libros: «Literatura, cuentos de un Hombre Común» y otro en el área de la química, titulado «Fenómenos Químicos». Ha sido escritor invitado en revistas nacionales e internacionales. Su quehacer universitario como docente es la Química, haciendo énfasis en la Instrumental. Correo-e: ccorrea@eafit.edu.co

21 COMENTARIOS

  1. El profesor Correa corre el velo de una humanidad que ha perdido su esencia y que en su deshumanizacion agrede a los seres más vulnerables e indefensos (los niños de las sombras). Una historia que nos invita a reflexionar sobre la realidad que nos rodea.

  2. Excelente narrativa, y una historia que a medida que uno adentra en ella, más le anima a sumergirse en la misma. Felicitaciones y le insto al profesor a publicar más historias de fenómenos sociales que debemos conocer y reflexionar sobre ello como personas y entes de la sociedad.

  3. Una historia que no enmudece el corazón y sus latidos dolorosos y con rapidez se recupera con cada trazo de grafito. Felicidades profesor Carlos Correa.

  4. Historia que captura gratamente de principio a fin al lector, en especial si es adulto y reconoce sus propios caminos y las de su generación. La lectura lo lleva a uno a esperar el desenlace según el relator, donde no interesa el nombre del infante, porque puede asumir muchos, de muchos lugares y circunstancias similares. Nos ubica en varios momentos y espacios de nuestra crianza y las dificultades de las cuales sobrevivimos. Tristemente aún se repiten estos atropellos infantiles, presentando varias realidades que sufre la niñez en contextos diferentes, pero patrocinados por nuestra indiferencia. Esperare nuevas historias del autor para deleitarme en sus textos.

  5. Este escrito es muy conmovedor ya que nos profundiza a una realidad que viven muchas familias hoy en día, tristemente no todos cuentan con la suerte de que sus seres queridos regresen a sus hogares como lo es la historia de este niño tan triste pero con un final muy feliz.

    Mis más sinceras felicitaciones al profesor Carlos Arturo Correa por tan maravilloso escrito.

  6. Es una historia de la vida real donde nos deja una en señaza que debemos cuidar nuestro hijos, porque no siempre se cuenta con la fortuna de tener un final feliz como en está familia.
    Felicitaciones al profesor Carlos Correa Maya, por tan excelente historia.

  7. Que historia tan bien contada.

    Tiene una narrativa tan mágica, como la historia misma.

    Me alegró demasiado que tuviera un final feliz, entre otras; porque si no hubiera sido así nos hubieramos perdido la historia misma.

  8. Es una historia muy bien narrada, nos deja perplejos de la realidad que a diario se vive en nuestro país,historia con muy buena imaginación y narrativa pero cruda realidad de una de las tantas problemáticas de nuestro país

  9. Excelente narrativa que mantiene una expectativa de principio a fin cuando el lector es atrapado por la evolución de la historia. Además se envía a la vez un mensaje social que involucra distintos estratos y ámbitos sociales. Sinceras Felicitaciones.

  10. Admiro mucha al autor de esta historia, que existan personas que con su talento aporten al mundo de forma positiva permite que podamos tener mayor conciencia y estar preparados en una realidad difícil, excelente historia!

  11. Tuve la oportunidad de escuchar de los labios de quien escribe esta historia y a pesar de ser una historia tan triste tuvo un gran final. Muchos niños no tienen esta oportunidad y la verdad de no haber tenido este gran final nos hubiéramos privado de conocer alguien tan especial e intelectual. Carlos quien te conoce te recuerda porque eres un ser que deja huella.😌

  12. Me encantó este cuento, el autor logró llevar mi imaginación a varios planos cruzados en la historia para sutilmente darle a cada su final, ese que reconforta y alienta.

  13. Es una historia real, con algo de fantasía, pero muy bien creada, y obviamente merece unas felicitaciones al profesor Carlos Correa y lo animamos a que siga deleitándonos con estos maravillosos escritos.

  14. Muy buena narrativa y una historia que se repite dia a dia a nivel nundial. Algunas veces con final feliz cimo la histotia. Felicitaciones al profesor Carlos Correa.

  15. Una historia triste pero también de mí has enseñanzas, excelente relato, el cual insta a seguir leyendo has el final y uno quisiera que la historia continuará, felicitaciones don Carlos.

  16. Una historia entretenida y triste al inicio, pero con un final alegre y feliz. En nuestros tiempos esta historia es muy real, constantemente se escucha del robo de niños para explotarlos de diferentes maneras, por eso me parece interesante publicarlo, ya permite a los padres estar muy atentos de sus hijos y a las autoridades perseguir el delito y castigarlo con ejemplo.

  17. Que historia tan desgarradora. Menos mal el final fue feliz. Siempre se ha dicho que la realidad supera la ficción. Maravilloso el escritor siempre tan correcto y cautivador.

  18. Es una historia desgarradora, bastante común en nuestro país, hoy en día el tráfico de órganos es una mercado cada vez más grande a nivel mundial, no solo de niños, también los adultos son victimas de secuestro para estos fines.
    Aunque la historia tiene un final justo y feliz para esta familia, hay muchas que al día de hoy siguen esperando el regreso de sus seres queridos, desaparecidos a la fuerza para tan macabras intensiones.

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