Sociedad Cronopio

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MALESTAR EN LA NACIÓN: ¿QUÉ LE DUELE A CHILE?

National flag of Chile. Word cloud illustration. — Stock Photo © Mattz90  #61134737

Mattz90

Por J. Agustín Pastén B.*

Conceptualizar la nación como cuerpo no es algo nuevo. Conceptualizarla como cuerpo enfermo, tampoco. «Me duele España», reza la famosa frase de Unamuno que de alguna manera resume el sentir de toda la Generación del 98. En España invertebrada, de 1922, su compatriota José Ortega y Gasset también concibe la nación como un cuerpo dolido. En América Latina, en Bolivia precisamente, Alcides Arguedas publica en 1909 Pueblo enfermo, ensayo que ofrece una visión inmensamente racista de la población indígena justo cuando el movimiento indigenista empezaba a echar sus primeras raíces en el continente. Más recientemente, en «America, a Sick, Decrepit and Dying Nation», un sacerdote católico lanza un feroz ataque contra lo que percibe como la falta de moralidad en la cultura norteamericana actual (ver R. Abouna). Finalmente, en «Un peuple malade?», el escritor francés Paul Fortune se preguntaba en enero del 2016, a raíz de la inicial promesa de Angela Merkel de acoger a miles de refugiados en Alemania quienes, según él, preferirían no entrar a Europa, si acaso no existirá en el alma de la nación germana una cierta disposición autodestructiva que, de la misma forma que llevó al país a la guerra en 1914 y 1939, llevaría ahora al hundimiento de toda Europa. Como puede apreciarse, entonces, la metáfora de la nación como cuerpo enfermo no sólo tiene una larga trayectoria sino que es bastante común.

En este artículo centro mi atención en Chile como país enfermo y escudriño los últimos veintisiete años de la historia chilena, es decir, el período que sucede a la dictadura de Augusto Pinochet y que se denomina, según quienes los hagan —desde los más pesimistas hasta los más optimistas—, «Chile post–dictadura», «Chile post–Pinochet», «Chile de la transición» o «Chile democrático». A fin de obtener una visión lo más completa posible de los malestares que afectan al cuerpo nacional, en mi análisis examino sobre todo los informes anuales del desarrollo de las Naciones Unidas (PNUD)[1] concernientes a Chile pero también estudios académicos, editoriales y artículos de periódicos, películas y, en menor medida, textos literarios.

En el contexto de la historia latinoamericana de los últimos años, alguien podría preguntarse: «¿pero cómo, en qué sentido es Chile un país enfermo, no ha sido acaso el país modelo de América Latina estas dos últimas décadas?» Cierto. Una lectura de distintos informes del desarrollo humano en Chile revela logros incontrovertibles. El del 1990–1998, por ejemplo, situaba a Chile en el número 34 de 174 países respecto de su desarrollo humano y subrayaba que ocupaba el primer lugar en Latino América (7). Hablaba, asimismo, de un incremento de la participación de la mujer en la fuerza laboral (9) así como de los adelantos en la salud (15) y el aumento del 51% del ingreso promedio per cápita en términos reales entre 1990 y 1998 (15), reduciéndose significativamente el nivel de pobreza de un 38,6% a un 21,7% en el mismo

período. El del 2004 apuntaba al desarrollo de «una sociedad más madura, con personas más exigentes y conscientes de sus derechos» (17) y donde empezaban a instalarse «relaciones más horizontales» (20), específicamente en el ámbito familiar, donde se debilitaba el «poder arbitrario del padre» (108), pero también en la sociedad en general, que condenaba el machismo y donde aumentaban el poder y la autonomía tanto de las mujeres como de los jóvenes (108). El informe del 2008, por su parte, señalaba que, gracias a los avances en conectividad vial y comunicaciones así como el mayor acceso a servicios básicos, las condiciones de vida en el mundo rural en Chile habían mejorado sustancialmente (12–13). El del 2015 señala que entre 1980 y el 2013 la esperanza de vida creció en más de diez años y que «aumentó en más de tres años la media de escolaridad de adultos» (33). Finalmente, el economista Gonzalo Martner y el sociólogo Manuel Garretón también hacen alusión a los logros obtenidos en Chile en los primeros quince años de post–dictadura. En Remodelar el modelo. Reflexiones para el Bicentenario, de 2007, el primero hace énfasis en el hecho de que Chile logró duplicar el ingreso por habitante y obtener un crecimiento económico del orden del 5% anual desde 1990, sin serias recesiones (42), a la vez que no sólo no siguió al pie de la letra las pautas del famoso Washington Consensus sino que también incrementó el gasto social (47). Garretón, por su parte, en Del Postpinochetismo a la sociedad democrática, del mismo año, ve como logros de los gobiernos post–dictadura el «abandono definitivo de las Fuerzas Armadas… de su papel de poder fáctico» (81) y el positivo desempeño del país como economía emergente (84).

Claramente, a la luz de esta información la idea de Chile como nación enferma podría resultar errónea. Sin embargo, los mismos estudios que hablan sobre los éxitos llevados a cabo en el Chile post–Pinochet, se refieren a una serie de problemas, carencias y malestares que siguen afectando al país. Si en la década del 90 se decía que Chile era el jaguar de América Latina, desde que la economía chilena entró en un período de enfriamiento ocasionado en gran parte por la desaceleración de la economía china, planea tanto en los discursos mediáticos como en las redes sociales un cierto desencantamiento, un marcado pesimismo acentuado sobre todo por numerosos casos de corrupción que han salido a la luz pública en los últimos cinco o seis años y que, de hecho, siguen saliendo casi a diario[2].

En 1975, en el discurso que el economista de la escuela de Chicago Milton Friedman dio ante los miembros de la junta militar, éste definía a Chile como un país enfermo que sólo podía recuperarse mediante la aplicación inmediata de una economía neoliberal. Señalaba Friedman: «El hecho simple es que Chile es un ‘hombre muy enfermo’» (35). Para controlar la inflación, la principal enfermedad que sufría la economía chilena en aquel momento (20), el gurú del neoliberalismo proponía no sólo la eliminación de cualquier tipo de obstáculo a la empresa privada y el término de la entrega de subsidios gubernamentales (29–30) sino, especialmente, la «drástica reducción en los gastos del gobierno» (25). Después de todo, le aseguraba éste a su audiencia, la historia mostraba que lo único que lograban los programas sociales destinados a ayudar a los pobres era empobrecerlos aun más (33–34). Dieciséis años más tarde, en Mala onda, el novelista Alberto Fuguet ofrecía un retrato bastante certero de los frutos que el neoliberalismo y un incipiente proceso de globalización traían a la sociedad chilena, en especial a sectores de clase media alta[3]. Desde fines de los noventa, no obstante, empieza a cuestionarse el sistema neoliberal en Chile. En 1997, el mismo año en que se produce la crisis financiera asiática, la cual tendrá devastadores efectos en la economía mundial y particularmente en la chilena —que hasta el día de hoy depende fundamentalmente de las exportaciones de materias primas[4]—, Tomas Moulian publica Chile actual: anatomía de un mito, una crítica mordaz de los gobiernos de izquierda que, según Moulian, habían dejado prácticamente intacto el aparato político y económico implantado a la fuerza por Pinochet[5]. El cronista urbano Pedro Lemebel, por su parte, comienza a publicar desde 1995 en adelante colecciones de crónicas urbanas en las que, además de llevar a cabo una suerte de defensa del mundo gay underground en Chile especialmente en Loco afán: crónicas de sidario (1996), condena no sólo a la derecha sino a políticos y civiles de izquierda que no fueron lo suficientemente críticos a la hora de pedirle cuentas a los militares cuando se restauró la democracia en Chile en 1990[6]. En Mano de obra, de 2002, la novelista Diamela Eltit utiliza el mercado, o el «súper», como metáfora para representar de qué modo Chile se había convertido en lo que Luis Cárcamo–Huechante denomina «nación–mercado» (99). Finalmente, Janet Acuña, una internauta de «Facebook», se quejaba hace algunos años de la falta de civilidad que ve todos los días en la ciudad de Santiago, preguntándose, «¿Qué pasa en nuestro país?, […] Con estos actos diarios me siento extranjera en mi propia tierra. Cada día el individualismo es parte de nosotros […] Somos una sociedad enferma».

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Rodrigo Montesinos

Ahora bien, aun cuando la enfermedad que identifica Acuña difiere de la que diagnostica Friedman, y a pesar de que median cuarenta y cuatro años entre una y otra, existe obviamente una relación estrecha entre las dos. De alguna manera, una cultura neoliberal crea un individualismo exacerbado que debilita las relaciones sociales. Efectivamente, en un artículo reciente que remite a un estudio de las Naciones Unidas sobre el índice de felicidad de los países, se señalaba el individualismo como uno de tres factores que impedían que Chile tuviera un nivel de felicidad más alto; los otros dos eran la desigualdad y la desconfianza (López). Otro, de 2011, explicaba cómo, en los últimos treinta y tres años, gracias a la estabilidad económica, el acceso al consumo y la consolidación de la democracia, Chile había dejado de ser una sociedad «colectivista» para convertirse en el segundo país más individualista del mundo después de Estados Unidos:

Porque en las últimas tres décadas, los cambios sociales han transformado nuestros valores. Ya no hablamos con los vecinos; no los necesitamos. El desarrollo tecnológico y el consumo facilitaron que cada miembro de la familia tuviera su propio televisor y se pueda comprar en cuotas la ropa para cada hijo. Y los mayores recursos y la estabilidad económica aumentaron nuestro consumo y también la competencia con el de al lado para obtener el mejor sueldo o trabajo. (Zunino Erlauer).

En lo que sigue de este artículo hago primero un repaso general de algunas de las enfermedades actuales que afectan la vida social, política y cultural chilena; luego centro mi atención en los cuatro malestares que, a mi juicio, más daño causan al cuerpo nacional: a) la desigualdad económica, b) la falta de confianza en las personas y en las instituciones, c) el desinterés en la política y, d) la desigualdad en la educación.

Habría que empezar diciendo, empero, que la idea de un Chile modelo impulsada sobre todo por el Banco Mundial, el Fondo Monetario Internacional y el Banco Interamericano de Desarrollo, ha sido cuestionada por más de un crítico (Garretón 26, 108. Rovira 345). Es cierto que Chile ha hecho grandes avances en el área económica estas últimas décadas, pero el famoso «crecimiento económico con equidad» tan ventilado durante los primeros años de los gobiernos post–dictadura, no se ha materializado. Es más, Chile es uno de los países más desiguales del planeta, con un coeficiente de Gini de 50.5 en el 2013 según el Banco Mundial (GINI). En el coeficiente de Gini, por cierto, mientras mayor el número, mayor la desigualdad. Suecia, por ejemplo, contaba el 2013 con un coeficiente de Gini de 25.0, Uruguay con uno de 45.3 y Haití con uno de 59.2 (Income). No debiera sorprendernos, por tanto, que el tema del dinero esté tan presente tanto en los medios de información como en las producciones culturales. Si el mes de marzo de 2016 se discutía la necesidad de subir el sueldo mínimo de 335 a aproximadamente 597 dólares en un país donde la mitad de su fuerza laboral gana lo que puede llegar a costar el arriendo de una habitación en Santiago Centro, ya en 1990, el mismo año en que Chile vuelve a la democracia, surge el tema del dinero[7].

En la película del cineasta chileno Gonzalo Justiniano «Caluga o menta», por ejemplo, que empieza con un mensaje en la pantalla que dice, «A fines de los años 80, uno de cada 3 jóvenes chilenos entraba en la categoría de los llamados marginales», un grupo de jóvenes desempleados se pasa la vida consumiendo drogas y robando. En una de las tres historias de la película de Andrés Wood «Historias de fútbol», de 1997, a un jugador se le ofrece una cuantiosa suma de dinero a cambio de no marcar goles. En «Taxi para tres» (2001), del cineasta Orlando Lübbert, el dueño de un taxi que rehúsa inicialmente la oferta de un par de ladrones de realizar robos utilizando su coche, se da cuenta que esa es la única manera de salir adelante. Cuando recibe su parte del primer robo, de hecho, exclama alegremente: «lo que me faltaba en la vida: plata, esto, el billete, para salir del hoyo». Hace tres años, el escritor y editorialista de El Mercurio, Cristián Warnken, en un artículo de opinión que criticaba severamente tanto a la izquierda como a la derecha chilenas, condenaba especialmente a esta última por su «amor al dinero, el lucro, el dogmatismo economista […] [que] ignora y desprecia la cultura y el pensamiento» («Con todo respeto»). De una u otra forma, entonces, todos estos textos ponen en tela de juicio la tan mentada idea de Chile como país modelo. El informe del desarrollo humano de 1990-1998 concluía, efectivamente, que un mayor crecimiento económico no implica necesariamente un mayor desarrollo humano (16).

Ahora bien, ¿cuáles son algunas de las enfermedades que padece Chile? ¿Qué muestran los discursos críticos al respecto? Todos los malestares que sufre la nación están íntimamente relacionados, como se verá a continuación, y todos, de una forma u otra, están conectados con el neoliberalismo y con lo que Cristóbal Rovira denomina «los pactos inter–élites» (346) que se efectuaron entre el equipo económico–político de la dictadura y los miembros de la oposición justo antes del plebiscito del 88[8], pactos responsables de que eventualmente se desarrollara en Chile una democracia que ha sido calificada de «protegida» (Moulian 49), «mediocre y de baja calidad» (Rovira 350) y «‘de consensos’» (Garretón 83). A pesar de que ha habido avances, y aun cuando críticos tales como Michel Lazzara están ampliando el campo de la memoria a fin de incluir a los cómplices civiles de la dictadura militar[9], la tendencia al olvido y al blanqueo del pasado histórico que Moulian señaló en 1997 (18, 31, 33, 36–37) sigue estando presente en la sociedad chilena actual. En «El derecho a la memoria urbana: marcar y desmarcar la ciudad», por ejemplo, Sebastián Troncoso se queja no sólo de los «restos de la dictadura esparcidos por la ciudad» sino que, sobre todo, del hecho de que pese a las promesas de los gobiernos democráticos, el Estado aún no recupera para la memoria simbólica recintos donde se llevaron a cabo violaciones a los derechos humanos, ello aun cuando «de los 1.132 [recintos] el 70% han sido individualizados y de éstos el 64% sería de propiedad fiscal». Otra de las enfermedades que adolece el cuerpo chileno es la ausencia de un proyecto colectivo y un sentido de comunidad; desde el informe del desarrollo humano del 2000 hasta el del 2015, todos lo consignan (PNUD 2002, 16; PNUD 2015, 20, 22, 31); simplemente, la gente no cree que los esfuerzos colectivos puedan producir cambios significativos en sus vidas[10].

Entre otros de los malestares que se encuentran en el seno de un país que, de acuerdo al informe del 2004, carecía de una sociedad civil poderosa (24), están: la distancia casi insalvable entre la élite y la ciudadanía (PNUD 2015, 22); la falta de movilidad social, especialmente en el mundo rural (PNUD 2008, 16); la centralización o el famoso «Santiago es Chile», un problema de larga data que no parece resolverse nunca; el descontento generalizado aun cuando, como se vio arriba, sí ha habido ciertos adelantos importantes (PNUD 1998, 48, 53; PNUD 2015, 20; Rovira 353–55); el aumento de la inseguridad consignados especialmente en los informes del 98, del 2000 y del 2002 y vociferados a viva voz actualmente por los medios de prensa (Tironi); un déficit cultural (PNUD 2002); altos niveles de encarcelamiento (Schild) además de pésimas condiciones de hacinamiento de los presos (Gutiérrez); el racismo, el clasismo y la xenofobia, esta última dirigida particularmente contra inmigrantes haitianos, peruanos y bolivianos (Labbé y Pérez G.); la presencia de resabios de la dictadura que Chile simplemente no logra sacarse de encima (Garretón 11, 101-02, 110; Möncekberg 10, 23-24, 28; Rovira 356) y anticipada magistralmente en la película «La luna en el espejo» (1991. Silvio Caiozzi) en la figura de Arnaldo, un marino jubilado que desde su lecho de enfermo controla todos los movimientos de su hijo escrupulosamente. Y, finalmente, niveles de depresión que hacen que Chile sea uno de los países más depresivos del mundo y donde es cada vez mayor el suicidio entre niños y jóvenes (Martínez Gallardo).

Ilustraciones paisajes de Chile on Behance

Rodrigo Montesinos

Sin embargo, no cabe duda que la enfermedad que más afecta al país es la desigualdad. Al referirse a ella el informe del desarrollo humano del ‘96 advertía que ésta era igual que la que existía en Chile en la década de los 60 y resaltaba la escasa participación de la mujer en el trabajo (13). El de 1990–1998 señalaba que aun cuando mujeres y hombres tenían el mismo acceso a salud y educación, la desigualdad en lo relativo a la distribución del ingreso seguía siendo un problema (9, 15–16)[11]. Concluía, en cualquier caso, que el crecimiento económico que se produce en la década del 90 en Chile no se corresponde con el desarrollo humano. El informe del 2002 ofrece un cuadro incluso más completo sobre el tema. Hace referencia, por ejemplo, a la desigualdad que existe en Chile entre quienes tienen acceso a Internet y quienes no (28)[12]. El del 2000 hace referencia a quienes tienen un empleo y quienes no (44), ahondando en las consecuencias de lo que Fitoussi y Rosanvallon llaman «desigualdades de la vida cotidiana» (en PNUD 2000, 44). El informe de ese año se refiere, asimismo, a dos aspectos de la vida cotidiana de todos los chilenos que, con el correr del tiempo, han ido cobrando especial importancia, en particular el segundo: el seguro de salud y el seguro de vejez, ambos atados al empleo. Esto significa que cuando un/a ciudadano/a chileno/a pierde su empleo pierde también su acceso a la atención médica y pone en peligro una pensión digna[13]. Respecto a esta última, el informe del 2000 destaca problemas que en estos últimos meses en Chile resultan especialmente acuciantes. Me refiero no sólo al hecho de que muchos de los afiliados de las AFP (Administradora de Fondo de Pensiones) tienen «lagunas» porque han estado desempleados o porque sus empleadores no han cotizado en sus cuentas sino, inclusive más grave, al hecho de que, una vez que se jubilan, reciben una pensión miserable que apenas les alcanza para solventar sus gastos (PNUD 2000, 44)[14]. El informe del 2004 vuelve a la carga, pero poniendo énfasis esta vez no sólo en la desigualdad en la distribución del ingreso sino en la «discriminación de género» (51). «Chile es el país de América Latina con la menor tasa de participación laboral femenina y con mayores discriminaciones salariales entre géneros. Además, la participación de las mujeres en aquellos puestos de decisión en los que ellas podrían actuar para revertir estas tendencias es comparativamente muy baja», señala el informe (51)[15]. En su estudio del 2007, Rovira afirma que, pese a «15 años de continuada expansión económica …, los índices de desigualdad social relativa permanecen intactos» (360), mientras que el informe de desarrollo humano de 2015 habla de «la permanencia de la desigualdad como un rasgo casi indeleble del desarrollo chileno» (33).

La falta de confianza en las personas y en las instituciones, que, irónicamente, corre paralela al positivo proceso de individualización que experimenta la sociedad chilena desde hace ya tres décadas (PNUD 2000), también constituye un serio problema en Chile. Como señala el estudio de las Naciones Unidas citado arriba, la falta de confianza constituye un obstáculo para que las personas sean más felices. El informe del 98, por ejemplo, se sorprende de que exista un alto grado de desconfianza al mismo tiempo que las personas tienen más y más contactos sociales (50). De acuerdo a una encuesta realizada por el Instituto de Sociología de la Universidad Católica el año 1995, en las grandes ciudades del país —Santiago, Valparaíso, Concepción—, menos del 10% de los encuestados juzga que se puede confiar en la mayor parte de las personas (PNUD 1998, 50)[16]. En el mundo rural, empero, ocurría algo similar. El informe de 2008, por ejemplo, señalaba respecto de éste: «Pero tampoco es aquel lugar bucólico y romántico de naturaleza impoluta y gente ‘confiada’: hoy en el mundo rural la gente es más desconfiada que en las grandes ciudades» (12). El informe del 2000 apunta al Parlamento, los partidos políticos y el Poder Judicial como las instituciones que menos confianza despiertan en la población (203). En parte, esto guarda relación con el hecho de que si bien el proceso de individualización resulta benéfico para el individuo pues éste conduce a la «conquista [de] su autonomía» (PNUD 2000, 28) y a la liberación de las cadenas que pueden significar con frecuencia las tradiciones y costumbres, no se produce lo que se denomina la «revinculación» (PNUD 2000, 28), es decir, la confección de nuevos lazos sociales que, a la larga, contribuyen a que éste vuelva a tener fe en el/la otro/a. No hay que olvidar, además, que aunque durante la dictadura cívico–militar «se interiorizó la desconfianza», como apunta el informe (PNUD 2000, 36). Ésta se refuerza cada vez que surge un nuevo caso de corrupción. De ahí que el Informe de desarrollo humano de 2015 destaque la desconfianza mutua que existe incluso entre quienes están involucrados actualmente en el proceso de politización (22) así como el «cuestionamiento de la eficacia de la vía institucional para procesar y canalizar las expectativas de cambio social» (85). Por una parte, los movimientos sociales desconfían de las elites —con justa razón a mi juicio teniendo en cuenta su tradicional desempeño en la historia de Chile, en particular las elites económicas, las que hasta el día de hoy son reacias al cambio—; por otra, la elite política desconfía de los movimientos sociales porque, a fin de cuentas, teme, como lo ha hecho históricamente, el desorden (PNUD 2015, 22)[17]. La desconfianza, entonces, es mutua y prácticamente irreversible por ahora. Por su parte, el sociólogo Eugenio Tironi señala «la desconfianza que se observa hacia las instituciones» como una de las razones del temor que existe en estos momentos en Chile entre los chilenos de ingresos medios y bajos ante el creciente fenómeno de la delincuencia.

Las dos últimas enfermedades que abordo en este estudio, y las que, a mi juicio, resultan tan graves como la desigualdad y la desconfianza, son el marcado desinterés en la política y la desigualdad en la educación. Desde 1998 en adelante, todos los informes del desarrollo humano señalan la falta de interés en la política[18], si bien el de 2015, tomando en cuenta los malestares sociales de estos últimos años, advierte un alto grado de politización en la sociedad chilena actual, pero politización entendida no como adherencia a los partidos políticos ni mucho menos fe en los políticos[19], sino como toma de conciencia de los problemas y capacidad de organización para poder resolverlos políticamente. En efecto, éste advierte que no es que no haya interés en la política; el desinterés en la política y los partidos políticos no debe entenderse como pérdida de interés en «lo político» (40, 53). Si se hace un repaso histórico respecto de la relación entre el/la ciudadano/a y la política, el informe del 98 destaca no sólo la paradoja de que mientras más poder de injerencia tiene el/la ciudadano/a chileno/a en las elecciones municipales y nacionales, más débil resulta su participación en la política, sino también el hecho de que hay menos y menos jóvenes inscritos en el registro electoral (52)[20]. El del 2002 señala la distancia que existe entre la sociedad y la política, recalcando incluso que la mitad de los chilenos no tienen fe en el régimen democrático (31). Para Garretón, quien reconoce que «la crisis de la política» (100) es un fenómeno mundial y que, en general, ésta ha sido afectada por la globalización (21), el desinterés en la política en Chile tiene que ver sobre todo con el hecho de que el país tiene «un orden constitucional impuesto» (100). Nicolas Fleet, por su parte, establece una relación entre su hipótesis de que la emergencia de los movimientos estudiantiles son el resultado de «una crisis de legitimidad» y lo que llama «desafección con la clase política»[21]. Lo que se rechaza, según la actriz y escritora Nona Fernández, es el sistema político e institucional en general (Hopenyan).

Finalmente, en cuanto a la educación, lo que las movilizaciones estudiantiles de 2006 (y, por qué no, también las de 2011) buscaban era, al decir de Garretón, la «refundación del sistema educacional» (12), un sistema que él mismo califica de desigual (110, 122) y Martner de «segmentad[o]» (50). Como se sabe, en el esfuerzo de la dictadura cívico–militar por hacer una suerte de tabula rasa del Chile pre–1973, la privatización de la educación —así como la de la salud y otros servicios básicos— fue determinante. En esencia, un sistema educativo que históricamente había estado en manos del Ministerio de Educación pasó a manos de las municipalidades, creyéndose que serían éstas las que estarían mejor capacitadas para administrar los colegios y liceos. Tanto en la educación primaria y secundaria como en la educación superior empezaron a surgir todo tipo de establecimientos educativos. De la noche a la mañana, básicamente cualquier persona con capital podía fundar un colegio o universidad sin que hubiese demasiado control del Estado. Esto significó que, eventualmente, la educación pública en Chile, que había sido de excelente calidad, se fue empobreciendo, y que el acceso a la educación superior estuviese reservado, en su mayoría, sólo a quienes podían pagar los altos costos de matrícula. La educación, en suma, se transformó en un bien de consumo más. De ahí que en la última década hayan ido aumentado las críticas al sistema educativo y que los estudiantes y sus padres exijan actualmente nada menos que la gratuidad en educación superior.[22] «La crítica al modelo educativo en general», escribe Fleet, «se comprende en relación a una crisis de legitimidad en la medida que éste no ha traído, desde el punto de vista de la sociedad en su conjunto, ni igualdad ni integración, sino que más bien ha sido el principal mecanismo para perpetuar la división de la sociedad en posiciones dominantes y dominadas». El informe del desarrollo humano de 2000, por ejemplo, destaca no sólo el hecho de que el ingreso del hogar resulta crucial a la hora de elegir un establecimiento educacional y de que, a su vez, el ingreso a la enseñanza superior está directamente relacionado al tipo de colegio al cual asistió el/la estudiante (municipal o particular), sino que el 80% de los alumnos de los colegios particulares no subvencionados egresó de la enseñanza media en 1997 mientras que sólo el 60% del de los colegios municipales lo hizo (44). Más recientemente, en una entrevista que la crítica cultural Nelly Richard le hace a Francisco Figueroa, quien fuera vicepresidente de la Federación de Estudiantes de la Universidad de Chile (2010–2011), éste se refiere al «rol de una nueva educación pública» y a la urgente necesidad de un «pacto social por la educación» (Richard)[23].

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¿Qué le duele a Chile entonces? Sobre todo la desigualdad, sin lugar a dudas. En cierto sentido, aunque no la examina en su estudio, la historia económica chilena de las últimas tres décadas en particular ilustra ejemplarmente la teoría de Thomas Piketty (en Le capital au XXIème siècle [2013]) de que la tasa de rendimiento económico supera casi siempre el crecimiento de la economía, favoreciendo así a quienes tienen inversiones y no a la gente que trabaja; en otras palabras, las ganancias obtenidas de las inversiones aumentan mucho más rápidamente que los sueldos. Su ya clásico estudio ilustra, asimismo, y muy especialmente en el caso chileno, que no hay economía sin política y que, finalmente, ésta es un asunto esencialmente económico. Si bajo el régimen de Pinochet se privatizaron los servicios públicos, bajo los gobiernos posteriores se perfeccionaron las políticas neoliberales. En comparación con otros países del continente, por ejemplo, Chile es el país donde menos impuestos pagan las compañías extranjeras, en particular en el área de la minería, de imprescindible importancia para la economía chilena. Los salarios de los senadores y diputados en Chile, asimismo, están entre los más altos de América Latina. La educación superior, por su parte, es una de las más caras del mundo. Podría decirse, de esta forma, que si en la década del setenta Friedman propuso el neoliberalismo como el remedio para curar la enfermedad que padecía Chile, éste se ha convertido en la enfermedad hoy día. En un país donde la economía domina prácticamente todas las áreas de la vida y el éxito económico es casi lo único que importa, resulta difícil tener confianza en las personas.

Aunque siempre ha habido y, desafortunadamente, siempre habrá corrupción, el aumento de ésta en los últimos años en Chile revela el agotamiento del sistema neoliberal. Desde este punto de vista, lo que muestran tanto las protestas de los estudiantes por la gratuidad de la educación superior así como las protestas de quienes se han manifestado en este último tiempo contra el sistema privado de pensión, es la necesidad de un nuevo paradigma político–económico que tome en cuenta todos los aspectos del ser humano y que, parafraseando a García Canclini, convierta al/a la consumidor/a en ciudadano/a. Por fortuna, la actual aparición de nuevas coaliciones políticas de izquierda integradas fundamentalmente por jóvenes —como, por ejemplo, Izquierda Autónoma o Frente Amplio de Izquierdas—, las marchas masivas contra un gobierno demasiado temeroso de las elites empresariales y la presencia cada vez más fuerte de organizaciones civiles y movimientos sociales de toda laya ofrecen cierta esperanza de que pueda disminuir el malestar que sufre Chile.

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J. Agustín Pastén B. North Carolina State University

(reseña pendiente)

  1. Utilizo la abreviación «PNUD» (Programa de Naciones Unidas para el desarrollo) para referirme a los informes de las Naciones Unidas de distintos años. También se conoce como «Índice de desarrollo humano» y así queda consignado en la sección de «Obras citadas.»
  2. Entre los más recientes casos se encuentra el caso de colusión, estafas, ventas de acciones y apropiación indebida de fondos que afectó al Transantiago (sistema de transporte público urbano en el área metropolitana de la ciudad de Santiago) entre el 2004 y el 2010; el tráfico de influencias ejercido por el hijo de la presidenta Bachelet, Sebastián Dávalos, quien obtuvo un crédito por más de diez millones de dólares que eventualmente benefició a la compañía de su esposa; y el llamado «milicogate,» un desfalco que involucró a miembros del ejército con los dineros obtenidos de la llamada Ley Reservada del Cobre.
  3. Malls, restaurantes de comida rápida, el uso difundido del inglés, entre otros.
  4. Cátodos de cobre, minerales de cobre y sus concentrados, uvas, yodo, salmones congelados, entre otros productos.
  5. Aunque ha sido reformada múltiples veces desde que se implantó durante la dictadura cívico-militar de Augusto Pinochet, la constitución de 1980 sigue vigente en Chile. Sin embargo, durante el segundo período de gobierno de Michelle Bachelet (2014-2018) se inició un proceso constituyente con el fin de redactar y aprobar una nueva constitución que reemplazaría a la del ‘80.
  6. Por ejemplo en «El Informe Rettig» y «Karin Eitel (o ‘la cosmética de la tortura, por Canal 7 y para todo espectador’),» ambas de De perlas y cicatrices (1998).
  7. Según un estudio de la Fundación Sol del 2017, la mitad de los trabajadores chilenos ganaba menos de 350 mil pesos al mes (García Lorca, «Fundación»); o sea, unos 542 dólares líquidos.
  8. De acuerdo a la constitución de 1980, en este plebiscito se decidiría si acaso Pinochet iba o no iba a seguir en el poder hasta el 11 de marzo de 1997. Como se sabe, entre los votos escrutados en el plebiscito del ’88 el «sí» obtuvo el 43.01 % y el «no» el 54.71 % («Wikipedia»).
  9. Al respecto, véase en Youtube su charla en la Universidad Javeriana del 9 de febrero de 2016 titulada «Dictadura y complicidad civil: Chile a 40 años del golpe,» and su reciente estudio Civil Obedience: Complicity and Complacency in Chile since Pinochet (2018).
  10. Desde este punto de vista resultan sorprendentes las masivas marchas contra las AFP (Administradora de fondos de pensiones) que se realizaron en múltiples ciudades chilenas el domingo 24 de julio (2016) y el domingo 21 de agosto (2016), respectivamente, bajo el lema «No + AFP» (Danton) y que fueron gatilladas cuando se descubrió que la esposa del presidente de la Cámara de Diputados, una ex funcionaria de la Gendarmería, recibiría una pensión mensual de unos 5, 214.000 en pesos chilenos («Esposa»), o sea, unos 8.021 dólares, siendo que la mayor parte de los jubilados chilenos recibían, como promedio, unos 312 mil pesos según unos (Reyes) o unos 205 mil pesos según otros (García).
  11. Sobre la actual diferencia salarial entre hombres y mujeres y los bajos sueldos en general en Chile, véase Navarrete y Carmona. En cualquier caso, la desigualdad salarial entre hombres y mujeres es obviamente un problema universal. En general, independientemente de la ocupación que tengan y aun teniendo el mismo grado de preparación, las mujeres ganan aproximadamente veinte por ciento menos que los hombres, incluso en países como Estados Unidos y Alemania.
  12. Para 2014, de todas formas, esto había cambiado. Según una encuesta de ese año, el 66 % de la población chilena contaba con una conexión permanente a internet («Encuesta»).
  13. Por ley, a todo trabajador chileno dependiente se le descuenta, mensualmente, un 10 % de su salario para la AFP más un porcentaje que oscila entre el 1.20 % y el 1.54 %, aproximadamente, por concepto de comisión. Se le descuenta, asimismo, un 7 % mensual para la ISAPRE (Instituciones de Salud Previsional), un sistema privado de seguros de salud creado en Chile en plena dictadura cívico-militar (1981). Presionado por las masivas protestas ciudadanas recientes, durante el segundo mando de Michelle Bachelet – aunque también durante el actual gobierno de Piñera – se discutieron seriamente cambios al sistema de las AFP. Todo hace pensar, sin embargo, que éstos serán cosméticos y que, en última instancia, seguirán siendo los propios ciudadanos quienes se responsabilicen de su jubilación. La posibilidad de volver a un sistema de reparto como el que existía en Chile antes del régimen de Pinochet, no parece contemplarse siquiera.
  14. Esto último tiene que ver en gran parte con el hecho de que la mayoría de los trabajadores en Chile recibe sueldos relativamente bajos y de ahí que, aunque haya trabajado toda su vida, no logra reunir lo necesario para sus gastos una vez que se jubila.
  15. Para el 2010 las cosas no habían cambiado demasiado. Consúltese, al respecto, el informe de ese año, titulado, apropiadamente, «Género: los desafíos de la igualdad.»
  16. Se dice, anecdóticamente, que el/la chileno/a en general es desconfiado/a por naturaleza. Pero también se dice que el/la chileno/a deja de confiar en el/la otro/a una vez que se instaura la dictadura cívico-militar, ya que en los diecisiete años del régimen de Pinochet nadie sabía a ciencia cierta si acaso sus vecinos o incluso amigos estaban a favor o en contra del gobierno. En algunos casos, éstos podían estar trabajando para la policía secreta de Pinochet – tanto para la DINA (Dirección de Inteligencia nacional) como, más tarde, para la CNI (Central Nacional de Inteligencia) – y nadie se enteraba (respecto de cómo operaban estos dos grupos y el ambiente de miedo y terror que crearon en la sociedad chilena de la época, consúltese el excelente estudio de Pablo Policzer). Finalmente, existe también la teoría de que la confianza en el/la otro/a resulta imposible en una sociedad neoliberal. En una entrevista reciente, por ejemplo, con motivo del lanzamiento de una antología de narrativa contemporánea chilena – Selección chilena: 2000-2016 –, el poeta y librero Sergio Parra señala la competencia como el principal obstáculo que impide que haya mayor cooperación entre los escritores y artistas en general en Chile (véase Hopenhayn).
  17. «Conservar el orden cueste lo que cueste» ha sido siempre el lema de la élite en Chile. Efectivamente, cada vez que ésta se ha visto amenazada por los reclamos de mineros, obreros y trabajadores en general, ha reaccionado violentísimamente. Dos de los ejemplos más claros en la historia de Chile al respecto son las llamadas «Matanza de Santa María» (1907) y «Matanza de La Coruña» (1925), en las que fueron asesinadas por el ejército cientos y cientos de personas incluyendo mujeres y niños. Para un análisis del desempeño de las élites en la historia de Chile, consúltese el reciente estudio del sociólogo Felipe Portales Historias desconocidas de Chile.
  18. El desinterés en la política no es, lógicamente, un fenómeno chileno únicamente; tampoco es un fenómeno reciente.
  19. Efectivamente, Patricio Fernández escribía el 2016: «Una mueca tiritona, una voz lamentosa, una evidente infelicidad acompaña en estos momentos al mundo político. Para ser más específico, a los políticos de largo aliento, los que sienten que han entregado sus vidas a la patria y hoy son tratados como delincuentes.» Por su parte, Gabriel Salazar, conocido historiador chileno y premio nacional de historia, señalaba en una entrevista con motivo del lanzamiento de una de sus obras (La enervante levedad histórica de la clase política civil [Chile, 1900-1973]): «Hoy los políticos pesan lo mismo que un paquete de papas fritas» (Fajardo).
  20. Desde el 2012, sin embargo, el voto es voluntario en Chile y la inscripción en el registro electoral es automática. Ahora bien, debido a la bajísima tasa de participación en las tres últimas elecciones – en efecto, menos de la mitad de las personas inscritas votaron en las elecciones presidenciales del 2013 («Historia») – en este último tiempo se contempla la posibilidad de volver al voto obligatorio pero manteniendo la inscripción automática.
  21. Ya en el 2007 apuntaba Rovira al respecto, «70 % de la población no se identifica con ninguno de los partidos políticos existentes» (357).
  22. En cuanto al acceso a la gratuidad en educación superior, durante el segundo gobierno de Michelle Bachelet se determinó que recibirían este beneficio sólo los estudiantes pertenecientes al 50 % más vulnerable del país.
  23. Sin embargo, para una inteligente y balanceada crítica respecto de que, en última instancia, las reformas al sistema educativo en Chile no constituyen la única panacea para los numerosos problemas sociales que adolece el país, véase el excelente artículo de opinión de César Farah, él mismo profesor universitario.

 

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