Literatura Cronopio

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MEINE LIEBE

Por Alejandra Hernández Suárez*

20 de enero de 1992

Este era un día más de mi rutinaria vida, recuerdo que me encontraba leyendo un viejo libro, pero de pronto, un molesto ruido rompía con el ritmo pacífico de mi rutina, olvidé aquel libro y decidí asomarme por la ventana, y ver qué era lo que pasaba, me topé con un viejo camión de mudanza aparcando frente a la casa vecina, una vieja y roída casa donde toda familia que vivió allí sufrió de alguna desgracia: bancarrota, divorcios, muerte e incluso desastres que siempre obligaban a las familias a irse de allí, siempre pensaba que era una completa maldición de casa. Pronto me distraje cuando vi a una jovencita, bastante pálida y con unos brazos graciosamente delgados, parecía que iban a romperse con tan solo cargar aquellas cajas de su mudanza. Nunca había conocido a una muchacha así, tan solo su presencia era todo lo opuesto a lo que yo conocía.

1 de mayo de 1992

Me alistaba para el primer día del último año de preparatoria. Mi madre muy entusiasmada me preparaba los waffles que tanto me gustaba desayunar todos los días. El recuerdo de la chica pálida ya se había ido. La emoción del último año de preparatoria y de pronto decidir a qué universidad atender se robaban todos los pensamientos de aquel día. No destaqué en la escuela, así que tampoco esperaba destacar mucho en mi último año. Tenía mejores cosas en mente sobre el futuro, que preocuparme por si era popular o no. Pronto mis pensamientos decidieron parar debido que, al llegar, me di cuenta que la chica pálida estaba en mi mismo salón, en el rincón más apartado del aula. Sus perlados ojos me miraron fijamente, no sé, pero me intimidaron, así que decidí evitar su mirada y me senté a unos cuantos puestos delante de ella.

El día adquirió una monotonía abrumadora, ya pronto tendría que irme a casa para esperar repetir lo de todas las mañanas. La última clase del día la teníamos con la maestra Dora, conocida por su carácter… difícil de manejar. Dora no nos daba un respiro, casi que parecía que odiaba toda muestra juvenil, cada época buscaba un alumno para poder molestar; en aquella, se ensañó con la chica pálida, que nunca respondía y solo miraba atenta, lo que enfureció aún más a Dora, que sin contener su rabia soltó en aquel instante un «¡pero habla, maldita flacuchenta pálida!». Los ojos, ya de por sí grandes de la chica, se abrieron aún más para decir con tono calmado y gélido «antes de joderme la vida, puta gorda senil, piensa antes de hablar». No hace falta explicar lo que sucedió después, pero sí sabía algo, y es que la rutina que tanto quise se vio interrumpida desde el primer día por aquella chica pálida.

13 de agosto de 1992

Anne. Se llamaba Anne. Nos hicimos conocidos muy rápidamente, y contrario a lo que creía, muchas cosas no sucedían cuando estaba junto a ella. Nos dedicamos a pasar el día hablando mal de los maestros y esperando a que una explosión en las antiguas calderas de la escuela terminara con la vida de todos. Eran días grandiosos. La tarde del 13 de agosto de 1992 fue la primera vez que besé a Anne. Sus labios rosa pálido, finos y delgados se sentían hechos a medida para mis labios. Sus ojos perlados, que pronto empecé a querer, clavaron una profunda mirada en mí y sin una sola palabra comprendí que, en nuestro silencio, entendíamos el significado de ese íntimo beso. «Me gustas». Tan pronto como fue el beso, Anne siguió su camino. Era una chica de pocas palabras. Pronto se volvió a mí y me dijo muy dulcemente «ven, que ya está oscureciendo».

4 de noviembre de 1992

Nunca había entrado a la casa maldita. Su cuarto era muy normal. Tenía una estantería llena de libros y un escritorio con todo muy bien organizado. Su cama era algo pequeña. Me ordenó sentarme en la cama, era muy cómoda y olía agradable. Me habló de sus libros, de su libro favorito, Shanna, una novela que por lo visto era muy romántica. Era curioso, era una chica bastante romántica a pesar de que tenía una apariencia totalmente distinta a lo que creía que le interesaba. Ese día conocí a Anne cuando nadie la miraba y los libros que ella cargaba en su corazón. Conocí a la Anne frágil, tierna, romántica y cursi. No había nada que no me gustara de ella, indiscutiblemente era perfecta.

Anne amaba escuchar los discos de The Smiths en el viejo tocadiscos de su padre, aquel día ella decidió poner aquel disco llamado I Won’t Share You de The Smiths, cómo olvidarlo, si con aquella suave melodía ella se acercó mirándome fijamente a los ojos, con sus ojos danzantes y una seña de su mano me invitó a bailar. Nuestros cuerpos se tocaban y nuestras sonrisas bailaban, nuestros labios completaron el más bello paisaje. Mi mano se fundía en su cabello negro oscuro. En aquel momento su aliento me estremeció como una gran llamarada por cada parte de mi cuerpo. La ropa sobraba y la melodía inundó el cuarto, sólo ella y yo. «No te compartiré nunca con nadie», pensaba, mientras nuestros cuerpos se fundían en uno solo. Si antes pensaba que sus labios estaban hechos a mi medida, ahora pensaba que ella estaba hecha a mi medida. Nos olvidamos de la canción y ahora quien marcaba el ritmo eran nuestros alientos entrecortados, el silencio nos acompañaba y nos hacía bailar. Fue mágico. Fui feliz en mucho tiempo.

26 de enero de 1993

Era agosto y de pronto todo se oscureció… Las miradas furtivas, las sonrisas cómplices, los bailes extraños, las carcajadas desquiciadas, las reprimendas, la compañía… el amor. Ya no estaban. Anne murió en la mañana del 26 de enero de 1993, atropellada por un conductor que se dio a la fuga. Desafortunadamente los paramédicos no alcanzaron llegar a tiempo al lugar de los hechos. Mi querida y amada Anne falleció.

Dolor, incontrolable dolor existió desde aquel día. Un maldito cretino me había quitado lo único y más especial que la existencia le había podido dar a mi miserable vida. Llorando a gritos en su tumba me preguntaba por qué la vida era tan cruel, por qué tenía que ser Anne, mi Anne, quien amaba fugazmente, quien me había hecho encontrar lo más minucioso de la felicidad, quien me hizo conocer lo hermoso que era vivir, claro, junto a ella… Aún había mucho más para lo que un día fue nuestro amor.

26 de Julio de 1993

Esta es mi última hoja, hoy 26 de julio de 1993 me encuentro interno en un hospital psiquiátrico de Berlín, Alemania. Ya han pasado seis meses desde que mi amada Anne murió. Esta herida que llevo en mi pecho es lo más duro de poder sanar, siento el desgarrador dolor de su partida como si fuese ayer. Mi vida ha acabado en todo sentido posible, busqué como un loco eso que alguna vez me hizo feliz pero la búsqueda solo me dejó cansado y vacío… Vacíos que sólo pueden ser llenados de tristeza, y de cualquier cosa que me arrojen las calles de Berlín. Lo que sea con tal de olvidarme un poco de la sonrisa cautivadora de aquella mujer que se llevó consigo todo mi ser.

 

27 de Julio de 1993

Benjamin Lloyd se suicidó suspendiéndose de una viga en su habitación el 26 de julio de 1993, en el Vivante Klinikum en Friedrichshain de Berlín, Alemania. Sufría de desórdenes bipolares debido a un trauma que no pudo superar, agravados por el consumo de drogas prolongado que deterioró su salud mental.

Encontramos en sus prendas la siguiente nota, que evidencia el grave estado en que se encontraba el joven Benjamín.

«No puedo seguir con este dolor que arde lentamente en mí,

mi felicidad está muerta, no soy tan fuerte…

perdón Anne».

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*Alejandra Hernández Suárez es estudiante de pregrado de Derecho de la Universidad Pontificia Bolivariana (Medellín). Ha laborado como dependiente judicial y es partícipe del semillero de investigación de Filosofía del Derecho.

 

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