Escritor invitado

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PASAPORTE SELLADO: LA FASCINACIÓN DE UN VIAJE

Por José Luis Najenson*

Desde el inicio, los coordinadores de este singular volumen hablan de un viaje, de una travesía, y el esquema de sus capítulos alude a bitácora, andenes, itinerarios, fronteras y destinos. Pero lo fascinante de este viaje es el intento de cruzar los límites entre las ciencias sociales y la literatura, territorios contiguos del quehacer espiritual humano que no tienen entre sí una sino muchas y diversas fronteras que se unen y separan, se diluyen y entrelazan, y a veces no se sabe dónde está la tierra de nadie, si es que la hay, o ésta se ha convertido en «tierra de todos». Como lo expresan Gilda Waldman Mitnick y Alberto Trejo Amezcua: «a esta travesía para cruzar la frontera entre las ciencias sociales y la literatura —que, como toda frontera, marca el fin de una zona segura y el principio de otra, quizá incierta, que al mismo tiempo nos encierra en la seguridad de un territorio familiar, pero se convierte en prisión a ser defendida a ultranza— convocamos a distinguidos colegas de otras universidades nacionales e internacionales, tanto en el ámbito de las ciencias sociales como de la literatura, así como a escritores que formados en el dominio de las ciencias sociales se han dedicado a la creación literaria, para reflexionar —desde distintos registros, enfoques y temáticas— en torno a los diálogos existentes entre las ciencias sociales y la literatura, y abrir nuevos espacios de debate» [1].

Como tuve el privilegio de ser uno de los convocados, en la última categoría mencionada, mi comentario —que no es una crítica ni un análisis del libro— será bosquejado desde esa atalaya, y aludiendo a algunos de los artículos incluidos. En primer lugar, está el hallazgo de la obra de Iván Jablonka, cuyas teorías son ponderadas en el mismo.

En su propio, eximio trabajo [2], Gilda Waldman Mitnick señala que: «La propuesta de Jablonka es inventar un nuevo espacio textual que sea simultáneamente ciencia social y literatura, e invita tanto al científico social como al escritor a enlazar ambas posibilidades. Se trata de una propuesta que va más allá de concebir a las ciencias sociales como el ámbito en el que se insertan los grandes acontecimientos, la sociedad, las instituciones, o de pensar a la literatura como la esfera asociada a la vida, el individuo, la sicología, lo íntimo, la complejidad de los sentimientos, desafiando así la añeja distinción, la oposición binaria entre ciencia/relato, razón/imaginación, fondo/forma… De este modo, y aun con la afirmación contundente de que la historia no es ficción, la sociología no es novela, la antropología no es exotismo, y las tres obedecen a exigencias de método, nada impide que el investigador escriba… El desafío no es transformar a las ciencias sociales en literatura, o viceversa, sino determinar cómo se puede decir algo verdadero…mediante un nuevo encuentro entre ambas que dé paso a nuevas formas de escritura sin renunciar a las distinciones entre ellas».

Confieso que esta idea me entusiasmó, aunque tuve que revisar ciertos arraigados supuestos para contemplarla, sobre todo si entendemos el concepto al modo de Borges: «No se puede contemplar sin pasión. Quien contempla desapasionadamente, no contempla». Pero dejemos el problema de la pasión para más adelante y enfrentemos primero el aserto de que la literatura puede crear conocimiento por sí misma. Vayamos por un momento a la distinción que hacían los primeros filósofos griegos entre la doxa y la episteme; la primera, que puede traducirse como «opinión», es un saber que se tiene sin buscarlo, el conocimiento general espontáneo de las cosas que todo hombre posee sin haber indagado sobre ello, un saber posible porque somos una especie pensante. La segunda, en cambio, es un saber que se tiene por que se lo ha buscado, propio de la ciencia y la filosofía. Tales de Mileto, el primer filósofo helénico naturalista, antes de afirmar que el agua era la substantia o esencia de las cosas, porque todo contenía agua, hizo varios experimentos rudimentarios, rechazó otras respuestas; y aunque su propia conclusión era errónea e igual a la del mito (al principio era el agua…), su pregunta inauguró la filosofía. ¿Tiene la literatura un impulso semejante, empuja el «amor a la sabiduría» a Homero, al componer sus poemas, la curiosidad sobre los grandes enigmas del universo y de la vida? No, la búsqueda de la poesía y las demás artes no es la verdad, sino la belleza. La inspiran las Musas, a quien tiene el talento. «El poeta nace, no se hace», afirma el adagio, aunque deba recrearse a sí mismo permanentemente, y al que no se esfuerza la Musa lo abandona. A pesar de su admiración por Homero, Platón expulsa a los poetas de su República, no los incluye entre los Sabios.

Pero Platón mismo era un poeta, aunque después de escuchar a Sócrates quemó sus versos; escribía como un poeta y sus diálogos son piezas literarias. Como bien afirma Enrique Díaz Álvarez en su artículo [3] del libro que estamos comentando: «Los diálogos platónicos embriagan y trasladan al lector como sólo puede hacerlo la buena literatura. Se trata de una prosa repleta de imágenes y alegorías que a Platón le resultan imprescindibles para fundamentar sus premisas. Baste releer cómo narra los momentos finales de la vida de Sócrates en el Fedón para asombrarse de la aporía que supone leer a un filósofo que, a pesar de sí mismo, escribe con los recursos y el talento de un dramaturgo».

¿Son los Diálogos de Platón un remoto precedente, un modelo clásico del tipo de escritura fronteriza —en este caso entre la filosofía y la literatura— que propone Jablonka y alientan los autores de este interesante libro? Quiero creer que sí.

Otro posible ejemplo antiguo de este cruce de caminos son los ensayos de Michel Montaigne (1533–1592), creador del género. Como señala Fabián Soberón, en otro de los excelentes textos [4], «Montaigne escribe su vida —esa minuciosa crónica impensada— al reflexionar sobre el mundo. Su punto de vista acotado y de época está presente en el océano de pensamientos sobre los temas abordados. Por eso es el primer ensayista. Y todos los que vienen después de él cumplirán con ese requisito. El ensayo es una prueba, un salto

Yo creo que los Essais de Montaigne vuelan, e impulsan a volar, a dejar que la imaginación corra paralela con el juicio, que él tanto ensalza. Por todo ello, y para decirlo con una metáfora, pienso que el ensayo no es como un golem literario, un embrión informe, algo no totalmente desarrollado, como lo definen algunos diccionarios, sino como un ángel que asciende a las alturas y puede bajar también hasta las más turbias honduras de este mundo.

En otro pasaje de los Essais, Montaigne confiesa: «Yo soy la materia de mi libro», lo que da la pauta de que esos escritos son una expresión de su identidad, sin ser una obra autobiográfica ni un diario personal, donde su yo se muestra especularmente a través de sus opiniones, puntos de mira, simpatías, rechazos u omisiones. Los Ensayos son, asimismo, una expresión de su libertad, no sólo por atreverse a «volar», sino también cuando acusa, por ejemplo, las matanzas de indios por los conquistadores europeos («Sobre las Marcas», III–6), o afirma que: «No siempre es placentero para un hombre de bien servir a su rey y a la causa general de las leyes». Por último, intuyo que el ensayo tiene también un lugar entre los géneros literarios propiamente dichos, y creo que la preocupación por la búsqueda de la belleza —amén de la verdad— como se percibe claramente en el mismo Montaigne, están entre sus metas.

En cuanto a la original y sugestiva obra del mismo Jablonka, «Historia de los abuelos que no tuve» [5], tiene la intención de rigor del quehacer histórico y el cuidado lenguaje de la historia escrita por un escritor. Juzgad por vosotros mismos este párrafo: «Creo que la distinción entre las historias de familias y lo que quiere denominarse Historia, con su pomposa mayúscula, no tiene sentido. En rigor de verdad es lo mismo. No están por un lado, los grandes de este mundo, con sus cetros y sus intervenciones televisadas y, por el otro, el vaivén de la vida cotidiana, las iras y las esperanzas sin porvenir, las lágrimas anónimas, los desconocidos cuyo nombre se oxida en el pedestal de un monumento dedicado a los muertos o en algún cementerio del interior del país. No hay más que una única libertad, una única finitud, una única tragedia que hace del pasado nuestra mayor riqueza…»

 

Me hace recordar las magníficas biografías del historiador argentino Félix Luna, sobre José de San Martín, Manuel Belgrano, Juan Manuel de Rosas, Julio A. Roca; o el crucial «Facundo», de Domingo Faustino Sarmiento», quizá la primera obra de sociología histórica y, a la vez, una suerte de proto–novela política, escrita en Argentina por una pluma de escritor, que sin duda lo era. Vale releer el primer párrafo de la introducción a esa obra paradigmática, escrita durante su exilio en Chile: «Sombra terrible de Facundo, voy a evocarte, para que, sacudiendo el ensangrentado polvo que cubre tus cenizas, te levantes a explicarnos la vida secreta y las convulsiones internas que desgarran las entrañas de un noble pueblo! Tú posees el secreto: ¡revélanoslo!» [6]

Volviendo al tema de contemplar con pasión, qué mejor ejemplo que el libro de Sarmiento, maestro fundador de escuelas y colegios, para el cual Facundo era el caudillo por antonomasia, prototipo de la barbarie que tanto detestaba, y sin embargo admiraba de algún modo, que se trasluce en esas fervientes páginas. La literatura y las ciencias sociales, sobre todo la ciencia política, tampoco pueden hacerse sin pasión. La neutralidad valorativa es un miraje, un imposible metodológico; es preferible develar los valores y rencores, amores y odios, justos o sesgados, del autor, como lo hace Sarmiento, para que el lector lo lea con mayor objetividad, descubra sus errores y aciertos, sus prejuicios y sobrevaloraciones, junto con los propios, por añadidura.

Diálogo, ensayo, biografías cuasi noveladas, crónicas, historia de familias, o combinaciones de todas estas formas más híbridas aún, nos atisban desde el pasado y el futuro para poner a prueba la imaginación de los científicos sociales y la compulsión a entender este mundo y su agobiada humanidad por parte de los escritores. No le demos un nombre al texto que buscamos, contestemos, como Borges, cuando le preguntaban: ¿Cuál es la frontera entre Oriente y Occidente? Y él respondía: «Si no me lo preguntan lo sé, si me lo preguntan lo ignoro».

NOTAS:

[1] PASAPORTE SELLADO Cruzando las fronteras entre ciencias sociales y literatura. Coordinadores: Alberto Trejo Amezcua, Gilda Waldman Mitnick. (Ed. Universidad Autónoma Metropolitana. México, 2018, p. 15)

[2] Gilda Waldman Mitnick:Cuando las Ciencias Sociales y la Literatura se reconcilian (en «Pasaporte Sellado», op. cit., pp.282–283)

[3] Enrique Díaz Alvarez: «La herida platónica y sus aporías» (En «Pasaporte Sellado, op.cit, p.25)

[4] Notas sobre la crónica fusión o (crónica ficción)» (En «Pasaporte Sellado»,op. Cit., p. 204)

al vacío que incluye las conjeturas vitales Ese carácter de prueba y auto refutación, es el rasgo que vincula al ensayo con la autobiografía (y con la crónica). Montaigne piensa en el género no sólo como el terreno de la reflexión sino también en el de la vocación biográfica.»

[5] Iván Jablonka: «Historia de los abuelos que no tuve» (Ediciones del Zorzal, Buenos Aires, 2016)

[6] Facundo o Civilización y Barbarie en las pampas Argentinas (1845)

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* José Luis Najenson, nacido el 17 de Mayo de 1938, en Córdoba, Argentina. Es escritor y poeta, ha publicado los siguientes libros de literatura: Nocturnas —poesía— (Rosario, Argentina, 1959). Tiempo de arrojar piedras: cuentos de ficción política y religiosa (Ed. Universidad Autónoma del Estado de México, 1981). Cultura nacional, cultura subalterna —ensayo— (Ibid., México, 1980). Memorias de un Erotómano y otros cuentos (Ed. Monte Avila, Caracas, Venezuela, 1991). Pardés—Sefarad —poesía— Premio «Villa de Martorell» 1995. (Editorial Seuba, Colección «El juglar y la luna», Barcelona, 1995). Diario de un Voyeur —novela— (Ed. Trymar) Kékeres, Vigo, España, 2002. «El suspiro del moro» —cuentos— (Ed. Certeza, Zaragoza, España, 2003). «Licantropía y otros cuentos sublunares» (Editorial de los Cuatro Vientos, Buenos Aires, 2003). Premio Narradores y Poetas Contemporáneos 2003, convocado por dicha Editorial. El arrepentimiento del filósofo (Cuento. Ed. Hojas de Zenobia No. 3 —2ª Ëpoca— Diputación de Huelva, 2005). «El juego ha terminado» (novela que obtuvo la Recomendación para su publicación en el Primer Concurso Internacional de Literatura Juvenil, Editorial Libresa, Quito, Ecuador. Cuentos con el Otro Borges y otros escritos (E–Book) Ed. Casa Argentina en Israel Tierra Santa &The International Raoul Wallemberg Foundation, Buenos Aires, 2010. «Cuentos con el Otro Borges y otros escritos». (E–Book) Ed. Casa Argentina en Israel Tierra Santa (The International Raoul Wallemberg Foundation, Buenos Aires, 2010). El Secreto del General (novela) E–Book, Ed.Argerust, Madrid, 2010. El traje de novio embrujado (ganador del Premio I Certamen «Protocolo–Novios, 2009») Ed. Protocolo–Novios, Zaragoza, 2010. ¡Aquí hay gato encerrado! Y otros cuentos de horror y de coraje! (Kindle Book, Ed. EMOOBY, Portugal, 2011) Ha recibido más de 60 premios literarios, entre ellos: Primer Premio «Arturo Capdevilla» de Narrativa (Argentina, 1987); Primer Premio «Baeza» de Poesía (Baeza, España, 1996); Primer Premio Internacional de Poesía, «Ciudad del Che» (UNEAC, Santa Clara, Cuba, 1999); Primer Premio en la categoria de Poesía, del II Concurso Internacional de Relatos y Poesía de Temática Mitológica, de «La Revelación», (Madrid, 2008); Primer Premio Certamen de Relatos Breves «Bellver» (Diario de Mallorca, 2008). Es Doctor en Filosofía por la Universidad de Cambridge, Inglaterra, y Miembro Correspondiente en Israel de la Academia Norteamericana de la Lengua Española. www.jlnajenson.com

 

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