LA ENCRUCIJADA DEL PERIODISMO
Por: Juan Carlos Ceballos Sepúlveda*
“En lugar de ser una especie de sacerdocio, el periodismo no es más que un instrumento para los políticos. Se ha convertido en un negocio y, como ocurre con todos los comercios, carece de fe y de ley. (…) Un periódico es una especie de tienda en cuyo mostrador se le venden palabras al público del color que las prefiera. Si existiese un periódico controlado por los jorobados, en él se diría que la joroba ha sido siempre y será uno de los apéndices del cuerpo humano que más contribuye a la belleza del hombre”. Balzac
Esta cita corresponde al libro ‘Ilusiones perdidas’ escrita por Honorato de Balzac entre 1835 y 1843. En él retrata el ejercicio del periodismo francés de la época, caracterizado por el mercantilismo: información que se vende. Las críticas eran pagadas a los “genios” de la pluma para que hablaran bien de ciertos personajes de la sociedad francesa, principalmente actores y actrices. Quienes se llamaban periodistas, en realidad fungían de mercaderes de la información: subían o bajaban a los personajes según el monto de la paga.
Bajo esta perspectiva de un periodismo que circulaba por las calles de París en pleno siglo XIX, aparece el personaje principal de ‘Ilusiones perdidas’: Lucien de Rubempré. Este es un joven provinciano que quiere triunfar en el mundo de las letras. Es un ser ambicioso que, por lograr sus metas, no duda en mentir y traicionar a sus familiares y amigos más cercanos. La sed de gloria lo ciega.
Aunque Lucien tiene capacidades para llegar a ser un gran escritor, el afán por obtener dinero fácil y rápido lo llevan al periodismo. Se vende al mejor postor. Quien paga recibe sus mejores comentarios, quien no le ofrece dinero se somete a sus ácidas críticas.
Honorato de Balzac representa esta práctica de la siguiente manera: “Los actores y las actrices también suelen pagar los elogios, pero los que son más inteligentes pagan las críticas, porque lo que más temen es el silencio, de forma que una crítica hecha para ser refutada desde otro periódico vale más y se paga más cara que un seco elogio, el cual queda olvidado al día siguiente. La polémica, querido amigo, es el pedestal de la mayoría de las celebridades”.
Lucien, entonces, enfila su “pluma” para ejercer el periodismo. Gracias a sus comentarios obtiene dinero rápido y logra llevar una vida cómoda, en medio de una sociedad que vive de las apariencias y los engaños. Las alabanzas por su trabajo no se dejan esperar y con ellas la gloria. No importa a costa de qué o de quienes obtiene sus triunfos y sus beneficios personales. Sin embargo, es algo pasajero, como viene se va.
En aquella época, el autor representaba los periódicos como lugares miserables y a los periodistas como seres despreciables. Algunos de los personajes se refiere a Lucien y sus capacidades, como también al futuro que le espera: “Ah, sí, Lucien… Es guapo, escribe poesías, y lo que más vale hoy para él es un hombre inteligente. Pues bien, entrará en uno de esos prostíbulos del pensamiento, llamados periódicos, depositará en él sus más hermosos ideales, y a los cuatro días comprobará que tiene seco el cerebro, corrompida el alma, y que realiza de la forma más natural las más bajas acciones, similares a lo que supone en la guerra un saqueo, un incendio, la aprobación del traje de un cadáver o una violación. Cuando haya gastado, al igual que otros muchos, gran parte de su talento en provecho de los accionistas, estos comerciantes de veneno le dejarán morir tranquilamente de hambre si tiene sed, y de sed si tiene hambre”.
A la luz de lo que se ha dicho del periodismo, “el mejor oficio del mundo”, según Albert Camus o que el periodismo es el “cuarto poder”, el defensor de la democracia, según los planteamientos del periodismo tradicional; la obra de Balzac derrumba cualquier ideal de periodismo y queda la sensación que el periodismo es el mismo, en el siglo XIX y en el siglo XXI.
El gran carnaval
Así como Balzac retrata el periodismo francés, Billy Wilder, el gran cineasta norteamericano, en el año 1951 realiza ‘El gran carnaval’. Kirk Douglas encarna al llamado periodista Charles “Chuck” Tatum, un personaje que ha sido expulsado de varios periódicos de renombre en los Estados Unidos. Llega “varado” a una ciudad pequeña: Alburqueque, en el estado de Nuevo México.
Allí se topa con la redacción del periódico local, ‘Sun Bulletin’, al que considera una “basura”. Por 60 dólares al día acepta trabajar y espera no quedarse mucho tiempo, sólo quiere encontrar la “gran historia” que cambie la primera página del periódico y lo saque de aquel aburrido lugar. “Chuck”, quien nunca pisó una escuela de Periodismo, tiene como lema: “las malas noticias venden más que las buenas noticias” y en ello concentra su mirada periodística.
Muy en contravía a lo que encuentra escrito y bordado en un cuadro de la pequeña sala de redacción: “Decir la verdad”. Aquella es la frase de batalla de Mr. Boot, el director del periódico. Ella, por sí sola, encierra el valor esencial del periodismo.
“Chuck” encuentra en un paraje olvidado la historia que esperaba: Leo Minosa, un buscador de tesoros indígenas, queda atrapado en una mina. Aunque este hombre puede ser rescatado en pocas horas, Tatum, decide ponerle “interés humano” a la historia y la prolonga por el tiempo que considera necesario, para manipular la información, para convertirse en héroe, para vender su historia.
En ‘El gran carnaval’ se observa el poder de los medios. A partir del sufrimiento prolongado de un hombre, toda una multitud de personas llega y se congrega en un sitio que nunca nadie visitaba. De un momento a otro, los dueños del lugar y otros mercaderes se llenan de dinero y el sheriff del lugar aprovecha la oportunidad para hacer campaña política a su favor. Todo es manipulado por “Chuck” quien planea sus historias a costa de un hombre que muere y a quien pudo salvar.
La actitud de Tatum es fría y calculadora. Estudia cuánto tiempo le es útil Leo Minosa para escribir la “gran historia” que lo vuelva a llevar al ‘New York Times’ y renunciar al pequeño periódico de Alburqueque. A pesar de la agonía de aquel hombre que se volvió famoso de la noche a la mañana, “Chuck” se mantiene firme en su propósito, pero sólo al final se da cuenta del error que cometió: en el momento de más gloria, cuando vuelve a negociar su posible regreso a New York, la historia se voltea, el personaje muere. El lugar vuelve a quedar solo y vacío.
Muerto Leo Minosa sea acaba “el carnaval”, el momento de gloria de Tatum pasó y sólo queda en él una carga moral: una muerte que él provocó sin medir las consecuencias, producto de un periodismo sensacionalista que busca llamar la atención, generar sentimientos de dolor y tristeza, con el fin de imprimir más periódicos y obtener más ganancias económicas.
Entre Lucien, el personaje de Balzac y Tatum, el periodista de la película de Wilder, existen varias semejanzas: primera, conciben el periodismo como un negocio. “Las malas noticias venden más que las buenas noticias”, este es un trabajo que les servirá para sobrevivir por un tiempo; segundo, buscan el beneficio personal, los demás son el puente para lograr el éxito, no importa su dignidad, su dolor, su sufrimiento si con ello obtienen la historia que los hará famosos.
Tercero, su manera de pensar y su actitud no es de alguien interesado en “decir la verdad”, si pueden mentir, si pueden manipular la información no importa, con tal de lograr el objetivo personal propuesto; cuarto, la vanidad les impide ver más allá. Ellos son los héroes y el protagonismo que tengan es más valioso que la vida de las personas.
Por medio de estas obras, los autores recrean lo que se ha concebido o analizado como periodismo sensacionalista, amarillismo que no tiene otro objetivo diferente al de vender. Es la materialización del periodismo mercantilista al cual le apuestan muchos periódicos en el mundo con el fin de obtener ganancias económicas.
Sensacionalismo
Después de ver El Gran Carnaval o leer Ilusiones Perdidas las personas quedan con la sensación que eso es lo que pasa con el periodismo en la actualidad. Y en parte tienen razón. El periodismo que se ejerce ahora muestra tendencias a buscar más la historia para vender, que la interpretación de la realidad. Sin embargo, las personas, algunas veces, no alcanzan a distinguir la diferencia entre uno y otro.
Un ejemplo de ello es el llamado periodismo popular. Es una explotación del dolor ajeno que produce grandes ganancias económicas para los medios de comunicación, a costa de las historias que suceden en los barrios de estratos bajos de nuestras ciudades y que pueden tomar el tono de una novela barata que se puede leer sin mayor costo. En estos relatos las personas no valen por su condición de ciudadanos, sino de víctimas a las que se les “monta” una historia, con el fin de atraer lectores.
Esta tendencia nacida en los Estados Unidos a finales del siglo XIX tuvo como precursores a Charles Danah, Joseph Pulitzer y William Randolph Hearst, quienes buscaban atraer lectores y aumentar el tiraje de sus periódicos mediante historias que resaltaran lo sensacional y pintoresco en los primeros párrafos de la información, como lo explica el periodista Juan José Hoyos en su texto Escribiendo Historias.
Sin embargo, fue Hearst quien mejores resultados obtuvo, “por su visión empresarial y a la falta de escrúpulos para promover un periodismo de corte sensacionalista”, tal como lo afirma el autor de El Cielo que Perdimos. El resultado de ello fue el incremento de la circulación diaria de sus periódicos. Para 1896, el ‘Journal’, propiedad de este empresario tenía un tiraje de cuatrocientos treinta y seis mil ejemplares.
El periodismo sensacionalista ha tenido, tiene y tendrá mucha acogida en los lectores, quienes de manera inescrupulosa buscan entrometerse en la vida de las personas. Por eso, existe una discusión entre los periodistas sobre lo que se debe publicar en los periódicos. En buena medida la respuesta se orienta a escribir sobre lo que “le gusta” a la gente, más no por lo que necesita estar informada la gente. ¿Y qué es lo que le gusta a la gente? ¿Acaso el periodista tiene un “gustómetro” incorporado para saber qué es lo que le apetece a las personas en materia informativa? Orientarse por estos parámetros es promover el periodismo mercantilista que busca un beneficio económico para el medio, mas no ofrecer un servicio público al que tienen derecho las personas: la información.
El compromiso con la verdad
Mr. Boot, el director del ‘Sun Bulletin’, de manera sencilla expone la esencia del periodismo: “Decir la verdad”. Es por eso que el periodista debe disponer de todas sus capacidades y medios para lograr este propósito. Más que pensar en su propio beneficio el periodista debe tener muy claro que escribe para los lectores, quienes necesitan saber algo que el periodista conoce, porque se documentó sobre el tema, entrevistó a diferentes personas, visitó diferentes lugares para lograr la versión de una realidad.
En las salas de redacción existen muchos periodistas que entienden que su trabajo se fundamenta en la verdad. Reconocen que el periodismo es un servicio público y que su labor consiste en entregar a los ciudadanos una información completa, ordenada y verificable.
Asumir el periodismo de esta manera implica entender que la información no es una mercancía, sino un derecho que tiene la gente de saber qué pasa, cómo pasa, dónde pasa, a quiénes le pasa y por qué pasa; para entender el tipo de sociedad de la que hace parte. Por eso en la Universidad de Missouri está escrito en una placa de bronce: “el periodista cree que cuanto escribe es solamente lo que siente en su conciencia como verdadero”.
Ejercer el periodismo de esta manera es algo que no vende, porque su interés está enfocado en interpretar lo que sucede, para que los ciudadanos comprendan el tipo de sociedad en la que viven. Y eso es lo interesante. El periodismo no se vende, estar bajo el parámetro de buscar noticias que vendan más “es convertir la noticia en mercancía”, como lo exponía el periodista polaco Ryzard Kapuscinski.
Muchas veces la sociedad confunde el periodismo con entretenimiento y en parte, son los mismos medios de información los que se encargan que esto se vea así. El periodismo espectáculo, el periodismo al servicio de los clientes, el periodismo que se autodivulga, es llamativo para quienes quieren ser famosos y reconocidos, es algo que puede hacer cualquiera (las reinas de belleza terminan de presentadoras) y eso es visto como periodismo por las personas en general.
Pero esto no es una profesión o una actividad cualquiera. Es algo que está al servicio de la sociedad. Algo que ni Lucien de Rubempré, ni “Chuck” Tatum, ni muchos otros personajes que están en los medios de comunicación valorarían. A diferencia de aquel pensamiento expresado por Balzac, en el que afirma que el “periodismo no es más que un instrumento para los políticos. Se ha convertido en un negocio y, como ocurre con todos los comercios, carece de fe y de ley”, el periodista y escritor argentino Tomás Eloy Martínez aporta esta ultima reflexión de su texto los Desafíos del Siglo XXI: “El periodismo no es circo para exhibirse, sino un instrumento para pensar, para crear, para ayudar al hombre en su eterno combate por una vida más digna y menos injusta”.
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* Juan Carlos Ceballos Sepúlveda es Comunicador Social y Periodista de la Universidad Pontificia Bolivariana. Es Especialista en Periodismo Urbano. Docente de Periodismo de Facultad de Comunicación Social y Periodismo de la misma universidad.