Periodismo Cronopio

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AMNESIAS DE UN EMPÍRICO

Por: Óscar Domínguez Giraldo*

Formularé algunos comentarios sobre el periodismo desde mi condición de empírico. Soy de los que pasó por la Universidad, pero por la acera de enfrente, según el viejo chiste. Tampoco clasifico como colado en el oficio, pues estoy moliendo cuartillas desde cuando muchos de ustedes se dedicaban al exquisito pasatiempo de gatear. O de berriar, que es la forma de hacer periodismo y de editorializar que acuñaron los bebés.

Todos los seres humanos somos periodistas mientras no se demuestre lo contrario. En casa, al salir de ella, en el bar, en la intimidad del motel, estamos comunicando algo. Pero como los periodistas escogimos este “destino” como “modus comiendi”, tenemos responsabilidades sociales que no cobijan a los demás. Dicho menos prosaicamente, citando al profesor Tomás Eloy Martínez, el nuestro es un oficio para ganar la vida. (Destino es el bello y certero nombre que les dan nuestras abuelas a las profesiones).

El compromiso que nos hemos impuesto al “atarzanar” esta profesión de todos los sueños y todos los insomnios, nos obliga a ser exigentes con nosotros mismos desde los bancos de la Universidad. La capacidad autocrítica no nos debe abandonar. Tenemos que graduarnos de eternos insatisfechos. Si no, peor para nosotros. Nuestro oficio es tan exigente que nos obliga a vivir todos los días en período de prueba. Y si somos conscientes de esta responsabilidad desde temprano, estaremos haciendo mucho por la calidad de la actividad periodística. Nuestros lectores, oyentes, televidentes, cibernautas, nos lo agradecerán.

Empirismo con cierta nostalgia

Proclamaba antes mi condición de empírico. No lo hago con prepotencia, ni más faltaba. Más bien lo hago con cierta nostalgia. Estudié dos años en la Escuela de Periodismo de la Universidad de Antioquia que dirigía don Alfonsito Lopera, quien ya es carne de eternidad. Finalmente no llegué a ningún Pereira. Fui desertor tempranero.

Apenas alcancé a tirar dos o tres piedras en esas huelgas de los años sesenta que conducía, creo, Moritz Akerman. Bueno, no tanto como tirar piedra. Por lo menos, en una ocasión agarré una en mi siniestra mano derecha, pero me di cuenta de que no sabía contra quién arrojarla. A eso se le llamaba existencialismo. O anarquismo. Sigo siendo un anarquista encarbotado, con la diferencia de que ahora respeto el semáforo. (Gracias, Joaquín Sabina por la metáfora tomada a tus espaldas).

Cuando andaba en la U. “invicta en su fecundidad”, creo que puse en práctica aquello de que si el periodismo perjudica la rumba, deja el periodismo. Menos mal que luego tuve un momento de lucidez, deserté de las aulas y me empleé como patinador en Modelar en Bogotá. El patinador es el funcionario que hace las veces de mensajero dentro de la redacción. Allí me tocó hacer el gran aprendizaje en medio de los ruidosos teletipos de Ap, France Press y Upi (Q.E.P.D.), que me aseguraron oído de polvorero de por vida. También caminé de la mano de periodistas de la vieja guardia que también se graduaron sobre la fatiga y la zozobra diarias.

Alcancé a tener tarjeta de periodista porque la extinta Ley de Prensa de 1975 establecía entre los prerrequisitos para tener acceso a ella, que se pudiera garantizar un ejercicio continuo de tres años de periodismo o cinco discontinuos. Habría podido recurrir a cualquiera de las dos opciones. Hasta que la Corte le dio el tatequieto a la ley. Aunque el hábito no hace al monje, la tarjeta sí ayuda. Soy amigo personal de ella. Ahora la Universidad remplaza la tarjeta.
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Me correspondió estar en la transición entre los periodistas por vocación y los que lo son por vocación y por universidad. Me preguntarán cuáles eran o son mejores o peores. Yo diría que ni los unos ni los otros. Ni todo lo contrario. Me amparo en la Biblia, el mejor libro de ficción que existe, al decir de Borges, para admitir que de todo hay en la viña del Señor. En una y en otra orilla los hay buenos y malos. Por razones de Perogrullo es preferible estar del lado de los buenos, porque también en el periodismo se va dando en forma inexorable la selección natural de que hablara Darwin: van quedando tendidos en el campo los que no pusieron sus cinco sentidos al servicio de la causa.

Profesión subdesarrollada

Algunos autores no son muy benévolos con el periodismo. Balzac dijo que si el periodismo no existiera no habría necesidad de inventarlo. Y mister Irving Kristol, citado por Juan Antonio Giner, profesor de la Universidad de Navarra, dice de la nuestra es una “actividad subdesarrollada”, y agrega que es baja la calidad intelectual de quienes optamos por este oficio. Agregaba nuestro ‘verdugo’ Kristol que los más brillantes estudiantes no se meten a estudiar periodismo. En mis tiempos (finales de los sesenta) no éramos diez los de mi curso en el que una estruendosa mayoría de bellas se imponía sobre dos o tres feítos de solemnidad.

Enumeraré otros reparos que pese a estar dirigidos a quienes estamos ejerciendo, también es importante que los conozcan ustedes que se aprestan a darnos el saludable codazo generacional.

Los periodistas somos muy dados a la crítica pero somos especialmente sensibles cuando esas críticas van contra nosotros. Tal vez por esto un estudio elaborado por la Revista Time condenaba la arrogancia de la prensa. Nuestra misión es tomar estas anotaciones con beneficio de inventario que llaman, aceptar con humildad de cartujo las que están fundamentadas, corregir errores y seguir adelante.

Soy un devoto de la autocrítica como herramienta de progreso en esta y en todas las profesiones. No hay que dejarle al prójimo el ejercicio de la crítica. Los que juegan ajedrez saben bien que los maestros de este arte que es el esperanto de la imaginación, suelen sacar gran provecho de los errores que cometen en las partidas. Saquémosle, pues, partido a las equivocaciones de los demás y a las nuestras. Y como de todas formas vamos a cometer errores, cometamos los correctos, no los incorrectos, de acuerdo con la fórmula del circuncidado Shimon Peres.

Tiempo para equivocarse

Haría un paréntesis para invitarlos a que se equivoquen todos los días. Es el tiempo para hacerlo, en su condición de universitarios. Es más, cambien una equivocación por otra. La juventud es la única época para embarrarla, nos recuerda Fernando González, el Brujo de Otraparte, en Envigado. Después, cuando estén ejerciendo, no podrán darse el “lujo” entrecomillado de las equivocaciones que se pagan muy caro. La juventud es un pecado que sólo se acaba con el tiempo, es una de las paradojas de Wilde, si no ando mal.

Ustedes se dan el lujo de cometer todos los días el pecado de la eterna juventud, que, como el amor, es eterno mientras dura. Esos pecadillos de incurrir en equivocaciones es algo que no podemos hacer quienes poco a poco vamos adquiriendo el incómodo estatus de veteranos. Cierro este paréntesis con la promesa de que después retomaré el departamento de consejos y similares. Los muy mayores solemos dar consejos que de jóvenes no habríamos seguido, leí en alguna vieja revista de peluquería.

Sigamos viendo algunos de los pecados del periodismo. Una vieja encuesta de Gallup, elaborada en 1958, concluía que el 70 por ciento de las informaciones elaboradas por periodistas tenían el Inri de inexactas. En 1980, mejoramos diez puntos y ya éramos inexactos en un 60%. Lo que no es para alegrarse, ni mucho menos. Porque hay que ser precisos en un ciento por ciento. Les quedo debiendo la estadística actual pero nos seguimos equivocando. Somos humanos. A veces demasiado, a juzgar por las correcciones que publican los medios.
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Otros ven en la prensa una casta elitista que se codea con los poderosos. Y si no se respeta a la prensa, se la teme. Realmente, esta profesión nos pone muchas zancadillas. Citando al Nobel en literatura, García Márquez, diría que uno debe escribir para que lo quieran más, no para que le teman.

Es bueno y saludable tener una buena dosis de humildad para encarar una profesión que de pronto nos rebasa deslumbrándonos. El hecho de estar codeándonos con los de arriba, nos va tornando prepotentes. Empezamos a mirar a los demás por encima del hombro. A decretarles las catartas, el olvido, a quienes formaron parte de nuestro entorno. Nos creemos una clase social aparte.

Cambiemos de país en cuestión de críticas: el ruso Alexander Solzhenitsyn advertía que hay superficialidad y precipitación en los informadores. A mi juicio, porque algo nuevo tengo que aportar, esta superficialidad está dada en buena parte por los bajos niveles culturales que tenemos los periodistas. De pronto vivimos la paradoja de que somos ignorantes que escribimos. De allí la importancia de la Universidad que nos brinda, nos debe brindar, mínimos niveles culturales para desempeñarnos decorosamente.

No significa esto que salimos de la Universidad y ya nos las sabemos todas. En una ocasión le escuché decir a ese eterno joven que fue Germán Arciniegas que empezó a estudiar y a aprender derecho en forma, cuando salió de la Universidad. Pero natura no da lo que Salamanca no presta, es otra de esas frases que pido prestadas para redondear este párrafo.

Somos nosotros quienes después vamos a ejercer la profesión, no la Universidad, ni los profesores. Hay que tener claro que las luces que no nos dan, nos las tenemos que conseguir con nuestro propio esfuerzo. Creo que las universidades viven en permanente actividad para mejorar las fallas que tienen. Pero no podemos pasarnos la vida endosándole la culpa de nuestra mediocridad a la U., así como es perfectamente inútil invertir nuestra vida echándoles la culpa a nuestros mayores de los complejos que nos dejaron y que son los mismos que hacen más interesante nuestra existencia. Pero dejémosle este camello a los Freud que en el mundo son.

Para servir, no para trepar

El periodismo es uno de los mejores vehículos para servir, como recomendaba el emperador Adriano, a quienes ejercen el poder en cualquiera de sus formas. En este sentido tiene mucho de apostolado nuestra profesión. No es para mejorar la hoja de vida y tutearnos de pronto con el poderoso de turno, que decidimos barajar por este lado del ejercicio laboral. Tenemos el privilegio de ser invitados a los mejores sitios. Vemos la historia desde el ‘ring side’. Pero a veces es engañera nuestra profesión: almorzamos en hoteles de cinco estrellas y llegamos en buseta a casita. Nos le enfrentamos a una langosta Thermidor y de pronto no tenemos para la aguapanela en casa.

Hay que tomar este destino con calma. No perder de vista que para muchos el periodista es el medio, y no sé por qué tengo la sensación de que le estoy robando algo al señor Mc Luhan. Me explico: al que invitan, al que miman, al que halagan, es al medio para el cual sudamos cuartillas. Sale uno del medio y adiós Elena, en la estación te espero.

Recuerdo el suicidio de una periodista francesa que perdió el empleo y simultáneamente a su casillero dejaron de llegar las invitaciones a echar paja al Palacio del Elíseo, sede del gobierno. Pero esas son las reglas del juego, implacables por lo demás, y es bueno entenderlas. Somos bienvenidos en la medida en que nos puedan utilizar. (Nosotros también utilizamos a nuestras fuentes, en el mejor sentido). Por eso no está mal prepararnos para cuando nos llegue la hora de entregar la posta. Además, la vida también es para el goce desde el anonimato. Algo que aprendemos un poco tarde. Pero me estoy poniendo dramático así que cambiemos de tercio.

La madurez de los lectores

Hablábamos hace un rato de estadísticas (“un poco viejas”, lo reitero) que no dejan muy bien librada la actividad periodística. Esto obedece, a mi juicio, al hecho de que los lectores han llegado a su madurez y reclaman de los profesionales del periodismo el cumplimiento de su deber de informar de acuerdo con las exigencias de la sociedad. Para no quedarme con el crédito, lo que acabo de leer es de la paternidad responsable del profesor Giner, citado antes.
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Encadenemos este concepto con otro que me parece válido y que pertenece a un estudio elaborado por una comisión norteamericana sobre libertad de prensa.

Decía la tal conclusión, hablando de la responsabilidad social que nos compete: el periodismo no se puede limitar a transmitir hechos y opiniones como pontificaba la teoría de la objetividad. Es necesario ofrecer al público el contexto de las noticias, explicar su significado y trascender el hecho en sí, mondo y lirondo. Nos corresponde dar herramientas para interpretar el entorno histórico de este mundo que nos tocó en reparto.

Los tratadistas llaman a estos comentarios la teoría del iceberg: no basta con mostrar la parte visible de un acontecimiento, ni dejarse engañar por las apariencias. Hay que investigar a fondo, decir toda la verdad y no limitarse al simple contraste de opiniones. El lector necesita algo más que las versiones contrapuestas de las partes. El periodista es depositario del derecho a la información y, como tal, tiene el deber de informar. Esto es, descifrar la realidad, no contentarse con reflejar lo que se dice, a la manera de simples ventrílocuos de los hechos.

Cabe recordar aquí lo dicho por la escritora Margarita Yourcenar, cuando respondió a la pregunta sobre qué se les debe decir a los hombres: “Ante todo, la verdad sobre todos los temas. La obligación de decir o de hacer con toda veracidad atañe a todos: desde el periodista, pagado para transmitir una verdad de actualidad, hasta el poeta que tiene la misión de expresar una verdad eterna”.

La alegría de leer y escribir

Desde la Universidad hay que acostumbrarse a escribir mucho, así sean cartas a la novia o la mamá. Todo ejercicio es bienvenido. Cuando García Márquez no está escribiendo una de sus espléndidas ficciones, suele redactar columnas de prensa para “mantener los dedos calientes”. Si lo hace un inmortal de las letras, los mortales de la llanura no tenemos excusa.

Y hay que vivir informados. O sea, se impone ejercer el oficio desde los bancos universitarios. Un oficio que vamos a ejercer hasta dormidos –y no es cañazo de tahúr– , es mejor empezar a perfeccionarlo desde el aula. No hay disculpas para no leer, escribir, estar al día. Eso no es solo de competencia de quienes tienen un puesto bajo alguna nómina.

No está mal ejercer el periodismo las 24 horas. Inclusive en nuestro entorno familiar o de amigos, se impone diferenciarnos del resto de bípedos implumes que habitan el planeta y utilizar el lenguaje adecuado para cada conversación. No cañar siempre con las mismas cuatro o cinco mil palabritas de nuestro idioma que es bien rico. No es sino leer a Cervantes, Borges, Cabrera Infante, para conocer las inmensas posibilidades que tenemos con nuestra lengua.

Así como nunca hay una charla igual, nunca habrá una noticia, ni una crónica similar a otra. Siempre tendrán su propia dinámica, su propia música, su propia semántica. Encontrar ese encanto y plasmarlo en palabras es uno de los tantos retos que se nos ofrecen como afortunados creadores diarios.

Hay que escuchar radio, ver televisión, leer los periódicos. Prohibida la pereza. Hay que saber en qué va el proceso de paz; mirar con lupa la letra menuda de los proyectos que cursan en el Congreso; saber los resultados del campeonato de fútbol. Y, repito, escribir mucho. Le escuché al ya mencionado profesor Tomás Eloy Martínez, que más vale un cuento, una historia mal escrita, que una historia no escrita. García Márquez, tantas veces citado, cuenta que cuando llegó a El Universal, de Cartagena, el jefe de redacción, Clemente Manuel Zabala, le llenó la cuartilla de tachones rojos que evidenciaban yerros. Con el tiempo y un palito, las correcciones desaparecieron. No como fruto de una mojada acalorado, sino producto del rigor con que asumía su trabajo.

Hay que exigirse periodísticamente, “al salir de casa, al entrar a las iglesias, al comer y al dormir”. Estudiar mucho, leer mucho. Leer, leer, leer, escribir, escribir, escribir, es la receta. Leer mucha poesía, mucha literatura. Lo dice mejor el polaco Ryszard Kapuszinki: “Yo no soy esencialmente poeta, pero utilizo la poesía como ejercicio lingüístico; la poesía es irrenunciable para mí. Requiere una concentración lingüística extrema, y eso beneficia a la prosa. Cuando me pongo a escribir, tengo que encontrar un ritmo. En cuanto he encontrado el ritmo de la frase, todo fluye… Así confiero a la prosa una dimensión poética. La poesía tiene una gran densidad, por lo que la prosa poética no puede abarcar demasiadas páginas”.

Con Perogrullo diría que la palabra es la gran herramienta en el periodismo y en la literatura, su parienta rica. De las lecturas y de la práctica constante de la escritura va surgiendo poco a poco, muy lentamente, con paciencia de Job, el periodista, el guionista, el comunicador, el relacionista. Y si me acosan, el futuro Nobel de Literatura que duerme en todo reportero.

Si Shakespeare decía que estamos hechos de la misma tela de nuestros sueños, yo, sin ser poeta, ni más faltaba, diría que los periodistas estamos hechos de nuestra fatiga. Periodistas genios hay muy pocos. A los normalitos nos queda el recurso de ser tercos, persistentes. El genio es una atención continuada decía Einstein, según leí en otra revista vieja de peluquería. (Confieso que debería estar citando libros, no revistas. Quedo retratado como sujeto al que le faltan muchas lecturas. Pero los periodistas siempre nos sacamos la disculpa de que el oficio no lo permite, que el tiempo no alcanza, que el estrés, que los bajos salarios, que el estado del tiempo. Esas son vacas, diría mi madre).
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Tienen –tenemos–, la obligación de aprovechar el tiempo, la Universidad, el empirismo. Cualquier trinchera es válida para penetrar en los intríngulis de la profesión: cómo se hace, pongamos por caso, una noticia, una crónica, un reportaje. No descuidar pequeños detalles que, tomados de la mano, son los que al final, son los culpables del buen resultado final.

Herramientas de trabajo

De pronto aparecen en los medios practicantes divorciados de la gramática. O enemigos personales de la ortografía que, inexplicablemente, dejó de ser materia de estudio. No se puede sembrar si no se conoce a cabalidad el uso del azadón, para citar una herramienta de labranza que ha pasado al archivo, como los viejos linotipos, o la máquina de escribir, para no ir muy lejos. Si uno no sabe cómo se escribe una palabra, ignora su correcto significado, lo más seguro es que el Jefe de Redacción ponga en duda, de entrada, su capacidad para elaborar decentemente un trabajo periodístico que se le encomiende.

¿Que la mecanografía qué? Ay de aquellos que llegan a los medios desconociendo las intimidades del computador. O que no sepan utilizar correctamente la grabadora que ojalá fuera remplazada por la taquigrafía, otra materia que debería ser obligatoria. La grabadora fue hecha para el reportero, no al revés. Hay tal exceso de dependencia de las grabadoras en algunos casos, que los gerentes deberían girar los cheques a nombre de la grabadora Fulana de Tal. No le demos a este inocente cachivache el papayazo de acabar con la creatividad, el valor agregado que debe llevar todo trabajo periodístico que acometamos.

Eterno punto de partida

No ha sido mi propósito aprovechar esta ocasión para darles en la cabeza, sino que deseaba compartir, así sea deshilvanadamente, algunas experiencias en una actividad de la que a diario tenemos que aprender. El que diga que se las sabe todas, puede agarrar el sombrero e irse. Siempre he creído que el periodismo es un punto de partida; no de llegada. Así es de exigente. Y de fascinante.

Ustedes están en formación pero no lo tomen como una disculpa para no exigirse. El tiempo pasa a razón de sesenta segundos por minuto. El tango de Gardel dice que 20 años no son nada. Es una ráfaga la vida, un estornudo de eternidad, y es mejor aprovechar el cuarto de hora metiéndola toda.

No es por darles coba pero los felicito por haber escogido este oficio. Que de fácil no tiene un carajo si se le quiere desempeñar bien. El que crea que es fácil se montó en el bus que no era. Nos toca ser leales a él, preparándonos mejor siempre. Esa lealtad es una de las forma de la ética que debe acompañarnos como nuestra huella digital. (A falta de una mejor definición, parodiando una famosa frase de Churchill, diría que la ética es que toquen a las tres de la mañana en nuestra casa y sea el lechero, no la policía).

De la cultura se ha dicho que es lo que queda después de haberlo olvidado todo. Lo mismo diría de estas amnesias de reportero que llegan a su final.
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*Oscar Domínguez  es periodista y escritor. Es autor de Columna Desvertebrada, que se publica los jueves en El Colombiano. También es columnista habitual de El Tiempo. Ha sido reportero y cronista de prensa, radio, televisión e Internet.  En Radio trabajó en los noticieros de Todelar, RCN, Súper y el GRC. En prensa, fue periodista de La República, Diario 5PM , El Espacio y las agencias de noticias EFE, Ciep (Centro Informativo El País), Alaprensa y Colprensa de la cual fue reportero político, jefe de redacción (7 años) y director (8 años). En televisión trabajó para los noticieros del fallecido Alberto Acosta y en el Noticiero Promec, del cual fue jefe de redacción .Ha sido corresponsal de Radio Francia Internacional y de la DW (Voz de Alemania). Desde hace 20 años escribe la Columna Desvertebrada para El Colombiano de Medellín y otros diarios regionales. También escribe para La Opinión de Los Ángeles, y El Tiempo, de Bogotá (columna Otraparte, mensual). Es autor de  tres libros de crónicas: El hombre que parecía un domingo, Columna Desvertebrada y las Historias del Eterno Femenino.

1 COMENTARIO

  1. Recibo las felicitaciones por haber escogido este oficio
    con mucho-mucho gusto, pero además,
    con la pasión, el respeto y el compromiso de darle continuidad
    al trabajo de calidez y calidad que ustedes, nuestros maestros,
    han hecho por años.
    A Oscar Domínguez no lo conozco,
    pero también es mi maestro,
    porque ahora mismo sus letras me están regalando
    toda la confianza que necesito.

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