Periodismo Cronopio

9
1433

El balso, sin embargo, no tenía utilidad aparente en la prisión. Los árboles crecían y envejecían en su robustez hasta que caían por su peso o se pudrían en pie. A los troncos de balso se les podía ver desperdigados por el camino, tendidos en tierra, en la zona de mayor labor. No era raro ver a los guardas sentados sobre alguna pila de dichos troncos durante sus turnos de vigilancia. Mientras trabajaba, encorvado sobre la sierra o blandiendo el hacha sin pausa, «el Diablo» sentía que había una oportunidad, una leve esperanza de salir con vida de aquella prisión.

El poco sueño que había logrado conquistar por las noches volvió a esfumársele. Pasaba en vela, turbado por la ensoñación de verse agrupando los troncos necesarios para hacerse su balsa en algún lugar umbrío de la playa, lejos de la vigilancia de los custodios. Eran sueños en plena vigilia que terminaron procurándole un infinito placer.

Pero la realidad era otra. Durante las duras jornadas de tala en los bosques, los guardas desplegaban una hostilidad única sobre los leñadores, pues, contrario a las jugosas ganancias de quienes vigilaban las jornadas de pesca y de siembra, el trabajo en la brigada de leñadores no dejaba a los guardas más que tedio, mordeduras de serpientes o la ponzoña de alguna alimaña. Nada más.

Por eso, los guardas desfogaban sus frustraciones mortificando a los reos. De modo que, pocas veces, los leñadores tenían tiempo para descansar, y su debilidad era castigada con severos golpes de culata y recorridos a lo largo de la playa rocosa de los acantilados, de rodillas y sobre los codos.

«El Diablo», por supuesto, probó varios de estos suplicios. Su cuerpo parecía a punto de romperse. En alguna parte de sus brazos y piernas no había terminado de cicatrizar una profunda herida, cuando otra venía a sumársele. Solamente la vista de los troncos de balso desperdigados en la zona de trabajo parecía reconfortarlo. Eso y soñar despierto.

Pero un día, a mediados de junio de 1968, ocurrió lo que había de darle un giro a sus planes. Y «el Diablo», que había calculado en su cabeza su más preciado proyecto noche tras noche, muy pronto pasaría sin dudarlo de los sueños a la acción.

Como lo más parecido a la alegría en Gorgona era el alcohol, los reos habían logrado crear una fuerte red de contrabando de bebidas fermentadas que, a pesar de que era descubierta y desmantelada con severidad por la guardia, volvía a organizarse en clandestinidad y las bebidas como la chicha y el guarapo empezaban de nuevo a correr sin control por las gargantas sedientas.

La chicha se preparaba con las mazorcas de maíz que algunos integrantes de la brigada de siembra lograban sacar de los campos. El guarapo era más escaso, porque el consumo de panela, de donde al principio los prisioneros obtenían el alcohol, estaba restringido. Lo poco que se lograba producir salía de la miel de abejas que los presos robaban con peligro de panales encontrados en el monte, al regresar de los campos de siembra.

Pero una cosa era encontrar la materia prima para hacer el alcohol y otra muy distinta era poner la mezcla de agua, maíz o panela en un sitio seguro y reposado, con sus días de rigor para que los jugos del maíz o la miel lograran llegar al punto exacto de fermentación.

Sobre todo, cuando en una cárcel como Gorgona, un grado mayor de alcohol hacía la gran diferencia entre emborracharse con poco pero rápido, o tomar con abundancia un alcohol inoperante.

Los sitios mejores para que las mezclas llegaran a su grado óptimo de fermentación eran la cocina, los rincones bajo los hornillos de las estufas y los dormitorios. En dichos lugares los reos escondían sus tinajas y ollas, que hervían a rebosar, bajo el espumarajo de la fermentación.

De este modo, en los corredores y patios de Gorgona, bullía un comercio de alcohol, escaso pero permanente, del que casi todos los reos bebían algunos vasos cada mes para olvidarse del encierro y creerse libres en su estado de ebriedad disimulado y transitorio.

Y Felipe Santiago Arroyo, alias «el Diablo» no era la excepción. La mañana del 14 de junio de 1968, cuando sus planes de construirse una balsa para huir del penal dieron un giro inesperado, estaba a punto de tomarse un sorbo de chicha. Luego de una larga jornada con la sierra, se recostó exhausto detrás de un árbol y destapó su recipiente de totumo. No alcanzó a saborear la chicha cuando uno de los guardianes, el cabo Angulo, le llegó por detrás. El uniformado primero lo golpeó por la espalda con la culata y después le preguntó qué estaba bebiendo. «Yo le dije —recuerda «el Diablo», recorriendo los mismos campos de la cárcel—“y qué más va a ser, señor agente, chicha”».

Felipe Santiago se ríe y pasa su mano por la espalda: el tipo me dio otro culatazo, pero como yo no lloré ni le pedí perdón, me cogió del brazo y me llevó pa’ dentro del monte.

Allí, el cabo Angulo cogió el totumo entre sus manos y bebió un sorbo. «El Diablo», que aún recuerda aquel momento, mira para lado y lado como buscando las palabras refundidas en su memoria: «oiga Diablo —me dijo— ¿por qué usted mañana no trae más de esto para acá?».

En la siguiente faena de leña, «el Diablo», llevó la chicha que le habían pedido. Los cinco guardianes tomaron despreocupados, servidos por el reo al que ellos siempre le recordaban que en aquella cárcel se iba a morir. «Aquí te vas a morir Diablo» —le decían—. En eso pensaba «el Diablo» mientras les servía chicha, sin saber que la situación que le dibujaba una leve y casi imperceptible sonrisa en su boca desdentada, podría calificarse como irónica. «El Diablo» no sabía nada de eso, pero la comprendía, pues luego de quince meses de encierro, un golpe de suerte enmascarado en el error fatal de dejarse atrapar tomando chicha, le había abierto la puerta a una salida que por tanto tiempo había buscado. Ahora él sabía de qué material iba a hacer su balsa y cuál pretexto le permitiría ganar el tiempo que necesitaba para construirla.

Los guardianes de la brigada de leñadores se embriagaban por cuenta de «el Diablo» todos los viernes. Nadie, ni siquiera los demás reos veían en la servidumbre de «el Diablo», alguna otra intención que no fuera la de evitar jornadas extenuantes y castigos adicionales. De cierta forma, los reos agradecían los oficios del negro de Tumaco, ya que la chicha apaciguaba a los guardas, anestesiando sus frustraciones. Hablaban entre ellos y decían estupideces y alegres obscenidades.

Pero otra cosa pensaba y hacía «el Diablo». A partir de la primera semana, mientras se alejaba al monte donde dejaba las ollas con la chicha de contrabando, aprovechaba el descuido para echarle un vistazo a la playa de los acantilados. En un peñasco oculto entre la abundante vegetación que brotaba vigorosa hasta la playa, descubrió una pequeña cueva.

De modo dócil y con un ánimo casi fiestero, Felipe Santiago Arroyo, repetía el ritual de los viernes: se adentraba al monte por la chicha y la servía a los guardianes, quienes después de ininterrumpidas libaciones, se abandonaban al pesado sopor de la ebriedad por escasos minutos.

Esos eran los únicos momentos de cada ocho días en los que «el Diablo» podía entrar en acción. Se escurría con sigilo hasta la cueva, a donde había llevado varios troncos de balso, y se entregaba a la rápida y angustiosa tarea de construir la embarcación.

No trabajaba más de diez minutos cada ocho días. Por las noches, en su dormitorio, hacía cuentas del tiempo que tomaba cada operación. Cortar y pulir los troncos. Medirlos y emparejarlos. Desprender la corteza que los recubre. Hacer largas tiras y trenzarlas para obtener sogas resistentes. Amarrar los troncos entre sí. Probar la resistencia de la balsa. Moverla. Golpearla contra el suelo para descubrir sus defectos de estructura. Volver a hacer más soga. Volver a amarrar los troncos. Pulirlos de nuevo, tratando de sacarle punta a los extremos de proa y de popa.

Cada una de estas operaciones que parecían simples, pero que eran ejecutadas en los diez angustiantes minutos de cada ocho días, sumadas todas, le demandarían a «el Diablo», según sus cuentas, cerca de dos meses de trabajo. La balsa de su escape de Gorgona podría estar terminada para mediados de aquel mes de septiembre de 1968.

«Yo dije —recuerda «el Diablo»— tengo balsa para los días de la fiesta de la Virgen de las Mercedes». Se refiere a la fiesta religiosa que los reclusos del país ofrecen cada 24 de septiembre a su santa patrona. Ese año caía en martes. Como todos los años, el penal sólo hacía media jornada de trabajo. La alerta de los guardianes bajaba y un aire postizo de culpa religiosa refrescaba el rigor y los castigos de ese día. Era, por decirlo de alguna forma, el día de la fraternidad de Gorgona. Después, «el Diablo» no tendría otra oportunidad. Por el contrario, se enfrentaba de ahí en adelante a la eventualidad de ser relevado de brigada, cuestión que lo alejaría de sus posibilidades de estar cerca a la cabeza de playa, donde estaba oculta la embarcación, y desde donde pensaba lanzarse al mar.

Dos semanas antes de la fecha señalada, «el Diablo» parecía sucumbir a la ansiedad. Darío, «el Cordobés», tal vez su único amigo en prisión, preguntaba con frecuencia qué le pasaba. Pero el fugitivo en cierne callaba, siguiendo los códigos fríos e inexorables del hampa. «Yo no podía —me dice— contarle nada a nadie, porque hasta un amigo podía sentir envidia y venderme con los agentes. Ese secreto lo sabíamos sólo yo, la santísima Virgen y las benditas ánimas del Purgatorio, nadie más».

Unos días más tarde, el Cordobés fue enviado a los calabozos, luego de que en los patios golpeara a «el Mellizo», y amenazara con matarlo. Los rumores que alcanzó a oír «el Diablo» hablaban de que el Mellizo había provocado a el Cordobés, diciéndole ciertas cosas que había descubierto. ¿Tratos extorsivos o comercio de marihuana? «el Diablo» no lo supo y no trató de averiguarlo, pues tenía un problema de sobra perturbador como para ocuparse de los asuntos de otros.

Su angustia, además de obedecer al temerario escape que realizaría, se ahondó por un motivo concreto. El día de la fiesta de la Virgen, elegido para el escape, sería un martes.

Como la ingesta de chicha sólo era los viernes, «el Diablo», sabía que sería muy difícil, por no decir imposible, intentar una huida el martes con los agentes sobrios y por tanto, alertas y malhumorados. Además, ese día necesitaba sus últimos diez minutos de trabajo para sacar la balsa del escondite y cargarla hasta la playa rocosa desde donde se lanzaría al mar. Intentar algo semejante, con cinco hombres armados hasta los dientes y en uso de sus facultades, era casi un suicidio. «No tenía otro camino. O se hacía, o se hacía» —concluye «el Diablo» con la mirada perdida en el horizonte—.

El domingo 22 de septiembre, dos días antes del escape,ocurrió un hecho en la cárcel que estuvo a punto de echar por tierra los planes de «el Diablo». Orlando Granada, alias «el Mellizo», el mismo recluso que había acuchillado en la mano a el Cordobés y que éste había golpeado días atrás, volvió a atacarlo en los retretes. «El Mellizo» sorprendió con un salto de pantera a «el Cordobés» sentado en el inodoro. Llevaba empuñada una navaja artesanal que minutos antes se había sacado del recto. Pero en esta oportunidad, el Cordobés estaba preparado.

Sin embargo,el Cordobés no pudo esquivar la primera cuchillada que terminó recibiendo plena en el costado izquierdo. Su defensa fue tardía, pero también certera, pues con un cuchillo que ya empuñaba en su mano derecha logró asestarle una puñalada nítida en medio del pecho a «el Mellizo», cerca del esternón. El cuchillo se quedó allí, como si estuviese sembrado. «El Cordobés» quedó reclinado sin vida en el inodoro, como si se hubiese quedado dormido, mientras que «el Mellizo» alcanzó a arrastrarse hasta el corredor del baño, donde quedó boqueando con el cuchillo firme en el pecho.

Tres reclusos llegaron antes que los agentes a los retretes, entre ellos, «el Diablo», quien se preguntaba en medio de la confusión qué había llevado a los hombres a matarse de esa manera. Los otros dos reclusos, temerosos de ser encontrados por la vigilancia en la escena del crimen, se fueron apartando hacia la puerta. «El Cordobés está muerto», —recuerda «el Diablo» que le dijeron—,»se la pegaron en el corazón».

«El Diablo» se volvió hacia el atacante y entonces, alcanzó a ver que movía la boca como tratando de decir algo. «El Diablo» bajó su cabeza y se la puso cerca para oírlo mejor. «¿Y usted sabe qué me dijo el hijueputa ese?» —me pregunta «el Diablo», recorriendo la zona de los retretes donde encontró a los hombres tendidos— ¿Qué le dijo? —le respondo intrigado—. «El Diablo» baja los ojos hacia las baldosas donde cuarentaiún años atrás había estado el moribundo tendido, tal vez con la que podría ser la mirada de asesino de sus mejores tiempos: «¿así que te vas a volar de la isla, Diablo?», eso fue lo que me dijo, casi sin voz. Entonces, yo cogí el cuchillo y se lo hundí más.
____________
* Eccehomo Cetina Rodríguez es comunicador social y periodista la de Pontificia Universidad Javeriana de Bogotá. Nació en Valledupar (César, Colombia). Su especialidad han sido las crónicas y reportajes de profundidad desde que realizó sus prácticas universitarias en el periódico El Tiempo, en la edición dominical y en la Unidad Investigativa de dicho diario. Allí realizó sus primeras denuncias contra las prácticas corruptas dentro de Ferrovías, la oficina estatal que maneja los antiguos ferrocarriles nacionales. Hizo televisión entre 1991 y 1994 con el programa La Clave, donde fue editor de investigaciones, y fue subdirector del programa de televisión Estilos de Vida entre 1995 y 1996. Desde esa fecha hasta 1998 fue director de las Crónicas Radiales de Fin de Siglo en la Cadena Hispanoamericana de Noticias, Radionet. Entre 1994 y 1997 publicó dos libros periodísticos con Planeta. El primero de ellos, Jaque a la Reina, revela las conexiones de las mafias del narcotráfico con los reinados de belleza del país. Trabajo para el Canal Caracol. Labora actualmente para el Canal RCN. En ambos medios ha dado conocer exquisitas crónicas sobre la vida nacional, que le han valido el reconocimiento de la crítica y de sus colegas.

9 COMENTARIOS

  1. Dicen que Hernando Galvis Muñetón de Villeta Cundinamarca también logró escapar, alguien sabe algo de esta historia?

  2. Es un bello relato la vida de Santiago que debería ser llevada a una producción de novela; yo conocía a Santiago en la Isla, fuimos a jugar la selección de El Charco con la Gorgona, el diablo me tapó un penal. Luego y hace tal vez años me lo encontré por el centro de Cali y su rostro me resultó familiar y pude conversar con él. ya estaba cojo de una pierna, según me dijo que por la diabetes que padecía.
    En esa Isla en la cual todos los que allí vivían eran presos, debieron indultar a Santiago, porque luego de haber hecho la proesa que hizo, por lo menos debería haber recibido su libertad como premio. quiero saber si santiago vive o no porque no lo volví a ver.

  3. Es una historia casi terrorífica,me parece muy patriota Papillón quisiera ver esa película,esas historias son o parecen de novela y si alquien sabe donde puedo conseguir la película de Papillón le agradecería,pues quiero verla ni correo es.
    .misfigurasdechocolate@hotmail.com

  4. claro .. pues el que logro escapar es al que me refiero eduardo muñeton tamayo..fue el unico que corono el escape ..pero igual alos dos años lo recapturaron..

  5. pues muchos trataron de escapar.. a uno lo cogieron llegando ala costa iva con un perro jejejje..otra cosa lei por ahi una cronica de alguien un tal camargo el carnicero de los adez cre.. que asi le llamaban dicen que tambien era profugo de la isla.. o lo confunden con eduardo muñeton..o creo que es el mismo.. murio en una carcel de ecuador asecinado por otro recluso .. un abrazo..mi correo es benedictoborja@hotmail.com..

  6. LASTIMA QUE HUBIERAN SERRADO ESA PRICION HOY EN DIA ESTUBIERAN LOS HERMANOS NULE Y LOS POLITICOS CORRUCTOS PERO TODOS ESOA POLITICOS QUE PONEN AGUANTAR HANBRE AL PAIS COBRANDO JUGOSAS PENCIONES. ES INUTIL Q UNA PERSONA SE PENCIONE A LOS 65 AÑOS QUE DESGRCIA SER QUE UN SEÑOR POLITICO NO VIVE FELIZ ACA EN ESTE PAIS COMO COLOMBIA CON $12000.000 LA MAS ALTA AHI DEVERIAN ESTAR LOS PADRES DE LA PATRIA , Y TAMBIEN LOS BANQUEROS USUREROS.DISCULPEN ,Y, GRACIAS

  7. El relato algo no velesco pero errado .. el que se escapo de gorgona se llama o se llamaba no se si ha muerto.eduardo muñeton tamayo el tubo dos fugas en la primera lo cogeron llegando a buenaventura y lo regresaron ala isla en la segunda corona la fuga. Pero a los dos años lo apresaron en su pueblo paisa por difamar del cura desia que era un anticristo creo que muñeton estaba algo loco. Aunque ami no me parecio tallaba unas camas de madera eran unas obras maestras. Se peguntaran por que se esto, pase por la carsel de palmira por esas cosas de la vida y fui compañero de celda me comto la historia de sus fugas tube un inconveniente con el por cosas de presos me dijo unas palabras que fueron algo ironicas …yo se que cuado nos encontremos en la calle me iras a atentar contra mi ….la verdad no se que le repondi y me hise cambiar de celda. Digo ironicas por que sali alos tres años de ahi y un dia por esas cosas del destino que uno no puede comprender estaba yo en el parque de palmira no recuerdo que hacia yo alli y en esos momentos vi a un señor con una maleta de esos cuando salen de la carcel jejejeje y mi sorpresa era muñeton se me aserco y me dijo me puedes regalar trecientos peso . La verdad no recuerdo si se los regale o no ni recuerdo si hablamos mas. Todo esto lo cuento para desirle a el señor o periodista que esa historia que cuenta es un fraude muñeton no murio en la isla el termino de pagar en palmira..o la verdad no se si fue que se escapo de nuevo jejejejej.

DEJA UNA RESPUESTA

Por favor ingrese su comentario!
Por favor ingrese su nombre aquí

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.