Entrevista Cronopio

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quien le teme a emilio alberto restrepo

¿QUIÉN LE TEME A EMILIO ALBERTO RESTREPO?

Por Wilfer Pulgarín*

El espíritu burlón aún lo habita. Se le sale cuando uno menos lo piensa, pero ya no hiere, su humor es ahora compasivo y benigno. Lo dice quien compartió aula con él, que lo temió y padeció en los inicios de la adolescencia, cuando se puede ser cruel o sensible sin límites. Ahora Emilio Alberto Restrepo Baena (Amagá, 1964) es médico, conferencista, docente y escritor, una eminencia paisa, cuyas historias noveladas es recomendable leer antes de embarcarse en los estudios de medicina o si ya se cruzó la curva del año rural y se está frente a un juez con una demanda a cuestas. También hay que acercarse a sus libros si se es un lector al que le gusta recibir directos al rostro y al hígado, porque su prosa, esa sí, latiga y es el mejor antídoto para que a usted no lo embauque un familiar o lo lleve a la ruina un amigo. 

 * * *

La memoria es caprichosa, y así como fácil puede olvidar y reinventar, también puede retener hechos con extraordinaria precisión. Sea cual fuere lo que en este caso me sucede, el recuerdo del Emilio de hace más de cuarenta años es el de un compañero de estudios terrible y temible. Terrible porque con facilidad podía fulminarlo a uno delante de otro condiscípulo con cualquier apodo o alguna palabra sarcástica. (Él explica que era por ser de baja estatura que le tocó defenderse del matoneo de los más grandes, al descubrir la potencia de una lengua bien administrada en conexión con un cerebro rápido). Temible porque era un competidor nato en el afán de sacar las mejores calificaciones, fuera la materia que fuera. Hace poco me enteré de que había sido casi un campeón departamental de Taekwondo y ahí comprendí por qué en los recreos del liceo Marco Fidel Suárez era también un tipo amenazador con su pierna levantada a 120° del piso y la punta de su zapato a cinco milímetros de mi nariz.

Sin embargo, ese Emilio cruel de mi memoria —causa adicional de mis terrores de adolescente, junto al miedo a morirme joven (ay, aquella apendicitis) o a que algún viejo morboso intentara sobrepasarse conmigo dentro del bus, sobre lo cual nos advertía permanentemente mi madre —también era para mí un motivo de envidia y admiración.

Había un montón de coincidencias que me empujaban a ser su amigo, a pesar de considerarlo un alma un tanto sádica: habíamos nacido un 12 de noviembre (dos años yo antes que él); nos gustaban las canciones de Camilo Sesto y de Los Beatles; nos prestábamos los elepés; a duras penas alcanzábamos el 1.65 de estatura; nos atormentaba el acné y seguramente estábamos ansiosos por dejar atrás la virginidad.

Así pues, forjamos una extraña amistad, como la de Hans Giebenrath y Hermann Heilner, los dos compañeros de escuela de Bajo las ruedas, la hermosa novela de Herman Hesse, autor cuya obra me tragué completa en la biblioteca del liceo. Por supuesto, yo me sentía Hans, el que no encuentra qué camino tomar entre un montón de contradicciones morales y pasionales, y él, Emilio, inteligente, culto y rebelde, era Hermann.

Más de cuarenta años después nos reencontramos y, para mi sorpresa, me encontré a un Emilio médico y, sobre todo, escritor, algo que yo quería ser antes que él y aún no soy. Lo seguían caracterizando la inteligencia, la erudición y una memoria soberbias. Igual de mordaz e inquieto, como en la adolescencia, pero había morigerado su lado burlón y sobresalían en él rasgos compasivos y benignos. Y respecto a ser escritor, otro asombro: me lo encuentro con más de veinte libros publicados, novelas, cuentos, ensayos literarios, crónicas, narrativa infantil y el sueño de todo diletante de las letras: con un personaje sólido, el detective Joaquín Tornado, que ya anda y resuelve casos en siete libros.

Supongo que obviamente los años, la paternidad, las experiencias, los viajes, la literatura y hasta los pacientes y lectores han dado otras formas a su naturaleza fuera de lo común.

Ahora Emilio es un señor al borde de la tercera edad, que todas las mañanas pasea por la Villa de Aburrá a su manso perro pomsky, que no tiene problemas en admitir que lleva la vida anodina de un hombre estable, que sigue con la misma esposa de hace treinta y cinco años, que es empleado del mismo hospital desde hace treinta, que sus amigos son los mismos de toda la vida y que agradece que «mi Dios me haya permitido la posibilidad de estar sano y creativo; y de nunca perder el entusiasmo y las ganas».

Y se reafirma:

—Yo tengo 58 años, vivo en Belén, soy Belén, soy de extracción de clase media y tengo identidad de clase media, nunca he salido de mi barrio.  No tengo interés de cambiar de clase, ni ganas de un carro de 200 millones, ni de conseguirme un apartamento en La Loma. No me quiero endeudar para ser un esclavo de los bancos el resto de mi vida. Estoy a punto de morirme de viejo, pero sigo pensando que soy un muchacho de barrio.

Así se revela Emilio Alberto Restrepo Baena (ahora sí hay que darle el nombre completo, como nos llamaban por lista los profesores), en una serie de preguntas y respuestas que fueron surgiendo por WhatsApp y que para mí han resultado esclarecedoras, porque me hablan más profundamente del compañero que por más de cuatro décadas dejé de ver y con quien ahora me reencuentro.

* * *

—¿Por qué decidiste estudiar medicina?
—Tenía un tío, el doctor Libardo López Restrepo, que era el médico del pueblo y de mi familia en Donmatías (Antioquia). Desde pequeño admiraba su figura poderosa, influyente, que se entregaba a la gente para ayudarla, con un carisma que siempre lo acompañaba. De él emanaba una especie de poder curativo, que se manifestaba con solo escucharle y prestarle atención. Me parecía un gurú, un chamán doctorado, que ayudaba mucho a que la gente se tranquilizara y desarrollara su propio proceso de salud. Ese modelo me encantaba. Cuando terminamos el bachillerato en el Marco Fidel Suárez, tuve la fortuna de alcanzar el mejor promedio Icfes del liceo, lo que me permitió saber que podía pasar fácilmente a la carrera que me interesara. Entonces me di cuenta de que en Bolivariana, la universidad en la que quería estudiar, había medicina, y allá me inscribí.

—¿O sea que no había propiamente en los inicios una vocación?
—Al principio no había una vocación muy definida, pero luego me di cuenta de que la medicina era muy poderosa, que tenía explicaciones para muchos procesos, por ser analítica, racional, influyente. Se podía inferir, desde el conocimiento, que la anatomía estaba en función de la fisiología y la fisiología en el de la patología. O sea, una explicación de cómo partir de lo natural, de lo propio, para enfrentar la enfermedad, y después, controlar y acompañar la enfermedad. Me metí entonces una gran encarretada y me enloqueció, no, mejor, me enfebreció la medicina, por su razón de ser, por su impacto, por su poder.

—¿Por qué ginecobstetra?
—La obstetricia es una especialidad que me interesó mucho desde el internado, porque tiene que ver con la reproducción femenina, con el aparato genital y las enfermedades de la mujer, y con el embarazo. Tiene un campo de acción muy amplio, porque involucra a su vez muchas subespecialidades, y me permitía tener tres enfoques distintos: el clínico, el diagnóstico y el quirúrgico. Uno puede dedicarse únicamente a la cirugía, a la consulta, a la ecografía, a la colposcopia, al alto riesgo, a la endocrinología, a la infertilidad. Hay muchas opciones para trabajar, el área laboral es amplísima; se solicitan especialistas en todo tipo de hospitales, de primero, segundo y tercer nivel. Jamás he estado un solo día sin trabajo.

—Trabajas con la fisiología desde donde surge la vida humana
—Así es, y esa es una de las preocupaciones mías, el enfoque integral de la enfermedad y la salud en las mujeres y de las mujeres embarazadas. Detrás de cada mujer hay un universo que me permite explorar muchas historias, mucho mundo, muchos sentimientos. No me he aburrido un solo día en la vida con mi trabajo. Creo que hice una buena elección de carrera.

—¿Dónde hiciste el rural y cuándo comenzaste a trabajar en el hospital Manuel Uribe Ángel?
—Hice el rural en Apartadó, Urabá, en la peor época del conflicto y del enfrentamiento armado, 1988 y 1989. Después vine a Medellín e hice la especialización de tres años. Me gradué en el año 1994, o sea hace 29 años, y empecé a trabajar en el hospital Manuel Uribe Ángel. Desde ese entonces soy médico ginecobstetra y posteriormente hice otra especialización y ya soy laparoscopista. He sido profesor asociado toda la vida y he tenido también afinidad con cooperativas médicas; he sido profesor y conferencista médico. Sobre todo mi fuerte ha sido la cirugía. También tuve una iniciativa privada en una clínica particular de accionistas, de la que lamentablemente fuimos despojados, lo que relato en el libro Y nos robaron la clínica, en el que cuento cómo un grupo económico interpuso sus malas mañas y se nos quedó con la institución a los inversionistas, que quedamos en la cochina olla, mirando para el páramo, impotentes, endeudados y condenados a ser asalariados por el resto de vida. Les recomiendo leer esa historia local de la infamia. Compraron cerca de quince clínicas con el mismo modelo.

—Entrados en esa materia, la de escribir, es inevitable la pregunta: ¿en qué momento decidiste ponerte a hacer novelas?
—Básicamente por la necesidad de contar historias. Desde que era un pelaíto, en Belén, me acostumbré a escuchar historias dentro de una familia muy conversadora y tradicional, que se reunía los sábados y los domingos alrededor del licor, la comida y la música a contar y regocijarse con las historias, a regodearse en la pasión por narrar. También Belén era un barrio muy oral, los marihuaneros hablaban en las esquinas, los borrachos en las tiendas, las matronas y las mamás en las calles. Todo el mundo hablaba y, para un niño nacido y crecido entre los años 60 y 70, escuchar y contar historias era lo que uno podía hacer, además de jugar y leer, y algunas veces ir a ver cine en El Mariscal, el teatro del barrio. Yo me iba a ver una película que duraba una hora y media y luego duraba tres horas narrándola. Después de que superé el modelo oral, me metí en la narrativa y traté de escribir. Y descubrí que tenía algún tipo de capacidad para contar historias, donde la primera parte se basaba en las historias y la segunda en los personajes. Después, con el transcurso del tiempo, aprendí a meterle la ficha al lenguaje y al entorno. Traté de narrar mi barrio y mi ciudad.

—¿Qué recuerdas de niño en relación con la literatura?
—Además de lo entretenido de la oralidad, me gustaba leer cómics, muy influyentes en esos años. Nos atrapaban historias muy poderosas como las de El llanero solitario, Batman y Superman, y los cómics de Walt Disney. También mi infancia y la de mi generación estuvo muy influenciada por colecciones como las de Ariel Juvenil Ilustrada y la de Colcultura, que mostraban el poder de unas historias muy tesas, en compendios de la literatura con muñequitos. Mis papás pillaron la vocación lectora que teníamos los hermanos, somos tres, se afiliaron al Círculo de Lectores, que era una corporación que vendía libros a cuotas y con facilidades de pago y fiados. Entonces uno leía y leía y la recompensa era que al terminar los libros tenía nuevos títulos, así formamos una biblioteca y fácilmente nos involucramos en la lectura. Al mismo tiempo, en el parque de Belén se producían intercambios de libros y revistas; uno podía canjear un libro de García Márquez por uno de pistoleros, o uno de Borges por uno de Corín Tellado, sin método, sin direccionamiento pedagógico, simplemente leer por leer; jugábamos hasta las ocho de la noche y leíamos hasta las diez, y así se nos iba la vida en la infancia.

—¿Cómo fue el salto de la medicina a la escritura?
—Como queda claro, las ganas de contar venían desde muy temprano, influenciado por la tradición oral del barrio y de la familia. Sin embargo, escribía, pero el impacto entre quienes me leían no era el mismo, no lograba cuajar, no lograba sedimentar, no era exitoso, porque tenía muchos defectos del escritor principiante, me faltaba técnica. Esto lo comencé a solucionar cuando conocí los talleres literarios, que me permitieron entender los géneros y sus claves, conocer de gramática y ortografía, secretos para construir personajes, y ahí fue donde el discurso oral lo refiné y pasó a ser más eficaz desde lo escrito. Había ganado una herramienta, ya no era solo lo oral. Entonces la literatura me abrió un universo que no conocía.

—Y a pesar de tantos libros escritos, sigues siendo un infaltable en los talleres literarios…
—Sigo en dos talleres literarios, uno con Luis Fernando Macías y otro con Pablo Montoya. Estuve también con Mario Escobar Velásquez y mantengo contactos estrechos y afectuosos con variados escritores de la ciudad. He tratado de aprender mucho y la literatura me ha permitido expresar una cantidad de cosas que tenía adentro y que de otra forma no hubiera podido sacar. La globalización me ha facilitado llegar con mis escritos a Europa, a Centroamérica, a Suramérica; que un escritor de Guatemala me escriba, que uno de Ecuador me pregunte o me refute, que uno de España me opine, que uno de México me contradiga; comercializar mis libros en otros países; poder interactuar con las personas en todas partes del mundo a través de las redes, de Internet; tener lectores y ganar interlocutores, lo que no hubiera podido ocurrir siendo únicamente médico. En la medicina mi universo ha sido local, pero como escritor he alcanzado otras esferas, que han considerado mi literatura de diferentes maneras. Hay gente que le gusta lo que hago, natural; hay gente que no, también muy respetable; todos tienen derecho a gustar o no gustar, pero me ha permitido por lo menos contar mi visión del mundo de la forma como yo lo veo.

—¿Cómo ha recibido el gremio médico tus libros?
—En el gremio de la medicina mis libros han tenido muy buena aceptación. Ha habido mucho entusiasmo entre mis compañeros y, sobre todo, con mis alumnos, que son los principales compradores de mis libros, que luego se convierten en conversatorios de clase y se habla de ellos en ambientes más académicos, lo que me da una tribuna muy interesante para mi narrativa, y como mis historias son un poco trasgresoras, pues resultan atractivas para el gremio. Yo tengo unos libros que cuestionan profundamente la medicina, recogidos en las tres novelas de la Trilogía Perversa de la Salud. Tengo otras historias sobre el tema médico con el detective Joaquín Tornado, como en la novela El expediente Monaguillo, en la que hablo del aborto, o Nos vemos en el infierno Mon Amour, que trata de las aseguradoras médicas; en Crónica de un proceso el tema son las demandas médicas. Todos estos libros tienen el componente de la historia oculta, la que las personas no se imaginan, hasta el asunto del chisme, también con el cuestionamiento que a todos nos gusta, pero que no todos se atreven a contar. Porque es cierto, hay asuntos muy delicados que algunos prefieren callar u ocultar.

—¿Un escritor sin miedo?
— Yo soy algo atrevido para eso y le meto la ficha a historias que otros no se atreven a relatar en relación con la medicina. Entonces, por ese lado, tengo buena aceptación lectora, además de apoyo de editoriales universitarias que tienen facultades de medicina, como la editorial de la Universidad Pontificia Bolivariana y en la Universidad del CES. Con la primera he publicado seis libros, que espero sigan saliendo, y con el CES llevo dos novelas sobre el tema médico. Ese respaldo ha sido logrado gracias a los argumentos que respaldan mis historias. Ellas contienen cuestionamientos a la medicina que me dicta la ética y han merecido apoyo lector de parte de estudiantes y profesores. No faltará el que piense que soy una especie de traidor de clase que cuenta historias que de pronto perjudican al gremio, pero yo no le tengo miedo a eso, porque sé que estoy diciendo la verdad o por lo menos la forma como yo veo la verdad.

—¿Qué buscas con tus libros?
—Básicamente entretener, cautivar la atención de los lectores, ganarme la fidelidad en ellos, que busquen mis libros, que me quieran. También facilitar una reflexión, mostrar que las cosas no son todas color de rosa, pero que puede haber esperanza. Nada más emocionante que un lector que toma un libro mío y empieza a rebuscar en la prehistoria y se adhiera a libros anteriores. Emociona mucho tener un lector cómplice, una persona que le siga a uno la trayectoria. A veces tengo lectores que me sorprenden en algunos lanzamientos, que conocen quince o dieciséis libros míos, y que además se acuerdan de detalles que yo no, que relacionan personajes de un libro con otro. Eso me hace muy feliz y me motiva a seguir escribiendo.

—Deben ser muchísimas las historias que te has encontrado en la labor profesional…
—Cualquier cantidad de historias. Y las historias para un escritor son ilimitadas. Intrínsecamente tienen muchas variantes para mirarlas y casi infinitas para contarlas. Una sola historia se puede contar de cuatro o cinco o más formas. En La hojarasca, García Márquez cuenta el entierro de un médico de tres formas distintas. Las historias médicas que yo cuento adquieren una determinada forma, pero puede haber muchísimas otras maneras de narrarlas.

—Médico, escritor, docente, ¿cuál actividad prefieres?
—Las tres, porque uno no es solo un individuo, sino varios integrados. Yo sigo siendo médico, ciudadano, padre, esposo, personaje de barrio, analista de la realidad, bacán de esquina, conversador, contador y escuchador de historias, relator médico, escritor profesional. En mí no hay dicotomías, no hay separaciones, todo eso lo tengo integrado en mi forma de ser, ver y contar la vida.

—¿De qué va tu último libro, Medicina bajo sospecha?
Medicina bajo sospecha es una mirada crítica, un poco en clave de denuncia, acerca de muchas cosas que no comparto en el ejercicio de la medicina y que considero formas oscuras y antiéticas. En particular me refiero a la parte médico–legal, la que involucra los procesos relacionados con el derecho y las demandas. Las demandas afectan gravemente al individuo, al ciudadano y al profesional de la medicina en su fuero profesional y familiar, y yo cuento en el libro, por ejemplo, cómo una demanda antiética puede matar a una persona o llevarla al alcoholismo, a la sociopatía, al resentimiento, al deseo de venganza. Y muchas veces se presentan por ambición, por afán de lucro o por falta de ética de familiares, de lo que se aprovechan abogados sin escrúpulos. De eso va la novela, que es el tercer y último libro de la Trilogía Perversa de la Salud.

—Háblame de Joaquín Tornado
—Joaquín Tornado es un personaje que tiene vida propia, que encontró su propio camino y manera de expresarse, porque esta ciudad, Medellín, es mucho más profunda de lo que vemos; tiene muchos recovecos y laberintos difíciles de escudriñar. He tenido la oportunidad de descubrir una cantidad de cosas impresionantes de ese submundo que ruge bajo nuestros pies y entendí que como escritor las podía contar a través de un personaje que tiene la facilidad de pasar de un mundo a otro, de infiltrarse, de conocer la maldad y las intrigas que un ciudadano común desconoce. En los siete libros en los que ha aparecido, el lector puede ver que es un tipo que trata de poner orden en un mundo desordenado, descubriendo tramas entre socios desleales, robos corporativos, prostitución e infidelidades, fraudes y estafas, manejos de la mafia deportiva, de los seguros médicos, del secuestro, del mercado negro del arte, entre muchas otras expresiones de las bajas pasiones y de la maldad humanas.

—Ha sido un personaje con abundantes peripecias
—Tornado es personaje singular y carismático a su manera. He pretendido no convertirlo en el cliché del detective del cine negro clásico o de la novela norteamericana o inglesa. Trata de ser una propuesta muy local, de esta tierrita, porque la idea es contar y entender la ciudad donde pasan cosas, algo que creo, al igual que otros, que se logra más con la imaginación de los novelistas que con los estudios de los historiadores. Yo puedo contar muchas cosas encubierto en ese personaje y eso me da cierta protección, cierto anonimato, que me hace ser más efectivo en el momento de contar cosas enormes que la gente ignora.

—¿De qué se trata «Consejos a una joven colega», esos microclips que tienes en tu canal de Youtube?
—Es un experimento muy interesante que se originó en mis clases con residentes y estudiantes de medicina. Al final de las clases les daba cinco minutos para que reflexionaran sobre la vida. De allí surgían lo que nombramos «tips en supositorios», una invitación a ver el mundo médico desde otra óptica. Hablaba de cosas que no tenían que ver con la medicina práctica, sino con el hecho de ejercer la profesión como ciudadanos, padres, espectadores de la ciudad, consumidores, seres comunes y corrientes. De ahí surgieron reflexiones sobre por ejemplo por qué no comprar finca de recreo, porque cometí el error de comprar varias y tener que venderlas después; por qué no trabajar tanto, porque el trabajo es perjudicial para la salud si en ello se nos va toda la vida; por qué no creerse más de lo que uno se debe creer; de ser responsable y de cuidar el negocio de cada uno; de ser comprometido con la causa; de ir más allá de los procesos. Y resultó que las reuniones en las que hablábamos de hipertensión, miomas, endometriosis, embarazo, etc., la parte más entretenida era el final. Entonces algún estudiante me recomendó que grabara esas reflexiones, y, en efecto, resultaron un éxito cuando el canal de televisión de Tele Donmatías, me abrió la posibilidad de grabar. Si se asoman al canal de Teledonmatías o a mi canal de Youtube verán que los videos que he grabado tienen más de un millón de visitas, son casi virales, y me gustan mucho, porque la gente comenta, reniega, apoya y hasta insulta. Así que se convirtió en una forma práctica y graciosa de vender mis propias verdades, lo que yo considero que es una reflexión sobre la existencia. A pesar del desenfado, se muestra una forma seria de ver el mundo.

* * *

A propósito de esta conversación, que comenzó con un viaje al pasado, escribe Hermann Hesse en Demian, otra de esas novelitas que nos conmocionaron a los 16 años, que la vejez «no es una cosa horrible, sino una liberación». «Uno —agregaba a continuación mi rinpoche tibeteano de adolescencia —se desprende de muchas cosas, se vuelve más ligero, más puro (…) Uno se libera de los deseos, de las pasiones, de los miedos, de las ilusiones (…) Uno se hace más uno mismo, más auténtico, más verdadero. Uno se da cuenta de que la vida no es un sueño, sino una realidad. Uno se da cuenta de que uno no es un fragmento, sino un todo. Uno se da cuenta de que uno no es un hijo del tiempo, sino del infinito».

Ahora, cuando Emilio ha adquirido un carácter que chispea, pero que no quema gratis, complace apreciarlo y no temerle. Ahora quienes deben preocuparse por su verbo son esos médicos y abogados inescrupulosos que viven de la penuria ajena. Eso sí es un asunto serio, no es fábula.

NOTA:

Para explorar un poco mas el universo de este escritor colombiano, los invito a visitar:
Reseñas de sus libros:
https://emiliorestrepo.blogspot.com/p/libros-de-emilio-alberto-restrepo.html
Entrevistas literarias:
https://emiliorestrepo.blogspot.com/2023/05/conversaciones-entre-escritores.html
Consejos a un joven colega, para Teledonmatías:
https://www.youtube.com/watch?v=q2vUFA5U-ks&list=PLm-lfL5KTbVOjHC0N-0MJveoeRRfLY4EP
Reseñas y estudios de sus libros:
https://emiliorestrepo.blogspot.com/2021/09/resenas-literarias-estudios-criticos.html

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1 COMENTARIO

  1. Excelente entrevista con el Dr Emilio.
    De el hay mucho que aprender,pero resalto su personalidad,su sencillez detrás esconde ese hombre sabio e inquieto por hacer que los seres humanos mejoremos nuestros comportamientos y miremos al mundo desde ese punto de ser humanitarios y conocedores de una realidad que no hemos querido ver,ni sentir.

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