Sociedad Cronopio

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La mejor madre del mundo

LA MEJOR MADRE DEL MUNDO

Por María de la Luz Galván Salazar*

Hoy es día de las madres y no festejo ni me festejan: hace casi 23 años que murió mi progenitora y no tengo hijos, por decisión. Mucha gente, al saber que no soy mamá, me dice: «¡ah, qué bien! A mí tampoco me gustan los niños». El problema es que a mí me encantan, he participado en el cuidado y crianza de por lo menos cuatro de mis sobrinos, me he desvelado, he cambiado pañales, cargado (hasta sentir que mis brazos se desprenden), arrullado y suministrado medicinas a bebés y niños de todas las edades.

Afortunadamente también he jugado, vestido, peinado, abrazado y besado a esos angelitos. Me he reído con ellos y he aprendido de ellos. He vivido cosas tan conmovedoras como recibir regalos comprados con el ahorro de los escasos domingos que reciben; créanme, además han sido los obsequios más originales que me han dado en toda mi vida. Tengo el privilegio de ser la tía favorita pero eso es muy fácil, pues los niños tienen el corazón grande y generoso.

Objetivamente puedo decir que hay madres admirables y respaldar que no debería haber sólo un día de festejo para ellas. Pero soy de las poquísimas personas que se atreven a reconocer que también hay otras que no merecen ni siquiera el calificativo de humanas, mujeres sin corazón que conciben hijos sólo para tener con quién desquitar su coraje con el mundo que las rodea, que descargan en ellos todas sus frustraciones: los golpean, los maltratan, los torturan, los explotan, los venden (o permiten que sus parejas lo hagan); o los ignoran, los humillan, los ofenden y crean personas infelices que son incapaces de revertir los efectos de su mala crianza.

Pero ser madre no sería tan difícil si sólo existieran esos polos, si todo fuera blanco o negro, lo peor de todo es que hay una infinita escala de grises, porque existen millones de daños que las madres provocan a los hijos, la mayoría de ellos sin intención, creyendo que se les da lo mejor, o porque hay cosas que salen del control de las mujeres que juran que trajeron a sus hijos al mundo por amor.

Y digo «juran», porque hay muchísimos casos en que la cultura, la presión social, la pareja o la ausencia de objetivos claros son confundidos con amor. Hay vidas que se imponen por «formar una familia» en una pareja que está en crisis, o porque una mujer se quería «sentir realizada». Eso es muy injusto con el nuevo ser.

Y así, hay hijos pegamento, hijos salvadores, hijos realizadores, en fin, hijos condenados o sin oportunidad de elección por una decisión de sus madres. ¡Benditas sean!
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En el mejor de los casos hay hijos concebidos y esperados por una pareja amorosa, con la esperanza de darle todo lo mejor a su vástago. El problema es saber qué es lo mejor para una persona que es totalmente diferente a cualquier otra, y eso es difícil de comprender para los padres que esperan una extensión de sus propios gustos y anhelos. Y, sí, si esto no se asume también se provocan daños a los hijos que pasarán la vida llenos de frustración, haciendo cosas que no les gustan pero temen decírselo a sus amorosos padres.

Y qué decir de todas las posibilidades que quedan fuera del control de las madres: accidentes, enfermedades, muertes, falta de trabajo, conflictos con el padre, adicciones, inseguridad, desastres naturales, etc., que no respetan los maravillosos planes que tenían para sus hijos. Eso casi nunca se contempla cuando se planea tenerlos, y eso que existe un alto grado de consenso respecto a que esta vida es sufrimiento. ¡Cuántas personas desgraciadas existen por ahí, que perdieron a sus padres por enfermedad o accidentes, que son criados por abuelos incomprensivos, tíos malvados, o solos en la vida, que sufren muchísimo pero recuerdan que en su tierna infancia tuvieron madres amorosas que los cubrían de besos y tenían los mejores planes para ellos!

Me pregunto si cuando una mujer ve a su hijo padecer de cáncer, de SIDA o de alguna adicción destructiva no se siente culpable de haberlo traído al mundo. O cuando se entera de que el joven es parte de la delincuencia organizada —o no— y que deja familias enteras llenas de desdicha con sus acciones ¿cuál será la reacción de la madre? Sin su decisión eso no habría pasado.

Cuando veo cosas espantosas como las guerras, las hambrunas, la explotación inescrupulosa de las personas en manos de sus semejantes, las masacres del crimen organizado, las torturas, las miradas tristes y resignadas de los niños que mendigan, o los ojos perdidos de jóvenes intoxicados por no sé qué sustancia, toco suavemente mi vientre y me alegro de que «mis hijos» no tengan siquiera qué saber de todos estos horrores.

Cuando atestiguo que una madre perdió el control y explota contra un infante, o que sin darse bien cuenta está mostrando más cariño por uno que por otro, o que los llevan al límite del estrés obligándolos a muchas actividades; yo me alegro, me digo: a mí nunca me va a pasar eso, yo jamás les voy a fallar a mis hijos y no puedo hacerles daño.
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Claro, yo jamás voy a sentir la dicha de un beso o un abrazo, la satisfacción de verlo participar en festivales escolares, el orgullo de una graduación, el consuelo de sus manitas cuando me siento triste. No voy a vivir el amor verdadero de su pequeño corazón, ese que sé que no se puede comparar con nada más en todo el mundo. A cambio de que mis hijos jamás, bajo ninguna circunstancia sufran en lo más mínimo por mis decisiones, renuncié a las cosas más bellas de la vida, a las únicas por las que vale la pena, pero de eso se trata ser madre ¿no?

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* María de la Luz Galván Salazar es comunicóloga de ideas revolucionarias en temas sociales y políticos. Ha colaborado en algunos textos colectivos y ha sufrido el robo de créditos de la mayoría de su creación, por lo que es una autora desconocida. Mexicana por nacimiento y por convicción.

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