Sociedad Cronopio

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Metal

SOBRE LA ESCENA DEL METAL

Por Rubén Darío Reyes*

 «Si se pudiera romper y tirar el pasado como el borrador  de una carta o de un libro.»
                                                        Julio Cortázar

El recuerdo y el alcohol me sirven para reconstruir momentos pasados, sensaciones remotas que convierten a este presente eterno en uno menos miserable. Al mismo tiempo, deseo que ese recuerdo no existiera, que no hubiese existido nunca; ni antes ni después, solo arrojarlo en un escupitajo. Pero finalmente, dejo que una ola de alcohol golpee mis sentidos y me ahogue en el pasado.

Por un momento, la realidad se torna distinta, se reviste de matices diferentes al gris y al negro que habitualmente la arropan. Entonces, en medio de una lucida confusión, entre sueños, sensaciones y visiones logro rescatar el movimiento metalero de antes. La «escena» de antes, esa que se alimentaba del afecto y la calidez de los internos vínculos interpersonales; en las noches de conciertos, «parches» y de cualquier evento relacionado con el movimiento del Metal «Underground».

De esos entrañables vínculos, emanaba un sentimiento inabarcable, conocido como «energía». Es cierto que el bombardeo masivo de ideologías, de sensaciones, de nuevos temores, de modelos de conducta a través de las industrias culturales, son los responsables del nacimiento de esa nueva angustia, pero también fueron capaces de hacer desaparecer, en muchos el abatimiento y la pérdida de resistencia que produce la soledad. La energía era el resultado de un ideal adoptado, pero reconocido, de un estilo de vida; extranjero, sí, pero constituyente de una existencia humana. Cada quien, de alguna manera, se adscribía a una ideología, a un sentir, un pensar que les permitía acercarse más. En este estado ebrio, veo esa escena que se definía por una sola razón, la música. Esa escena que poseía y defendía ideales sólidos y radicales, un espíritu común que se identificaba en los distintos géneros musicales; anarquía, muerte y amor eran los temas que les permitía re-crearse y reconocerse en las calles, en los autobuses, en los paraderos, parques y avenidas.

Veo el Metal de antes, los lugares de antes, los vicios de antes, la escena de antes que poco a poco, fue emergiendo del subterráneo donde se generó para instalarse en una atmósfera hostil, falsa que responde más a proyectos mercantiles. La escena cerrada, que aún no había sido penetrada por los innumerables discursos débiles que la dejaron perforada en medio de un desconocido camino. Llega a mí, la escena pasada donde todos se conocían, porque ninguno andaba en la búsqueda de un discurso, su búsqueda iba más allá, que el deseo de encajar o agradar con un disfraz. Se reconocían en la oscuridad, todos hablaban y se entendían; en la escena de hoy  todos hablan y nadie dice nada; todos desean pertenecer a algo, ser lo que no son, dándole así un significado incierto y cambiante a su vida, no representan a nadie, salvo a ellos mismos, van juntos solos entre sí, desligados de cualquier cosa; no asumen ni reconocen ninguna realidad; presos en la incertidumbre. Y aunque este estado los aplaste, sonríen; una máscara tras la cual logran ocultarse y perder su identidad.

Estamos frente a una escena que se muestra igual de sola e incierta que su ciudad, igual de inestable y cambiante. Ambas se muestran en su total ambigüedad y todo cuanto hay en ella pierde su significado; los seres que la habitan nos parecen distintos a lo que ellos creen ser, o defienden pertenecer. Inevitablemente, el hundimiento de ambas seria su recuperación. Es la única manera que se puede concebir una nueva escena, una nueva ciudad, un nuevo mundo.

De nuevo, me sumerjo en ese dulce océano de ron,  hasta llegar a lo más hondo. Me detengo en un abismo y en medio de una angustiosa oscuridad logro entrever su nulidad. No sabemos hasta qué punto puedan (escena y ciudad) seguir siendo penetradas por este mundo global, de ideales foráneos, copias y sentimientos ajenos. La estructura de sus bares le dio un vuelco a la contracultura metalera; los suntuosos diseños europeos crean una inmensa confusión entre ellos. Las nuevas bandas locales, los estudios de grabación underground y los productores, tienden a seguir adoptando ideas ajenas que degeneran y empobrecen la calidad estética de las miserables bandas de metal de hoy.

No cabe la menor duda que, la masificación de los medios audiovisuales, influyó en el decaimiento de la escena local; arrojó un gas pestilente al metal latinoamericano, el cual se fue propagando lentamente en su seno, hasta destruir cualquier intento de oxigenarse, negándole así la posibilidad de un viento nuevo que le permitiera acceder al desafiante mundo de la creación. Mi estado hace preguntarme: si los intereses, tanto de las bandas de hoy como el de los productores son los mismos que el de años atrás ¿Por qué se escucha metal? ¿Qué es lo que lleva a un joven posmoderno a vestir de negro, a llevar cadenas, «cintos», cruces invertidas que cuelgan sobre su cuello y demás accesorios metaleros? ¿Cuál es la ideología, el sentimiento que les suscita escuchar metal?

Lo inquietante es que se sigue pensando el metal como el movimiento inicial que buscaba la consolidación y la definición de un ideal radical e inquebrantable, cuando la verdad es que en los tiempos que corren el Metal, se convirtió en otro de los productos comerciales en el mundo globalizado.

Levanto mi mano, empuño la botella y bebo un gran sorbo. Salgo y me dirijo a una de las tabernas extranjeras de hoy. Entro, me siento en una de las sillas del fondo. Veo todos los rostros bañados de sudor y las miradas extraviadas. Pienso en la escena de antes y sonrío. Luego, solo deseo un trago, no hacer el menor ruido posible y confundirme entre ellos.

Frente a esta imposibilidad de comunicarme, de acomodarme a un vacío, surge la necesidad de rescatar el pasado, de ir construyendo la escena cada vez que pienso en los lugares de antes, los vicios de antes, el amor de antes, el metal de antes. Bebo otro sorbo. El alcohol me permite habitar esa escena extraña, me une con esa irreconciliable realidad y me crea la necesidad de permanecer en un estado excluyente, lejos, una realidad distinta; en la escena de antes. Ante este caos de ideas, de temores, sensaciones, de rostros mojados y miradas perdidas, digo como diría Malcolm Lowry: » la única esperanza es el siguiente trago». Hay quienes afirman que los recuerdos del espíritu permanecen, pero como estos no llegan solos, entonces pienso que Lowry si tenía razón.

Un trago pasa y quema mi tristeza. Me ayuda a mantenerme firme, a permanecer ahí. ¿Existen aún metaleros? Me preguntó alguien en cierta ocasión. Pienso que si. Todavía quedan algunos que han sostenido sus ideales, rechazan la cultura del Metal actual y mantienen en lo profundo de su corazón la llama encendida.    ¡Salud!

La Pestilencia interpreta “Soldado mutilado”. Pulse para ver el video:
[youtube]https://www.youtube.com/watch?v=N78geheuOAg[/youtube]
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*Rubén Darío Reyes es estudiante de Literatura en la Universidad del Valle, Colombia. Poetas, cuentistas, escritor. Ha sido profesor de lengua castellana durante 10 años. Contacto:rubdares211@hotmail.com

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