Sociedad Cronopio

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Niña

LA NIÑA BLANCA DE TEPITO Y LA MORELOS

Por Pedro Humberto Sánchez*

Para Nuria Jerónimo

El culto a la Santa Muerte llegó a la delegación Venustiano Carranza junto con el nuevo milenio. A partir de ese momento Jesucristo, la Virgen de Guadalupe, la Niña Blanca y san Judas Tadeo conforman el imaginario religioso de los habitantes de la colonia Morelos y varias colonias circunvecinas. Este año los devotos de la Niña Blanca conmemoran la primera década de contar con un altar que, pese a estar insertado en una vivienda, se encuentra al alcance de toda persona que camine por la calle de Alfarería. Por todo lo anterior, resulta apropiado realizar un breve recuento del origen, evolución y actualidad del culto a La Flaquita en el barrio de Tepito de la ciudad de México.

Hace diez años el agua bendita cayó por vez primera en el altar de la Santa Muerte, las personas congregadas en la calle de Alfarería —entre Panaderos y Mineros en el corazón de la colonia Morelos—, eran escasas. Algunas de ellas observaban el desarrollo de los acontecimientos desde la esquina de la Casa Blanca (la mítica vecindad que Oscar Lewis llamaba «Casa Grande» y que inmortalizó en su estudio antropológico intitulado Los hijos de Sánchez), con la tranquilidad y anonimato que brinda la lejanía y quizás con la intensión de evitar ser víctimas de la presión social de sus vecinos que los miraban asombrados y se persignaban ante el nicho de la Virgen de Guadalupe que permanecía iluminado por decenas de luces blancas antes de seguir su camino.

Las personas que se encontraban cerca del estrado improvisado escuchaban al sacerdote que en voz alta explicaba el origen prehispánico de la muerte y su relación con los mexicanos, así como los intentos de los representantes de la iglesia por borrarla de las escrituras y de la memoria católica. Un nutrido grupo de personas que rodeaban al padre rezaban de forma devota mirando sus manos entrelazadas; muchos de ellos llevaban dijes de oro con la imagen de la Santa Muerte que descansaba plácidamente sobre sus pechos, algunos sostenían entre sus manos reproducciones a escala y solamente un matrimonio mostraba con orgullo un cuadro en el que se apreciaba a la Santa Muerte vestida con un hábito de color azul eléctrico con un diminuto gorro que permitía ver su cráneo. Entre sus dedos blancos y delgados sostenía una guadaña mientras que su pie derecho se posaba sobre un globo terráqueo. Era la misma imagen que varias veces había observado en los míticos puestos del Mercado de Sonora y que de forma errónea relacionaba con la Muerte Catrina, las alegres calaveras que bailan en una pulquería y muchos otros grabados que después supe que habían sido pintados por José Guadalupe Posadas; el mítico pintor que se dice encontró a la musa de sus grabados en las calles de Tepito.

Alrededor de las 10 de la noche una camioneta se detuvo en Panaderos, instantes después comenzaron a descender varios mariachis afinando sus instrumentos. Detrás de la camioneta llegó un automóvil particular que transportaba varias cazuelas repletas de comida, lentamente emergieron las tostadas de pata y tinga, las tortas de tamal, el atole champurrado, los refrescos en vasitos de plástico, el ponche y el cafecito que impregnaban las palabras del padre. Al concluir la misa el sacerdote continuaba rezando y bendiciendo las reproducciones a escala, medallas y escapularios de la Niña Blanca que le acercaban. Los rezos se incrementaron y después se transformaron en débiles cantos que eran iluminados por la pálida luz de las veladoras. Antes de regresar a mi hogar me acerqué al altar para persignarme y mi asombro fue mayúsculo cuando observé que la Santa Muerte era de tamaño natural y se encontraba vestida de forma elegante y sonreía de forma misteriosa. Mis ojos se perdieron en las cuencas vacías de su cráneo que parecían mirar a las personas que le rezaban mientras que la noche continuaba su curso.

Los rumores y mitos en torno a la Santa Muerte iniciaron cuando se escuchó el amén de su primer rosario: que era una virgen muy buena y milagrosa… que era una diosa azteca que los españoles habían intentado ocultar de nuestros ancestros para evitar actos de herejía y sublevación… que era una poderosa integrante de la Corte Celestial… que era la mano derecha del Maligno… que primero te daba todo cuanto le pidieras pero luego se cobraba arrebatándote a un ser amado… que era el Arcano XIII, ese que no tiene nombre… que era la patrona de los rateros, secuestradores y marihuanos… que era buena y no había nada que temerle… que era tan mala que ni siquiera se debía mirar de frente…

La noche seguía su curso, el aroma de las veladoras se unía con el de la comida, los rezos se confundían con las charlas cada vez más efusivas y temerosas, las personas seguían llegando a la calle de Alfarería que por extraño que parezca seguía estando más bien vacía.

A dos lustros de distancia las cosas han cambiado tanto que incluso podría parecer que en lugar de diez años han pasado treinta. El día de la bendición del altar los feligreses que se congregaron eran vecinos de la colonia (en su mayoría fayuqueros aunque también había obreros, empleados, estudiantes, comerciantes, micro empresarios, muchas amas de casa, niños y varias personas cuya actividad era más bien ilícita y cuya descripción no viene al caso). Ante esos testigos se realizó la primera manifestación pública del culto y el acto litúrgico, que le costó al padre que vertió el agua sagrada el escarnio, la suspensión y la expulsión de la Iglesia Católica Apostólica y Romana. Las cosas han cambiado mucho desde ese místico instante en que esas primeras gotas de agua bendita dieron comienzo a la adoración masiva de la Santa Muerte en la colonia Morelos. Actualmente el culto ha dejado de ser propio del barrio bravo y se ha extendido a lo largo y ancho del Distrito Federal y su zona conurbada.

Cada día primero se realiza en el altar tepiteño un rosario a las cinco de la tarde para darle gracias a la Niña Blanca por las bendiciones, favores, milagros y paros [sic] recibidos. Alrededor de las doce del día comienzan a llegar los devotos (a pie y de rodillas) a las inmediaciones de la calle de Alfarería. Sus pasos son escoltados por decenas de puestos en los que se venden imágenes y accesorios alusivos a La Flaquita.

Los vecinos que antes miraban con desconfianza a los visitantes, ahora ven en ellos a clientes potenciales y hacen negocio vendiendo refrescos, comida, rentando el baño y el lugar para los que llevan automóvil aunque la gran mayoría de ellos se trasladan en microbús y metro. El rosario respeta el canon católico y no es un rito satánico, ni un acto de brujería o magia negra como le han hecho creer a muchas personas. La indumentaria de La Jefa cada mes es distinta y, conforme han transcurrido los años, su altar se ha ido modernizando en su estructura y transformando en un retablo barroco en el que las cadenas, medallas y anillos de oro que lo adornan son las piezas que más llaman la atención. Terminan de conformar el conjunto decenas de puros, varias botellas de licor, innumerables escapularios e imágenes de menor tamaño, dibujos, chocolates, fotos, escapularios, billetes de diferente denominación y nacionalidad, dulces, manzanas y una gran cantidad de objetos que la grey de La Patrona de Tepito le han dejado como muestra de afecto y agradecimiento. Es importante señalar que al altar se le ha añadido un reclinatorio, un área especial en la que los visitantes le pueden dejar encendida sus veladoras y una marquesina.

Cada día primero, conforme transcurren las horas la calle, se va poblando de altares improvisados mientras el aroma del tabaco se funde con el de la marihuana, el espray con el activo, el agua bendita con el ron, el tequila y la cañita. Ese día los devotos del barrio son minoría por lo cual el rosario se realiza entre los devotos de otras latitudes. Es muy común entre los asistentes al rosario hacer un intercambio de objetos (dulces, rosas, manzanas, monedas de chocolate con envoltura dorada, estampitas, veladoras, playeras, etcétera), aunque esta costumbre comienza a diluirse y ese trueque deja su filantrópico objetivo a la mercantilización que siempre surge donde hay congregaciones permanentes de personas.

Hasta hace poco el intercambio (o cambalache) era una de las principales característica del rosario a la Santa Muerte y lo hacía distinto de las peregrinaciones anuales a la Basílica de Guadalupe del día 12 de diciembre. Ese día los vecinos de varias colonias, desde las primeras horas del día hasta la media noche, les ofrecen la «Providencia» a los peregrinos para que su camino sea más agradable. La «Providencia» es el acto samaritano que consiste en regalar comida, bebida, dulces y objetos alusivos a la Morenita del Tepeyac a todos los peregrinos que llegan a visitarla, es muy probable que esta acción deba su gratitud debido a que se realiza cada año; de hecho es común ver a las personas que regalan comida rogarle a los peregrinos para que acepten sus alimentos pues la fila de samaritanos es muy larga.

De forma paulatina el rosario ha ido adquiriendo las particulares de la misa que en honor a san Judas Tadeo se realiza cada día 28 durante todo el año. En esos días cientos de personas vestidas de color blanco y verde con decenas de escapularios, pulseras y con su reproducción del santito en las manos invaden las calles de la ciudad de México para dirigirse principalmente a las iglesias que se encuentran fuera del metro Hidalgo y en la avenida Instituto Politécnico Nacional. Cabe resaltar que en estas jornadas la mayor parte de las cosas son vendidas, casi nadie regala nada, y con ese pretexto un reducido grupo de feligreses del santo de los casos difíciles han creado una forma de «negocio sacro» consistente en pedir dinero para pagar una misa, asistir a ella o para comprarle una veladora a san Judas —no dudo que en muchos casos así sea, pero hay cientos de excepciones que rompen esta noble regla—. Es importante señalar que en fechas recientes en muchas iglesias los feligreses de este santo han comenzado a regalar diversos artículos y comida, lo que representaría una inversión de hábitos. Sin embargo, de momento podemos concluir que entre los peregrinos de la Santa Muerte aún impera el trueque, entre los Guadalupanos la caridad anual de los vecinos con los peregrinos y el comercio (decreciente) por parte de los devotos de san Judas Tadeo.

Regresemos a la calle de Alfarería. Ahora la gran mayoría de las personas que acuden al rosario son de escasos recursos y viven fuera de la colonia Morelos, el número de drogadictos y alcohólicos que buscan un refugio a sus adicciones en el acto religioso va en aumento, por dicha razón el consumo de marihuana, activo y alcohol se ha incrementado de forma considerable en el transcurso del rosario, y las inmediaciones del altar se han transformado en una zona de tolerancia pese a los esfuerzos que los cuidadores de la Niña Blanca han hecho para erradicar su consumo. Pese a ese consumo ilícito mes a mes los altares siguen multiplicándose a lo largo de la calle, todos ellos son muy bonitos sin importar que su Santa Muerte mida 10 centímetros, o que se trate de una reproducción de tamaño natural.

Cada mes con una puntualidad envidiable la misa inicia a las cinco de la tarde con una petición a Dios Todopoderoso para que permita invocar a la Santa Muerte, una vez que esto sucede se inician las plegarias: por los que se encuentran enfermos, en la cárcel, fuera del país, por los difuntos, los desempleados, por los enemigos… y claro; por los familiares, amigos y seres amados. Antes de concluir el rosario, el padre invita a todos los que deseen bendecir sus imágenes a levantarlas al cielo, una vez que esto termina se hace una «cadena de fuerza», para ello los presentes deben tomarse de las manos, inclinar la cabeza y en silencio hacen sus peticiones, una vez que termina la cadena se sueltan las manos y, como hace diez años, los mariachis vuelven a cantar cuando el acto religioso concluye.

Resulta interesante ver que la Santa Muerte, san Judas Tadeo y la virgen de Guadalupe se disputan de manera pacífica la hegemonía religiosa en la colonia Morelos y sus inmediaciones (entre ellas el barrio de Tepito que se ubica físicamente en la colonia referida). Sin embargo, desde hace tres años la Santería ha comenzado a ganar adeptos, y cada vez es más común encontrar en las calles personas vestidas de blanco con el cráneo rapado cubierto con un pañuelo del mismo color y varias pulseras cubriendo sus muñecas mientras que los collares hacen lo propio en su cuello. Incluso en los puestos del barrio bravo se ha incrementado el número de comerciantes que venden imágenes y reproducciones de santos y se ha vuelto cotidiano encontrar gallinas carbonizadas rodeadas de monedas en las calles menos transitadas. Resulta raro imaginar (que no imposible) a las personas saliendo de su casa en la madrugada para quemar a esos pobres animales y sobre todo no alcanzamos a concebir qué fin o simbolismo tengan. Cabe resaltar que estos actos se relacionan con la Santería porque comenzaron a manifestarse a la par de su popularización.

Es muy probable que la Santería se convierta en la cuarta opción religiosa en la colonia Morelos, de hecho nada habría de extraño en ello ya que desde siempre ahí se ha estado preparando el escenario para su arribo. La colonia Morelos en general, y el barrio de Tepito en particular, son de los más grandes consumidores de música tropical en México y el mundo. En muchos temas de este género musical se hace referencia a los Santos cubanos. Resultaría una tarea larga e interminable el mencionar a todos los artistas que los interpretan, pero una primera lista de ellos por fuerza incluye a la Sonora Matancera, Celina y Reutilo y Eddie Palmieri.

El culto a la Santa Muerte en la Morelos ha sido objeto de devoción, miedo, curiosidad y estudio. Cada vez son más las novelas, cuentos y ensayos (con variados y contrastantes niveles de calidad), revistas, reportajes periodísticos, cortometrajes, mesas de debate, publicaciones de artistas visuales, y las entrevistas a doña Enriqueta Romero (Quetita) cuidadora del altar son una constante. El culto a la Niña Blanca está muy lejos de ser una evocación al demonio y quizás su mala fama sea obra de algunos vecinos, escritores y periodistas que han tratado de ver en la Santa Muerte algo que es opuesto a ella.

Tal vez lo único siniestro que se puede encontrar en su culto sean los ojos inyectados de sangre de las personas que tienen varios elementos tóxicos circulando en su cuerpo. Tal vez el temor a la Niña se deba en gran parte a que su imagen ha cambiado de forma radical hasta el grado de que ahora resulta difícil relacionarla con lo que les he referido líneas arriba; ahora tiene alas, cuernos, está sentada rodeada de estrellas de seis picos, su hábito es negro y de las oquedades de su cráneo salen rayos y un muy largo etcétera. Pese a la mala fama que en ocasiones acompaña el culto a la Niña Blanca, es importante mencionar que no es un cónclave de rateros, sicarios, secuestradores, narcotraficantes, chulos, trabajadoras sexuales, homosexuales, viciosos, y mal vivientes. En todas las religiones y cultos existen personas que pueden ser señaladas como no gratas, aunque ser grato o no depende de la perspectiva en que se mire y es una cuestión que debe ser discutida aparte.

Las personas que se reúnen mes a mes en el rosario han encontrado una forma de identificarse y tal vez de convivir. La religión, al final de cuentas, es una forma de ayuda, una creencia que le permite a las personas seguir viviendo y resistiendo en este cada vez mas caótico mundo. En pocas palabras la religión funciona como un cohesionador social. Ante el panorama descrito y su constante evolución, tal vez les resulte difícil creer que durante los rosarios no se presentan actos de violencia, y ese simple hecho resulta una gran bendición en la ciudad de México.

Desde hace diez años la Santa Muerte (La Niña Blanca, La Jefa, La Flaquita, La Santa, La Patrona de Tepito) me ha permitido visitar su altar y ser testigo de todo lo que les he contado. Antes de concluir, deseo manifestar mi objetividad como cronista, y señalar que la deferencia que tengo hacia este culto la hago extensiva para todas las religiones que existen en el mundo.

“La Santa Muerte”. Cortesía de Relatos de ultratumba”. Pulse para ver el vídeo:
[youtube]https://www.youtube.com/watch?v=iN9skFg3_iE[/youtube]

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* Pedro Humberto Sánchez Pérez (Ciudad de México, 1977) es licenciado en Ciencia Política de la Universidad Autónoma Metropolitana, Unidad Iztapalapa. Es periodista freelace y escritor autodidacta. Ha escrito cuentos y crónicas que reflejen la forma de ser y pensar de la ciudad de México, en especial del barrio de Tepito, de donde es originario. Algunos cuentos suyos pueden leerse en: https://www.palabrasmalditas.net/portada/infierno/920-historias-de-locura-ordinaria/891-a-la-salida.html

El autor agradece el apoyo entrañable de doña Enriqueta Romero «Quetita» y los puntuales comentarios a la primera versión del presente texto de don Alfonso Hernández del Centro de Estudios Tepiteños (CETEPIS). Las fotorgrafías de este artículo también son del autor.

2 COMENTARIOS

  1. Fe de erratas:

    Agradezco el espacio a la banda de Cronopio, pero honor a quien honor merece. Originalmente el texto incluía una fotos de mi autoría, mismas que fueron eliminadas en la edición, por ello tanto el video como las fotos son idea de mis editores.

    Sin más por el momento les dejo un fuerte abrazo.

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