Cronopio Leído

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VIAJANDO CON UN MICROSCOPIO Y UN OJO.

(O de cómo 365 fragmentos de nada son muchas cosas)

Por Memo Ánjel*

«La mitad del tiempo veo cosas que no recuerdo».
(Saúl Álvarez Lara. 365 fragmentos de nada).
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EL FRAGMENTO

Decimos que existe la vida, que todo está unido y nada anda suelto, que somos una totalidad en un planeta que apenas es un punto azul (como dijo Carl Sagan) que cabe en apenas un rayo de luz. Y si bien esto de la totalidad es una certeza (hacemos parte de un ser completo, sin fisuras ni posibilidad de movimiento, como dijo Parménides), también es cierto que un gran total es imposible de leer si no se asume parte por parte, diseccionándolo igual que a una rana, un pulpo o una naranja. Uno de los problemas de D’s es que es uno, total, omnipresente, y por esto no se lo concibe más que como creador, pero sin saber quién es él, a menos que se le atribuyan adjetivos que le otorguen alguna manifestación subjetiva.

Si lo anterior lo aplicamos a la vida, es claro que esta existe, pero de acuerdo a un sinnúmero de variedades de seres que coincidiendo en algunas partes (no en los tamaños), se mantienen en un hábitat que depende de cercanías y lejanías y manifestándose en formas distintas para poder ser clasificados, definidos, medidos, pesados, y así diferenciados por agarre, textura y velocidad de desplazamiento, a más de manifestarse de acuerdo a las radiaciones del Sol y a los cambios de la Luna. En otras palabras, la vida existe fragmentada para entenderla y unida para que sea ella y no otra cosa.

Los seres humanos (que unos son humanos y otros no, mejor sería clasificarlos como homínidos variables), están en la vida, pero lo que perciben es su vida propia y por ello existen otros y eso que llaman alteridad, todo dependiendo de quién la mire y el estado físico y emocional que tenga. En términos kafkianos, uno es lo que le pasa en el presente (lo que le está pasando) y su historia, clase y capacidades son apenas elementos simples que no definen nada al momento en que doy un traspiés y caigo a la acera, o cuando beso a alguien y a lo lejos suena un disparo. Así, no somos una resultante sino un momento. Ya lo decía Proust, no añoramos los lugares conocidos sino los momentos vividos en ellos. De esta manera somos más tiempo que sitio, momento que otra cosa. Fernando González fue más preciso que Kafka. En su Libro de los viajes y las presencias, determina la vida como un andando y, en este no parar, van sucediendo cosas, presencias, todas al azar porque así todo haya sido previsto, de repente se da una situación que le proporción un matiz diferente (el presente inevitable) y entonces nada se repite ni se calcula, sino que hay un algo, como en la pintura, que marca la luz difícil, esa última pincelada en blanco que ilumina más o menos o se tira en todo. Andando, somos las presencias que tengamos y en esto se nos va la vida, en andar y presenciar (en un andando y presenciando, que es el único presente que tenemos con certeza de que estamos vivos).

Los homínidos (no sé si los humanoides lleven un disco duro que les almacene cada acción, supongo que sí), damos cuenta de nosotros desde el nacer hasta el morir y en esto nos diferenciamos de la naturaleza, que no sabe si cambia o no, o al menos esto es lo que se presume. Y en esto de dar cuenta del episodio vivido, sumamos fragmentos: espacios, emociones, personas, sustos, sueños vanos, aceleres, bajones, etc. Y si tomáramos a cien personas para que den cuenta de ellas, tendríamos cien vidas y miles de fragmentos. Y así, a más gente, más fragmentaciones, tantas que puestas sobre un papel no cabrían en la tierra, cubrirían los cielos y al final seríamos materia oscura imposible de determinar por cualquier computadora accionada desde alguna galaxia. Somos tantos en fragmentos, que la Tierra debe haberse multiplicado por N, lo que incluye que esté desbordada, perdida o tragada por algún agujero negro.

LA NADA

La nada, como nada, es una masa que contiene materia oscura, no clasificada ni entendida. Esto lo tienen claro los físicos, que saben que cualquier espacio está lleno, aun aquel certificado como vacío y por el que caen a igual velocidad una piedra y una pluma. Y pasa igual con el olvido, el desprecio y la rutina, que en sus vacíos es donde guardan más cosas y hechos, y que, aunque no afloren, están ahí y no en estado de quietud sino moviéndose por todos lados y en medio de la incertidumbre, como los cuantos de energía. De aquí que el Limbo, que sería una nada (aunque se sabe que es el umbral entre el borde de una hoja y el espacio exterior), esté habitado por almas que ni pesan, ni tienen medida ni ocupan espacio, pero se mueven y al moverse generan fragmentaciones, sea de tiempo o almáticas, propias de las almas. Y en ese Limbo, que quizá sea la frontera entre el cielo y el infierno, entre la verdad y la mentira, entre lo que hubo y hay, aparece la ciudad mutante, desordenada, que es en una parte y se niega en otra. Y como la ciudad es límbica (desprecios, olvidos rutinas) en los espacios menos vistos, la vida se manifiesta pariendo. Pariendo, cosas que a los de Uqbar (según Jorge Luis Borges) los escandalizaba, pues nada hay más asqueroso (según ellos, los uqbaritas) que la cópula y la escritura, ambas multiplicadoras de seres.

En la nada urbana, donde proliferan los espacios no vistos o apenas percibidos, los saltados y dejados a un lado, esos que carecen de sitio y tiempo porque vamos acelerados, pensando en otra cosa y sin preguntarnos por qué caminamos o vemos, olemos o gustamos (son muy pocas las conversaciones acerca del tocar o del hablar), los elementos hablan y hacen posible que la tabla periódica sea una certeza en gafas, zapatos, carteras, asientos, micrófonos, material de ventanas, gases, mochilas lapiceros, sándwiches, botellas, colores, pisos, líneas de pintura, termómetros, relojes, rouge de labios, plumas, rieles, bombillas, partículas de contaminación, vasos, libros, etc. Sin la tabla periódica de los elementos no existiría nada, ¿pero a quién le importa esa tabla de letras y números en amasijo? Tal vez a un químico, que no la usa toda (Primo Levi comparó a su familia con los elementos de esta tabla) o a un escritor que, en lugar de imaginar una historia, opta por salir y encontrarse con muchas historias, todas distintas, porque el día fue otro, el lugar otro, la sensación otra, los vecinos otros, incluso pensaba en otras cosas cuando aparecieron esas de las que tomó nota y entonces la ciudad apareció desde lo microscópico que puede significar un detalle, una acción, una mirada, un paso adelante, un frenazo, un agacharse o una angustia que se queda pegada entre el paladar y los dientes. Y lo que era nada o se creía que allí nada pasaba, comienza a existir y a dar prueba de ello a partir de la observación y su recipiente seguro, las palabras, que son la memoria, el inventario, la direccionalidad y el rastro de que existimos, palabra esta que se puede usar en presente o en pasado.

SAÚL ÁLVAREZ Y SUS 365 FRAGMENTOS DE NADA

Según los promotores de la Inteligencia Artificial, ya el mundo está descubierto. Los espacios, los objetos, las enfermedades, los síndromes, los delitos, las operaciones financieras, los alfabetos, los seres imaginarios, todo está debidamente clasificado y los programadores lo usan para dar sensación de vida a los robots que construyen. Y si algo faltara, ya está previsto (para eso son las prospectivas), pues todo cabe en 10 números, 26 sonidos, la línea recta y la curva, y en la millonésima de un segundo que sería el inicio y el final del tiempo. Lo inusitado, al enfrentarlo con los satélites y las computadoras enormes (eso que llamamos la nube), los nanorobots, en fin, con todo ese andamiaje tecnológico, sería puesto en orden y entraría en códices e índices. Desde el control, ya estamos controlados. Pero, a pesar de todas estas utopías que generarían un mundo distópico, las máquinas solo leen lo que le ingresan sus programadores (conocimientos, rutinas, resultados previstos). Y de lo que habla Saúl Álvarez en su libro, las máquinas no sabrían nada, así y una memorice el texto, pues lo que expone el escritor es la movilidad de los espacios-nada, la gente-nada y el tiempo-nada. Y esto de andar por ahí relacionando asuntos sin importancia (aunque en el momento narrado son lo más importante), da cuenta de un mundo contemporáneo plagado de acciones automáticas, sensaciones frías, dislocaciones (sin conciencia del lugar), tiempos mínimos, objetos que nos acompañan sin que nos demos cuenta, miradas que nos descubren por un segundo y después nos reemplazan con olvidos o mezclados con otra cosa o algún aviso publicitario. Y en todo esto de nadas que siguen una a otras, los 365 fragmentos, cada uno con los propios adentro.

El escritor español Antonio Muñoz Molina escribió un libro titulado Un andar solitario entre la gente, dando cuenta de lo que le pasaba a él mientras iba por una calle, montaba en metro o se comía algo, leía avisos y titulares o simplemente cerraba los ojos tratando de recordar. No pasa así con Saúl Álvarez, que más parece un testigo invisible de lo que les pasa a otros que, como han convertido en nada al escritor, se dan a sus fragmentos de vida con las mismas ansias de llegar a una fiesta o tirarse a una cama o bañarse, pero pasando desapercibidos entre ellos mismos. Incluso cuando Saúl los enfrenta, se desvían y ponen ante él la nada, lo que obliga al escritor a recurrir a los libros leídos y a los autores de estos libros para que sean algo, guías de hotel, certificadores, lo que sea. Y así aparecen Carver y Vila Matas, Norah Barnacle (la pornografiada mujer de Joyce) y Henry Miller e incluso pintores como Edward Hopper, que pintaron espacios con nadas intensas, como ciertamente parece que es el espíritu norteamericano, demasiado práctico para enterarse de lo mínimo que pasa.

En la década de los 70-80 Georges Perec escribía Yo me acuerdo: las cosas comunes. Ya en el 2018, Saúl Álvarez construye, para recordar, lo que se esconde en las cosas comunes. En esas nadas continuas que necesitan de un microscopio y un ojo para que no sean de microscópicas ni ópticas sino otra cosa: perderse en un hotel por ejemplo, sin que el hotel exista.

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* Memo Ánjel (José Guillermo Ánjel R.), Ph.D. en Filosofía, Comunicador social-periodista, profesor de la Universidad Pontificia Bolivariana (Medellín-Colombia) y escritor. Libros traducidos al alemán: Das meschuggene Jahr, Das Fenster zum Meer, Geschichten vom Fenstersims. En la actualidad se está traduciendo Mindeles Liebe.

 

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