Sociedad Cronopio

1
331

Filipi

PERMANENCIA Y PROYECCIÓN DEL ESPAÑOL EN FILIPINAS EN EL SIGLO XXI

Por David Sánchez Jiménez*

El legado hispánico de Filipinas pone en relación a este país asiático con el pasado común de las naciones hispanoamericanas. Esto es debido a sus particularidades históricas, aunque en este país la hispanización no llegara a realizarse del modo que aconteció en el continente americano. A pesar de ello, es innegable la influencia de las tradiciones y las costumbres hispanas en la identidad filipina actual, tanto así como en su lengua materna. Los diversos rasgos distintivos que han configurado la personalidad del pueblo filipino han calado en la sociedad a lo largo de los siglos por medio de la lengua, las costumbres, las festividades, la arquitectura o la gastronomía. Aunque muchas de estas tradiciones vinculan el archipiélago con Hispanoamérica, sin embargo, la convivencia con otras culturas orientales próximas, especialmente la china, dejaron una impronta cultural bien marcada en la sociedad, pero no tan acusada como en el caso de Japón, Malasia, Tailandia, Vietnam o Singapur. Por otra parte, el contacto con los Estados Unidos desde finales del siglo XIX, promueve nuevas fuerzas disgregadoras con los países de habla hispana en la realidad presente.

A pesar de las citadas influencias, esta simbiosis cultural con lo hispano ha dejado su poso en las lenguas mayoritarias del país, en el tagalo, el bisaya, el chabacano, el ilocano o el waray. Asimismo, la herencia lingüística es todavía evidente en la toponimia, la antroponimia y en los préstamos lingüísticos del español alojados en las principales lenguas y dialectos del archipiélago, pues tuvo una gran repercusión en la formación de estas tanto en el plano léxico como en el morfosintáctico y en el fonológico (véase Quilis, 1992). No se ha de olvidar que por más de tres siglos el español sirvió de lingua franca en la que se comunicaba la población de las distintas islas, disfrutando de la condición de oficialidad hasta ya bien entrado el siglo XX. Pese a ello, la hispanización sufrió un revés decisivo con la ocupación del archipiélago por parte de los Estados Unidos en 1898, cuando el español dejó de ser la lengua oficial del país para casi desaparecer, conservada en la actualidad como la lengua extranjera que estudian los filipinos por motivos laborales, por su repercusión en el mercado internacional como lengua de comunicación y como instrumento de acceso a los textos clásicos de la historia y la cultura filipina escritos en español.

El proceso histórico que lleva a esta situación comienza con el desembarco de Fernando de Magallanes en 1521 en Filipinas, con la hispanización de estas islas como una de las preocupaciones principales de la Corona desde sus inicios. Sin embargo, la otra gran misión, la evangelización de los nativos de las nuevas tierras exploradas, requería unas condiciones específicas que marginaban dicha hispanización en pro de la predicación de la fe católica. Ambas misiones fueron llevadas a cabo principalmente por los religiosos de las diversas órdenes llegadas a las islas, especialmente franciscanos y agustinos, los cuales se encontraron con múltiples dificultades que debieron afrontar de manera decidida en una zona geográfica que se extendía en unos 300.000 km² repartidos en 7.083 islas e islotes. En estos territorios las etnias, las formas de gobierno, las lenguas y las religiones halladas resultaban de lo más dispares, hecho que dificultó sobremanera la unificación de los pueblos y su gobierno, así como la extensión de una lengua única de comunicación entre todos ellos. Es por este motivo que los misioneros decidieron realizar la evangelización en las lenguas vernáculas, pues los religiosos pretendían agilizar de esta forma el proceso de evangelización, como también sucedió en el continente americano. De este modo, este hecho afecta a todas las colonias españolas, cuya consecuencia principal fue la expansión de las lenguas indígenas más generales, por lo que en América se difunde el náhuatl, chibcha, quechua y guaraní en detrimento del castellano, y lo mismo sucedería en Filipinas, donde se traslada el modelo americano por ser un territorio que dependía administrativamente del Virreinato de Nueva España (Quilis, 1992).

Sin embargo, la decisión de los religiosos de predicar en las lenguas vernáculas contravenía las exigencias de la Corona, que se repetía en las diferentes leyes promulgadas por los sucesivos monarcas que llegaban desde España, las cuales no sirvieron para fomentar la enseñanza del español en las islas a pesar de su insistencia en que el lenguaje religioso debía ser transmitido en lengua castellana (Sánchez Jiménez, 2008). Los religiosos se habían excusado de esta responsabilidad por la labor prioritaria que suponía evangelizar a los nativos, por lo que hasta el gobierno de Isabel II no se instauró una verdadera política dirigida a la enseñanza del español en el archipiélago. Esto sucedió a partir del Real Decreto del 20 de diciembre de 1863, por el cual se imponía que la enseñanza fuera dirigida y controlada por el gobierno, para lo que se emplearía un mayor número de maestros laicos formados específicamente para esta labor, aunque la Compañía de Jesús seguía teniendo un papel prioritario en la formación de maestros y en la ejecución de este decreto (García Louapre, 1990; Colomé, 2000). Además de esto, se ordenaba la creación de escuelas primarias públicas en todos los pueblos y ciudades de Filipinas para niños de entre 6 y 14 años y la construcción de Escuelas Normales para la formación de maestros y ayudantes con el fin de facilitar el acceso de la educación en español a la gran mayoría de la población de forma gratuita (García Louapre, 1990). Junto a la creación de esta estructura educativa, es destacable también la apertura de centros de enseñanza superior, la Universidad de Santo Tomás en 1645, la Real de San Felipe en 1707 y el Ateneo Municipal, así como la introducción de la imprenta desde 1593, que acogió la publicación de materiales didácticos para las escuelas y una dinámica actividad editorial que cuajó en las más de sesenta publicaciones de diarios y revistas que existían a finales del siglo XIX escritas en español. Todas estas medidas eran supervisadas y regularizadas por el gobierno de España a través de las juntas de inspección de la Comisión Superior de Instrucción primaria.

A pesar de todos estos esfuerzos, el español no se extendió entre la mayoría de la población, a diferencia de lo que ocurrió en América, debido principalmente a la mayor presencia humana del contingente español en estas tierras, que supuso un fuerte impulso para el mestizaje con los pueblos americanos, lo que permitió una extensión natural de la lengua a generaciones postreras. Rosenblat (1971) refería como la colonización del Nuevo Mundo fue posible gracias a la formación de una dinámica generación de mestizos, quienes participaron activamente en la población de nuevas tierras y que sirvieron de puente de unión con los habitantes indígenas. Esta carencia de pobladores hispanos en las Filipinas fue debida a la distancia con respecto a España y la dureza que suponía realizar este viaje (Quilis, 1992), así como por el escaso atractivo económico que representaban estas tierras para el interés de los ciudadanos peninsulares (García Louapre, 1990). En este sentido, uno de los rasgos que diferenciaban a Filipinas de otros países de Hispanoamérica es que allí la población española iba a quedarse mientras que a las islas del sudeste asiático llegaban por estancias cortas para beneficiarse de las oportunidades económicas que ofrecía el país (Rodao, 2004; 2005). Por ello, solo un reducido número de residentes propició la permanencia de España en Filipinas por más de 300 años. Es por este motivo que, en muchos lugares, como testimonia Colomé (2000), existía una mínima representación española formada por dos hombres, el alcalde o el sacerdote, al contrario de lo que sucedía en las ciudades más pobladas, donde podían encontrarse hasta unos 200 españoles y donde el castellano era la lengua en la que se comunicaban hasta un 50% de sus habitantes.

Si tenemos en cuenta que a principios del siglo XIX sólo 6 de cada 10.000 habitantes eran españoles (Colomé, 2000), resulta extraño que esta insignificante cifra pudiera mantener la presencia hispana en las islas, de no haber sido sostenida mediante un común acuerdo de convivencia pacífica y de intercambio mutuo. Esto ocurrió, en parte, a causa de que la colonización española en Filipinas fue relativamente pacífica y a que primó un espíritu de convivencia desde los primeros años de la ocupación (Bourne, 1902; Molina Memije, 1984; 1998a; Rodao, 1998a; Colome, 2000; Ruescas 2009).

No obstante, la ocupación española trasladó a las islas los avances de la civilización occidental, como el arado, la rueda, el regadío o la unificación política (fundación de pueblos y ciudades), el sistema administrativo y judicial, la religión católica, los primeros hospitales y universidades en Asia y el primer sistema de educación público en Filipinas (Ruescas, 2009). Todos estos factores propiciaron la dinamización de la economía y de las infraestructuras en las islas. El español se estableció entonces como lingua franca en todo el territorio y fue el medio más útil para unificar y organizar administrativamente el país a lo largo de las más de siete mil islas. Por todo ello, en opinión de Ortiz Armengol (1990) y Colomé (2000), la filipina era durante este periodo la sociedad asiática más avanzada en todos los órdenes: social, administrativo, político y económico.

Existen dos hechos documentados que reflejan esta hermandad entre ambas culturas en la primera etapa de la colonización. Uno de ellos fue el de la compañía filipina en las batallas desarrolladas para repeler los ataques de portugueses, holandeses e ingleses durante la ocupación española, combates en los que filipinos y españoles lucharon en el mismo bando para defender un proyecto común. El segundo hecho se relaciona con el reconocimiento de la soberanía española sobre las islas en tiempos de Felipe II mediante renovados plebiscitos. Mediante este acuerdo, se gobernaba a los habitantes del archipiélago en igualdad de condiciones jurídicas con respecto a los demás territorios del imperio español, que se distribuía en provincias, por lo que se consideraban estas islas como parte integrante de la Corona (Molina Memije, 1984; 2003). La política ultramarina de los Austrias comenzó con el plebiscito de 1598-1600 y durante muchos años mantuvo su vigencia, hasta la llegada de los Borbones en el siglo XVIII. El gobierno de los Borbones, más proteccionista con lo español, supuso un nuevo rumbo para los territorios anexados, y abrió una fisura en el clima de conciliación provocada por medidas tan radicales como el cambio de consideración de los nuevos territorios conquistados de provincia a colonia, acompañada de medidas punitivas y subidas de impuestos que modificaban la relación con los habitantes nativos de estas tierras, a quienes se privaba de muchos de los derechos que les habían sido concedidos siglos atrás. Incluso se retiró la institución que regulaba y velaba por los derechos de los habitantes de las colonias españolas, el Consejo de Indias. Con el cambio de estatus de Filipinas de provincia a colonia, finalizó también la fórmula integradora que habían llevado a cabo los Austrias en las islas, hecho que produjo un fuerte desencanto entre la población. Como consecuencia, esta nueva legislación llegó a producir una escisión irreparable con la población filipina que cristalizó en la lucha armada de la Revolución Filipina por la independencia política de España (Colomé, 2000a; Molina Memije, 2003).

Si bien la convivencia hispano-filipina se había roto en el siglo XIX hasta convertirse en una cadena para el país asiático, esta relación toca a su fin definitivamente con la entrada en escena de los Estados Unidos de Norteamérica en el Pacífico. Tras destruir la flota española en la bahía de Manila, los norteamericanos concedieron a los filipinos el reconocimiento de su Independencia el 12 de junio de 1898, proclamándose la Primera República Filipina el 23 de enero de 1899 con la Constitución de Malolos, y Emilio Aguinaldo se convertiría en su primer presidente. Sin embargo, cuando Aguinaldo proclamó la primera república en Asia no podía imaginar que al poco tiempo, apenas dos meses después de la firma del Tratado de París por el que España cedía la soberanía de Filipinas a los Estados Unidos, el 10 diciembre de 1898, comenzaba la Guerra filipino-americana, el 4 febrero de 1899.

Con la ocupación norteamericana de las islas se produjo también una progresiva deshispanización, mediante la cual el nuevo gobierno trató de borrar toda huella del pasado hispano que aún resistió hasta los años 40 del siglo XX. Montoya (2003) afirma que fue este proceso de deshispanización la causa de que no perviviera la lengua española tras haber conquistado el pueblo filipino la soñada Independencia, como ocurriera en Hispanoamérica. Como comenta López Morales (2005) a este respecto, el impulso del español en aquellas tierras es obra del siglo XIX y XX, porque los fundadores de las nuevas repúblicas decidieron que fuera el español la única lengua en los antiguos territorios del imperio español en América, y este proceso, aunque se comenzó en Filipinas con la redacción en español de la Constitución de Malolos y el himno de Palma, se vio interrumpida por el ímpetu imperialista de los Estados Unidos. En este sentido, refiere García Louapre (1990: 285) que «si el ataque norteamericano en la bahía de Cavite, en 1898, no hubiese arrebatado las Islas Filipinas a España, arrancando el habla castellana, para reemplazarla por el inglés, el español hubiese sido realmente la lengua nacional, sólo o con el tagalo».

Para otros autores (García Louapre, 1990; Quilis, 1992; Colomé, 2000; Rodao, 2005; Rodríguez-Ponga, 2009) la razón de que el uso del español no se generalizara en Filipinas fue acompañada por otra serie de factores. Principalmente coinciden en señalar entre ellos el de la baja población hispana en el archipiélago, que aunque llegó a ser significativa en las ciudades, nunca se extendió a los pueblos. Por otra parte, la agresiva política lingüística de los Estados Unidos, consistente en la marginación y el desprestigio de la lengua española y la implantación obligatoria de la inglesa, sin duda, dañó sustancialmente la presencia del español en Filipinas. Los colonizadores norteamericanos se encargaron de escindir los pocos lazos aún tendidos entre ambos países y de apuntillarlos al evidenciar el manifiesto desinterés de la metrópoli por el país asiático. Para ello, se dedicó profusamente a una labor combativa que desterrara todo resto de hispanidad en las islas, para imponer su estructura propia y su característica forma de ser.

Es en esta primera etapa norteamericana cuando se produce una persecución sin tregua hacia todo lo hispánico en Filipinas, que tendrá consecuencias visibles en todos los órdenes (Rodao, 1998b). El despliegue estadounidense en Filipinas de profesores y soldados que pudieran enseñar el inglés fue ingente. Estados Unidos aprovechó la infraestructura de las escuelas creadas por los españoles y gastó sumas millonarias en construir otras nuevas. Establecieron primero la enseñanza del inglés en unas 1.000 escuelas con más de 100.000 escolares entre niños y adultos, donde la lengua de instrucción era el inglés, en sustitución del español, que sería definitivamente prohibido en la enseñanza reglada durante los años 20. Como consecuencia de esta política, en 1903, en una población superior a 7.500.000 personas, había menos de 800.000 hispanohablantes que tuvieran más de 10 años. En 1918 el número de filipinos que hablaba inglés era de 896.258, y el de español 757.463. En 1939 esta cantidad había descendido a la mitad, casi 417.375, lo que suponía que sólo un 2.6% de la población era de hispanohablantes. Así, Rodríguez-Ponga (2003) advierte a la luz de estos datos que no sólo hubo una imposición del inglés, ya que la política lingüística de los Estados Unidos no se conformaba con esto, sino que iba aún más lejos, a lo que este autor se refiere como una auténtica persecución del español en todos los ámbitos.

Esta demolición estadounidense del pasado español se evidencia en lo que algunos autores (Gómez Rivera, 2000, 2008; Yarza Rovira, 2001; Montoya, 2003) han dado en llamar los dos «genocidios» de lo hispano en Filipinas, es decir, la destrucción del legado arquitectónico y cultural español. El primero se produjo durante la guerra filipino-americana. Gómez Rivera (2008) ratifica la cifra dada por Montoya (2003) de la desaparición de una séptima parte de la población en esta guerra, de los cuales la gran mayoría fueron hispanohablantes, que eran los mismos que habían luchado contra los españoles por la independencia en la Revolución Filipina. Pero este ataque intencionado contra la población hispana fue sólo un anticipo de lo que sucedería durante la Segunda Guerra Mundial en el cerco a los invasores japoneses en su retirada, en el llamado segundo genocidio. Los ciudadanos hispanofilipinos se refugiaron en el casco histórico, en las zonas de Intramuros y Ermita, donde se encontraba el legado español, un patrimonio histórico de edificios, iglesias y catedrales construidos en piedra que quedó reducido a escombros por el bombardeo indiscriminado de las fuerzas estadounidenses.

A pesar de estos sucesos, en las primeras décadas de la conquista norteamericana, los hispanofilipinos utilizaban la lengua española como un elemento de lucha contra la transculturalización que trataba de imponer el nuevo gobierno invasor, también por el prestigio de la superioridad cultural que representaba la cultura española sobre la de los Estados Unidos (Rodao, 1996). No obstante, se emparentaba con la tradición clásica europea, por lo que los filipinos que la conocían, la anteponían a la de los americanos, a la que miraban con desdén. Además de esta prioridad cultural, la herencia hispana servía todavía para unificar a las distintas islas de tagalos, visayas, ilocanos, etc., y el español se mantenía vigoroso en los ámbitos de la administración, el derecho y en las transacciones comerciales, frente a la nueva invasión colonial representada por los norteamericanos y frente a lo regional que encarnaban las distintas culturas nativas (Rodao, 2002).

No obstante, Filipinas era un país que había sido «inventado» por la administración española (Rodao, 1996), por lo que se mantuvo en una buena posición social durante las cuatro décadas posteriores a la Revolución Filipina como lingua franca en la que se entendía el conjunto de la nación. También en la historia de la literatura filipina escrita en español se identifica una Edad de Oro en las letras filhispanas durante los años 20, paralela a la Edad de Plata de España, siendo la el español lengua de cultura en Manila hasta la Segunda Guerra Mundial. Tanto el sistema judicial como la Iglesia Católica lo conservaban, así como las élites de las pequeñas capitales, éstas últimas con el fin de asimilarse a Manila y para diferenciarse del resto de filipinos. La vitalidad con que contaban las publicaciones periódicas escritas en español aportan otro dato a tener en cuenta, pues antes de la Segunda Guerra Mundial sus ventas llegaban a los 80.000 periódicos (Rodao, 1996).

Esto era así debido a que la identidad hispana se había desarrollado mucho más allá de la propia comunidad hispana y sobrevivía en el archipiélago con el impulso de la comunidad filipina. Como defendía Recto, el hispanismo es algo propio de los filipinos y fue conservado en las islas con independencia de España, pues tenían asuntos propios que tratar y preocupaciones distintas a las de nación española. Así la situación, se puede decir que «lo español empezó a caminar por su propio pie en Filipinas» (Rodao, 1998a: 131), siendo el hispanismo impulsado desde el propio archipiélago con la organización de charlas, lecturas, exhibiciones artísticas, conferencias, etc. Se invitó a las islas a participar en estas actividades con dinero autóctono a personalidades de renombre en la época tales como Camilo Barcia, Federico García Sanchíz, Conrado Blanco o Vicente Blasco Ibáñez (Rodao, 2003).
(Continua página 2 – link más abajo)

1 COMENTARIO

DEJA UNA RESPUESTA

Por favor ingrese su comentario!
Por favor ingrese su nombre aquí

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.