Taller de escritura del Parque Biblioteca San Antonio de Prado

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cronica de viaje

CRÓNICA DE VIAJE: LA CIUDAD MÁGICA

Por Edison Escobar Estrada*

LA ASESORÍA DE DON JORGE

Nunca antes alguien me había tratado tan mal, como ese día en aquel cuarto del aeropuerto internacional de Miami. Me llegué a sentir hasta culpable sin serlo, por el simplemente hecho de ser un hombre de edad promedio que viajaba solo, con ciudad de origen Medellín–Colombia y apellido Escobar. Llevaba mucho tiempo planeando ese viaje, imaginé muchísimas cosas que podría vivir en esa aventura, pero nunca se pasó por mi mente conocer ese cuarto.

Cuando me decidí a sacar la visa, empecé a consultar en internet los requisitos para aplicar y aunque encontré tutoriales y explicaciones para hacerlo directamente, me dio algo de temor arriesgarme, porque también encontré bastantes referencias e historias de personas a las que se las negaron por haber llenado mal los formularios o por haber dado respuestas inapropiadas. Preferí entonces contactar a don Jorge, un señor que me recomendó una amiga porque le había ayudado a una familiar en el trámite de la visa y se la habían aprobado.

Era Agosto de 2020 y don Jorge me cobró $80.000 por asesorarme, ayudarme a diligenciar el formulario web y solicitar la cita en la embajada. Me tocó también ir a una sucursal del banco ITAÚ y pagar $592.000 que costaba la aplicación de la visa. Vaya sorpresa la mía cuando dos días después me confirma don Jorge que la cita me la habían dado para Diciembre de 2021, es decir, casi 1 año y medio después.

Al principio pensé que era un error, yo pensé que máximo en un mes iba a poder hacer el trámite, pero me explicó que por temas de la pandemia se habían alargado mucho los tiempos de agendamiento de citas y que antes debía darme por bien servido que al menos había encontrado agenda. Me dijo también que iba a estar pendiente si salían nuevas agendas para reprogramarla para más pronto. Así que estuve preguntando cada semana si de pronto había conseguido alguna cita más próxima.

Después de 1 mes de estarle preguntando si habían reprogramaciones, don Jorge me llamó la atención y me dijo que mejor él me escribía si cambiaba algo, que de momento estuviera tranquilo y asistiera a la cita asignada. Me explicó también que la cita es en Bogotá y que debía viajar al menos dos días, ya que primero debía ir a la toma de huellas en un lugar cerca al aeropuerto, y al día siguiente debía ir a la embajada de Estados Unidos donde me dirían si la aprueban o la niegan.

Cuando definitivamente comprendí que no me iban a adelantar la cita en la embajada y que antes debía agradecer haberla conseguido, porque las actuales las estaban dando con 26 meses de espera (más de dos años), inicié la búsqueda de los vuelos y el hospedaje en Bogotá. Hice un presupuesto básico y vi que los tiquetes para esa fecha estaban como $230.000 ida y vuelta. Me parecieron baratísimos y tenía la plata, pero como faltaba tanto tiempo, y los Colombianos dejamos todo para última hora, preferí dejar la compra para después.

Cuando se acercó la fecha y ya faltaba solo 1 mes, regresé a la búsqueda intensiva de tiquetes y hospedaje y como era de esperarse, ya estaban costando el triple. Durante toda la semana ingresaba diariamente a las aplicaciones de compra de tiquetes y en todas estaban costando casi $620.000 solo los tiquetes. Me arrepentí de no haberlos comprado antes. Respecto al hospedaje, encontré un hotel justo a una cuadra de la embajada a $80.000 la noche con impuestos incluidos y tenía buenas calificaciones, así que reservé de una vez para que no me pasara lo mismo de los tiquetes.

Lo siguiente fue carpintería. Pedí permiso en el trabajo, empaqué dos mudas de ropa en un morral, hice una carpeta con los papeles que don Jorge me había sugerido, fui cuidadoso de no dejar el pasaporte, esperé la fecha del viaje y arranqué.

El vuelo salió puntual, llegamos a Bogotá en media hora. Al salir del aeropuerto, había una fila de taxis y a los lados, algunas personas particulares ofrecían el servicio de Uber, pero como Bogotá tiene fama de ser peligrosa, tomé uno de los taxis del acopio. Le dí la dirección al taxista y arrancamos en dirección a la sede donde toman las huellas, porque en 2 horas era mi cita. El taxi demoró 7 minutos en llegar, esa sede es literalmente al lado del aeropuerto, sin embargo, el costo del taxi fue $22.000. ¡Que robo, parce! De haber tomado el Uber, me hubiera alcanzado también para el almuerzo con los mismos $22.000.

Llegué al sitio y al ver la larga fila de personas con una carpeta de documentos en la mano, identifiqué el lugar. Me acerqué al vigilante y le pregunté la dinámica de ingreso. Me explicó que se debía ingresar por tandas a la hora exacta de la cita.

Miré mi reloj y calculé que me daba tiempo de almorzar antes de la cita así que me fui a buscar un restaurante, pero me pareció muy curioso que muchas personas venían caminando con su almuerzo empacado en una bolsa blanca y un carnet de un reconocido Call Center del país colgando en su cuello, así que caminé en la dirección de donde venían las personas y encontré un carro particular con la cajuela abierta estacionado en la esquina, con un montón de personas reunidas alrededor comprando su almuerzo. Hice la fila y me compre un almuerzo completo y rico, empacado en icopor por solo $8.000. Una maravilla, sobre todo después de esa carrera tan costosa del taxi.

La toma de huellas fue rapidísima. Es solo entrar, Entregar tu pasaporte y la hoja impresa de la citación (a mí don Jorge me la había entregado ya impresa), te toman una foto, te hacen poner tus dedos en unos sensores, te hacen dos o tres preguntas sobre los motivos de tu viaje y finalmente te entregan el pasaporte con un código de barras pegado en la parte posterior y te despiden para que pase la siguiente persona.

Paso 1 terminado, ya solo falta ir al día siguiente a la embajada y recibir la anhelada respuesta.

EL ACENTO DE RACHELL

Para ir al hotel decidí pedir un Uber, no iba a usar más taxis en esa ciudad a no ser que sea la última opción. Este viaje sí fue más largo, por toda la calle 26, y solo me costó $14.000. Me fui hablando con el señor y me quedé con el contacto para que me transportara en la noche a un recorrido por la ciudad y conocer Monserrate.

El hotel estaba bonito y cómodo, pero lo que más me gustó es que estaba a menos de 100 metros de la embajada. En la pared de la habitación, sobre la cabecera de la cama había una frase que me gustó mucho «La vida es un viaje, no un destino». Le tomé una foto y la monté a mi estado de Whatsapp. Me instalé, hice unas llamadas personales, contesté mensajes, descansé un rato y me dispuse a salir para subir a Monserrate. El mismo señor del Uber me recogió y me llevó a la entrada del cerro y me explicó cómo era la subida. Pagué la entrada para subir por el funicular y bajar por el teleférico. Tremenda vista desde la cima. Comer algo rico y luego descansar.

Al día siguiente, llegué a la embajada caminando desde el hotel. Hice la fila y el nerviosismo de las personas a mi alrededor denotaba las ansias e ilusión de recibir un sí. Un señor de unos 45 años que estaba como tres lugares detrás de mí, le contaba a la señora del lado que esta era la cuarta vez que se presentaba, que las veces anteriores se la habían negado. La primera por que estaba muy joven y no podía demostrar arraigo, la segunda porque estaba trabajando en construcción y no tenía casi ingresos, la tercera porque se presentó con una novia y resulta que no sabía que ella tenía una demanda por estafa y se las negaron a los dos, pero que tenía toda la fe que esta vez sí se la iban a dar. Delante de mí iba un señor ya maduro con una jovencita; por lo que escuché, el señor era residente, tenía pasaporte americano y venía por un trámite diferente y la muchacha era su novia o algo así. El señor le decía que si se manejaba bien, más adelante le ayudaba para que hiciera los papeles y se la llevaba para allá, pero ella se notaba como algo incómoda y trataba de hablar muy bajito, aunque se reía con él y permanecía a su lado. Yo creo que lo tenía que sugar daddy.

Al lado de la fila iban pasando las personas que salían de su cita. No hacía falta preguntarles cómo les había ido. Sus rostros lo decían. ¿Porqué será que la tristeza nos hace bajar la voz y caminar arrastrando nuestros pies, mientras la felicidad nos hace saltar, correr y gritar?

Unos pasaban caminando muy despacio, con su pasaporte en una mano y el teléfono en la otra comunicando con tristeza a algún ser querido que se las había negado. Otros salían sonrientes, caminando más aprisa y también hablando por sus teléfonos con una voz más elevada y mostrando su felicidad por la respuesta.

Al ingresar, me esperaba un lugar diferente, más moderno y digitalizado, pero me encontré con un escenario que me recordó el patio de un colegio y un montón de ventanas en una de las paredes. Una señora nos iba dirigiendo a la fila que debíamos hacer y luego otra persona nos decía a cuál ventana debíamos pasar. Estando allí, la tensión era mayor porque a casi todos los que iban acercándose a las ventanitas les hacían una o dos preguntas y de una les entregaban el pasaporte o les decían que no.

Llegó mi turno y me dijeron que me hiciera en la taquilla 15, yo me paré en frente y saludé pero nadie respondió. En la taquilla 14 estaba una pareja. Ella psicóloga y él, policía. Según las preguntas que respondieron, ganaban más de 6 millones mensuales entre los dos y querían la visa para ir a los parques de Orlando, pero un momento después les devolvieron sus pasaportes y se las negaron. Pasaron como dos minutos y entonces miré a la direccionadora y le dije que no había nadie. Ella miró y dijo «¡ah, cómo así, se paró!». Entonces me mandó para la taquilla 16 que había acabado de quedar libre después de decirle que no a una señora mayor que quería visitar una sobrina en Atlanta.

Me paré frente a la taquilla 16 y entregué mi pasaporte, al otro lado una mujer joven, de cabello rojo natural y pecas en sus mejillas. Su nombre era Rachell. Me pareció bonita, la verdad. Me habló en español con un evidente acento gringo. Me preguntó por mi ocupación en Colombia, por mi estado civil, por mis hijos, por el motivo de mi viaje y por las fechas y periodo en que pensaba viajar. Diligenció unos datos en su computador, se quedó un tiempo leyendo o revisando cosas en su pantalla. Después de unos 2 minutos que me parecieron eternos, me entregó una hojita con instrucciones y puso mi pasaporte en una bandeja azul al lado izquierdo de su escritorio. Me dijo «Su visa ha sido aprobada» y su acento gringo me enamoró.

Leí rápidamente las instrucciones y decía que el pasaporte me llegaría a Medellín en 15 días aproximadamente. Salí de ahí apresuradamente y entonces confirmé que efectivamente la felicidad lo hace caminar más rápidamente a uno, pero que también uno sale rápido de la embajada cuando le aprueban la visa, es por el miedo a que cambien de parecer.

Cuando estaba en la calle llamé a mi madre y a mi novia y les dí la noticia. Puse un estado en el Whatsapp dando gracias al universo y me fui caminando de nuevo al hotel. Objetivo cumplido en Bogotá.

LOS CONSEJOS DE ANDRÉS

De regreso a Medellín empecé a organizar el fascinante viaje en el que viviría mi propio sueño americano.

Lo primero fue explorar las ciudades que podría visitar. Busqué también en mis redes sociales si tenía amigos viviendo en esas ciudades, y me salieron contactos en algunas de ellas. New York siempre estuvo en primera posición del listado y allá vive una tía que no veo hace años. Miami indudablemente es una ciudad a visitar y me enteré que un amigo de la adolescencia se había mudado hacía poco para allá. En Boston vive un buen amigo y la estuve considerando. Orlando por sus parques la tuve también entre mis opciones y allí también vive una excompañera de trabajo. Empecé a escribirle a mis conocidos que residían en esas ciudades para preguntarles cómo era la vida allá y que me orientaran. Mi tía al parecer no usa mucho las redes sociales porque nunca me respondió ni leyó mis mensajes. El amigo de Boston sí fue muy amable y me explicó todo referente a la ciudad, pero me habló del clima y lo ocupado que se mantenía. Mi excompañera de Orlando se ofreció a recibirme pero debía consultarlo con su pareja y seguramente no le iba a gustar para nada, así que preferí no incomodarla. Andrés, el amigo de Miami, que lo conozco desde la adolescencia, me explicó cómo era la vida en esa ciudad, lo mágica que era y los paisajes y hasta se ofreció a hablar con el primo de él para ver si me podía ayudar con algún trabajo mientras estuviese allí, pero también me dijo que con el hospedaje no podía ayudarme porque estaba recién llegado y no tenía un lugar fijo para vivir. Finalmente, al buscar los precios de los tiquetes, encontré el pasaje ida y vuelta en $650.000 hasta Miami y eso, sumado a los consejos de Andrés, definitivamente me convenció del destino. Me costó el mismo dinero el tiquete para viajar a Miami que el de Bogotá. Eso sí, solo podía llevar una mochila de mano.

Decidí las fechas, pedí vacaciones en la empresa y empecé a coordinar lo necesario para el viaje. Me uní a comunidades en redes sociales tales como «Latinos en Miami», «Colombianos en Miami» y otro montón de grupos similares. Hice el presupuesto y empecé a ahorrar, pero a medida que avanzaban los días y se acercaba la fecha, empezó a surgir una idea diferente, ya que yo no quería hacer el típico viaje de turista con todo pago y tours programados. Yo tenía muy claro que no me quería quedar de ilegal en Estados Unidos, pero me pareció una estupenda oportunidad de vivir en carne propia la experiencia de tantos compatriotas que dejan todo en Colombia y se van con unos cuantos dólares a buscar un futuro allá.

Me tracé entonces el objetivo de sobrevivir un mes en ese país con solamente 840 dólares, que era lo que había alcanzado a ahorrar. Yo tenía una TDC y un dinero en la cuenta de ahorros pero no los usaría a no ser que fuese un caso extremo. Solo viviría con el efectivo que poseía. Lo que esperaba poder hacer, era llegar y buscar un alojamiento lo más económico posible, y salir a buscar un trabajo sin tener documentos o permisos, tal y como lo hacen tantos latinoamericanos que emigran ilegalmente al país del norte. Sin contactos, sin que nadie me recibiera, sin conocer a nadie, y sin dinero.

Mi equipaje fueron 7 camisetas, 2 jeans, 3 pantalonetas, 5 boxers, 4 pares de medias, unas sandalias de playa, gafas, kit viajero de aseo personal, 1 chaqueta y 2 libros.

EL AGENTE RIVERA

Llegué al aeropuerto a tiempo, check in a tiempo, migración a tiempo, en sala de espera a tiempo, abordaje a tiempo y despegue a tiempo. El sueño iba de maravilla.

Aterrizamos 20 minutos antes de lo que decía el itinerario. Pasamos migración sin problema, revisaron mis documentos, me preguntaron a qué viajaba y dije que a pasar vacaciones y escribir un libro, me entregaron el pasaporte y me dejaron continuar, empecé a caminar por un largo pasillo y a medida que avanzaba habían policías que llamaban pasajeros aleatoriamente y revisaban de nuevo sus documentos. Me llamó un policía afroamericano, miró mi pasaporte. Miró mi rostro. Me preguntó a qué viajaba y le dije que a pasar vacaciones y escribir un libro. Me dijo bienvenido y me entregó el pasaporte. Seguí caminando por el pasillo. Al fondo se veía ya la puerta que decía EXIT.

Como a 10 metros de la salida otro policía, de ascendencia latina y apellido Rivera, creo que puertoriqueño por su acento, me pidió de nuevo el pasaporte, se lo entregué y me preguntó a qué viajaba. Le respondí que iba a pasar vacaciones y escribir un libro. Me preguntó que un libro de qué, le dije que una novela. Me dijo que revisaría mi equipaje. Le dije que por supuesto. Me dirigió a una mesa metálica y sacó todas mis pertenencias del bolso. Me seguía haciendo preguntas como por ejemplo, ¿con quién viajaba?, le dije que solo, ¿a quién iba a visitar?, le dije que a nadie, que solo quería conocer la ciudad y sentarme en alguna playa a escribir. ¿A quién conocía en esa ciudad?, le dije que a nadie. ¿Por qué vienes a esta ciudad? A pasar vacaciones y escribir un libro.

Se acercó otro policía afroamericano, pero diferente al que me revisó antes los papeles. Empezaron a hablar entre ellos en inglés. Me preguntaron de nuevo que a qué había viajado a la ciudad. Les respondí lo mismo y les mostré mi libro, les dije que me gustaba escribir poemas de amor. Me dijeron que en esa ciudad no encontraría amor, que allá solo había lujuria y que además no llevaba ni computador ni cuadernos para escribir. Me hablaban con brusquedad y me presionaban a que les dijera algo diferente. Me preguntaron ¿quién te va a recoger? Les dije que pagaría un Uber. Cogieron mi equipaje y me pidieron que los siguiera. Me llevaron a un cuarto de paredes grises claras de más o menos 2 x 3 metros. Había una silla y una mesa metálica. Vaciaron de nuevo mi maleta, me dijeron que les mostrara el dinero que tenía y el celular. En una de las paredes del cuarto había una X pintada con marcador. Me pidieron que pusiera las manos a cada lado de la X, que mirara fijamente al frente y que no reaccionara cuando revisaran mi cuerpo.

Seguían preguntándome a que había ido a esa ciudad. Les respondía lo mismo, pero ellos parecían no creerlo. Hablaban por momentos entre ellos en inglés y luego volvían a mí con sus preguntas. Me hicieron contarles todo lo que había hecho en el día desde que desperté. Lo que había desayunado, los lugares que había visitado, lo que había comprado, lo que había almorzado, lo que había comido. Me hicieron hablar de mi empleo en Colombia, de mis hijos, de mi divorcio, de mi actual pareja y de mis redes sociales. A esta altura ya no tenía ganas de ingresar a ese país. Ya tenía ganas de regresar a casa, no volver allá jamás. En una de las preguntas les dije que por las redes sociales sabía que un amigo de la adolescencia vivía en Miami, pero que no lo iba a visitar, que quizá lo vería en algún momento para tomarnos una cerveza pero que él estaba recién llegado a la ciudad y no me había podido hospedar ni ayudar. Eso fue peor, porque lo interpretaron como si les hubiese mentido antes y les tuve que explicar y mostrar mis conversaciones con mi amigo en el celular.

En un momento el agente Rivera me dijo que yo sabía lo que ellos buscaban y que les dijera ya la verdad. Que esa era la última oportunidad que me iba a dar. Ya habían pasado más de 3 horas en ese cuarto y la verdad no tenía ganas de continuar, así que le dije que comprendía que estaban cumpliendo con su trabajo, y que seguramente un hombre que se apellida Escobar y que viaja desde Medellín con el objetivo de escribir un libro resulta muy sospechoso para ellos, pero que era la verdad y también le dije que el sueño fantástico que había imaginado de llegar a Miami se había desvanecido, así que podía hacer lo que quisiera, que de hecho ya tenía ganas era de regresar. Bajé mi mirada y me quedé sentado en esa silla mirando al suelo.

Los policías salieron del cuarto y un minuto después regresaron y me pidieron que empacara de nuevo mis cosas, me devolvieron el dinero y me pidieron que lo contara para comprobar que estuviese completo, efectivamente 840 dólares en el mismo sobre que les había dado. Me devolvieron el celular. Me pidieron que saliera del cuarto. Cuando estaba afuera, el agente Rivera me devolvió el pasaporte, me dijo que no era nada personal, que no tenía nada que ver mi apellido y que me podía retirar. Señaló la puerta de salida y se retiró del lugar, dejándome solo en ese pasillo con unas enormes ganas de llorar.

Cuando salí por esa puerta, miré el reloj y eran cerca de las 3:30 de la mañana. Estuve más de cuatro horas en ese interrogatorio. La entrada al alojamiento que había reservado era máximo hasta la medianoche, así que me iba a tocar terminar de amanecer en ese aeropuerto. Busqué un rinconcito cerca a un toma eléctrico, conecté mi celular a cargar y le marqué a la única persona que se me ocurrió en ese momento. La misma persona que llamé al salir de la embajada cuando me dieron la visa, solo que ya no era mi novia. Gracias a Dios me contestó, me escuchó y de alguna manera me ayudó a recuperar un poco la tranquilidad después de esa experiencia horrorosa.

ROBERTO, EL CUBANO EMPRENDEDOR

Después de un rato tirado en ese rincón del aeropuerto me quedé dormido y cuando desperté eran casi las 6:00 am. Fui al baño cercano, me lavé la cara, y salí por donde se toman los taxis. Me cobró 37 dólares por llevarme a la dirección del AirbNb. Estos taxis son más costosos que los de Bogotá, así que decidí no volverlos a usar. Toqué la puerta y nadie me abrió. Busqué en Google maps y ví un McDonalds muy cerca, me fui caminando hasta allá y me senté a desayunar y a esperar. Cuando eran las 8:00 am, me devolví al lugar del hospedaje.

Esta vez sí me abrieron, saludé y pregunté por el señor Roberto. Un hombre blanco de unos 55 a 60 años, alto, de nariz pronunciada y acento cubano me respondió el saludo y me dijo que él era Roberto. Le informé que había reservado para la noche anterior pero que me había retrasado en el aeropuerto. Me invitó a pasar a la sala. Era una casa típica americana, pero muy oscura y bastante desordenada. Me extendió un documento con el contrato de arrendamiento y el reglamento de convivencia de la casa.

Leí el reglamento, llené el formulario y le pagué 7 días de hospedaje, a 25 dólares cada día. Fue lo más económico que encontré después de mucho buscar en internet. Me entregó una copia de las llaves de la casa, y me advirtió que no las podía botar, me mostró la cama que podía ocupar y no me gustó ni un poquito, pero no había forma de protestar. Estaba rendido, con hambre, sueño y necesitaba descansar.

Era una habitación con dos camarotes, me tocó la cama de arriba de uno de los camarotes. Los otros tres estaban ocupados. Me subí tratando de hacer el menor ruido posible, me quité el jean y me dormí.

Desperté como a las 3 horas y ya solo una de las camas estaba ocupada. Las otras personas ya se habían ido. La habitación era muy oscura y no olía muy bien que digamos. El desorden reinaba en todo el lugar. Me levanté, me bañé y me dispuse a salir, pero pasé antes por la cocina para tomar agua y se me quitaron las ganas al ver como tres cucarachas corriendo por el lavaplatos.

Me encontré a Roberto en la sala, y conversé un rato con él. Me contó que había llegado al país hace más de 30 años, llegó de ilegal, huyendo de la revolución. Empezó desde cero, llegó en balsa, como la mayoría de sus compatriotas, le tocó hasta comer cosas de la basura de los restaurantes de South beach y esconderse de la policía para que no lo deportaran. Trabajó muy duro y poco a poco fue organizándose y mejorando. Ahora renta camas por 25 dólares la noche a inmigrantes latinos, principalmente de centroamérica y Colombia. También se dedica a vender vitaminas y suplementos nutricionales por internet y habla con tanta pasión y convencimiento de los beneficios que le prestan sus productos a la salud de sus clientes, que casi le compro uno.

El tipo es amable e inspira confianza, sobre todo porque es un soñador y piensa en el medio ambiente. Me contó que tiene un proyecto en el que está desarrollando un artefacto que es capaz de generar energía limpia para toda una vivienda de por vida sin tener que conectarse a nada y sin tener que pagar la factura mensual al gobierno. Me dijo que simplemente necesita una pequeña batería para iniciarlo la primera vez y que de ahí en adelante es un mecanismo autosuficiente. Se planea expandir a nivel mundial y quedamos en que cuando los fuera a vender en Colombia yo sería su distribuidor exclusivo para el país. Me aseguró que ya tenía la patente aprobada y que en cuestión de uno o dos años iba a empezar a venderlos.

En los días que estuve viviendo en esa casa, tuve varias conversaciones con Roberto. Le gusta conversar, y aunque habla bastante rápido y uno no entiende todo lo que dice, resulta agradable hablar con el hombre. En una de las conversaciones me contó que cuando era joven y aún vivía en la Isla, trabajaba en un hotel en la habana al que llegaban muchos turistas americanos. Se tuvo la confianza de contarme algunas de sus aventuras con turistas. Me contó que se enamoró de una gringa que era casada y que había viajado desde California. Una noche él estaba trabajando en el hotel y ella se levantó a caminar por los pasillos del hotel y se metieron a uno de los baños juntos. Ella terminó dejando al esposo y quedándose en la Isla a vivir con él y el pobre tipo regresó solo a California. Contaba la historia sonriendo, pero con evidente nostalgia. La gringa lo había dejado porque lo descubrió con otra turista en el bar del hotel. Me dio la impresión que la extrañaba y que aunque en esa casa vivían más de 12 personas a quienes les arrendaba las camas, en el fondo no tenía muchos amigos y se sentía solo.

Roberto es un buen tipo, es una de las grandes amistades que me dejó este viaje a la ciudad mágica. Cuando le dije que me iba a ir de su casa, me quedaban 2 días de los que había pagado por adelantado, yo pensé que iba a perder ese dinero, sin embargo, él me pidió que esperara, y al devolverle la copia de su llave, me reintegró los 50 dólares correspondientes a esos 2 días que no iba a dormir en la casa.

EL MICKEY MOUSE DE BRANDON

Mi vuelo salió de Medellín un viernes en la noche, llegué a Miami sobre las 11 de la noche pero con el interrogatorio y la dormida en el pasillo, salí del aeropuerto casi a las 6:00 a.m. del sábado. Ese día, después de conversar con Roberto, me fuí a conocer South Beach. Busqué la ruta en Google Maps y me decía que estaba a 22 minutos en carro o a 1 hora y 36 minutos en bus y que debía hacer un trasbordo. Como el taxi no era una opción, decidí caminar hasta el paradero de bus. El problema es que apenas salí de casa me quedé sin internet, porque no tenía sim card de ese país y se me desconectó el Wifi. Me tocó entonces hacer otra inversión de 70 dólares en una simcard con datos ilimitados que me duraría todo el mes.

Una de las particularidades que tiene Miami, es que el 60% de la población habla Español, así que en casi todos los lugares tú puedes hablar en tu idioma natural, pero también es por esto que muchas personas llevan años viviendo allí y ni siquiera saben estornudar en inglés. En la tienda de celulares me atendió un muchacho de unos 23 años que se llama Sebastián y me contó que la mamá era Colombiana, de Pereira, pero que él sí había nacido allá. Comprando la simcard, me tocó vivir otra situación en la que se hacen muy evidentes las restricciones para los ilegales. Si una persona con documentos estadounidenses va a comprar una simcard, le regalan el teléfono que desee 5G (Literalmente regalado. Free. Cero dólares). En todos los locales de la empresa T-Mobile por ejemplo, está la publicidad gigante, pero si tú eres turista o indocumentado, no tienes derecho a esto. Me tocó entonces comprar una simcard con un paquete de datos por 50 dólares, pero como mi teléfono no era compatible con ese operador, me tocó hacer un proceso para activarlo y me costó otros 20 dólares. Tristemente me tocó quedarme con las ganas de cambiar mi celular viejito.

En la esquina de la tienda de celulares pasaba el bus que me servía para ir a la playa. La tarifa es de 2,25 dólares independientemente de si vas una cuadra o 200 millas. Y esto me recuerda hacerles otra advertencia. Antes de venir a este país, toca estudiar el sistema de conversión de medidas, porque acá todo es en pulgadas, pies, millas y libras. Acá no usan ni kilómetros, ni centímetros. De algo sirve el paso por el colegio al final de cuentas.

Fueron dos buses de ida hasta South beach y dos de regreso, es decir, 9 dólares en bus. La playa es preciosa, y gigante. Las olas llegan con fuerza a morir en la arena, la sensación de caminar descalzo en la playa es maravillosa, los yates de lujo en el horizonte, los surfistas, los cuerpos bronceados de turistas y locales expuestos al sol y al lente de sus cámaras fotográficas. Cada quien en su cuento, nadie se preocupa por tu atuendo, por tu look, simplemente puedes ser quien quieras ser. A diferencia de nuestras playas Colombianas que son igual o incluso más hermosas, en South beach no hay vendedores ambulantes, ni te hacen trencitas, no te ofrecen tatuajes temporales, ni te llevan la mojarra frita hasta tu sombrilla, ni está llena de basura.

Justo al salir de la playa y cruzar la calle, está el famoso Lincoln Road. Los Restaurantes más famosos de la ciudad. Lamborghinis, Ferraris, Cadillacs, Corbetts, Mustangs y Porches por todos lados, y ahí estaba yo, con mi maletín Totto a la espalda, mi ropa sin marca comprada en las promociones del Éxito y en sandalias Ipanema, tomando fotos con mi celular Redmi, fijándome si algún local o restaurante estaba contratando lavaplatos y caminando entre todos esos turistas cargados con bolsas de Versace, Dolce&Gabana y Cartier.

Al regresar a la casa de Roberto, conocí a Brandon, un mexicano de 26 años que dormía en la cama de abajo de mi camarote y que había llegado hacía 3 meses al país, pasando el muro. Me contó que pasó con un grupo de 12 personas, que habían cuatro Colombianos con él, el resto era de Honduras y México. Una vez en territorio gringo, se entregaron y solicitaron asilo. El proceso para los mexicanos es más fácil, porque los dejan solo una semana, les inician el proceso y luego los liberan. A él lo liberaron a los 5 días, pero a los Colombianos sí los dejan más tiempo allá. Una vez salió de allá, estuvo dos días buscando hospedaje y trabajo y consiguió con un señor que se dedica a arreglar los techos de las casas (Roofing, me dijo que se llamaba el oficio), pero nuevamente se dejó en evidencia las dificultades para un indocumentado, puesto que me dijo que le pagaban en cheque y que si no tiene un numero de «social» no se lo cambian en ningún lado.

Por esa razón, le tocó sacar un «Mickey mouse». Me causó risa el término, porque me imaginé al ratoncito famoso, pero me explicó que así le dicen a un documento falsificado en el que registra un número de «social» real que pertenece a quién sabe quién, es decir, que existe en el sistema y que puede ser verificado, pero crean un documento con tu nombre, para que puedas presentarlo en los lugares donde cambian los cheques y así puedas obtener el dinero.

A Brandon le costó 200 dólares sacar ese documento. Le tocó pedir la plata prestada para pagarlo, pero era la única forma de poder conseguir un trabajo. Me ayudó a averiguar con el contacto que se lo sacó para ver si yo podía obtener el mío y le respondieron que ya estaba valiendo 250 dólares. En tres meses subió 50 dólares y que no era garantizado. Si me descubren con ese documento falso me pueden judicializar y condenar.

Al día siguiente, era Domingo. Brandon se levantó temprano y salió apresurado porque debía ir a ayudarle al jefe a limpiar una casa, que era unos dólares extra que se iba a ganar. Ese mismo día en la noche, a eso de las 11:00 p.m., cuando yo ya estaba acostado, llegó apresurado a recoger todas sus cosas, porque después de limpiar la casa del jefe, le habían dicho que se podía mudar a una de las habitaciones y pagar a los mismos 25 dólares el día, pero se iba a ahorrar el transporte diario para llegar hasta el sitio de trabajo porque el jefe lo recogía ahí mismo. Al despedirse, me dijo que el jefe de él podía darme trabajo en lo del roofing, pero que necesitaba tener el «mickey mouse». Me dio su contacto y quedé de avisarle apenas lo consiguiera para empezar a trabajar con él. Después de ese día no volví a saber nada del hombre.

EL CAMAROTE DE LA TENSIÓN

En el otro camarote de la habitación donde me hospedé al llegar a Miami, dormía un puertoriqueño que se llama Luis, y un Mexicano que nunca me dijo el nombre pero contó que le dicen «Águila». Luis, dormía en la cama de abajo y «Águila» dormía en la cama de arriba. Era muy curioso porque era evidente que ellos dos no tenían la mejor relación, no eran amigos, pero aún teniendo la oportunidad de cambiarse de cama, por ejemplo cuando se fue Brandon, ninguno se movía de su sitio.

Discutían casi todos los días porque «Águila» le bajaba mucho al aire acondicionado y la habitación se enfriaba al punto de congelamiento y como la salida del aire estaba al lado de la cama de Luis, él era el que más frío sentía. Muy pocas veces hablaban entre ellos y cuando estábamos todos en la habitación, cada uno se ponía a usar el celular y el silencio reinaba, pero cuando uno de los dos salía, el otro conversaba conmigo.

Luis me contó que él tenía documentos y podía trabajar legalmente en el país. Me dijo que le iba demasiado bien allá y que podía viajar frecuentemente a su País y visitar a su familia, pero que en las temporadas que subía a Miami, lo hacía literalmente a reventarse trabajando para llevarse una buena cantidad de dólares. Y le creo porque en los días que estuve en ese cuarto salía muy temprano a trabajar y a veces no me daba cuenta cuando llegaba, algunos días de hecho al despertar lo encontraba dormido sin siquiera quitarse las botas del trabajo. Las energías le alcanzaban sólo para llegar a su cama y tirarse tal cual llegaba.

Casi no hablaba y caminaba como sonámbulo. Era un tipo formal, pero muy serio y se sentía una barrera para acercarse uno a conversar. Al parecer no estaba interesado en hacer amistades, pero nunca ignoró mi saludo o los temas de conversación que le puse. Una vez me hizo reír porque me dijo que me pasara para la cama de abajo, la que había dejado Brandon, antes de que el otro la cogiera. Le hice caso y me pasé, porque la subida al camarote era difícil a veces.

En otra ocasión lo vi sentado en su cama y se tambaleaba como sonámbulo, pero estaba despierto. Le pregunté si estaba cansado y me dijo que demasiado, y después me dijo una frase que siempre voy a recordar. Me dijo que ir a Estados Unidos se llamaba «El sueño americano» porque las personas allí viven siempre con sueño de tanto cansancio que les produce trabajar hasta 18 horas al día.

Águila por su parte, fue más conversador. Le gustaba contar historias de su pasado, de su vida, de su familia, de sus aventuras y de sus travesuras. Me contó que su familia en México tiene mucho dinero y tierras, que él está esperando que se resuelvan unas cosas para reclamar su herencia. También me contó que estuvo muchos años en Cuba y que no siempre ha estado del lado de la legalidad. Se describe a sí mismo como alguien servicial y derecho. Nunca se ha torcido y gracias a eso tiene amigos hasta en el FBI. Por eso nadie lo puede tocar en ese país.

En ese momento no estaba trabajando, pero dedicaba sus días a limpiar voluntariamente una playa que casi nadie conoce pero es su proyecto personal y no se va a dar por vencido hasta que la deje limpia de basuras. Me mostró algunas fotos de toda la basura, palos y hojas que ha recogido y me dijo que se ha gastado 13.000 dólares de su propio bolsillo para limpiarla, pero que le genera demasiada satisfacción hacer eso. Le gusta vestir elegante y comprar zapatillas de marca. Tiene muchos tatuajes y está esperando que uno de sus amigos salga de prisión. También me dijo que tenía más de 15 abogados atendiendo su proceso y que estaba seguro que muy pronto estaría forrado en dinero con todo lo que iba a cobrar. Me dijo que yo tenía mucha suerte por haberlo conocido a él y que gracias a eso a mi me iba a ir muy bien en la vida de acá en adelante y que me iba a llevar a que viera la playa que estaba limpiando.

Cómo me causó curiosidad lo que dijo del FBI, le pregunté al respecto y me contó que una vez iba manejando por carretera y vio una camioneta negra blindada aparcada en la orilla a mitad de la nada. Paró a preguntar si necesitaban ayuda y salió un tipo muy alto y con traje y le dijo que ya venía la ayuda en camino, que simplemente se había pinchado. Águila le dijo que no había problema, que él le cambiaba esa llanta y sacó la herramienta y en un momentico la cambió, el gringo le dio las gracias, le pidió el nombre y la dirección para pasar luego a agradecerle y le entregó una tarjeta del FBI. Resulta que era el director de una unidad especial y desde entonces son amigos y le borró su historial criminal.

Le dije que esa historia era digna de una serie de Netflix, soltó la risa y me dijo que eso no era nada, que faltaba contarme las historias que vivió con El Chapo, pero esas no las alcanzamos a conversar.

No quedé con los contactos de ninguno de los dos, pero mis mejores deseos para sus vidas.

ÁNGELA, UN VERDADERO ANGELITO DE BOGOTÁ

Para el día lunes, me tocó hacer cuentas del dinero, porque nada que conseguía trabajo y ya veía cada vez más vacío el sobre de papel en el que tenía el dinero. Es que sumando los 175 dólares del alojamiento, mas los 37 del taxi, más los 8 de lo que compré en el avión, más los 70 de la simcard de celular, mas lo que me había gastado en comida, mas los pasajes del bus del sábado y domingo que me había gastado, ya me quedaban menos de 500 dólares y apenas iban 3 días.

Ese día también salí a caminar con la esperanza de encontrar algún empleo en el que no me exigieran documentos y me pudiera ganar unos dólares que me permitieran cumplir mi propósito de sobrevivir un mes completo en Miami. Tomé un bus que me llevó hasta el Downtown, que es como el centro de la ciudad. En esa zona hay muchos edificios en construcción, pero se nota la cantidad de dinero que invierten en cada edificio por sus lujosos lobbies y sus fachadas. Caminé 12 millas en total y me empezaron a molestar unas ampollas en el pie. Ya estaba aburrido y algo desilusionado cuando pregunté en un lavadero de carros y me dijeron que necesitaban una persona para los fines de semana, así que me esperaban el sábado a las 7:00 a.m. y el turno era de 12 horas. Acepté la oferta y no quise caminar más por ese día. Tomé un bus y regresé a mi alojamiento.

Cuando llegué al hospedaje me dí un duchazo, me puse ropa cómoda y fui a la cocina a prepararme algo de cenar. Ahí estaba ella preparando su cena. La saludé con amabilidad y de inmediato intervino Roberto que estaba sentado en la sala y yo no lo había visto. Me dijo: «Oye, paisa, ella te puede ayudar a conseguir trabajo, habla con ella». A lo cual sonreí y dije que me parecía maravilloso.

Me presenté formalmente extendiendo mi mano y diciendo mi nombre. Ella se limpió su mano derecha con el trapo de la cocina y me dijo que se llamaba Ángela. Su acento se me hizo familiar, pero había escuchado tantos acentos centroamericanos a lo largo del día que ya estaba confundido y preferí preguntarle de dónde había llegado. Me dijo que era de Bogotá y me pareció genial. Empezamos a conversar y me dijo que había llegado hacía un poco más de dos meses, que estaba viajando con una amiga que estaba en la habitación y que ambas trabajaban en una pizzería haciendo entregas de domicilios. Ninguna de las dos tenía papeles.

Me empezó a contar su historia mientras licuaba un jugo de mora. Cuando terminó de licuar sirvió tres vasos y me regaló un vaso. Aparte de sexy es bondadosa, definitivamente tiene un nombre muy apropiado, pensé dentro de mí. Era el primer jugo de fruta natural que tomaba en Estados Unidos y me lo había regalado un angelito de Bogotá. Mientras terminaba de preparar su cena, también me regaló uno de los patacones que estaba preparando y me dijo que si quería arroz podía sacar un poco de la olla que ella había preparado. También me habló de unos grupos en Instagram y en Facebook que podía seguir en los cuales publicaban muchas ofertas reales, porque definitivamente la comunidad de colombianos en Miami está llena de ofertas falsas y puras estafas. Ninguna de esas publicaciones es real. Lo ponen a uno a llenar los datos personales en unos links, pero es para robarte los datos. Finalmente me dio su número de contacto y me mandó el número de una señora que me podía meter en un grupo de WhatsApp de apoyo a latinos. Cuando terminó de preparar su cena, tomó los dos platos y se despidió para entrar a su cuarto.

Al día siguiente me volví a encontrar con ella en la cocina a la hora de cenar. Me preguntó si ya había encontrado trabajo y me mandó algunas recomendaciones adicionales al teléfono. Ese día también me regaló un patacón que me sirvió para complementar mi cena, pero no conversamos casi porque cuando yo fui a la cocina, ella ya estaba terminando su preparación y su amiga la llamó desde el cuarto y ya no la volví a ver. Si algún día Ángela lee estas líneas, quiero que sepa que ella fue de las personas mas bonitas que encontré en este viaje y le deseo lo mejor del mundo en su vida.

SANTIAGO EL CULEBRERO

De tanto caminar y tocar puertas en Miami y con los contactos de mis redes sociales, alguien me compartió el número de Santiago. Un paisa emprendedor y avispado, de esos que se le miden a lo que sea y que están prestos para servir. De esos que saben de todo y le tienen la solución a lo que cualquier persona necesite. Un paisa echado pa’lante.

La primera vez que lo llamé me dijo que estaba en Orlando por temas de negocios, pero que regresaba en dos día a Miami y que me escribía para que habláramos, pero como pasaron los dos días y no me escribió, decidí llamarlo otra vez y agendamos una cita el miércoles a las 9:30 a.m. en una dirección que me compartió.

Busqué la mejor ruta en Google maps y me fui en bus. Me demoré 90 minutos en llegar a esa dirección, pero logré llegar. Era una casa muy grande y bonita, ubicada en una esquina de un excelente y central sector en Miami. Me gustó mucho el ambiente. Era muy iluminada y además tenía piscina y bbq en la parte de atrás.

Santiago me recibió con un efusivo saludo y con toda la amabilidad que caracteriza a los paisas. De inmediato me cayó bien y sentí que quizá había encontrado la flecha que me llevaría al cielo. Me mostró la casa y me ofreció algo de tomar. Nos sentamos en la sala y me pidió que le contara cómo me había ido y dónde me estaba hospedando. Me dijo que lo acompañara hoy durante el día porque me iba a mostrar el negocio al que se dedicaba y que en la tarde decidiremos si podíamos trabajar juntos o no.

Salimos al parqueadero y habían como 5 carros de diferentes gamas parqueados, todos muy bonitos, pero resaltaba la Cadillac escalade negra modelo 2021. Me preguntó si tenía licencia de conducción y como dije que sí, me dio las llaves de un Hyundai Elantra y me pidió que lo siguiera. Él se fue en una Nissan Murano. llegamos a un taller y dejamos el Hyunday reparando. Nos devolvimos hasta la casa en la Murano y él se pasó para la Cadillac, me dijo que ahora lo siguiera en la Nissan y nos fuimos hasta un lavadero de carros cercano y dejamos ambos carros lavando. Nos sentamos a conversar mientras lavaban los carros y me explicó el negocio. Básicamente tenía una empresa de renta de autos, yates y habitaciones en Miami y Orlando y quería que yo le ayudara en el día a día de su negocio. De inmediato le dije que sí. La labor parecía fantástica.

Ese día también me explicó la labor comercial que realizaba en los celulares de la empresa y me presentó uno de los socios con los que tiene otro tipo de negocios de los que no me comentó porque habló en privado con él. En la tarde cuando llegamos de nuevo a la casa, diseñamos un listado de actividades en los que yo le podía ayudar y acordamos que para optimizar el tiempo yo me pasaría a vivir en uno de los cuartos que él alquilaba en esa misma casa donde estábamos trabajando. Acordamos también cuánto me iba a pagar semanalmente, adicional a que el hospedaje estaría incluido en mi salario y fui sincero al decirle que estaría en la ciudad solo 3 semanas, a no ser que ocurriera algo excepcional. Ese día me sentí demasiado agradecido con la vida al haberme presentado a las personas indicadas para hacer de mi viaje la mejor experiencia y llegué a sentir que quizá ese era el sueño americano que tantos compatriotas se iban cada día a buscar.

Me presentó a las otras personas que vivían en la casa, dos mujeres cubanas y el novio de una de ellas que tenían habitaciones rentadas ahí. Cerramos entonces el acuerdo, pero como tenía las cosas en la casa de Roberto él me prestó uno de los carros que alquilaba para que me fuera esa noche y amaneciera allá, y quedamos en que al día siguiente en la mañana yo me llevaba de una vez las cosas y de ahí en adelante ya me quedaba uno de los cuartos que alquilaba. Así lo hice y esas noches en una habitación privada con cama doble y en la que yo controlaba el nivel del aire fueron fantásticas, dormía como un bebé; nada me preocupaba, la verdad. El trabajo no era sencillo por la responsabilidad de conducir esos carros ajenos y tan lujosos en una ciudad y unas calles que no conoces, y las jornadas eran muy largas, pero la misma labor me permitía conocer de palmo a palmo la ciudad y eso me encantaba. Las actividades que habíamos acordado también incluyen algunas labores domésticas, tales como mantener las zonas comunes de la casa en orden y organizar las habitaciones cuando vayan a llegar nuevos inquilinos y ayudarle a Santiago respondiendo mensajes del celular a los clientes que necesitaban los servicios. Como la verdad me quedaba tiempo libre, empecé a crearle un chatbot en su WhatsApp para automatizar las respuestas y al hombre le gustó mucho la propuesta.

Estaba aprendiendo mucho a moverme en Miami y en la forma en que se hacían los negocios de alquiler y se cerraban los negocios. Además me había presentado algunas personas con las que trabajaba. Me gustaba la experiencia. Hasta el momento me parecía un gran tipo y sentía que en algún momento podría llegar a invertir en sus empresas o trabajar con él a más largo plazo, de hecho ese domingo fuimos a la playa y me presentó a la novia y a su familia. Todo iba saliendo fenomenal, pero algunas cosas me empezaron a generar inquietudes. Por ejemplo, veía que le mentía a los clientes con demasiada facilidad y que con tal de cerrar algún negocio, se comprometía a cosas que evidentemente no podía cumplir. También me llamaba la atención que no firmaba contratos o cláusulas con los autos, yates o habitaciones que entregaba. Todo era de boca. Tenía una gran habilidad para enredar a las personas con su discurso.

De cualquier tema que los clientes o hasta sus contactos personales hablaran, él les tenía la solución. Por ejemplo alguna vez lo llamó una amigo y en medio de la conversación personal llegaron al tema que quería un perrito, y de inmediato le dijo que él trabajaba con perros y se lo vendía, en otra ocasión uno de sus socios le dijo que quería importar fajas desde Colombia y de una le dijo que él se las tenía ya en Miami y así sucesivamente de cualquier tema. Adicionalmente, con algunos socios conversaba abiertamente delante de mí y hasta me pedía que tomara nota, pero con otros, prefería hablar en espacios diferentes. Igual yo seguía en mis labores y estaba tranquilo, todo lo que yo veía que hacía era perfectamente legal.

Ya llevaba una semana trabajando con él, cuando sucedió algo que me prendió las alarmas. Tuvo una discusión muy fuerte con una de las chicas cubanas que vivían en la casa, porque se quería mudar y le pidió que le devolviera el dinero del depósito reembolsable, y Santiago le dijo que no y empezó a sacarle un montón de argumentos ilógicos y deshonestos para no devolverle ese dinero que legalmente era de ella. Yo estaba ocupado en mis labores pero presencié la escena y escuché atentamente. Finalmente no le quiso entregar el dinero y la cubana salió furiosa de esa casa sintiéndose robada.

Como ya se había cumplido una semana, de hecho llevaba ya 9 días trabajando con él y no me había pagado, después de escuchar esa conversación con la cubana empecé a sospechar que me iba a salir con algo similar, así que le puse el tema de conversación y le dije que estaba contando con el dinero para unas compras familiares que necesitaba hacer ese fin de semana. Tal cual lo esperaba, me empezó a decir que los primeros días habían sido de inducción y que no se pagaban y que allá se acostumbraba dejar una semana en caja, así que no tenía por qué pagar nada. Fui, recogí mis cosas y me marché de ese lugar, no sin antes decirle algunas frases sobre honestidad y dignidad que se vinieron a mi mente. Seguramente esos dólares que no me pagó le hacen más falta a él. Cuando iba caminando como a una cuadra de su casa me llamó y me dijo que fuera para conversar, que no me fuera acalorado, pero decidí seguir adelante y desde ese momento no tengo noticia alguna de ese ser humano.

DON ALIRIO EL DE CAMPO ALEGRE

Las veces que llevaba a lavar los carros de Santiago, me ponía a conversar con Don Alirio y siempre salía muy reflexivo de esas charlas. Don Alirio es Colombiano. Nació y creció en Cúcuta en un barrio que se llama Campo Alegre. Es un señor de unos 60 años, con una evidente melancolía y tristeza en su mirar y un aún más evidente cansancio en su caminar.

Don Alirio no es feliz y en cada conversación lo manifestaba. Me aconsejaba que me devolviera para Colombia, me decía que la vida allá no era vida, que él llevaba 17 años viviendo la pesadilla americana y tenía también una frase célebre que me la dijo más de 10 veces en las conversaciones que tuvimos: «Yo soy de Campo Alegre, pero acá perdí la alegría» y seguía enjabonando y echándole agua al carro.

No entendía porque entonces simplemente no se devolvía para su tierra si tanto la extrañaba, pero alguna vez sin preguntárselo directamente me respondió la inquietud. La vida que él extrañaba en Campo Alegre Cúcuta, ya no existe, porque le ha tocado enterarse de la muerte de sus seres amados en la distancia, la lejanía ha generado que ya nadie espere allá por su regreso y aunque tiene algunos familiares, la falta de contacto lo ha convertido en un extraño para todos. Ahora se siente viejo y no le quedan energías, valentía o voluntad suficiente para regresar. En el fondo creo que le da mucho miedo lo que pueda encontrar al regresar.

Conversar con Don Alirio me hacía pensar sobre las prioridades que a veces definimos los seres humanos y sobre el valor que le damos a las pequeñas cosas, a las personas y a los seres amados, que muchas veces sacrificamos y despreciamos por la ambición de ganar un poco más.

Escribiendo estas líneas, recuerdo a Don Alirio y de corazón espero que pueda encontrar paz y recuperar su alegría.

LOVE IS LOVE

Cuando salí de la casa de Santiago, sin dinero y sin un lugar para hospedarme el resto de días que tenía planeado, empecé a revisar mis opciones. Tenía claro que había tomado la decisión correcta, pero ahora estaba de nuevo con la incertidumbre de cómo continuar.

Lo primero fue llamar a Roberto, para preguntarle si tenía cama disponible y regresarme para su casa, pero me dijo que le había tocado desocupar todo para fumigar por el montón de cucarachas que había y para hacer unas reparaciones en el techo. Que durante una semana no tenía nada disponible. Así que me tocó descartar esa opción.

Lo segundo fue mirar si podía cambiar el tiquete y devolverme de una vez, pero eran muy costosos para ese día y el tiquete que tenía no permitía cambios de fecha. Así que me tomé más tiempo para pensar antes de decidir devolverme. Dado el caso, pensaba ir a un hotel y pagar con mi TDC o el dinero de mi cuenta de ahorros.

Recordé que cuando estaba planeando el viaje y preguntándole a mis contactos de las redes sociales, mi amiga Isa me había dicho que el hermano vivía en esta ciudad y que ella iba a venir en esta época a celebrar su cumpleaños, así que le escribí a preguntarle. Fue una maravillosa coincidencia del destino el saber que efectivamente había llegado justo la noche anterior a la ciudad. Me contó que en ese momento estaba en Tampa, a 3 horas de Miami lanzándose en paracaídas. Ese fue el regalo de su hermano por su cumpleaños, y me dijo que podía ir por esa noche a la casa de su hermano y dormir en el sofá.

La verdad, inicialmente no lo consideré viable, porque ni siquiera conocía al hermano y tenía entendido que vivía en apartamento compartido con otras personas y no quería incomodar, pero acepté esperar a que regresaran a la ciudad para saludar a mi amiga y felicitarla por su cumpleaños.

Como tenía 3 horas disponibles mientras ellos regresaban de Tampa, me fuí hasta el Downtown y me monté al Metromover, que es un tren gratuito que recorre todo el centro de la ciudad y es una excelente manera de conocer Miami desde la ventana de ese tren. Cuando veía algo interesante, me bajaba en la estación más cercana, tomaba fotos y volvía a subir.

Cuando estaban llegando a la ciudad, el mismo Franco, el hermano de Isa, me llamó y me dijo que era bienvenido a su casa y me compartió la ubicación. Cuando llegué a su casa, conocí a Franco, me presentaron a Julio (la pareja de Franco) y saludé con un fuerte abrazo de cumpleaños a Isa. Estaban ya listos para ir a la piscina del edificio, así que me quité los zapatos, tomé mi toalla y me fui también a nadar un rato.

Compartiendo en la piscina pude entrar en confianza y realmente descubrí unas personas maravillosas y con una bondad genuina, el tiempo pasaba rápido conversando con ellos y me contaron sus planes para el fin de semana. Esa noche tenían planeado ir a una discoteca en la ciudad y al día siguiente tenían un barbecue con motivo del descubrimiento de género de un bebe que estaba esperando una amiga de ellos. Me invitaron a las dos actividades y decidí aceptar la oferta de dormir esa noche en su sofá.

Después de un rato en la piscina, subimos al apartamento, nos organizamos y nos fuimos a la discoteca a festejar. Se sumó a la rumba un amigo de Franco y Julio que vivía en otro apartamento. Llegamos a la discoteca en medio de un aguacero imprevisto. Me contaron que era típico de Miami, sobre todo en verano, en cualquier momento sin previo aviso empieza a llover. A la que queríamos entrar tenía mucha fila, así que nos metimos en otra que quedaba al frente y que era más fácil el acceso. Las mujeres entran gratis, los hombres 20 dólares el cover. Un solo ambiente, personas de todas las razas y orígenes confinados en un salón gigantesco extasiados por las mezclas que el DJ sonaba, el humo de sus vaper y las pastillas que la mayoría consumía sin pudor ni control. En el centro una barra en la que atendían sexys señoritas vestidas con botas negras, media-pantalón en maya, tanga y un diminuto top. Montones de fotos y videos para el Instagram, pero después de un rato, el ruido se hacía molesto y tu cabeza empezaba a sentirse gigante. Hora de regresar a casa y descansar.

El sofá era gigante y demasiado cómodo, me quedé dormido al instante y pude descansar. Al día siguiente empezaron temprano los preparativos para el asado que tenían planeado en la zona de la piscina en honor al bebé que nacerá. Estuve ayudándoles a inflar bombas y con el asado, lo que me permitió conocer un poco de sus historias de vida y comprobar que definitivamente el amor no sabe de razas, nacionalidades, edades, estratos sociales, formaciones profesionales ni género sexual. Definitivamente love is love, y nada más.

Franco tenía resuelta su situación en esa ciudad, hablaba un inglés perfecto y podía trabajar legalmente en lo que deseaba. Tenía varias fuentes de ingresos ya que trabaja en su propia casa haciendo sesiones de limpieza facial y también trabaja con otras personas en un local. Su buena energía se notaba a distancia y me contó del montón de personas a los que ha ayudado y les ha prestado ese sofá que por dos noches me prestó a mi.

Julio por su parte, es hondureño, llegó al país hace 13 años, pero se seguía comunicando principalmente en español. Trabaja en construcción, pero su experiencia tiene actualmente un cargo de manager, por lo que ya no le tocaba tan duro, pero me contó lo difícil que era cuando llegó. No ha logrado legalizar su residencia pero eso no ha sido impedimento para trabajar.

Me despedí de ellos el segundo día, pero cada que regrese a esta ciudad, los voy a pasar a saludar, los considero ahora mis amigos y les aseguro que pueden contar conmigo en lo que les pueda ayudar. Me despedí también de Isa, quien se quedó disfrutando su cumpleaños un tiempo más.

UN AMOR SIN FRONTERAS

El primer día que dormí en el sofá de Franco y Julio, me desperté cuando llegó Patricia para activar toda la preparación de la fiesta del descubrimiento de género de su bebé. Ya me habían hablado de ella, pero me la imaginaba diferente porque uno de los datos que me habían dado fue que era hincha furibunda del nacional y que participaba y aportaba para el sostenimiento de una de las barras bravas del equipo, entonces me la imaginé como una mujer festiva y relajada. Resultó ser una mujer simpática y madura, con un porte de señora de hogar y muy centrada.

Nos levantamos todos en la casa y empezamos a asignar funciones. A mí me tocó hacer el desayuno, ayudé a bajar el asador para la piscina y después a inflar globos. Muchísimos globos. A otra persona le tocó hacer el almuerzo y organizar la carne para el asado. A otros les tocó bajar a decorar el salón social al lado de la piscina. Fue un día atareado, pero lo disfruté bastante, sobre todo por la calidad de personas con las que pude compartir.

Los invitados estaban citados a las 4:00 según me dijeron y como a la 1:00 p.m. todo estaba a medias y apenas estaba llegando de trabajar Carlos, el esposo de Patricia y papá del bebé homenajeado. Estaba como apresurado porque había tenido que caminar muchísimo y nada que conseguía una barbería para hacerse motilar. Es que uno acostumbrado a Medellín, donde hay dos barberías por cuadra y el corte a $10.000, le da muy duro llegar a una ciudad como esta donde las barberías son escasas y un corte básico te cuesta 25 dólares.

Los dos son paisas, llevaban 8 meses en Miami y después de conocer su historia, pienso que son locos y que su amor definitivamente no conoce fronteras.

Se casaron en noviembre de 2021 en Medellín. Carlos tenía dos taxis y aparte prestaba dinero a interés. Ganaban más de 6 millones mensuales y vivían muy cómodamente en un buen sector de la ciudad. Habían amoblado su apartamento con todas las cosas nuevas y tenían buenas proyecciones para su futuro. Disfrutaban mucho ir los fines de semana a una finca familiar en un pueblo cercano a Medellín que queda pasando el túnel de occidente. En resumen, al escucharlos, uno siente que vivían muy felices, pero ellos no lo sabían.

En las fiestas familiares de diciembre se pusieron a conversar con un amigo cercano que vivía hace tiempo en Estados Unidos y había regresado a Medellín a visitar la familia. Les hizo cuentas rápidas y les contó que ellos se podían hacer esos 6 millones en una sola semana trabajando en Miami. Les dijo que sinceramente estaban perdiendo el tiempo en Medellín y que en Colombia no había futuro. Que tenían que arrancar de una.

Después de esa conversación no podían dormir. Hacían cuentas y pensaban lo que podían lograr ganando 4 veces más. Así que tiraron números, vendieron las cosas que habían comprado para amoblar la casa, vendieron uno de los taxis que tenían y en enero de 2022 arrancaron de luna de miel para México. Tenían 3 maletas grandes y repletas de sus cosas personales y sus sueños. Estuvieron una semana en Cancún disfrutando de sus playas y paisajes y alimentando su amor y su sueño americano.

Después tomaron otro avión, pero no de regreso a casa, sino con destino más hacia el norte y muy cercano a la frontera. Me contaron que a cada lugar que llegaban les tocaba sobornar funcionarios y policías y dejar parte de sus cosas personales. Hasta que al llegar al muro, justo al momento de cruzar, les tocó echar las maletas enteras, con toda la ropita nueva y el maquillaje y esmaltes de uñas costosísimos, que había llevado Patricia en un container, para ser quemado. Me contaron que los compañeros de otros países que estaban en el mismo grupo de aventureros que buscaban cruzar, se cambiaban la ropa y se ponían la de ellos, porque estaba mejor. Ellos solo se quedaron con lo que tenían puesto y con una pequeña riñonera donde llevaron sus pasaportes y el dinero que les quedaba. Todo lo demás lo tuvieron que dejar atrás. Carlos hace una pausa, como recordando esa escena y me dijo que en ese momento él pensó devolverse para su casa y abandonar esa locura.

Cuando pasaron la frontera y ya estaban en territorio americano, se tuvieron que entregar a los federales y solicitar el asilo. Los retuvieron, los esposaron y los dejaron detenidos varios días. A Carlos lo soltaron primero, a Patricia la dejaron varias semanas más sin poder salir, pero él estuvo siempre pendiente.

Cuando estuvieron libres, empezó la otra odisea. Conseguir un empleo para los dos, sin documentos legales, con sus ahorros agotados y con la sensación de haber tomado una mala decisión al dejar su vida y tranquilidad en Medellín. Con el agravante de que antes de casarse y formar una familia, cada uno tenía una hija por separado y las habían dejado en Medellín para embarcarse en esta locura.

Por las cosas del destino, se encontraron con Franco y les alquiló un espacio en su sala para que se pudieran hospedar temporalmente. Construyeron unos paneles de madera y los pusieron como si fuese una división para darles algo de privacidad a los recién casados en plena sala del apartamento, al lado del sofá en el que yo dormí. En ese lugar pasaron los primeros meses de estadía en Miami. Buscaron incansablemente empleos y se esforzaron por recuperar al menos algo del dinero invertido o gastado en el viaje. Franco interrumpe la historia para comentarme entre risas que en esa sala ese par hicieron el bebé que estaban esperando. Mejor dicho, «ese bebé es made in mi sala», decía sonriendo, mientras Carlos y Patricia lo confirmaban a carcajadas.

Decidieron afrontar su decisión, buscaron oportunidades de empleo y las consiguieron. Se enfocaron en ahorrar y recuperar el dinero para regresar a su hogar. Se comprometieron con no gastarse un solo dólar en rumbas o diversión, porque todo lo que consiguen es para mandar para Colombia. Cuando se encontraron en Miami, con el amigo que les recomendó irse para allá porque supuestamente estaban perdiendo el tiempo y que él les iba a ayudar, simplemente les sacó el cuerpo y nunca les dio siquiera alguna recomendación para algún trabajo. Carlos sintió que los traicionó, que les mintió y que simplemente los dejó tirados. A veces la envidia puede darse por lo que eres y no por lo que tienes. Ellos han trabajado juiciosos y ya han mandado varios miles de dólares, compraron de nuevo un segundo taxi, le prestaron un dinero a un tío y están ahorrando para volver a conseguir todas las cosas del apartamento. Dios les regaló la bendición de ser padres y cuidan con prioridad ese embarazo de Patricia que en ese momento tenía 4 meses y medio, pero han decidido que su hijo o hija nacerá en Colombia, así que máximo en dos meses piensan regresar a Medellín.

Como yo no tenía regalo para el bebé, y no conocía ningún invitado, me ofrecí a ayudar con el asado. Además el que hace el asado es el que más carne come y eso me interesó bastante. Llegaron bastantes personas al evento pero para todos hubo carne de sobra y fue muy emotivo el descubrimiento del género, porque de veras ninguno de los dos padres sabía si iba a ser niño o niña. Franco los había acompañado a la ecografía y solo le había revelado a él el sexo, porque se hizo pasar por hermano de Patricia. Para el descubrimiento, metieron a Tiagho (el hermoso perrito pomerania de Franco) en una caja grande de cartón y al abrirla, salió caminando el perrito con un chaleco azul, unas bombas infladas con helio del mismo color amarradas al chaleco y un letrero que decía «Is a Boy». Todos gritaron de felicidad y se abrazaron por largo rato. Le deseo lo mejor a tan bella familia.

Me prometieron que al regresar a Medellín íbamos a conversar y me invitaron a la finca a la que van a disfrutar sus fines de semana. Los estaré esperando.

A LA HORA DE REGRESAR

No completé el mes en la ciudad mágica, estuve solo 3 semanas allá, pero cuando llegó el momento y tomé la decisión de regresar, me sentía satisfecho y feliz y me sobraron casi 200 dólares de los 840 iniciales con que salí de Medellín, así que me fui para el ROSS y le compré regalos a mis hijos y un montón de dulces para compartir. La experiencia del viaje había sido demasiado enriquecedora y me había ayudado a tener claridad sobre muchas cosas que antes de viajar eran algo confusas para mí.

Por ejemplo, me confirmó que jamás me quedaría ilegal en ningún país, no me imagino teniendo que andar mirando que no hayan policías cerca o rezando para que nunca me pidan documentos. También me quedó claro que el llamado sueño americano es una ilusión, que la verdadera vida soñada está en encontrarle sentido a esa maravillosa vida que tienes independientemente que no sea en el país del norte. Adicionalmente, comprobé en carne propia que hay personas deshonestas en todos lados y que cada quien da lo que tiene en su corazón. Tú simplemente perdona y sigue tu camino. No pongas en riesgo tu paz por nada ni por nadie. Es mejor dejarle las cosas al universo y que el karma haga lo suyo.

Me pareció muy triste la experiencia en el aeropuerto, porque sentí que todos los colombianos somos sospechosos de narcotráfico en ese país, y aunque soy consciente que la fama no ha surgido sola, me sumo a la resistencia de los que queremos dejar siempre en alto el nombre de nuestro país donde quiera que vamos. A los que actuamos correctamente con o sin supervisión porque nos nace del corazón y hacer el bien es nuestra convicción.

Viajar es una maravilla, y aunque es un reto tener que confiar en extraños, nos demuestra que el mundo está repleto de gente bella. El ser humano encuentra su sentido al vivir en sociedad y servirle a los demás. También fue un reto la movilidad en esa ciudad desconocida, pero con la tecnología actual, tu puedes dominar el mundo desde tu celular si lo sabes usar. Basta buscar un destino y una simple aplicación te dice las diferentes formas en que puedes llegar al lugar y hasta cuánto dinero te puede costar y aunque gracias a la tecnología uno perfectamente puede valerse por sí mismo en cualquier ciudad, estoy convencido que el éxito de una persona depende en gran medida de las conexiones que haga, de cómo se relacione y de quién se rodee, por esta razón, vale la pena dejar apagado el celular, levantar la mirada y conversar con la persona que la vida te pone enfrente. Quizá tenga las respuestas que buscas o te evite tropezar con alguna dificultad. Este viaje me ha enseñado que las grandes amistades se encuentran donde menos lo esperas, pero también que a veces quien tu crees tu amigo cercano es realmente tu enemigo y no te quiere ver progresar.

Finalmente, quiero confesar que lo maravilloso se esconde siempre en lo inmaterial, en lo pequeño y en lo natural. Observando esas hermosas playas, los atardeceres de nubes rojas, los pájaros volar en el horizonte y las olas llegar a la arena, yo sentía paz y me sentía feliz y privilegiado de estar vivo y poder disfrutar de cada segundo en ese lugar. Pero también recordaba lo rico que es dormir en mi cama, extrañaba los abrazos que me dan mis hijitos y añoraba el sabor de la comida de mi mamá. Me sentí vivo y dichoso y muchas de mis angustias me dejaron de acosar, porque entendí que por más tesa que uno sienta que es la historia de vida y las batallas que nos toca librar, el universo se encarga de mostrarte que hay personas que les ha tocado peor, y que lejos de rendirse, han decidido pararse de frente y luchar, y esa decisión les ha permitido ganar. Las cosas simplemente ocurren, cada uno de nosotros decide cómo las quiere afrontar. Así tu cambies de país y hasta de planeta, todo seguirá igual si no cambias de actitud.

Desde ya empezaré a programar mi siguiente viaje.

* * *

La presente columna recoge las creaciones de los estudiantes del «Taller de escritura Mario Escobar Velásquez», ofrecido en el Parque Biblioteca de la Floresta por el escritor Andrés Delgado, quien, según sus palabras:

Dicen que a un taller de escritura se va a aprender a escribir, pero nada más relativo, como decía don Einstein.

En la Biblioteca La Floresta hay un taller que antes de la mal llamada Pandemia se llamó «Amigos creativos» y allí sí que existió un virus, letal, carnicero y mortal. El virus de la lectura y la escritura. Todos los sábados un grupo de devoradores de libros nos reuníamos a las tempranera hora de las ocho de la mañana y, tinto en mano, leímos, criticamos con espada y capa de cocodrilo para no sufrir, y escribíamos lo que creíamos sería un bestseller de nuestras pacíficas e irreverentes vidas. Pero lo más importante no era aprender a escribir sino aprender del otro, conocer de historia, de ortografía, gramática; conceptos que en la vida diaria usamos sin saber si están bien dichos o no. Cosas así se aprenden en un taller de escritura. Pero claro, el que vaya a un taller para ser un gran escritor, allí también encontrará sus musas y saldrá triunfante a editar su libro y después muy orondo recordará el lugar y la hora que hizo de sus «barrabasadas» el éxito literario con que todo escritor sueña.

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* Edison Escobar Estrada es de la ciudad de Medellín. Ingeniero en Electrónica, Especialista en Finanzas. También Pedagogía y Antropología. Correo: edisonesco@gmail.com

Publicaciones:
– Versos para Crystal. Mi máquina de escribir editores. Octubre 2021. Poemario.

– Coautor en la Antología «En la Penumbra». Gold Editorial. Noviembre 2021. Relato «El escolta invisible». Páginas 163 a 167.

– Coautor en la Antología «Homenaje a la imaginación». Gold Editorial. Enero 2022. Cuento «El lago mágico de la lloradera». Páginas 163 a 169.

– Coautor en un cuento para mi ciudad en 100 palabras. Metro de Medellín, 2009. Cuento «Positivo».

Reconocimientos:
Ganador concurso de cuento, semana de la convivencia, Alcaldía de Itagüí. 2021. Cuento «Nos vemos en la cancha».

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